Invasores (2): El eucalipto

Por Vary (Á. