Inicio mi singladura divulgadora en Naukas con este artículo sobre la oveja más famosa: Dolly. Con ella cambiaron muchos aspectos de la biología, y con ella se reactivó el interés de la sociedad por la ciencia. Hoy en día costaría encontrar a alguien que no supiera o hubiera oído hablar nunca de Dolly. Hay un antes y un después de Dolly. De hecho, al hablar de los avances en biotecnología animal, frecuentemente se alude a dos épocas: b.D. y a.D., siglas en inglés de before y after Dolly (antes y después de Dolly). De Dolly, 21 años después de su nacimiento, y 20 años después de que el mundo la descubriera, tras aparecer en un artículo en la revista científica Nature, se podría pensar que ya está todo dicho. Yo creo que no es así.
El Nobel de Medicina de 2012 premió la reprogramación celular, destacando a John Gurdon, investigador británico pionero con sus experimentos de clonación en ranas publicados en 1966, y a Shinya Yamanaka, científico japonés que, cuarenta años más tarde, en 2006, describió los cuatro genes necesarios para inducir la conversión de cualquier célula del cuerpo en una célula troncal, pluripotente, indiferenciada, pudiendo posteriormente convertir éstas a cualquier otro tipo celular. Este galardón reconocía a dos investigadores fundamentales en la corta pero intensa historia de la medicina regenerativa. Pero este premio también pasará a la historia por ser uno de los más injustos que se recuerdan en biología, al haber olvidado a Dolly, el primer animal clonado a partir de células adultas, la oveja creada por investigadores del Instituto Roslin de Edimburgo.
¿Por qué olvidaron a Dolly en Estocolmo en 2012? ¿Por qué asociamos la oveja Dolly fundamentalmente al investigador escocés Ian Wilmut y no a la investigadora alemana Angelika Schnieke, desconocida para muchos y, sin embargo, la responsable directa de uno de los artículos más famosos de la biología del siglo XX? ¿Por qué se suicidó Keith Campbell, otro de los coautores principales del artículo, y el embriólogo que dirigió las investigaciones que culminarían con la generación de la oveja Dolly, el fin de semana previo a conocerse el premio Nobel de 2012?
Hay pocos avances científicos en biología que merezcan el calificativo de extraordinarios. Uno de los que indudablemente deben ser destacados es la creación de la oveja Dolly, nacida en Escocia, en el instituto Roslin, el 5 de julio de 1996, tras la sorprendente reconstrucción de embriones de oveja a partir de óvulos vaciados de su material genético y núcleos de células en cultivo derivadas de la glándula mamaria. Dolly es, en palabras del propio Ian Wilmut, director en 1997 del equipo que obtuvo Dolly en el Instituto Roslin, “el primer animal clonado a partir de células adultas. Punto.” Importante este matiz final (period) que recalca siempre Wilmut, buen conocedor de los múltiples intentos anteriores infructuosos de clonar animales.
En efecto, la clonación de animales había sido propuesta 60 años antes por Hans Spemann, un excepcional embriólogo alemán que recibió el premio Nobel en 1935 por descubrir el «efecto organizador» en el desarrollo embrionario, por sus investigaciones sobre una de las decisiones más importantes que debe tomar un embrión de vertebrado al desarrollarse, esto es, dónde va a aparecer la cabeza y dónde la cola, es decir, cómo se establece el eje antero-posterior del desarrollo. Spemann, a principios del siglo XX, en contra de la creencia mayoritaria en su época, pensaba que los embriones de los vertebrados, al desarrollarse a partir de una sola célula inicial y convertirse en los centenares de tipos celulares que coexisten en nuestro cuerpo no perdían elementos, factores (hoy diríamos genes, concepto que no existía todavía en aquellos años) sino que las diferentes clases de células optaban por utilizar factores distintos, según el tipo celular que correspondiera. Efectivamente, Spemann estaba en lo cierto, pero no podía demostrarlo. Hoy sabemos que el encendido y apagado de determinados grupos de genes dirige la especialización de las células hacia uno u otro tipo celular.
