La restauradora de recuerdos, un relato de ciencia novelada

Por Colaborador Invitado, el 31 diciembre, 2015. Categoría(s): Divulgación

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Los primeros rayos de Sol del alba incidían sobre el Instituto de Neurociencias acentuando su color rojizo. Mientras me dirigía hacia él mis pensamientos deambulaban. Recordaba la depresión en la que me hundí cuando después de 20 años en la misma empresa me comunicaron el despido. Mi empresa se dedicaba a la restauración de obras de arte y de objetos antiguos. Trabajaba para organismos públicos y para las obras sociales de las Cajas de Ahorro[1], fue de las primeras en padecer el efecto de los recortes producidos por la profunda crisis económica.

Yo había entrado en la cuarentena y estaba convencida de que nunca volvería a encontrar un trabajo estable. Cuando casi había perdido la esperanza, leí un anuncio que decía: “Se buscan personas meticulosas, pacientes, con gran capacidad de empatizar”. Al principio pensé que era un engaño, como tantos otros, pero el anunciante era el “Instituto de Neurociencias” adscrito a la Universidad. Me pareció fiable y decidí presentar mi solicitud. El proceso de selección incluía rigurosas pruebas; el análisis médico me detectó un alto número de células espejo[2]. Al parecer era un indicador claro de mi capacidad para empatizar[3]; eso unido a mi “amplia experiencia” (un eufemismo para decir que ya era mayorcita) reforzaban esa aptitud. Fui seleccionada con categoría de “archivista de clase A”. Los elegidos, nueve mujeres y un hombre, íbamos a formar parte de la primera promoción de un proyecto denominado: “Human memory files”, en la que nuestro instituto participaría junto con equipos similares a lo largo del mundo.

Hacía pocos años que se había desarrollado una técnica que permitía copiar los recuerdos de personas que acababan de entrar en estado de muerte cerebral (nunca supe a que correspondía realmente ese estado). La técnica no se podía aplicar a personas vivas, al menos hacer una copia masiva, pues en el proceso de copiado las conexiones neuronales resultaban modificadas afectando gravemente a un cerebro vivo.  Disponía de una amplia base de datos con los recuerdos de miles de personas que habían sido sometidas a este proceso. Fue un gran acierto incluir en la autorización de donación de órganos un apartado que decía: “Autorizo el volcado de mis recuerdos”. Había tenido un enorme éxito, quizás muchas personas creían que conservar una copia de sus recuerdos era una forma de seguir vivo. Según me explicaron lo que realmente se hacía era una copia parcial del neocórtex que reproducía el estado y las conexiones de las neuronas de esta parte del encéfalo.

Era el resultado del proyecto BRAIN[4] desarrollado entre 2014-2020, que había seguido una historia parecida al proyecto Genoma Humano[5](en pocos años se había reducido un millón de veces el coste de secuenciar el genoma de una persona pero sin que de ello se derivase, al menos al principio, grandes consecuencias prácticas).

Al empezar a trabajar en el Instituto, en la sección “Human memory files”, la primera vez que me colocaron una máscara y unos guantes, mis utensilios de trabajo, experimenté una sensación de inmersión virtual: ante mi flotando aparecían en 3D las palabras Human Brain 1.4., Era el nombre del programa que tendría que aprender a utilizar. En pocas semanas era capaz de navegar por los recuerdos de una persona usando solo la mirada. Además de imágenes y sonidos podía percibir olores, sensación de temperatura, tacto, etc.; pero me resultó decepcionante cuando en vez de las imágenes nítidas con las que esperaba encontrarme comprobé que eran cortos fragmentos de videos de imágenes y sensaciones difusas. Me dijeron que no era un problema de la técnica de volcado de memoria,  los recuerdos eran así, cualquier persona puede comprobarlo con solo cerrar los ojos y observar el poco detalle con el que se perciben los propios recuerdos.

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Mi trabajo consistiría en “ensamblar” artesanalmente esos fragmentos de recuerdos dispersos en un orden lógico temporal y eliminar aquellos sin ningún significado y los que correspondían a fantasías eróticas (la mayoría eran de esta categoría). Para ello, además de ser metódico, se requería entender las sensaciones que esa persona tenía cuando se grabaron esos recuerdos. Entonces comprendí por qué se había incluido la capacidad de empatizar como requisito fundamental para el puesto. Para mí el trabajo era como enfrentarme a un libro de miles o millones de páginas sueltas, sin numerar, que tenía que ordenar eliminando las que no tenían contenido útil[6].

