Crónica de un eclipse total

Por El Navegante, el 3 septiembre, 2017. Categoría(s): Astronomía
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Pavillion, Wyoming (USA), 21 de agosto de 2017 | Autor: Sebastian Voltmer

Cuando planificamos un viaje, inevitablemente, imaginamos como será. El resultado acostumbra a ser muy diferente a aquella película que se había montado uno en su cabeza. Así ha sido en el viaje familiar de 10 días que realizamos con el objetivo principal de ver el eclipse total de Sol del 21 de agosto de 2017, el llamado «Great American Eclipse«.

Si os queréis saltar todo el relato, aquí tenéis nuestro vídeo del eclipse. Grabamos el ambiente, el único tipo de vídeo que os puede acercar a lo que es un eclipse total.

Algo con lo que uno contaba, si o si, era con un país volcado en el acontecimiento. Gran decepción a nuestra llegada a Nueva York el 16 de agosto, a 5 días del gran evento. Ni una sola mención por ningún lado. Y apenas algún cartel en el Hayden Planetarium que dirige el gran Neil deGrasse Tyson. E incluso allí, gafas para el eclipse agotadas y sin planes de reposición. ¡Qué contraste con el gran eclipse europeo del 99, en el que uno encontraba anuncios de fiestas del eclipse por doquier y gafas y camisetas conmemorativas en cualquier kiosko! Me llegué a preocupar pensando que no conseguiríamos las gafas especiales. Por suerte, visité un lugar mítico para mi, B&H Photo, tienda en la que años atrás había comprado material fotográfico. Me chocó leer que cerraban viernes tarde y sábado todo el día, mientras que el domingo abrían. Al llegar allí lo comprendí: los dueños y gran parte de los empleados son judíos. El descanso el sabbat. Como buenos comerciantes, estaban bien abastecidos de gafas y no paraban de vender paquetes de 5, al razonable precio de 12 $. Muy lejos de los 60 $ por 3 unidades que alcanzaron en Amazon.

Tras 4 noches en la ciudad de los rascacielos, donde parecía que el eclipse iba a tener lugar en otro planeta, tomamos, por fin, el vuelo a Charleston, lugar elegido para la observación. Sabía que los lugares ideales de observación estaban al oeste, pero cuando viajas 4, prima que no se dispare el presupuesto. Y así nos presentamos la mañana del 20 de agosto en la turística ciudad costera de Carolina del Sur, con un clima subtropical húmedo que nos regalaba una probabilidad de cielos cubiertos del %60. Optimista por naturaleza, uno siempre confía en la suerte. Pero los pronósticos eran tercos y anunciaban lluvias para la hora del eclipse. Nervios. ¿Acabaría en fracaso un viaje que llevaba más de 10 años en mi cabeza? Mi amigo Esteban Esteban, director del Aula de Astronomía de Durango siempre cuenta que el eclipse que más le ha sobrecogido fue el europeo del 99. Les tocó nublado y la oscuridad en pleno día fue más intensa que en otros eclipses. Quita, quita. Tras recorrer 10.000 km, ¡queríamos un eclipse con todos los extras!

Al menos contábamos con un coche de alquiler que habíamos apalabrado con un par de semanas de antelación. Ingenuo de mí, pensaba que al llegar allí no habría coches disponibles, por el furor del eclipse. Al ver el parking donde recogimos nuestro bólido, repleto, volví a chocar con la cruda realidad: poca expectación y pocos locos de los eclipses por la zona.

Aún así, a uno no le apetecía andar con coche ajeno por carreteras desconocidas. Y menos en uno automático. Y menos aún después del circo que monté para ir del aeropuerto al hotel. A pesar de haber conducido uno de estos años atrás, no recordaba lo de los pedales. A falta de embrague, dos pies para dos pedales. Pues uno para cada. Craso error. Hasta el día siguiente no se me hizo la luz y recorrimos las escasas 12 millas que separan el aeropuerto de la ciudad en casi una hora y a trompicones. Estáis avisados: con coche automático, os olvidáis de la pierna izquierda. Acelerador y freno con la derecha. Que sino, montáis un circo.

