Un impensado lamehuesos

Por Colaborador Invitado, el 14 junio, 2017. Categoría(s): Biología • Medicina
Malaria in peripheral blood | Imagen Ed Uthman Flickr CC
Malaria in peripheral blood | Imagen Ed Uthman Flickr CC

Que algunos febriles parásitos llamados Plasmodium -responsables de una enfermedad y viejo problema de Salud Pública denominado Paludismo- aniden en células hepáticas o destruyan glóbulos rojos sin fatiga hasta la anemia son historias harto conocidas para la ciencia. Pero mucho menos difundida es aquella que acaban de relatar un grupo de científicos encabezados  por Cevayir Coban, investigadora de la japonesa Universidad de Osaka. En el último número de la revista Science Immunology los investigadores determinaron que además de consumados chupasangres, los citados gérmenes -o algunos de sus derivados para ser mas precisos- pueden ser terribles lamehuesos.

Expertos, y porqué no cineastas y escritores, han retratado y hecho conocer las manifestaciones clínicas agudas del paludismo. A veces dramáticas, con episodios febriles postrantes, convulsiones asociadas, y muertes lamentables por fallas en múltiples órganos. ¿Pero qué ocurre con aquellos que dan pelea desde el lecho de enfermo y no sucumben al Plasmodium? ¿Deben olvidarse del invasor o tener en mente que luego de eliminado el germen de la sangre pueden seguir los problemas? Las complicaciones crónicas del  Paludismo, menos espectaculares y noveladas, siempre han tenido menos microscopio y  prensa.

Los médicos saben por ejemplo que el diez por ciento de aquellos que han padecido malaria cerebral, y retornado de un coma profundo, suelen sufrir secuelas neurológicas diversas tales como ceguera, sordera, trastornos en el habla o en los movimientos. Algo por cierto muy frecuente de ver en niños, población en la cual además han notado un retardo en el desarrollo óseo y crecimiento –independientemente del estado nutricional- en aquellos que han padecido Paludismo.

Destrucción ósea

Gracias al estudio de ratones de laboratorio, Coban logró constatar que algunos productos de Plasmodium que afectan estos animales -diferentes a los parásitos que atacan habitualmente a humanos, pero útiles para crear modelos que facilitan una posterior extrapolación- ingresan al hueso. Desencadenan allí durante la fase aguda una respuesta inmunitaria de defensa. Una inflamación a nivel de la medula ósea que persiste de manera crónica, más de 90 días luego del inicio de la infección y mucho tiempo después de eliminado el parásito de la sangre. La arquitectura de un hueso en condiciones normales está sujeta a un continua remodelación. Por un lado entran en juego células conocidas como osteoclastos, asociadas a fenómenos de resorción, o eliminación del tejido óseo, y por el otro osteoblastos, células involucradas en la síntesis de nuevo hueso. En el equilibrio y armonía de ambas generalmente radica el mayor o menor desarrollo óseo. Los ratones crónicamente comprometidos por Plasmodium o sus derivados muestran en estudios de tomografías fémures con perdida marcada de tejido óseo en sus extremos.

Según Coban, inicialmente los Plasmodium bloquean tanto la producción como la eliminación del hueso. Atentan contra todos los procesos de remodelación ya en fases tempranas de la infección e inhiben el desarrollo del hueso. Luego se asiste a una recuperación en la función de los osteoblastos, que no llega a compensar el notorio incremento en la acción de los osteoclastos durante la fase crónica. La balanza se inclina entonces para el lado de la resorción y destrucción ósea.

Coban no encontró Plasmodium en el interior de los huesos pasada la batalla aguda. Pero sí algunos restos derivados del propio parásito. Específicamente hemozoina, producto residual generado por la interacción del parásito con la hemoglobina, una estructura transportadora de oxígeno presente en los glóbulos rojos sanguíneos. La acumulación ósea de hemozoina según los autores es responsable de desencadenar una respuesta inmune de defensa que no hace otra cosa que perpetuar una inflamación crónica local. Otros productos finales estarían involucrados, aunque en este estudio no fueron tipificados. Pero creen los científicos que bien podrían inundar el hueso de mediadores inflamatorios, al igual que lo sucedido con hemozoina. En ese entorno, los osteoclastos evidentemente se sienten como peces en el agua

Alfacalcidol, una buena noticia

Aunque existen reportes que vinculan al Paludismo con un incremento posterior en el riesgo de padecer ciertos tipos de cánceres llamados linfomas, las complicaciones crónicas de dicha enfermedad han sido crónicamente desatendidas. Pero hay una buena noticia en el trabajo aportado por los científicos de la Universidad de Osaka: ese proceso relatado a nivel de los huesos de los ratones revierte con la administración de un ya conocido guardián del tejido óseo. Ni más ni menos que alfacalcidol, un derivado de la vitamina D. Por si fuera poco, notaron que con dosis más altas este compuesto suprime el crecimiento del parásito.

Los medicamentos empleados habitualmente para el tratamiento de la fase aguda del Paludismo no han sido efectivos a la hora de prevenir o revertir complicaciones óseas en humanos. Nuevos estudios aportarán más evidencias acerca del efecto protector asociado a alfacalcidol. Deberán evaluar el impacto, en términos de seguridad y eficacia, tanto en niños como en adultos. Quizás en un futuro los médicos prescriban de manera rutinaria alfacalcidol asociado a antipalúdicos, máxime si se tiene en cuenta el efecto directo del primero sobre el  Plasmodium.

Según la Organización Mundial de la Salud diversas medidas epidemiológicas tomadas han tenido éxito a la hora de reducir el numero de personas que enferman o fallecen víctimas del Paludismo. Aún así constituye en la actualidad un importante problema de Salud Pública que abarca a 91 países del Planeta. Estadísticas de 2015 dan cuenta de 215 millones de casos que desembocaron en la muerte de 429000 personas. Cada dos minutos muere un niño por esta causa en el Globo. Quizás el trabajo de Coban sea un primer paso para contribuir a que dichos infantes lleguen a adultos y por supuesto con los huesos sanos.

 

Este artículo nos lo envía Fernando Fuentes. Nació en Argentina. Recorrió aulas de universidades y salas de hospitales tratando de emular a Hipócrates. También pasó algunas horas en un curso de periodismo científico en la Fundación Instituto Leloir, en la ciudad de Buenos Aires. Desde hace algunos años se dedica a la divulgación científica. Ha escrito numerosos artículos acerca de diversas temáticas científicas, siempre destinados al público en general. Publicó «Píldoras para No dormir» , una recopilación de artículos con tópicos de ciencia. Produce y conduce «El Tornillo de Arquímedes», un programa de divulgación científica que se emite por una radio de Argentina. Puedes seguirle en twitter.

Referencias científicas y más información:

Michelle S. J. Lee, Kenta Maruyama, Yukiko Fujita, et al. “Plasmodium products persist in the bone marrow and promote chronic bone loss” Science Immunology  02 Jun 2017: Vol. 2, Issue 12, eaam8093 DOI: 10.1126/sciimmunol.aam8093



Por Colaborador Invitado, publicado el 14 junio, 2017
Categoría(s): Biología • Medicina