Entender cómo un embrión unicelular puede dar lugar, mediante división y diferenciación celular, a organismos tan complejos como cualquiera de nosotros sigue siendo la pregunta fundamental en biología del desarrollo. A finales del siglo XIX August Weismann y otros habían lanzado la teoría que, de todos los factores iniciales que debía tener el embrión de una sola célula inicialmente, ésta se iba desprendiendo de los que no necesitaba a medida que iba progresando en el desarrollo. Así, por ejemplo, una neurona habría perdido todo aquello que no le haría falta para ejercer la función como neurona. Por el contrario, una célula muscular perdería otros elementos, los que no le hicieran falta para comportarse como una fibra muscular. Era una teoría sencilla, que explicaba el milagro de la especialización celular que ocurría durante el desarrollo. Pero era una teoría errónea.
Spemann intuía que en realidad las diferenciación célular se establecía a partir de usar distintos conjuntos de factores (hoy diríamos, distintos genes, distintos programas de expresión génica) que determinan que una célula sea muscular, hepática o neuronal. La visión y el talento de Spemann le llevaron a imaginar un experimento imposible de realizar en los años 30. En 1938, Spemann razonaba lo siguiente: si se pudiera utilizar el núcleo de una célula adulta, diferenciada, especializada, para reconstruir un embrión, al no haberse perdido factores, este núcleo debería ser capaz de sustentar de nuevo todo el proceso de desarrollo y dar lugar a un nuevo individuo, que sería un clon de la célula adulta usada para obtener el núcleo. Experimento sorprendente donde los haya. Desafortunadamente Spemann no pudo realizar su experimento. En aquel entonces no existía la tecnología de transferencia de núcleos, que tardaría todavía 20 años en aparecer.
En los años 50 Briggs y King retomaron la propuesta de Spemann y desarrollaron la técnica de transferir núcleos de células para reconstruir embriones de ranas, logrando obtener por vez primera renacuajos a partir de la reconstrucción de embriones con núcleos de otras células embrionarias. Y se dieron cuenta que cuanto más especializada, cuanto más avanzada en el desarrollo era la célula de la que obtenían el núcleo para reconstruir los embriones, menor era el éxito del experimento. La técnica funcionaba muy bien con núcleos de células embrionarias, muy poco especializadas, pero los resultados positivos se complicaban o desaparecían al intentar usar células adultas.
Quince años más tarde el embriólogo británico John Gurdon popularizó el uso de las ranas africanas (Xenopus laevis) en biología del desarrollo. Estas ranas, a diferencia de la rana común (Rana temporaria) utilizada por Briggs y King, cuya producción de óvulos era estrictamente estacional, respondían todo el año a la activación hormonal, lo cual permitía producir muchos más óvulos y reconstruir muchos más embriones para optimizar la técnica. Con estos avances John Gurdon consiguió, a partir de núcleos de células embrionarias/larvarias de renacuajos, no solo obtener otros renacuajos sino ranas adultas, clónicas, que se reprodujeron a su vez normalmente. Estos resultados, ciertamente espectaculares, merecieron la portada en la revista Nature en 1966 y, a la postre, serían los que le servirían a Gurdon para obtener el premio Nobel de Medicina en 2012. Sin embargo, ni Briggs, ni King, ni Gurdon habían logrado, sensu stricto, demostrar el postulado de Spemann. En todos los casos se habían utilizado núcleos de células embrionarias, de larvas, que ya sabíamos desde los tiempos de Briggs y King que parecían retener la capacidad de sustentar el desarrollo en embriones reconstruidos. En ninguno de estos casos estos investigadores usaron núcleos de células adultas, especializadas. Ese era el reto que quedaba por resolver. Y ese era el desafío que se propusieron acometer y superar en el instituto Roslin, bajo la dirección de Ian Wilmut.
