Entre nubes anda el juego

Por Divulgameteo, el 31 marzo, 2017. Categoría(s): Actualidad • Divulgación • Medio Ambiente

2017 es el año de las nubes. Así lo determinó la OMM (Organización Meteorológica Mundial) al elegir como lema “Entendiendo las nubes”, para conmemorar el Día Meteorológico Mundial, celebrado el pasado 23 de marzo. Los seres humanos llevamos toda la vida observándolas ahí arriba, sobre nuestras cabezas y tratando de entenderlas, pero esto último no empezamos a hacerlo hasta hace poco más de 200 años. Hasta ese momento –la mayor parte de la historia de la humanidad– se nos habían resistido todos los intentos por tratar de comprender su razón de ser y de clasificarlas.

Lo cierto es que el juego de desenmascarar las nubes no resulta fácil, ni siquiera hoy en día. Hace falta ser un experimentado observador meteorológico para saber identificarlas y ponerlas nombres y apellidos (en latín). Si somos profanos en la materia, de lo que sí que nos percatamos pronto es que se repiten en ellas una serie de patrones, si bien cada una de ellas es única y diferente al resto. Además, también es fácil darse cuenta de que evolucionan con rapidez. La incesante dinámica nubosa es justamente la que tanto dificultó el establecimiento de una clasificación satisfactoria y universal.

Luke Howard (1772-1864).
Luke Howard (1772-1864).

Los orígenes de esa clasificación se remontan a finales de 1802. En el Londres de la época vivía un farmacéutico llamado Luke Howard (1772-1864), muy interesado por diferentes cuestiones naturales, entre ellas las nubes. En diciembre de aquel año, en una sociedad científica londinense, impartió una conferencia que llevó por título “On the Modifications of Clouds” (Sobre las modificaciones de las nubes) y que traería cola. En aquella charla, Howard estableció el armazón sobre el que se fue vertebrando la clasificación oficial de las nubes, tal y como la conocemos en la actualidad.

Primera página de su ensayo sobre las nubes (1803)
Primera página de su ensayo sobre las nubes (1803)

Al poco tiempo de haber tenido lugar aquella conferencia, metidos ya en 1803, Luke Howard publicó un ensayo en el que desarrolló los contenidos impartidos en ella, incluyendo una bonita colección de dibujos de estudios de nubes hechos por él mismo. La difusión de aquella publicación fue extraordinaria y en apenas unos años gozó de gran aceptación por parte de la comunidad científica. Aparte de eso, ejerció también una enorme influencia en los círculos artísticos. Howard puso de moda las nubes.

Su principal mérito fue que no se limitó a contemplar las nubes como meros objetos (lo que hasta aquel momento convertía la misión de clasificarlas en algo inabordable), sino como procesos que tenían lugar en la atmósfera, en permanente evolución. La aparición de una nube en el cielo obedece únicamente al hecho de que en la porción de atmósfera donde la vemos se dan las condiciones de saturación del vapor de agua allí presente. La posterior evolución que tenga la nube (manteniéndose con una forma y tamaño aproximadamente parecidos, disipándose o aumentando de tamaño y cubriendo una porción mayor de bóveda celeste) dependerá de cómo varíen un par de variables meteorológicas: la temperatura y el contenido de humedad del aire.

Fruto de una cuidadosa observación de las cambiantes formas nubosas, Howard estableció tres formas básicas, a las que llamó cirrus (cabellera), stratus y cumulus (montón), y cuatro combinaciones posibles entre ellas (cirrus-cumulus, cirrus-stratus, cumulus-stratus y cumulus-cirrus-stratus. A esta última combinación la asignó el identificativo nimbus, común a las nubes que dejan lluvia). De una tacada fijó siete de los diez géneros nubosos que hay. El uso del latín y el modo de proceder al combinar las formas nubosas básicas, los adoptó Howard a imagen y semejanza de la famosa clasificación taxonómica del naturalista sueco Linneo (1707-1778). Aunque hoy en día –pensando en el idioma español– hemos castellanizado el nombre de las nubes (hablamos, por ejemplo, de un cirrostrato o de un estratocúmulo), su nomenclatura oficial sigue siendo en latín.