Un mensaje del día anterior en facebook de Damian Peach, posiblemente el mejor astrofotógrafo planetario del mundo, me hizo albergar la esperanza de no tener que mover coche. Se encontraba en Isle of Palms, muy cerca de mi ubicación. Y auguraba cielos despejados en la costa, tormentas en el interior. Poco me duró la alegría porque el 20 anunciaba ya que se había huido a Greenville, ciudad muy hacia el interior.

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Damian Peach y sus colegas, listos para el eclipse. Fuente: facebook

El Charleston real, por supuesto, resultó estar muy alejado del que tenía en mi cabeza. Esperaba la típica ciudad costera europea y me encontré, claro, con la típica ciudad sureña estadounidense: amplias calles, edificios coloniales de tres plantas tope y desparramada por una gran extensión de tierra.

Shutterstock
Fuente: Shutterstock

Lo imaginaba repleto, desde la víspera, de chalados con telescopios y llegados de todos los puntos del orbe. Quizá fuera así en otros lugares pero aquí, nada de nada. Eramos de los pocos bichos raros que habíamos caído en ese remoto lugar. Gafas difíciles de encontrar y a 5 $ la unidad. Ninguna fiesta preparada. Apenas menciones al eclipse, salvo un aviso de que el mercado estaría abierto ese día. Muy importante.

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Era el tercer eclipse al que acudía (dos solares y uno anular) y siempre imagino ese día plácidamente instalado en una llanura esperando a que llegue la hora, cubierto con un sombrero de paja. Esta vez tampoco iba a ser. Nos levantamos bien temprano. La NASA había avisado que habría colapso circulatorio en las carreteras ese día. Y ahí nos ves, saliendo de Charleston a las 7 am, con cara de tonto viendo que no había apenas tráfico. Por si acaso, tiramos millas, siguiendo la bendita  Interstate 26 que, amablemente, tenía el detalle de ir siguiendo, todo el rato, por los lugares por los que horas después transitaría la sombra de la Luna. Como no nos habíamos permitido el lujo de desayunar, a las 2 horas paramos en un 7-Eleven perdido por esos mundos. Con el cielo completamente despejado, nos relajamos y nos lo tomamos ya con más tranquilidad.  Y nos volvimos a sentir bichos exóticos. Los camareros no entendían cómo nadie podía viajar desde tan lejos para ver un eclipse. «En el momento del eclipse total salid y entonces lo entenderéis» les dije a despedirnos.

Bendito internet, Eltiempo.es nos ayudó a localizar nuestro lugar de observación: Clinton, South Carolina. A 172 millas (275 km) de Charleston y casi 3 horas de coche. Pronóstico: alguna nube en el momento de la totalidad, pero cielos despejados. Además, Damian Peach estaba por la zona. Garantía de buen sitio.

A media mañana llegamos, por fin, a nuestro definitivo lugar de observación. ¡Con ambiente eclipsero total! Incluso regalaban gafas para el eclipse y chicles «Eclipse»

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Gafas y chicles para todo el mundo en Clinton (South Carolina)

Previsores ellos, habían cubierto las farolas (que se encienden según va oscureciendo) con plásticos negros. Según se acercaba el eclipse, el cielo pasó de «despejado» a «nubes y claros». Comenzó la parcialidad y las nubes iban ganando terreno a los claros. Pero ya lo predijo el gurú Damian Peach: serán nubes de calor que se disipan según va bajando la temperatura. A 4 minutos de la totalidad, con un considerable descenso de la temperatura, el Sol permanecía medio escondido entre nubes. ¿Será posible que finalmente nos lo perdamos? Pues no. A falta de menos de 3 minutos para la totalidad, la nube se disipó por completo. Y el milagro ocurrió. En tales situaciones, uno se imagina a los antiguos alucinando ¿aterrorizados? cuando el Sol desaparece por unos instantes. Y se hace la oscuridad.