Cuando nació Dolly, Ian Wilmut llevaba ya más de 15 años investigando con embriones de mamífero fenómenos como el de la reprogramación nuclear, intentando clonar animales de granja, ovejas en concreto, de interés ganadero y biotecnológico, mientras financiaba sus experimentos con proyectos que perseguían mejorar las técnicas de producción de ovejas transgénicas, de ovejas modificadas genéticamente, cuya eficiencia, paupérrima, oscilaba entre un 0.5 y 5%. La gran mayoría de embriones de oveja modificados genéticamente y luego transferidos para su gestación no lograban dar lugar a corderos transgénicos. La utilización de núcleos de células previamente modificadas genéticamente garantizaría que los embriones reconstruidos con aquellos darían lugar, siempre, a ovejas transgénicas, razonaba muy oportunamente Wilmut.
Durante todos esos años de estudios incrementales, avanzando paso a paso en la comprensión de los momentos iniciales de la vida de un embrión de mamífero, se investigaron muchos caminos, la mayoría de manera infructuosa. No sería hasta 1996, un año antes de que apareciera el artículo de Dolly, cuando Keith Campbell, otro de los investigadores embriólogos del Instituto Roslin, liderara otro artículo, también en Nature, aunque mucho menos famoso que el Dolly, donde presentaba las ovejas Meran y Morag, obtenidas tras reconstruir embriones con núcleos de células embrionarias de oveja en cultivo, denominadas TNT (por totipotentes para la transferencia nuclear, en sus siglas en inglés), obtenidas por Jim McWhir, especialista en células troncales (células madre) embrionarias y coautor también del artículo de 1996 y del de Dolly. Efectivamente las células TNT eran la bomba. Podían mantenerse en cultivo y podían usarse para reconstruir embriones y dar lugar a otras ovejas. Pero no. Aunque el uso de núcleos de las células embrionarias TNT supuso un avance tecnológico colosal, lo cierto es que seguía sin haberse dado cumplida respuesta al experimento propuesto por Spemann. Seguían usándose células embrionarias, no especializadas, para reconstruir, con éxito (eso era más que evidente), embriones de mamífero.
En el Instituto Roslin se había fundado pocos años atrás una empresa biotecnológica: PPL Therapeutics, inicialmente encargada de explotar los posibles beneficios derivados de Tracy, y sus descendientes. Tracy era una oveja transgénica que acumulaba una proteína humana del plasma, la alfa-1-anti-tripsina, en su leche en cantidades muy significativas. El responsable científico de la empresa era Alan Colman, que conocía muy bien los experimentos de transferencia nuclear y clonación dado que había realizado su tesis doctoral con John Gurdon. Durante una comida en el Instituto Roslin, Angelika Schnieke, quien, junto a su marido Alex Kind, se habían incorporado en la primavera de 1992 a la empresa PPL Therapeutics, conversaban con Jim McWhir sobre los buenos resultados obtenidos por éste con Keith Campbell con las células TNT y sobre las gestaciones que estaban ya en curso (que acabarían por convertirse en Meran y Morag). Jim McWhir le propuso a Angelika Schnieke usar células embrionarias, modificadas genéticamente, para generar ovejas clonadas mediante transferencia nuclear que pudieran servir para producir proteínas de interés biomédico. Angelika Schnieke estuvo de acuerdo, Alan Colman aceptó y se encargó de proporcionar los fondos necesarios para los experimentos. Acababa de establecerse el inicio de unos experimentos que, con el tiempo, llevarían al nacimiento de Dolly, financiados por PPL Therapeutics y realizados bajo la dirección científica de Jim McWhir, y en colaboración con el embriólogo Keith Campbell, investigador del Instituto Roslin del equipo dirigido por Wilmut.
Tal y como lo cuentan Bill Ritchey y Karen Walker, especialistas en la microinyección de embriones y en transferencia nuclear, estos recibían periódicamente células embrionarias de oveja, que preparaba Schnieke, que utilizaban para extraer sus núcleos y reconstruir embriones con ellos. Schnieke había aprendido de McWhir cómo obtener las células embrionarias de blastocistos de oveja. Pero un día las células embrionarias se contaminaron, se echaron a perder. Si se hubiera tratado de óvulos de rana o de ratón, asequibles y fácilmente obtenibles, probablemente el experimento se hubiera detenido, los óvulos simplemente no se hubieran usado y se habrían desechado, hasta esperar otro día de microinyección en el que pudiera haber células embrionarias disponibles. Pero obtener óvulos de oveja ni es fácil ni es asequible. Por eso pensaron en la manera de aprovecharlos.