Los analistas de memoria, junto a los que trabajamos, tenían que encontrar la lógica que los que participábamos en el proyecto aplicábamos en el proceso de unir fragmentos. En los casi cinco años en los que llevaba trabajando allí había aprendido mucho, e iba observando cómo el programa iba mejorando. En ese proceso de aprendizaje me había encontrado con muchas sorpresas[2]: Nunca se podía estar seguro si un recuerdo era auténtico o si se  trataba de algo imaginado o soñado, un mismo recuerdo a lo largo de la vida se puede ir modificando, como si al original de una foto con los años se le fuese realizando retoques fotográficos.

Salí de mi ensimismamiento. Ya estaba en el Instituto, me encontraba ante la puerta de entrada del área reservada al Human memory files. Como todos los días, tuve que pasar un estricto control de seguridad: no podía introducir ningún dispositivo electrónico, los ordenadores no tenían ningún tipo de conexión con el exterior, se tenía que garantizar que bajo ninguna forma se podía acceder a ellos desde el exterior. Además los que allí trabajábamos habíamos firmado el compromiso de no revelar lo que hacíamos. Me sentía como si estuviese en Bletchley Park[7]en la Segunda Guerra Mundial. Sabía que ignoraba el auténtico alcance del proyecto, incluso tal vez se le escapaba a mis propios jefes.

En mi mesa había una nota manuscrita de mi jefe que decía: Ada[8], por favor ven a mi despacho tan pronto llegues, Fdo.: Gonzalo. Me presenté inmediatamente, Gonzalo me dijo que tenía un trabajo especial para mí, había recibido una orden judicial para investigar los recuerdos de FRN (no conocíamos las identidades reales de las memorias que se allí se almacenaban) cuyo contenido me iba a revelar. Debía guardar absoluta reserva sobre el trabajo que se me iba a encomendar, incluso con los otros compañeros excepto con Carlos, un informático al que podía recurrir cuando necesitase ayuda técnica. A continuación me indicó que leyese con atención el texto que me iba a mostrar; era todo lo que tenía que saber:

FRN[9] murió el 7 de octubre de 2022, a los 53 años en un hospital en el que había ingresado tras ser atropellado cuando iba en su bicicleta por un vehículo que salió a la fuga y del que nunca se supo. FRN era licenciado en Química, soltero y no tenía hijos, toda su vida profesional había sido profesor de instituto. En sus últimos años viajaba con frecuencia, especialmente a Centroamérica. Nadie lo relaciona con ninguna actividad ilícita. Hace unos meses se ha sabido que a nombre de FRN están depositados varios millones de euros en una cuenta de un paraíso fiscal [no me extrañó: la fragmentación de países de la vieja Europa que competían entre sí para atraer fortunas, sin preocuparse por su origen y ofreciendo total opacidad a sus propietarios, habían convertido al mundo en el paraíso de los grandes delincuentes[10]]. Bajo orden judicial se le insta para que busque en la memoria de FRN el origen de dicha fortuna o cualquier pista que permita conocerla. Expresamente se le prohíbe utilizar otra fuente de información que el contenido del fichero de la memoria de FRN. Con periodicidad mensual, o antes si realiza avances significativos, deberá comunicar a este Juez instructor los resultados de la investigación

Fdo: Federico Sáez de Orellana y Prado. Juez Instructor, 9 de diciembre de 2025.

Le advertí a mi jefe de que tenía muchas dudas de alcanzar el objetivo pero que pondría todo el empeño en conseguirlo. Él amablemente me dijo que no lo dudaba, por eso me había elegido a mi.

Me puse el equipo de inmersión virtual y localicé el fichero correspondiente a FRN. Recibí un mensaje que decía: Autorizada. Inmediatamente pude empezar a fisgonear por el archivo. En pocos días, encontré lo que seguramente habían sido sus últimos recuerdos conscientes: Un coche lo embestía de frente; repetí la escena una y otra vez. No había duda, el coche había abandonado repentinamente su carril y seguramente de forma intencionada había arrollado a FRN. Para mí se trataba claramente de un asesinato. Con la ayuda de Carlos conseguimos obtener una imagen aceptablemente clara del coche: identificamos el color y modelo y algunos números de la matrícula. Tras estos recuerdos aparecían lo que seguramente eran reminiscencias de su niñez, muchos de ellos relacionados con la que inconfundiblemente era su madre, imagen que aparecería recursivamente en sus pensamientos.

