Educando a Ciro Peraloca (I)

Por Alfonso Araujo, el 6 septiembre, 2017. Categoría(s): #sinCiencia no hay futuro • Actualidad • Tecnología
16 Ciro Peraloca
© Disney (Duck Tales)

Primero que nada, supongo que debo explicar el título de esta serie a mis lectores españoles y latinoamericanos. “Ciro Peraloca” es el nombre con el que conocemos en México al personaje que está en la imagen: un cliché clásico del inventor entre genial y chiflado, que aparece en las tiras del Pato Donald. Busqué el nombre que se usa en España y me encontré con la infamia de “Ungenio Tarconi” y simplemente no pude usar esa barbaridad. Quizá algunos lectores latinoamericanos me dirán que es mucho más fiel su traducción de “Giro Sintornillos” y les doy razón, pero qué le voy a hacer, así lo conocí yo. Espero no tener algún lector brasileño que se ponga a abogar en los comentarios por su “Profesor Gorrión” o a un italiano defendiendo a “Arquímedes Pitagórico”. En general, a quienes me quiero referir es, ya lo imaginarán, a los inventores e investigadores que en sus laboratorios día tras día, heroicamente se dejan las pestañas tratando de imaginar nuevas formas de mejorar nuestras vidas, como buenas personas de ciencia que son.

Pues bien, recientemente he tenido el honor de empezar a colaborar con la Oficina de Transferencia de Tecnologías (OTT) del Tec de Monterrey, que es mi alma mater. Este proyecto pretende evaluar las docenas de asombrosas propuestas que científicos mexicanos están desarrollando en tecnologías de punta —biomédica, nanotecnología, energías renovables, robótica y muchos otros— y hacerlas pasar por un tortuoso proceso por medio del cual finalmente pueden ser presentadas a inversionistas potenciales. En mi caso, el acercamiento es con empresas y centros de investigación chinos, que tienen capacidad instalada, vastos recursos económicos y mercados masivos a su disposición, cosas que no son fáciles de encontrar juntas en México.

Y aquí entra lo de la educación de Don Ciro.

Para esto, he armado un equipo multi-disciplinario con una labor ardua y larga: educar a personas que tienen doctorados múltiples y son ampliamente reconocidas en sus campos,  pero… que no saben prácticamente nada del mundo, si se me perdona la hipérbole.

No empecé este proyecto ayer. Durante nueve años, cada vez que voy a México me dedico a recorrer los principales centros de investigación del país, en donde he visto cosas maravillosas. Por ejemplo: un método que podría evitar que millones de toneladas de granos al año sean destruidas por hongos; métodos de diagnóstico de cáncer instantáneos y no invasivos; pinturas que transforman cualquier superficie en una celda solar; tratamientos revolucionarios contra enfermedades como epilepsia; la lista es interminable. Pues bien, ni UNO solo de ellos podría el día de hoy presentarse con éxito ante un inversionista. ¿Por qué?

Porque no saben comunicarse.

Algo así, pero con una mamá menos paciente.
Algo así, pero con una mamá menos paciente.

Los científicos que he conocido en estos años, por supuesto, son gente doctísima; además, son personas con un idealismo encomiable, cada uno de ellos convencido de que debe tomar su conocimiento y desarrollar cosas que puedan “cambiar el mundo”. Y en verdad, aunque los muchos acuerdos de confidencialidad que he tenido que firmar no me permitan dar detalles extensos, sí que he visto cosas que podrían cambiar el mundo, en especial en las áreas de biotecnología y nanotecnología.

Pero lo que quiero discutir en esta serie no son los proyectos en sí. Seguramente en España y en Latinoamérica mis lectores conocerán proyectos similares. Lo que quiero discutir son las dos razones por las cuales no pueden llevarse a buen puerto. La primera, ya se imaginarán, es la triste falta de un “entorno de cultivo de la ciencia” (science-nurturing environment) que es una constante en muchos de nuestros países. Esto es que las investigaciones se quedan en los resultados técnicos, pero no se pueden llevar a la práctica por falta de recursos. Ahora bien, este problema por sí solo se puede conquistar: basta tomar el proyecto y llevarlo a lugares en donde estos entornos existen, como Norteamérica ó Europa y en mi caso, China y Hong Kong. Pero cuando se hace mal, contribuye al fenómeno conocido como “fuga de cerebros”: la investigación es comprada tal cual y el científico es contratado como un empleado más, para no volver a su país.

Hasta luego Lucas.
Hasta luego Lucas.

Con todos los problemas que eso conlleva, tampoco los tocaré, para enfocarme solamente en la segunda razón: los científicos son profundamente ignorantes de cómo deben hacer para comunicar y presentar sus proyectos a gente no especializada, y esto es agravado por dos cosas. Primero, que en su entorno inmediato no cuentan con equipos multi-disciplinarios que los ayuden; y segundo, que no existe un ambiente que dé prioridad a esta parte fundamental de la realización de proyectos científicos.

A lo largo de esta serie quiero tocar los temas relacionados con esta ignorancia que, por supuesto, no lleva ninguna connotación despectiva. La ignorancia no es el problema porque de hecho es normal que así sea; un biólogo molecular no tiene por qué ser experto en preparar escenarios financieros. Aquí el problema es el aislamiento y la gran distancia que existe entre el científico que encuentra una cura para el cáncer, y las personas que están en posición de ayudarlo pero que simplemente no entienden lo que está diciendo.

Es mi convicción —y la de la OTT— que en Hispanoamérica podemos tener también científicos exitosos, fundadores de empresas y sí, millonarios. Pero no lo pueden hacer solos: tienen que aprender bastante y el primer paso es aprender un idioma nuevo.

 

Siguiente entrega: el suplicio del Shark Tank, y el error de lenguaje de las presentaciones.