España, ¿ajena a la ciencia?

Por Colaborador Invitado, el 3 mayo, 2017. Categoría(s): Divulgación

Las últimas semanas en España hemos oído hablar de ciencia. Por un lado, el día 18 de abril de 2017, la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT) publicó su VII Encuesta de Percepción Social de la Ciencia en España. Por el otro, el 22 de abril se celebró en todo el mundo la Marcha por la Ciencia, una manifestación global de reivindicación y apuesta por el papel que debe tener la ciencia en la sociedad del futuro.

La Encuesta de Percepción Social de la Ciencia en España es una estadística que se lleva realizando en España de forma bianual desde 2002. No sólo tenemos los datos actuales, sino que, además, con cada nueva edición se robustecen los parámetros estudiados longitudinalmente. Esto nos permite atribuir mayor validez a las tendencias que se observan.

Siendo así, es conveniente comentar los resultados más relevantes de la misma. Uno de los grandes titulares extraídos de tales datos es el que refleja un interés creciente por parte de la mujer en temas de ciencia y tecnología, con un aumento registrado del 38,4% respecto a los datos de 2014. Asimismo, habiéndose reducido ligeramente el interés mostrado por los hombres, ha encogido en más de la mitad la brecha de género que había entre hombres y mujeres, del 10,5 al 4,8%. Esta evolución parece ir en sintonía con el creciente debate y la reivindicación feminista que se extiende en los diferentes ámbitos de la sociedad española. La ciencia y la tecnología han sido campos tradicionalmente asociados a la figura del hombre, y es importante que esta tendencia se revierta y equilibre.

Fig. 1

Por otro lado, la ciencia y la tecnología suponen el sexto tema en cuanto a nivel de interés que despierta entre la población española. Y aunque a más de uno le sorprenda, se encuentra por encima de los deportes, la política, la economía y la empresa en esta clasificación. Además, la científica es la segunda profesión más valorada para la sociedad española, sólo por detrás de la profesión médica.

Todos estos datos son sin duda alentadores, pero analizando la totalidad del estudio, sin embargo, aparece en mí la sospecha de que la ciencia se ve todavía como algo ajeno. Es decir, parece ser que la sociedad española otorga un papel importante a la ciencia y valora la labor de los profesionales que se dedican a ella. Al mismo tiempo, los ciudadanos expresamos opiniones contrarias a este hecho, quizás recelosas, ante el mundo científico, según muestra la Encuesta.

Fig. 2

Para ejemplificar esta interpretación: las actividades relacionadas con la ciencia se sitúan a la cola de las actividades de ocio escogidas por los españoles (véase la tabla adjunta), aún más de un 44% piensa que su educación en ciencia es baja o muy baja y la ciencia no se considera una de las 5 primeras prioridades de inversión del gasto público. Por otro lado, si bien no es el campo con las mayores diferencias, la población también declara que su nivel de información es moderadamente inferior al de su interés en temas de ciencia y tecnología (3,12 puntos de interés frente a 2,79 de nivel de información).

Destaca también que, de los ciudadanos poco interesados en temas de ciencia y tecnología (un 29,6%), un tercio de ellos (33,1%) dice que es así porque no entienden la ciencia. Este es sin duda un punto para la reflexión, ya que es la principal causa de este desinterés. La mayoría de los no interesados lo son porque ven el mundo de la ciencia como otro lenguaje, algo extraño, quizás algo… circunstancialmente ajeno.

Fig. 3

Después de ver las gráficas es sencillo combatir este argumento esgrimiendo que en un porcentaje altísimo de los datos (y ahora hablo no sólo de los arriba mencionados, sino también del resto de la Encuesta) muestran mejoría progresiva año tras año, a favor de un mayor interés por la ciencia. A pesar de ello, creo que esto no debe ser motivo de conformidad. Casi al contrario, pienso que es el momento de ser más exigente y apostar porque esa tendencia positiva es aún insuficiente.