Elaboré mi primer informe para el juez. A partir de ahí mi investigación se convirtió en un proceso tortuoso y lento, pero poco a poco iba desentrañando su vida. FRN correspondía a las iniciales de Fernández Rivas, Nicolás. Mientras más penetraba en la memoria de FRN, más enigmático y fascinante me parecía: aparentemente su vida se había repartido entre la enseñanza interrumpida por largos episodios insólitos, muy alejados de lo que se esperaría de un profesor de secundaria. Cada día estaba deseando dejar mi casa, y con ello las lamentaciones de mi pusilánime marido[11] y las neuras de mi desquiciada hija[12] para sumergirme en la memoria de Nicolás que se estaba convirtiendo en una obsesión que me estaba absorbiendo peligrosamente. ¿Cómo era Nicolás?

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A las pocas semanas recibí una nueva notificación del juez exhortándome para que investigase una probable conexión de FRN con el narcotráfico. Por más que había buscado no encontraba ningún indicio de cómo había podido conseguir una fortuna de millones de euros ni ninguna relación con el narcotráfico, nada indicaba que se tratase de un delincuente ¿Por qué y quien había asesinado a Nicolás? Mi experiencia me demostraba la facilidad que tenemos para mentirnos a nosotros mismos: una cosa eran los recuerdos y otra cosa la realidad.

No podía resistir la curiosidad y decidí romper la prohibición de investigar más allá de los límites que me había asignado el juez[13]. Empecé por buscar en internet cualquier información relativa a Nicolás Fernández, pero apenas encontré su nombramiento como profesor de secundaria, alguna referencia administrativa, y poco más, nada de participación en redes sociales. Decidí dar un segunda paso y contactar con gente que lo había conocido; así supe que sus viajes a Centroamérica y a algunos países del tercer mundo habían sido en calidad de cooperante, había inventado un sistema muy económico de depuración de aguas y aprovechaba las vacaciones para instalarlo en poblaciones pobres, pero obtenía pocas referencias concretas sobre su personalidad.

Generalmente se referían a él como una persona poco habladora, algo huraña, distaba mucho de la imagen de persona aventurera y decidida que yo me había hecho de él. Localicé el apartamento donde había vivido los últimos años, desde su muerte permanecía desocupado, quizás en espera que se resolviese el asunto de su herencia. No había dejado testamento y la aparición de su desconocida fortuna lo había complicado. Decidí entrar en el apartamento, corriendo el riesgo de ser despedida o quizás de acabar en la cárcel, pero era incapaz de controlar mis impulsos. Decidí hacerlo de forma expedita: llamé a un cerrajero al que le dije que el apartamento era mío. Este con una simple placa radiográfica lo abrió sin dificultad.

Si Nicolás era un delincuente no parecía que tomase muchas precauciones para protegerse. En su espartano pisito lo único que destacaba eran varias estanterías llenas de libros y discos del siglo XX. Resultaba extraño en una época en la que los libros impresos y los discos prácticamente habían desaparecido. Encendí su vetusto ordenador, era tan viejo que aún tenía teclado. En la pantalla aparecía el rotulo Windows 14, sin pedirme ninguna clave de acceso ni utilizar otro medio de protección, como el habitual reconocimiento del rostro, puede acceder a sus ficheros, reconocí el viejo Word. Tuve que teclear y recordar cómo se podía encontrar ficheros y abrirlos, empecé a leerlos, eran relatos que en muchos casos coincidían en lo que yo había creído aventuras vividas por Nicolás! ¡Nicolás[14] había imaginado gran parte de su vida!, en vez de una decepción mi admiración por él aumentó, en el fondo ¿qué es real y que es imaginado? Sabía que nuestra mente no lo tiene muy claro.

Poco tiempo después me llegó la noticia de que gracias a  la información que yo había aportado se había detenido al asesino de Nicolás: era un sicario enviado por un conocido narcotraficante[15]. ¿Por qué un peligroso narcotraficante se preocupa por asesinar a una persona aparentemente insignificante para sus intereses? Tal vez la respuesta estaba en el cerebro de Nicolás, quizás en algo que para él había pasado inadvertido pues no había sido consciente del riesgo que corría. Pacientemente encontré un hecho en el que intuí podría estar la respuesta: Nicolás había perdido el pasaporte en uno de sus viajes a Centroamérica, probablemente se lo habían robado. Di esta información al juez instructor que  resultó ser fundamental: pocos meses después se supo que alguien, un narcotraficante, utilizó el pasaporte de Nicolás para abrir cuentas millonarias en su nombre y otros actos delictivos. Otro narcotraficante creyó que Nicolás era su rival y acabó ordenando su asesinato[16]. ¡Caso resuelto!, al menos eso creía.