Es imposible trasladar lo que uno siente en esos breves instantes. No es oscuridad total. Es una extraña luz que solo se produce en esos casos. Hay que vivirlo. La caída de la luz es brutal cuando el Sol se oculta por completo tras el último fogonazo, el anillo de diamante. Había vivido dos eclipses solares (total y anular) anteriormente y esta vez decidí dejarme de cámaras y telescopios y disfrutar del momento. Dejé, eso sí, la cámara grabando, sobre trípode, para guardar recuerdo y mostrar, en la medida de lo posible, lo que sucede en esos pocos minutos antes y después de la totalidad. El resultado lo tenéis al principio del artículo.

Los compañeros de la Agrupación Astronómica Coruñesa Ío lo vivieron así desde Wyoming grabado por Oscar Blanco Varela con una Sony y gran angular de 15 mm:

Sobran las palabras. En esos sobrecogedores momentos a la mayoría le da por gritar, a otros por saltar, hay quien llora,… Hay que vivirlo.

No hay dos eclipses iguales. Este resultó mostrar una brillante corona y fue más luminoso que lo habitual. Y no permitió ver protuberancias a simple vista. Olvidaos de las magníficas fotos del eclipse que veréis por ahí. Están tomadas y editadas para mostrar cosas que el ojo no ve. Curiosamente, es una cutre foto tomada con un móvil lo que más se puede aproximar, lejánamente, a cómo se veía el Sol en la totalidad.

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¿Cómo fue la cosa en Charleston? ¡Mal, muy mal!:

Aunque en una ciudad tan extensa, parece ser que en alguna parte pudieron ver algo. Quizá más bonito, pues las nubes pueden atenuar la corona y mostrar el «sol negro«. Incluso quizá pudieran así ver las protuberancias a simple vista, aunque es difícil porque eran pequeñas. ¡Pero cualquiera se la juega a verlo entre nubes!

De regreso a Charleston, nos encontramos con algún otro chalado que era evidente en qué había andado esa mañana:

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Muchos no entienden que alguien sea capaz de desplazarse tan largas distancias para ver un eclipse total. Ved uno y hablamos…

Epílogo

El viaje lo completamos con tres días de visita en Washington. Además de los lugares típicos, había que visitar el Smithsonian National Air and Space Museum. Allí reposan grandes maravillas de la exploración espacial, en especial el módulo de comando Columbia, del Apolo 11, el ingenio en el que Armstrong, Aldrin y Collins regresaron de su viaje a la Luna. O reposaba. Preguntamos por el y nadie supo decirnos donde estaba. Algún monitor joven al que abordamos daba la impresión de no saber ni de qué le estábamos hablando. Increíble que gente así trabaje en un museo.

Uno de los días en Washington lo reservamos para visitar la otra sede del museo, el Steven F. Udvar-Hazy Center, cerca del aeropuesto Dulles y a 2 horas en transporte público del DC. La visita era obligada. Además de un Concorde y muchas maravillas más de la aviación, allí descansa el transbordador espacial que más misiones realizo, ¡el Discovery! E, intrigado del día anterior, pregunté a uno de los amables recepcionistas, que debían de tener todos la edad de jubilación pasada y estaban de medio voluntarios, por el módulo del Apollo 11. «You are are in the right place!» Me dijo risueño. Resulta que, por primera vez, el módulo va a salir de gira por todo el país. Y lo habían trasladado a este centro para su restauración. ¡Y se podía ver!

Ver desde un ventanal y a solas (muchas visitas en el museo, pero no informadas de que estaba aquí esta joya) mientras lo restauran, fue el colofón perfecto a un inolvidable viaje.

Apolo 11, módulo de comando Columbia. Steven F. Udvar-Hazy Center from Manu Arregi Biziola on Vimeo.

Y ¿qué fue de Damian Peach? Pues marcarse este pedazo de fotón, haciendo honor a su fama.

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Total Solar Eclipse (USA), 21 de agosto de 2017 | Autor: Damian Peach


Por El Navegante, publicado el 3 septiembre, 2017
Categoría(s): Astronomía