En la empresa PPL Therapeutics disponían de unas células de glándula mamaria de oveja, muy especializadas, cuyos núcleos decidieron usar para la reconstrucción embrionaria. Angelika Schnieke, y probablemente Keith Campbell, sospechaban que las células TNT no eran tan pluripotentes como inicialmente parecían. Eran ya células diferenciadas, pero sin embargo funcionaban bien para la reconstrucción de embriones mediante transferencia nuclear. Schnieke conversó sobre estos resultados con Alex Kind, quien estaba trabajando en células de glándula mamaria, como un modelo in vitro para validar la expresión de genes específicos de glándula mamaria. Si unas células embrionarias, ya algo diferenciadas, funcionaban para la reconstrucción de embriones quizás también otras células, mucho más diferenciadas, como las de glándula mamaria, podrían funcionar también. Schnieke le propuso la idea a su jefe en la empresa, Alan Colman, quien inicialmente impuso su escepticismo sobre el resultado del experimento y no le dió permiso a Schnieke para usarlas, pero, ese día en el que se perdieron las células embrionarias por contaminación, Schnieke le volvió a mencionar a Colman la existencia de las células de glándula mamaria, como una manera de aprovechar los embriones, y finalmente aceptó y aprobó que se realizara el experimento. El propio Wilmut era igual de escéptico que Colman sobre el posible éxito del experimento con las células de glándula mamaria, pero dado que era PPL Therapeutics la que financiaba los experimentos aceptó que el Instituto Roslin se involucrara en el proyecto. Finalmente se usaron ese día, 8 de febrero de 1996, unas células adultas para reconstruir embriones de oveja por transferencia nuclear. Ni Colman ni Wilmut creían en el éxito del experimento. Solamente Kind y, por supuesto, Schnieke, confiaban en estar en lo cierto. Y aproximadamente cinco meses después nacía Dolly, derivada del único embrión de casi 300 embriones que sobrevivió a la transferencia nuclear, la gestación y el nacimiento. Un experimento que funcionó una única vez con éxito, pero que revolucionó la biología a finales del siglo XX. El resto es historia.
Dolly fue el primer animal clonado a partir de una célula adulta. Casi 60 años después que Spemann imaginara el experimento imposible éste se hizo realidad en el Instituto Roslin. Por si quedaba alguna duda en 1996, el nacimiento de Dolly demostró, de manera inequívoca, que el núcleo de una célula especializada (como las que se usaron, derivadas de la glándula mamaria) era capaz de sustentar, de nuevo, todo el desarrollo embrionario, hasta dar lugar a un nuevo individuo adulto. Este era el experimento del siglo. Un hito en la historia de la biología del desarrollo. Un hallazgo que, combinado con el de las primeras células troncales pluripotentes embrionarias humanas, ocurrido en 1998, catapultó el desarrollo de la medicina regenerativa.
Entonces, ¿cómo pudo suceder que la academia Karolinska olvidara a Dolly en 2012? ¿Por qué se remontaron a los experimentos realizados con ranas por Gurdon, 30 años antes de que naciera Dolly (unos experimentos que no tenían la misma relevancia)? ¿Qué pudo ocurrir para que un resultado tan impactante no obtuviera el preciado galardón? Esta es la otra cara de Dolly.
A veces tendemos a olvidar que los científicos somos también personas. Con nuestros sueños, nuestras manías, nuestras ambiciones, nuestras envidias, nuestras virtudes y nuestros defectos. Es decir, como cualquier otra persona. No somos ni peores ni mejores. Ante un momento ¡eureka! tan brutal, como el que se debió vivir en el Instituto Roslin en 1996, ante tal grado de excitación como debió provocar el nacimiento de Dolly, con todo lo que significaba, resulta humano pensar que quizás no todas las personas implicadas reaccionaron como cabría esperar. Las emociones, de todo tipo, pudieron adueñarse de las decisiones que se tomaron. Las que, muy probablemente, a la postre, condicionaron la triste historia de unos resultados y de una publicación que debió haber sido premiada con el Nobel en 2012.
