La fantástica historia de los experimentos mentales (V)

Por Alfonso Araujo, el 3 octubre, 2018. Categoría(s): Historia • Personajes

En entregas anteriores de esta serie hemos hablado de la importancia de los experimentos mentales como vehículos para lograr “revelaciones” interesantísimas que de otra forma no podríamos lograr, en campos tan variados como física, filosofía, lógica y visualización. En otro lado hablamos también del que es quizá el experimento mental más radical de todos: aquél en el que Einstein imagina cómo dos relojes se desfasan cuando se mueven a velocidades cercanas a la de la luz. Este experimento le dio las bases nada menos que para proponer su Teoría Especial de la Relatividad.

Hoy seguimos con la historia de estos ejercicios abstractos, con el experimento llamado “La Estatua de Condillac”.

 

El conocimiento

Desde los principios de la estructuración del estudio filosófico con los griegos, una de las partes más importantes es la Epistemología; esto es, la Teoría del Conocimiento. Las preguntas que se hace la epistemología son relacionadas a qué es el conocimiento en sí mismo: cuál es su origen y su naturaleza, sus métodos y sus límites. Este cuestionamiento ha sido fuente de incontables avances en nuestros sistemas filosóficos a lo largo de la historia y en épocas recientes, es tema fundamental en la filosofía de las matemáticas, la neurociencia y la sicología.

Una noción que duró por siglos es aquella que dice que gran parte del conocimiento que tenemos es nato; o sea que nacemos con él y lo vamos “redescubriendo”. Las concepciones religiosas favorecían esta idea, acercándola a la chispa ó semilla divina; pero con el tiempo y sobre todo a partir de la Revolución Científica, la idea fue encontrando más y más resistencia. Veamos algunas figuras importantes que prefiguran nuestra historia.

 

Los pensadores

Claramente ya desde la Antigüedad hubo pensadores que se opusieron a la idea de conocimiento innato, pero a partir de Galileo (1564-1672) y su revolución del pensamiento de investigación y objetividad, las opiniones se multiplicaron en contra de la idea.

Descartes (1596-1650) y Spinoza (1632-1677), en esa misma época, fueron dos grandes mentes que apoyaban la idea de conocimiento innato, ó bien de una “sustancia sutil” que le daba forma.  El gran Leibniz (1646-1716) propuso su idea de las “mónadas”: esencias últimas de las cosas y que prefiguraban algo que él llamaba una “armonía predefinida” que conformaba el conocimiento. Kant (1724-1804), con sus exploraciones altamente idealizadas de la filosofía y el conocimiento, dio también formalismo a ideales que incluso llamó necesarios.

Contra estas teorías surgió en Inglaterra el movimiento racionalista de los “sensorialistas”, liderados por John Locke (1632-1704) y su heredero David Hume (1711-1776), así como en Francia por Voltaire (1694-1778) aunque en un estilo menos formal. Su idea básica es que ningún conocimiento es innato y todo se compone exclusivamente por impulsos sensoriales y experiencias, así como de las reflexiones que surgen a partir de ellos.

Este debate duró décadas y más adelante aún, científicos experimentales empezaron a crear una síntesis, aunque no todos lo hicieron. Heinrich Hertz (1857-1894) creía que las leyes del pensamiento eran un dote natural de la mente, mientras que  Ludwig Boltzmann (1844–1906) se ponía más darwiniano:

Nuestras leyes natas del pensamiento son prerrequisito para la compleja experiencia humana, pero no lo fueron para criaturas más simples. Se desarrollaron con lentitud, al principio con experiencias simples, y fueron pasadas a criaturas cada vez más complejas. Esto puede explicar por qué estas leyes contienen juicios sintéticos adquiridos por nuestros ancestros y que para nosotros son innatos ó a priori. Pero esto sólo quiere decir que son persuasivos, no que son infalibles.

Darwin pensaba que es la imaginación la que nos permite trascender los procesos que pudiesen ser innatos: la imaginación nos permite realizar procesos de prueba y error en el pensamiento, de modo que “sea la razón y no la muerte la que rechace intentos fallidos.”