Quizás no sea un hecho sorprendente, pero la sensación de que nos es cada vez más difícil prever cuáles serán los futuros descubrimientos científicos parece haberse establecido. Basta con ver la controversia y el debate que generan las ideas innovadoras de Elon Musk. El más ambicioso de los proyectos en los que está trabajando, SpaceX, pretende hacer del transporte espacial una realidad sostenible en cuanto al tiempo y a los recursos. El plan completo incluye colonizar Marte y convertir a la especie humana en la primera civilización interplanetaria conocida.

Este es un ejemplo, pero podríamos comparar sus implicaciones y las incertidumbres que le acompañan, al desarrollo de la inteligencia artificial, la automoción autónoma o la investigación con células madre –y muchas otras aplicaciones STEM (de ciencia, tecnología, ingeniería, matemáticas)–. Como cualquier otra actividad que afecta a nuestras vidas, la ciencia trae consigo dilemas éticos y morales, miedos e inseguridades. Quizás por ello los datos demuestran que ha aumentado la convicción de que los perjuicios de la ciencia y la tecnología son mayores que los beneficios, tras años de tendencia positiva.

Entonces, ¿necesitamos de tal innovación? ¿De la investigación en ciencia y tecnología?

En mi opinión, la cuestión subyacente a todo debate sobre la inversión en ciencia es saber si consigue hacer mejores a las sociedades del mundo: más justas, más igualitarias, capaces de proporcionar un mayor bienestar a sus ciudadanos. Una forma que se ha designado internacionalmente a este respecto es el cálculo y la comparación del Índice de Desarrollo Humano (IDH). En palabras de la Oficina para el Desarrollo de Naciones Unidas: “es un indicador sintético de los logros medios obtenidos en las dimensiones fundamentales del desarrollo humano, a saber, tener una vida larga y saludable, adquirir conocimientos y disfrutar de un nivel de vida digno”.

Por tanto, tomando el IDH como referencia y asumiendo que como sociedad quisiésemos mejorar nuestros datos, parece pertinente comparar a España con otros países de IDH similar o superior. Estas naciones son, entre otras: Noruega, Australia, Suiza, Alemania, Dinamarca, Singapur, Holanda, Irlanda, Canadá, Reino Unido, Francia o Estados Unidos.

Efectivamente, cuando desde España pensamos en la mayoría de esos países, les atribuimos valores y comportamientos propios de sociedades más avanzadas, más modernas que la nuestra. Este grupo de naciones son también, según los datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), países que apuestan por la innovación y la inversión en investigación. Por tanto, sería interesante ver cómo gestionan su política de inversión en ciencia: si, en estas economías, la apuesta por la I+D garantiza un crecimiento económico que se traslade a lo social y a lo político para mejorar la vida de sus habitantes.

Uno de los indicadores más utilizados para describir la situación de la ciencia en un país es el porcentaje del PIB que se destina a la investigación, el desarrollo y la innovación. De 2005 a 2010 hubo una tendencia creciente en la inversión de nuestro gobierno en cuanto al porcentaje del PIB destinado a I+D, hasta llegar al máximo del 1,4% en 2010. Sin embargo, entre el periodo 2009-2013, se invirtió la tendencia. Tal fue el cambio que, dentro de los presupuestos para I+D+i de los gobiernos europeos, fue el español aquel que más recortó porcentualmente, disminuyendo esta inversión hasta en un 34,69%, muy lejos del resto de los países de nuestro entorno.

Fig. 4
Informe COSCE: Análisis de los gastos dedicados a I+D+i (PG46) contenidos en los Presupuestos Generales del Estado Aprobados para el año 2016.

Para intentar comprender el impacto real de estas medidas, recurrí al Science, Tecnhology and Industry Scoreboard de la OCDE, en su versión de 2015. Este informe es resultado del análisis de los datos de ciencia, tecnología e industria en los países que forman esta organización.

España no sale especialmente bien parada en muchas de las estadísticas e indicadores, pero tampoco esa es una conclusión válida: el objetivo de estos indicadores no es hacer una tabla de clasificación de los mejores países o dar relaciones causales, sino dar medios a los analistas para comparar economías de tamaños y/o estructuras similares y permitir su monitorización a lo largo del tiempo. De todas formas, la intención de la OCDE con la realización de estos informes también es la de recomendar ciertas estrategias de forma personalizada para cada país.

