En nuestra vida diaria nos guiamos por el sentido común, ese que nos dice que si soltamos una pluma y una bala de cañón desde lo alto de una torre, sin ninguna duda, la bala llegará mucho antes al suelo. La ciencia se dedica a ir en contra del sentido común: la ciencia nos dice que si dejamos caer la bala y la pluma en el vacío llegarían al mismo tiempo, que si lo hacen diferente es porque caen en un fluido, el aire. En este sentido la ciencia es sorprendente. Y hay quien extrapola y confunde nuestro conocimiento del mundo con el mundo en sí y considera que éste es sorprendente.
Una cosa es sorprenderse por los hallazgos en contra del sentido común y otra elevar esta sorpresa a fascinación por el universo, al asombro del que hablaba Sagan. Eso es una muestra de antropocentrismo extremo: es elevar la sorpresa epistemológica a valor metafísico. Lo que es absurdo si sabemos como hemos evolucionado como especie (y nuestras capacidades cognitivas con ello) y que el universo tiene que existir de una manera o de otra. Este cronista entiende que hacer esta distinción puede ser muy sutil para la inmensa mayoría, pero es necesaria si se quieren conocer las cosas de forma clara y distinta (sub specie aeternitatis, que dijo el filósofo). Todo esto a cuenta de ¿Asombro? Asombro, ¿de qué?
Pero cosas sorprendentes (en el sentido restringido, epistemológico) haberlas, haylas. Sin ir más lejos, La cosa más grande del universo y la violación del principio cosmológico, Un experimento tipo Bell libre de loopholes de Francisco R. Villatoro, Las mejores vistas de la montaña de Ceres de Daniel Marín o, incluso para alguno, Los institutos Isaac Newton y Oberwolfach, dos curiosas instituciones de investigación matemática por Raúl Ibáñez.
Menos sorprendente es que Hawking resuelva, como ya viene siendo costumbre, el problema de la información en los agujeros negros, Nueva boutade de Hawking: Resuelto el problema de la información en agujeros negros por Francis, o que los pájaros vuelen alto, Aves de altos vuelos de Juan Ignacio Pérez, pero merece la pena echarles un vistazo porque tampoco es tan de sentido común.
Hay que cosas que aún nos sorprenden y que no deberían. Una es la debilidad del concepto de libre albedrío, como ejemplifica el sometimiento de nuestra voluntad a la autoridad en El caso de Stanley Milgram, por Eduardo Angulo, y que tanto usa la publicidad (piénselo cada vez que vea una bata blanca en un anuncio); otro que La información es poder, por Mariajo Moreno (corolario: el sexo es un objetivo tan fundamental de la especie que hace que personas, por lo demás inteligentes, se comporten como verdaderos idiotas).
¿Habrá quien se sorprenda con La verdadera composición última del universo (y IV): Platónicos, digitales y pansiquistas?
Químico. Trabajo en Euskampus Fundazioa con la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU, para la que edito el Cuaderno de Cultura Científica y Mapping Ignorance. Escribo cosas para el Donostia International Physics Center y el Basque Center for Applied Mathematics.