Paisaje rural y estudio de nubes. Grabado de Edward Kennion, a partir de una acuarela de Luke Howard. © Science Museum/Science & Society Picture Library
Paisaje rural y estudio de nubes. Grabado de Edward Kennion, a partir de una acuarela de Luke Howard.
© Science Museum/Science & Society Picture Library

El ensayo de Howard (“On the Modifications of Clouds”) vio la luz en distintas ediciones publicadas a lo largo del siglo XIX, y en ellas fueron apareciendo bellos grabados de artistas como Edward Kennion, realizados a partir de los dibujos y acuarelas originales del farmacéutico inglés. Ello contribuyó a popularizar las nubes y la propia clasificación de Howard. Faltaba una cosa. Había que comprobar si las nubes –dentro de su extraordinaria variedad– eran iguales en todos los sitios, o había lugares del mundo donde surcaban los cielos otras formas nubosas básicas, no contempladas por Howard. Para comprobarlo, el meteorólogo escocés Ralph Abercromby (1842-1897) se embarcó en un largo viaje que le llevó por diferentes latitudes del globo terráqueo. Pudo certificar la universalidad de las nubes, haciendo importantes aportaciones a su nomenclatura y sistema clasificatorio.

La clasificación de Howard se fue completando y enriqueciendo según fue avanzando el siglo XIX, y terminó sentando las bases del Atlas Internacional de Nubes, cuya primera edición vio la luz en 1896. A lo largo del siglo XX aparecieron otras 3 ediciones más (años 1930-35, 1956 y 1987), cada una de las cuáles amplió los contenidos de las anteriores. Se fueron incluyendo nuevos tipos de nubes, las descripciones técnicas de las propias nubes fueron siendo cada vez más precisas, y en la parte gráfica se fueron incorporando más y mejores dibujos y fotografías con explicaciones. La edición de 1987 era la última aparecida hasta el pasado 23 de marzo, y recogía del orden de un centenar de tipos de nubes diferentes, fruto de la combinación de las distintas especies y variedades nubosas catalogadas para cada uno de los diez géneros nubosos establecidos. El Atlas también recogía algunos rasgos suplementarios y nubes especiales.

Los diez géneros nubosos, con su denominación oficial en latín.
Los diez géneros nubosos, con su denominación oficial en latín.

Dos siglos después de Howard, la clasificación de las nubes parecía haberse completado. Sin embargo, en los treinta años transcurridos desde que apareció la 4ª edición del Atlas (año 1987), nuevas formaciones nubosas han ido siendo documentadas en diferentes lugares del mundo.

Gracias a la aparición de Internet y a la fotografía digital, miles de fotografías de esas nubes exóticas –como la famosa “Morning Glory” de Australia, o la espectacular capa nubosa con rugosidad que se bautizó inicialmente como asperatus–,  han gozado de una gran difusión, lo que obligó, hace tres años, a la OMM a mover ficha y a hacer una profunda revisión del Atlas, que ha culminado con la publicación –el Día Meteorológico Mundial de 2017– de la 5ª edición del sesudo tratado nuboso, con la particularidad de que en esta ocasión, por primera vez, ha aparecido  en versión electrónica (www.wmocloudatlas.org). Aparte de fotografías, incluye videos y numerosa documentación de cada una de las formaciones nubosas catalogadas.

Tabla tomada de la 4ª edición del Atlas Internacional de Nubes (Año 1987, reeditado en 1993), en la que aparecen todos los tipos de nubes contempladas hasta ese momento, sin las nuevas incorporaciones.
Tabla tomada de la 4ª edición del Atlas Internacional de Nubes (Año 1987, reeditado en 1993), en la que aparecen todos los tipos de nubes contempladas hasta ese momento, sin las nuevas incorporaciones.

En esta nueva edición del Atlas se ha incorporado una especie nueva llamada volutus, que incluye a las nubes en forma de rodillo (dotadas de rotación), cuyo máximo exponente es la citada “Morning Glory”. También se incluyen algunos rasgos complementarios no catalogados hasta ahora, como el espectacular fluctus. Se trata de una efímera ondulatoria nubosa, de aspecto similar a un tren de olas, asociada a un fenómeno conocido en dinámica de fluidos como inestabilidad de Kelvin-Helmholtz. Los citados asperatus, se incorporan al Atlas también como un nuevo rasgo suplementario llamado finalmente asperitas.