Para obtener mejores indicadores, la apuesta de la OCDE es clara: capital basado en el conocimiento, es decir, capital intelectual. Este término encierra varios conceptos, siendo el principal de todos ellos el triplete investigación, desarrollo e innovación (I+D+i), acompañado de otros valores como software, diseño y capital humano. El capital intelectual es considerado como una parte esencial de una nueva estructura económica necesaria para mejorar la productividad del país, y también el dato del PIB. Para ello, es precisa la innovación.

¿La inversión en I+D aumenta el PIB? Publicaciones del Fondo Monetario Internacional mostraron ya en el periodo 1991-1997 una relación significativa entre ambos parámetros dentro de los países de la OCDE[1]. Estos datos han sido reactualizados en 2015 por un meta-análisis de 49 estudios que se centraba en la Unión Europea (UE) y EE.UU. en busca de la misma correlación[2]. En esta nueva revisión del tema se confirmó una vez más la asociación entre estos dos parámetros, por lo que esta tendencia se ha mantenido durante más de 20 años.

Por tanto, resulta interesante comprobar cuál es la postura que toman en cuanto a la inversión en I+D+i los países con mejores datos de IDH. Como muestra el gráfico, España es el país que menor porcentaje de su PIB dedica a I+D+i junto con Italia y emplea a unos 6 investigadores por cada 1000 trabajadores, de forma que sólo mejora el dato italiano dentro de los países que tienen mejores índices de desarrollo humano.

Fig. 5

Si bien a partir de esta comparación no se puede extraer una evidencia fuerte, sí podemos establecer la hipótesis de que la apuesta por la Investigación y el Desarrollo es parte importante de los logros de los países con mejor IDH. De la misma manera, creo que nos permite plantear argumentos a favor de apostar por que la sociedad española se sienta menos ajena y más implicada en la ciencia. Una vez más, todo parece apuntar que el futuro que nos espera se escribirá en el lenguaje de las STEM, que tanto el mercado laboral como la escena social sufrirán muchos cambios en un futuro próximo, y que quien esté a la cabeza de la innovación estará mejor preparado.

Este tema es definitivamente complejo, y al igual que cualquier cuestión que trate del futuro, está lleno de incertidumbres y teorías, pero no por ello debemos dejar de buscar la mejor solución posible. Como ciudadanos, asociados o no con el mundo de la ciencia y la tecnología, siempre existe algo por hacer para contribuir: interesarse, quien nunca le ha dedicado tiempo; implicarse socialmente, quien esté ya comprometido.

INNOVATION BRIDGE 12 mayo 2017
INNOVATION BRIDGE 12 mayo 2017

Una buena opción para empezar, seas quien seas dentro de ese espectro, puede ser participar en Innovation Bridge: comunicando ciencia y sociedad. Es una jornada pública y gratuita en Madrid en la que se abordará el tema del papel de la ciencia en el futuro. Charlas sobre inteligencia artificial, comunicación, omniscópica y culturómica; una mesa redonda con divulgadoras científicas y un workshop y un open-mic para empezar de forma práctica la labor de tender puentes entre la ciencia y la sociedad. La iniciativa nace de quien escribe este artículo y sus colaboradores y colaboradoras, siete universitarios preocupados por esta situación que quieren generar una ola de cambio de forma innovadora: aventurándose a crear una comunidad y a aportar herramientas para los científicos y los no científicos que quieran abanderar el cambio por un futuro mejor.

Este artículo nos lo envía Álvaro de Vicente Blanco, alumno de medicina en la UCM, aficionado a la divulgación científica y las relaciones de la ciencia con otras disciplinas y uno de los organizadores del evento Innovation Bridge: comunicando ciencia y sociedad.

[1] ULKU, H. “R&D, Innovation and Economic Growth: An Empirical Analysis”, IMF Working Paper, September 2004, pág. 31.

[2] KOKKO, A; TINGVALL, PG; VIDENORD, J. “The Growth Effects of R&D Spending in the UE: A Meta-Analysis”, Economic e-Journal, (2015) 29, 22/04/2015, pág. 15



Por Colaborador Invitado, publicado el 3 mayo, 2017
Categoría(s): Divulgación