 

El experimento

Étienne Bonnot de Condillac (1714-1780) vivió al principio del debate y su convicción estaba con los sensorialistas, Locke y Hume, pero sus reflexiones lo llevaron más allá y terminó por rechazar algunas de esas propuestas. Su idea es que las sensaciones debían investigarse de forma separada, luego ver cómo interactúan, y además en combinación con procesos importantes de la creación de la conciencia. Su conclusión fue que todo conocimiento es meramente “sensaciones transformadas”. Para esto, en su más importante obra, Traité des sensations, imaginó una estatua que cobra vida, pero no de un solo golpe al estilo de Pigmalión, sino paulatinamente:

La estatua tiene un “alma humana” (facultades de conocimiento), pero nunca ha recibido sensación ni idea alguna. Como primer paso, el autor “abre” su sentido del olfato, que es el que considera que menos aporta al conocimiento humano. Así, ante su primera sensación de olor, la estatua fija toda su conciencia en ella: este movimiento de la conciencia es la Atención. Las sensaciones de olor irán produciendo placer o repulsión y es esta dualidad la que irá formando el principio rector de sus operaciones mentales; estas operaciones duales son el primer estado de la conciencia. El segundo estado es la Memoria de las sensaciones, a la que Condillac describe diciendo que “la memoria no es sino una forma de sentir.” De la memoria se pasa a la Comparación entre sensaciones; Condillac dice que “la comparación no es sino dar atención a dos cosas a la vez.” Y aquí el paso más importante: “en cuanto la estatua tiene la facultad de comparación, tiene la facultad de juicio.”

Tras pasar por estas fases, las comparaciones y los juicios se vuelven una actividad normal, que van formando patrones y asociaciones de ideas, y de las comparaciones entre memorias surge el siguiente nivel: el Deseo. Tras esto, Condillac propone que el deseo determina las operaciones mentales, estimula la imaginación y crea las pasiones. Todas estas cosas no son todavía más que sensaciones transformadas a niveles más y más altos de conciencia. En los siguientes capítulos, el autor va “abriendo” los demás sentidos: oído, tacto, vista; y los va combinando, para ilustrar cómo se van creando los conceptos de cuerpo, extensión, distancia y forma.

Las conclusiones del tratado son: que todo conocimiento tiene su origen en la sensación, que no todos los hombres las experimentan con la misma intensidad, y que una persona no es sino las cosas que ha adquirido, sin importar cualidades innatas. Si bien este último punto es contencioso y de hecho fue ampliamente atacado, las contribuciones este experimento y de ciertas reflexiones posteriores son innegables.

Condillac pensaba que la forma en la que las sensaciones podían transformarse en facultades mentales superiores necesitaba de un vehículo: este vehículo es el lenguaje. La estructura del lenguaje, aseveró, refleja la estructura del pensamiento mismo.

Condillac fue precursor de muchas ideas de la psicología, la lingüística y la escuela constructivista, y de hecho algunas de ellas se han colado en los estudios modernos de neurociencia. Nada mal para una estatua que aprende a oler una rosa.

 

 

Siguiente entrega: el agua que explota.

 

 

Referencias:

Falkenstein, Lorne y Grandi, Giovanni. Étienne Bonnot de Condillac, caps. 3-4. Stanford Enyclopedia of Philosophy (2017).

Donald, Merlin. Origins of the Modern Mind: Three Stages in the Evolution of Culture and Cognition. Harvard University Press, 1993.

Bagnoli, Carla. “1. What is constructivism?” en Constructivism in Metaethics, The Stanford Encyclopedia of Philosophy (2017).

Forster, Michael. “Philosophy of Language: Language, Thought, Meaning”, en Johann Gottfried von Herder. The Stanford Encyclopedia of Philosophy (2017).

Scholz, Barbara C., Pelletier, Francis Jeffry y Pullum, Geoffrey K., “Three Approaches to Linguistic Theorizing: Externalism, Emergentism, and Essentialism”, en Philosophy of Linguistics. The Stanford Encyclopedia of Philosophy (2016).