Alicia miró alrededor suyo con gran sorpresa.
—Pero ¿cómo? ¡Si parece que hemos estado bajo este árbol todo el tiempo! ¡Todo está igual que antes!
—¡Pues claro que sí! —convino la Reina—. Y, ¿cómo si no?
—Bueno, lo que es en mi país —aclaró Alicia, jadeando aún bastante—, cuando se corre tan rápido como lo hemos estado haciendo y durante algún tiempo, se suele llegar a alguna otra parte…
—¡Un país bastante lento! —replicó la Reina—. Lo que es aquí, como ves, hace falta correr todo cuanto una pueda para permanecer en el mismo sitio. Si se quiere llegar a otra parte hay que correr por lo menos dos veces más rápido.
Hoy es 12 de febrero, Día de Darwin, y un día tan bueno como cualquier otro para contar una historia. Una historia, por supuesto, sobre la evolución. Una historia real.
Hace mucho, mucho tiempo, en la Tierra no existían los depredadores. Era un mundo en el que solo había tres formas de alimentarse, o bien fabricabas tus propios alimentos a partir de la energía del exterior, bien fuera del sol o de reacciones químicas que sucediesen en el medio, lo que en términos de metabolismo se llama ser autótrofo, o bien te comías a aquellos productores, en cuyo caso formarías parte de los heterótrofos que llamamos consumidores primarios o herbívoros, o bien te comías los desperdicios de los demás, lo que llamamos saprótrofos o descomponedores.
Sucedió que antes de los acontecimientos que vamos a relatar hubo una extinción de magnitud importante de la que hoy conocemos como fauna de ediácara. Y la historia de la vida nos muestra que siempre después de una extinción masiva se produce una radiación evolutiva importante. A ello hay que sumar los cambios ambientales que sucedieron entre la era Precámbrica y el período Cámbrico: la fragmentación del supercontinente Pannotia, una glaciación, un aumento de la cantidad de oxígeno, etc. Todo aquello dio lugar a una enorme cantidad de nichos ecológicos nuevos, que estaban vacíos y listos para ser colonizados.
Y de este modo la vida se abre camino.
Podríamos empezar a hablar de todas las cosas que sucedieron en este punto, pero de este tema ya se ha escrito, y sólo pretendo centrarme en uno de los múltiples aspectos. Uno que marca un nexo entre la evolución biológica y el texto que encabeza este artículo.
Y es que, en esta lejana época de la radiación evolutiva del cámbrico es donde aparece un nuevo tipo de consumidor. Uno que ya no se alimenta de esos productores autótrofos, sino que se alimenta de otros consumidores. El consumidor secundario. Entra en escena la figura del depredador.
De este modo, el depredador que tiene más éxito cazando a sus presas, como aquel que es más rápido, el que tiene mandíbulas más eficaces o el que es mejor acechando, encuentra una ventaja adaptativa. Y la presa que es capaz de defenderse de forma más eficaz, como la que tenga la protección física más resistente, un mejor camuflaje o, también, sea más veloz, será también más apta en su lucha por la supervivencia.
Es una suerte de carrera armamentisca que se inició hace más de 500 millones de años, y que a día de hoy aún no se ha detenido. La gacela que más corre es la que más probabilidades tiene de escapar del guepardo, y el guepardo más veloz es el que más éxito tiene cazando a la gacela. Los predadores necesitan compensar las mejoras defensivas de sus presas, con mejoras ofensivas de su parte, mientras que las presas aumentan del mismo modo sus defensas para protegerse de los mejores ataques de sus predadores. Un escenario que avanza constantemente, como el mundo al otro lado del espejo de Alicia, y para el que, si quieres mantener tu posición, debes correr.
Me he centrado en el ejemplo de la depredación activa, por generar presiones selectivas mucho más llamativas, pero, ¡por supuesto! Antes de la radiación evolutiva del cámbrico ya se daban este tipo de dinámicas, de forma más suave pero patente, entre los productores y los consumidores primarios.
Van Valen llamó a este efecto «la hipótesis de la Reina Roja». Este proceso, que inicialmente fue definido para la dinámica del depredador y la presa y la carrera armamentística, puede aplicarse además a muchos otros eventos; la evolución conjunta de las flores y sus polinizadores, la ventaja evolutiva del sexo como promotor de variabilidad genética o las interacciones entre patógenos y huéspedes podrían ser buenos ejemplos de los que tal vez, en otro momento, podamos hablar.
Este y otros artículos los puedes encontrar en la sección «El Cuaderno de Wallace«
Álvaro Bayón (Vary, Valladolid, 1985)Doctor en Biología por la Universidad de Sevilla, con una Tesis Doctoral titulada «Patrones de introducción deliberada, predicción de invasiones y análisis de impactos de especies de plantas ornamentales de España». Es también Licenciado en Biología y Máster en Valoración de Riesgos naturales por la Universidad de León. Allí colaboró durante varios años en Botánica, en la investigación de varios aspectos científicos de las plantas medicinales e impartiendo clases de prácticas.
Apasionado científico y dedicado divulgador desde incluso antes de licenciarse, es además el autor del blog de divulgación científica y escepticismo «Curiosa Biología» y del podcast «No te lo creas».