La mar de olvidada

Por Colaborador Invitado, el 3 febrero, 2017. Categoría(s): Biología • Divulgación

La Tierra es posiblemente el planeta que menos honor haga a su nombre, ya que el 71% de su superficie está cubierta por agua salada y eso la convierte en un planeta marino. Decía la oceanógrafa Josefina Castellví: «El océano es el gran desconocido del planeta Tierra. Curiosamente, el hombre tiende a salir de nuestro sistema planetario y va a buscar en el espacio otros mundos y procesos desconocidos, pero resulta que todavía no conocemos al planeta Tierra». Y razón no le falta. Únicamente, conocemos un 10% de los océanos y, por el momento, seguimos ocupados en creer que solo usamos un 10% de nuestro cerebro.

El término «oceanografía» comenzó a usarse en francés (oceanographie) en 1584, después de miles de años de diversas relaciones con los mares: los primeros veleros de los egipcios, las rutas comerciales de los fenicios o  las divagaciones de los filósofos griegos sobre las masas de agua. Sin embargo, no fue hasta los siglos XIX y XX cuando el mar dejó de tener un fin exclusivamente colonial y comercial, y pasó a ser de interés científico. Este interés, a su vez, también surgió por ambiciones militares o incluso fruto de catástrofes como la del Titanic (1912), a partir de la cual se empezaron a usar técnicas de sonido para detectar objetos en el agua, lo que facilitó el descubrimiento de teorías tan importantes como la de la tectónica de placas.

Con un brazo en el Atlántico y otro en el Mediterráneo, España se sitúa en un entorno envidiable desde el punto de vista oceanográfico. A pesar de la existencia de ciertos laboratorios punteros en esta ciencia, no fue hasta 1914 cuando se fundó el Instituto Español de Oceanografía (IEO), el cual sentó precedentes y permitió la apertura de nuevos centros oceanográficos que, a día de hoy, siguen sumergidos en la investigación marina.

La fundación del IEO fue posible gracias al naturalista zaragozano Odón de Buen (1863-1945) que, en una campaña oceánico-geográfica realizada en el 1886, cayó rendido a los misterios del mar. Odón clamaba: «Ví el mar apacible, dulce, enervante (…). Ví costas sonrientes, rías y fiordos tranquilos, islas maravillosas o acantilados sombríos, como fantasmas al través de la niebla. Y sentí afanes insaciables por conocer los secretos ocultos bajo las olas, y las causas, poco aparentes, del origen de la vida y de los océanos; y leí mucho, y pensé mucho, y formé decisión firme de dedicarme a la Oceanografía, que entonces alboreaba.» Sintió el flechazo del mar, me gusta decir. Un flechazo que acaba convirtiéndose en una relación estable para aquellos privilegiados cuyas ciudades son besadas por el mar, mientras que para aquellas personas del interior que nos tenemos que despedir de sus aguas una y otra vez, se convierte en un buen amante.

"Odisea" Pablo Camacho, acrílico sobre papel (2007).
«Odisea» Pablo Camacho, acrílico sobre papel (2007).

En esos tiempos en los que las ciencias del mar comenzaban a despuntar en España, aparecían figuras como la del pamplonés José María Navaz (1897-1975) que investigó en Vigo sobre moluscos y pesca de arrastre en Atlántico, pesca que, por cierto, es una de las técnicas más perjudiciales para la vida marina. Si bien es cierto que existen otras muchas artes pesqueras que luchan contra el furtivismo, me gustaría destacar el papel de las bateleras, sirgueras, cargueras, rederas y mariscadoras. Oficios del Norte que luchan, a duras penas, por una pesca sostenible y que siempre han sido practicados por mujeres, a las que antiguamente no se les permitía el trabajo en alta mar.

Existen, claro está, mujeres que rompieron con este tabú, como la gallega Ángeles Alvariño (1916-2005), que además de ser la primera mujer a bordo de un barco de investigación científica británico, fue una prolífica oceanógrafa española que descubrió varias especies de plancton marino (el campo al que se dedicó) y que han sido bautizadas con su apellido. También destacan sus escritos, apoyados por dibujos de las nuevas especies que descubrió, que la convirtieron en una pionera de la divulgación marina aquí en España e incluso en Estados Unidos, donde trabajó como científica hasta el final de sus años.

Ángeles Alvariño y uno de sus dibujos. En él, retrata detalladamente a la medusa Nectocarmen Antonioni que descubrió en 1983 y cuyo nombre hace honor a sus padres Carmen y Antonio. Fuente: Consejo de Cultura Gallega.
Ángeles Alvariño y uno de sus dibujos. En él, retrata detalladamente a la medusa Nectocarmen Antonioni que descubrió en 1983 y cuyo nombre hace honor a sus padres Carmen y Antonio. Fuente: Consejo de Cultura Gallega.