Dolly era el trabajo experimental de la investigadora Angelika Schnieke, realizado bajo la dirección científica de Jim McWhir, experto en las células embrionarias de oveja, en el que colaboró Keith Campbell, embriólogo del propio Instituto Roslin que fue a quien se le ocurrió poner las células «en ayunas» (eliminar el suero fetal animal del medio de cultivo) antes de utilizarlas para los experimentos de clonación, para sincronizarlas y para que se tornaran quiescentes, lo cual las hacía especialmente adecuadas para los experimentos de transferencia nuclear. También colaboró en el trabajo Alex Kind, experto en las células de glándula mamaria que se usaron para reconstruir Dolly, de la empresa PPL Therapeutics. Y todo ello con el beneplacito de Alan Colman, director científico de PPL Therapeutics. Los experimentos se abordaron en el departamento que dirigía Ian Wilmut, el mismo investigador que llevaba un montón de años tratando de resolver el reto de Spemann. Los embriones fueron reconstruidos por Bill Ritchie (que ya había sido coautor del artículo en Nature de 1996) y por Karen Walker, y el equipo de veterinarios del instituto se encargó de la transferencia y de monitorizar y atender la gestación de la oveja que pariría a Dolly. Normalmente, el trabajo resultante hubiera tenido como primera autora a Angelika Schnieke (era su tesis doctoral a fin de cuentas, y la responsable del trabajo experimental), seguida de los diversos colaboradores que contribuyeron al nacimiento de Dolly (Alex Kind, Bill Ritchie,…) y la lista de coautores debería haber concluido con Ian Wilmut, Jim McWhir y Keith Campbell, reconociendo la dirección científica del trabajo para McWhir y Campbell, y el apoyo y ayuda de Wilmut en todo el proceso.
En lugar de todo eso lo que ocurrió es que Wilmut, convencido de la trascendencia del experimento, tomó las riendas del trabajo, escribió un primer borrador centrado en los aspectos técnicos del nacimiento de Dolly y lo presentó al resto de colaboradores, insistiendo colocarse el mismo como primer nombre de la lista de autores. Schnieke y Kind cambiaron la orientación del artículo, resaltando la reconstrucción exitosa, por vez primera, de un embrión de mamífero a partir del núcleo de una célula adulta. Colman y el resto de autores aceptaron el cambio y Wilmut lo incorporó finalmente, pero se mantuvo como primer autor del trabajo. Schnieke y Kind, empleados de PPL Therapeutics, bajo las indicaciones de Colman, aceptaron las posiciones que les asignaron, puesto que para la empresa el orden no era importante, aunque sí el ser parte del trabajo. Angelika Schnieke siempre ha estado agradecida de haber sido coautora del trabajo que marcó su vida profesional. Wilmut, a quien tengo el honor de conocer personalmente, como a la mayoría de autores del artículo, es un gran investigador y un gran tipo, pero probablemente no estuvo del todo acertado ese día. Esa insistencia suya en empeñarse en ser el primer autor del artículo implicaba que Campbell pasaba a ser el último autor y, desafortunadamente, que Angelika Schnieke, llamada a ser la primera autora del trabajo, pasaba a ocupar un silencioso segundo puesto que la condenaría rápidamente al olvido, más allá de los especialistas del campo (¿quién se acuerda de los segundos autores o autores intermedios de los trabajos?). A diferencia del artículo de 1996, las personas responsables del paso crucial en el proceso de creación de Dolly, la enucleación de los óvulos de oveja, la transferencia nuclear y la reconstrucción embrionaria con núcleos de células de glándula mamaria, Bill Ritchie y Karen Mycock (hoy Karen Walker), no fueron incluidos en la lista de coautores, y sus nombres aparecieron solamente en la sección de agradecimientos que suele acompañar la parte final de cualquier artículo científico. Y, claro, ocurrió lo previsible. Dolly se convirtió rápidamente en el experimento de Wilmut. Y fue el propio Wilmut quien atendió a la prensa y estuvo presentando los resultados de Dolly por todo el mundo los años posteriores. El resto de autores quedaron prácticamente silenciados. El primer disgustado fue Keith Campbell, quien poco después abandonaría el Instituto Roslin para no regresar.