Poco tiempo después me di cuente que el programa mejoraba día a día espectacularmente, al parecer había sido dotado de la capacidad de autoaprendizaje. Un día en vez del equipo de inmersión virtual habitual me pusieron en la cabeza una especie de gorro de baño con ventosas,  cerré los ojos, ante mi aparecían las palabras Human Brain X, ya no era 3D era algo mucho más real, lo sentía como llegada directamente dentro de mi cerebro, a continuación apareció un rostro que no dude correspondía a Nicolás, me miró fijamente y me dijo: ¡Ada vida mía, cuanto tiempo te he estado buscando! El cuerpo me temblaba, y empecé a hablar con él: estaba vivo.

A miles de kilómetros de allí Henry Markram[17] (el director del proyecto) que seguía la escena, esbozó una ligera sonrisa, y pensó: ¡lo conseguí!, por fin una maquina habia superado indudablemente el test de Turing[18], se ha hecho consciente.

Sevilla, 27 de diciembre de 2045 (en una terraza a 27 ºC a la sombra[19])

Este relato de «ciencia novelada» nos lo envía Guillermo Sánchez León, Profesor en la Universidad de Salamanca y autor de más de 100 artículos y ponencias,  algunos de divulgación científica que podéis encontrar en su web. Guillermo ha escrito además varios artículos en Naukas que podéis disfrutar en el siguiente enlace.

Notas:

[1] Hay abundante información en los periódicos de 2006-12.

[2 ]Descubierto por unos investigadores italianos y ampliamente estudiado por V. Ramachandran   (The tell tale brain y otros libros, TED Talk:https://www.ted.com/talks/vilayanur_ramachandran_on_your_mind)

[3] Este exceso de neuronas espejo me hacía sufrir mucho, siempre me ponía en el lugar de la otra persona por perversa que fuese.

[4] Realmente hubo dos proyectos, uno europeo (Human Brain Project, https://www.humanbrainproject.eu/) y otro de EEUU (BRAIN Iniciative, http://www.braininitiative.nih.gov/)

[5] Proyecto Genoma Humano (https://es.wikipedia.org/wiki/Proyecto_Genoma_Humano ) y comunicación personal.

[6] Para cartografiar los recuerdos a en 2018-20 se desarrolló una técnica similar a la utilizada por C. Venter en la secuenciación del genoma humano llamada: Shotgun (https://en.wikipedia.org/wiki/Shotgun_sequencing ).

[7] https://en.wikipedia.org/wiki/Bletchley_Park.

[8] Mi padre era matemático y me puso de nombre ADA en honor a Augusta Ada King, conocida  como Ada Lovelace (https://en.wikipedia.org/wiki/Ada_Lovelace ), era su única hija y para él fue una gran decepción no me hiciese matemática.

[9] El nombre de FRN es un seudónimo para proteger la identidad del auténtico FRN (utilizo un pequeño acertijo similar al empleado por Hal, el computador de 2001 una odisea en el espacio).

[10] Los paraísos fiscales fueron puestos de moda para el gran público por famosos (¿?) de la época: los Pujol, Bárcenas y muchos otros. Varias naciones europeas se fragmentaron y competían entre ellas para atraer capitales de cualquier origen: era la época dorada de los grandes delincuentes.

[11] Tengo muchos conocidos/as que responden a este patrón.

[12] Ibídem

[13] CSI Las Vegas (serie televisiva en la que a veces los policías actuaban sin autorización judicial).

[14] A este fenómeno se le puso el nombre de “Síndrome del pequeño Nicolás” (personajillo fabulador que aparecía en programas de Tv con frecuencia).

[15] CSI Miami (serie televisiva en la que aparecían frecuentemente narcotraficantes).

[16] Ibídem.

[17] Supe de este hecho pues me lo contó el propio H. Markram (https://en.wikipedia.org/wiki/Henry_Markram ). Markram puso en marcha el Human Brain Project, fue muy criticado por la forma en que lo llevaba (https://www.youtube.com/watch?v=FhsZll_P1iA ), pero el caso FRN supuso un espaldarazo, murió poco después.

[18] FRN era tan real que me divorcié de mi pusilánime esposo, nunca admití que FRN era una creación de un programa informático, hubo que redefinir el concepto de realidad. Se consideró que era una prueba inequívoca de que un programa superaba el Test de Turing (https://en.wikipedia.org/wiki/Turing_test), el fenómeno se extendió: las maquinas podían pensar y tomar decisiones por ellas mismas.

[19] Las predicciones más catastróficas (http://www.ipcc.ch/) del calentamiento global se confirmaron. Nadie hizo caso al Acuerdo de París de 2015(http://unfccc.int/resource/docs/2015/cop21/spa/l09s.pdf), la bajada de precios del petróleo y el gas hicieron olvidar los pronósticos.



Por Colaborador Invitado, publicado el 31 diciembre, 2015
Categoría(s): Divulgación