Hace alrededor de 385 millones de años ciertos animales acuáticos decidieron que cambiar aletas por cuatro patas era un buen negocio en la avanzada hacia tierra firme. A lo largo de treinta millones de años hipotecaron con mayor o menor éxito títulos filogenéticos e invirtieron en su porvenir. A algunos les alcanzó para patas que solo oficiaban de remos, otros conquistaron el sueño de los dedos propios. Así pasaron vertebrados tales como el Eusthenopteron -un pez con aletas carnosas- pero también Pederpes con sus envidiados dígitos cubiertos de barro. Ambos extremos de una línea de transición, que tuvo además a Acanthostega como otro conspicuo integrante. La necesidad vital de respirar de manera sostenida fuera del agua fue abonada también por algunos en cómodas cuotas evolutivas. ¿Pero tanto esfuerzo y gasto energético auguraban retornos? ¿O aquellos aventureros no eran más que irresponsables apostadores en la ruleta de la vida?
Para los expertos los primeros tetrápodos estaban en las antípodas de lo que hoy sería un inversor arriesgado, o un visionario. Cuando iban a la tierra, iban a lo seguro. Malcolm Maclver, investigador de la norteamericana Universidad de Northwestern, con un grupo de científicos logró documentar un incremento masivo en la capacidad visual de los citados animales mientras aun flotaban. En un artículo, publicado recientemente en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) describió ojos que triplicaron su tamaño mucho tiempo antes que las extremidades lograran estar completamente desarrolladas y adaptadas a la vida terrestre.
Buena vista
Por medio del estudio de fósiles determinaron además que existió con el correr de los años una migración de los ojos desde las regiones laterales del cráneo hacia la parte superior de la cabeza. Dicho cambio morfológico, sumado a la ocupación de aguas más superficiales, confirió a los adelantados la posibilidad de mirar por encima del nivel acuático. Las diferencias que surgen entre mirar a través del agua o el aire son equiparables a aquellas que ocurren al conducir un automóvil en una carretera con una densa niebla o durante un día soleado.
Estudios de simulación por computadora dejaron en claro que observar a través del aire generó un incremento de cómo mínimo un millón de veces en la cantidad de espacio en el cual los objetos podían ser vistos. Los primeros tetrápodos pasaron de ver nada a más de seis metros de distancia mientras estaban en el agua, a cubrir largos trayectos al mirar fuera de ella. Entre otras cosas pudieron divisar abundancia de invertebrados, léase presas, en el suelo costero vecino. Con la adquisición de visión lejana además desarrollaron circuitos neuronales que les posibilitaron tener un variado menú de respuestas frente a situaciones vitales. Adquirieron tácticas más efectivas para predar sin ser predados. Para los investigadores en este sencillo juego cazaban como cocodrilos. Luego ya en tierra firme, gracias a los estímulos visuales que habían recibido, fueron a tranco seguro.
Este artículo nos lo envía Fernando Fuentes (@FFuentes01). Nació en Argentina. Recorrió aulas de universidades y salas de hospitales tratando de emular a Hipócrates. También pasó algunas horas en un curso de periodismo científico en la Fundación Instituto Leloir, en la ciudad de Buenos Aires. Desde hace algunos años se dedica a la divulgación científica. Ha escrito numerosos artículos acerca de diversas temáticas científicas, siempre destinados al público en general. Publicó «Píldoras para No dormir» , una recopilación de artículos con tópicos de ciencia. Produce y conduce «El Tornillo de Arquímedes«, un programa de divulgación científica que se emite por una radio de Argentina.
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Referencias científicas y más información:
Malcolm A. MacIvera, Lars Schmitzd, et al. «Massive increase in visual range preceded the origin of terrestrial vertebrates» PNAS doi: 10.1073/pnas.1615563114
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