Pocos años se llevaban Alvariño y uno de los padres de la Oceanografía moderna, el biólogo catalán Ramón Margalef (1919-2004), considerado uno de los científicos más importantes de los últimos años. Creó la primera cátedra de Ecología en España y fue uno de los pilares de esta ciencia en el siglo XX, ideando numerosos modelos matemáticos que todavía sientan las bases del entendimiento de esta materia. Además, Margalef confiaba en que la humanidad no se subiera a la ola de americanismo antiecológico y apuntaba: «Piensen que en las grandes ciudades hay niños sin un contacto mínimo con las naturaleza e ignoran todas las flores y mariposas. Me parece que el tratamiento para esta tierna edad y su percepción del mundo debería ser enseñarles a leer la naturaleza, puesto que son ellos los que deberán construir – así como otras cosas, espero – la ecología del mañana».

A la izquierda, en un laboratorio, Ramón Margalef y, a la derecha, su mandala, con el que consiguió relacionar variables como la cantidad de nutrientes o turbidez de las aguas con la aparición de determinados tipos de fitoplancton. Fuente: Instituto de Ciencias del Mar, Barcelona.
A la izquierda, en un laboratorio, Ramón Margalef y, a la derecha, su mandala, con el que consiguió relacionar variables como la cantidad de nutrientes o turbidez de las aguas con la aparición de determinados tipos de fitoplancton. Fuente: Instituto de Ciencias del Mar, Barcelona.

Al igual que Margalef, Josefina Castellví (1935), la primera mujer directora de una base científica en la Antártida, también nació en Barcelona. Fue, junto a su amigo y compañero Antoni Ballester (1920), entre otros, quienes permitieron a España en 1988 acceder como miembro consultivo del Tratado Antártico (Washington, 1959) para asegurar el exclusivo uso pacífico y científico del continente antártico, la última zona virgen del planeta y donde la solidaridad diluye las fronteras. Pionera en la investigación antártica española y especializada en bacteriología marina, fue una de esas mujeres que, como Alvariño, se centraron en lo más pequeño para explicar lo más grande. Mujeres científicas que, aun siendo un colectivo pequeño, se hicieron grandes.

[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=cyBYeYnenpE[/youtube]

Personalidades e investigaciones como las expuestas hicieron a España formalizar los estudios del mar en 1982, aunque no es una vía exclusiva para rendirse al conocimiento marino. Al menorquín Joan Joaquim Rodríguez i Femenias (1839-1905), comerciante sin estudios, le contagiaron el amor por la botánica. A partir de esta ciencia y mediante el contacto con reconocidos algólogos del mundo, se convirtió en el padre de la algología en España y todo un referente mundial. De hecho, su muestrario de algas, expuesto aún en el ateneo de Mahón (Menorca), es considerada una de las colecciones más antiguas del tema.

También, y gracias al sistema de regulación de Cousteau (1910-1997) y Gagnan (1900-1979) que todavía se utiliza en el buceo autónomo, los submarinistas podemos dejar que la vida marina nos haga las delicias de nuestra inmersión. Una flora y una fauna que nos ayudaron a entender el origen de la vida y su evolución; que nos enseñaron nuevas formas de maduración, comunicación y reproducción; y que nos ofrecen organismos como las algas, que con su elevada cantidad de nutrientes y su capacidad para crecer sin sustrato, podrán abastecer a la humanidad en un futuro.

Fotografías del poliqueto Sabella spallanzanii, un gusano del Mediterráneo que se caracteriza por sus vistosas branquias en espiral que  hacen que se le denomine coloquialmente como "Plumero de mar".
Fotografías del poliqueto Sabella spallanzanii, un gusano del Mediterráneo que se caracteriza por sus vistosas branquias en espiral que  hacen que se le denomine coloquialmente como «Plumero de mar».

Como ve, usted que está ahora leyendo mis líneas, el mar es un lugar de nadie y a la vez de todos. Las expedición Malaspina (2010-2011) lo surcó, Cristina Osorio lo nadó, Miguel Lozano lo buceó, Rosalía de Castro le escribió, Sorolla lo retrató, Amenábar lo rodó, Serrat le cantó y miles de personas han puesto y siguen poniendo sus esperanzas en él.

[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=HMM0PCYWobw[/youtube]

El mar fue, es y será la fuente de todo y, seguramente, en sus aguas se encuentren las respuestas a los misterios de aquello que concibió: la vida. Sumérjase y disfrute.

Este artículo nos lo envía Pablo Camacho, bioquímico y oceanógrafo de formación, se tituló como Experto en Comunicación Pública de la Ciencia, lo que le ha llevado a abrir su blog (www.cienciasobrelienzo.com) con el que espera construir su carrera divulgadora. La pintura que abre este artículo es obra suya.

Referencias

 



Por Colaborador Invitado, publicado el 3 febrero, 2017
Categoría(s): Biología • Divulgación