Años después de la publicación de Dolly, Wilmut fue denunciado por otro investigador del Instituto Roslin, de origen asiático, que fue despedido y acusó a Wilmut de discriminación racial, acoso y de haberse apropiado de sus ideas (no relacionadas con el trabajo de Dolly). Wilmut tuvo que acudir a juicio y, durante el mismo, el abogado del denunciante le preguntó también sobre la autoría del experimento de Dolly. Wilmut tuvo que admitir públicamente que no había participado en el desarrollo de la tecnología ni en los experimentos que dieron lugar a Dolly, y que apareció como primer autor del trabajo tras acordarlo previamente con Keith Campbell. También admitió que el 66% del crédito por el experimento de Dolly le correspondía a Campbell, y, finalmente, lo que probablemente le causaría los mayores problemas, admitió que la frase «yo no creé a Dolly» era precisa. Sir Ian Wilmut, que había sido investido con el título honorífico de Sir por la propia Reina Isabel II, estuvo a punto de perderlo a raíz del juicio y las polémicas y debates que acompañaron al artículo. Finalmente Wilmut perdió el juicio al determinar el juez que el despido había sido improcedente pero no se demostró la acusación de discriminación racial. El investigador implicado, junto con otros, lideró una campaña para explicar como Wilmut se había aprovechado del trabajo de otros, usando el ejemplo del artículo de Dolly para ilustrar su proceder.
Llegados a este punto empieza a resultar algo más comprensivo por qué quizás ni Dolly ni los investigadores del Instituto Roslin estuvieron entre los premiados con el Nobel de Medicina de 2012. Si hay algo que evitan a toda costa en la Asamblea Nobel del Instituto Karolinska son los escándalos. Quizás ahora se entiende mejor por qué en Estocolmo optaron por dejar fuera al equipo de Roslin, una decisión a todas luces injusta desde el punto de vista científico, pero quizás consecuencia de las polémicas que se precipitaron tras la publicación del artículo de Dolly. Una verdadera lástima. Un descubrimiento científico excepcional, llamado a recibir el mayor de los galardones, sin embargo denostado e ignorado por razones extra-científicas. Quien sabe si el clamor actual para que las herramientas CRISPR sean destacadas con un premio Nobel pueda estar ya comprometido por la explícita batalla legal que mantienen la Universidad de Berkeley y el Instituto BROAD del MIT por los derechos de las correspondientes patentes.
Todavía hay que añadir un par de notas tristes a esta historia. Keith Campbell tocó el cielo con Dolly y este fue, sin ningún género de dudas, el punto más alto de su carrera científica. Al poco tiempo Campbell aceptó una generosa oferta, primero en PPL Therapeutics y poco después, una cátedra en la universidad de Nottingham, donde continuó estudiando la reprogramación celular, en un centro de medicina regenerativa. Nunca volvería a tener un resultado tan impactante como el de las células TNT o el de Dolly. Campbell continuó estudiando animales clonados, como Dolly, otras ovejas que generó, aunque no llegó a ver publicado el resultado final de sus estudios. Campbell se suicidó el 5 de octubre de 2012, colgándose en su domicilio, tres días antes de que se hiciera público el veredicto desde Estocolmo, que dejaba fuera del premio Nobel de Medicina al equipo de Dolly. Es demasiado tentador no correlacionar ambos hechos. No está claro si Campbell pudo conocer quienes iban a ser premiados antes de hacerse públicos. Campbell sabía perfectamente la trascendencia del experimento de Dolly y probablemente soñaba que, si alguna vez la clonación fuera premiada con un Nobel, el equipo de Roslin estaría representado. No fue así. Lo cierto es que no sabemos a ciencia cierta por qué se suicidó. No hubo nota escrita y se especuló con que fue una muerte accidental tras un estado de embriaguez. En 2013 asistí a una conferencia en el lago Tahoe, al norte de California, donde Bruce Whitelaw, que sucedió a Ian Wilmut como director de la división de Biología del Desarrollo del Instituto de Roslin, recordó el trabajo y las contribuciones muy relevantes de Keith Campbell en embriología y su papel fundamental en el nacimiento de Dolly. Fue un homenaje emotivo y muy sentido por todos.