La famosa “Morning Glory” australiana, fotografiada desde el aire. En la nueva edición del Atlas Internacional de Nubes, esta nueva especie nubosa (nube en rodillo) se llama volutus.
La famosa “Morning Glory” australiana, fotografiada desde el aire. En la nueva edición del Atlas Internacional de Nubes, esta nueva especie nubosa (nube en rodillo) se llama volutus.
Ondulatoria nubosa asociada a una inestabilidad de Kelvin-Helmholz. Nuevo rasgo complementario denominado fluctus en la 5ª edición del Atlas Internacional de Nubes (2017).
Ondulatoria nubosa asociada a una inestabilidad de Kelvin-Helmholz. Nuevo rasgo complementario denominado fluctus en la 5ª edición del Atlas Internacional de Nubes (2017).

Entre las nubes especiales, se han incorporado aquellas debidas a las actividades humanas, y que pasan a calificarse como homogenitus. Un ejemplo lo tenemos en las estelas de condensación que dejan los aviones a su paso. Lo normal en una de esas estelas, cuando no se desvanece y queda su traza en el cielo, es que evolucione a un cirrus o un cirrocumulus. A partir de ahora, añadiremos a este nombre el citado apellido.

Capa de nubes rugosa. Este nuevo rasgo suplementario se denomina asperitas.
Capa de nubes rugosa. Este nuevo rasgo suplementario se denomina asperitas.

Otra exótica formación nubosa –antinubosa, más bien– que se incorpora al nuevo Atlas como rasgo suplementario es cavum. Se trata del hueco o cavidad que en ocasiones perfora una capa nubosa. Esos agujeros son ocasionados, a veces, por los aviones cuando al despegar de un aeropuerto atraviesan una de esas capas, disipando la nubosidad a su paso. En tales casos al cavum resultante le añadimos el calificativo de homomutatus.

Agujero en las nubes (llamado hasta ahora “hole-punch cloud”), que en el nuevo Atlas Internacional de las Nubes (2017) pasa a denominarse cavum. En esas cavidades es habitual que se forme un cirrus formado por cristales de hielo, del que precipitan parte de ellos (virga), tal y como se observa en esta fotografía tomada el 1 de diciembre de 2019 en Sacramento (California, EEUU). Fotografía: cnriver2000.
Agujero en las nubes (llamado hasta ahora “hole-punch cloud”), que en el nuevo Atlas Internacional de las Nubes (2017) pasa a denominarse cavum. En esas cavidades es habitual que se forme un cirrus formado por cristales de hielo, del que precipitan parte de ellos (virga), tal y como se observa en esta fotografía tomada el 1 de diciembre de 2009 en Sacramento (California, EEUU). Fotografía: cnriver2000.
Agujeros (cavum) y otras cavidades alargadas provocadas por el paso de aviones al atravesar una capa nubosa en la costa Este de los EEUU. Crédito: NASA Earth Observatory
Agujeros (cavum) y otras cavidades alargadas provocadas por el paso de aviones al atravesar una capa nubosa en la costa Este de los EEUU. Crédito: NASA Earth Observatory

El juego de las nubes es un pelín difícil, pero muy divertido. Por encima de cualquier otra consideración, las nubes están ahí para disfrutarlas y deleitarnos con ellas. No obstante tratar de entenderlas resulta igualmente estimulante. Si aprendemos a identificarlas daremos el primer paso previo a conocer un poco de la ciencia que las sustenta; de los mecanismos físicos que las generan y transforman. Muchas veces veremos en el cielo un único género nuboso; en tales casos no nos resultará difícil acertar su nombre. Si nos vamos aficionando al asunto, cada vez seremos capaces de identificar más especies y variedades nubosas del amplio muestrario que incluye el Atlas. La adicción al juego de las nubes ofrece un acercamiento amable al apasionante mundo de la Meteorología.

 



Por Divulgameteo, publicado el 31 marzo, 2017
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