Hace un par de meses hemos conocido la muerte de otro coautor del artículo de Dolly. Jim McGuir, ya retirado, vivía en su barco Rona, con el que solía navegar por la costa oeste de Escocia. Fue encontrado muerto en su interior, sin síntomas de violencia. Probablemente una muerte natural o un accidente desafortunado. Pero lo cierto es que dos de los autores fundamentales del artículo de Dolly han fallecido. El principal autor, Ian Wilmut, dejó el Instituto Roslin para fundar y dirigir el Centro de Medicina Regenerativa en Edimburgo, donde sigue trabajando, aunque tenga ya cerca su retiro. Y la investigadora que era la responsable del trabajo experimental de Dolly, Angelika Schniecke, tras su paso por PPL Therapeutics, obtuvo un trabajo en Alemania, donde regresó con su marido, Alex Kind (también coautor del artículo de Dolly), para dirigir el departamento de Biotecnología Animal y liderar un equipo de investigación en la Universidad Técnica de Munich, especializado en la generación de cerdos modificados genéticamente, cerdos clonados por supuesto, para el estudio de diversos tipos de cáncer y su posible utilización en xenotransplantes. Es una investigadora excepcional, líder y reconocida en su campo. Antes de trabajar en PPL Therapeutics entre 1992 y 2003 Angelika Schnieke estuvo trabajando muchos años para Rudolf Jaenisch, uno de los pioneros de la transgénesis animal y un investigador fundamental en infinidad de tecnologías embrionarias. Sin ningún género de dudas se puede decir que Angelika Schnieke ha triunfado en su carrera científica, y que una buena parte del éxito de la misma se lo debe al experimento con Dolly. Poco después de Dolly, Schnieke lideró un segundo trabajo del equipo de Roslin y de PPL Therapeutics, que se publicó en la revista Science a finales de 1997, en el que demostraban que era posible clonar una oveja a partir de una célula embrional modificada genéticamente, dando lugar a una oveja clonada y transgénica. La primera oveja con estas características fue Polly, y de nuevo la investigadora responsable fue Angelika Schnieke quien, esta vez sí, ocupó la primera posición en la lista de autores del artículo. Ese segundo trabajo sí incluía entre sus autores a los técnicos embriólogos Bill Ritchie y Karen Mycock (hoy Karen Walker) y terminaba con los nombres de Wilmut, Colman y Campbell, por este orden, mucho más lógico que el artículo de Dolly. PPL Therapeutics continuaría activa como empresa hasta 2004, cuando una serie de decisiones y acontecimientos la llevaron a declararse en bancarrota y vender sus activos.
Como en otros ámbitos de la vida, solemos decir coloquialmente que “padres” de cualquier desarrollo o avance puede haber muchos, pero “madre” solo hay una. En el caso de Dolly los padres serían Keith Campbell e Ian Wilmut, entre muchos otros, y la madre sería, claro está, Angelika Schnieke. La próxima vez que os preguntéis quién es esta investigadora que aparece como la presidenta del jurado de Biomedicina de los prestigiosos premios Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA y descubráis que se trata de Angelika Schnieke ya sabréis qué responder: es la madre de Dolly.
Nota: quiero agradecer a Angelika Schnieke y a Bruce Whitelaw sus comentarios, correcciones y recuerdos de aquellos momentos históricos en el Instituto Roslin para la preparación de este artículo.
Barcelona (1963). Biólogo de educación, genetista de formación y biotecnólogo de profesión. He trabajado en Barcelona, Heidelberg y, desde 1997, en Madrid. Investigador científico del CSIC en el Centro Nacional de Biotecnología (CNB), investigador del CIBER de Enfermedades Raras (CIBERER-ISCIII). Utilizo modelos animales modificados y editados genéticamente, con las herramientas CRISPR, para entender y desarrollar posibles terapias para el albinismo. Además de la investigación, me apasiona la bioética y la divulgación.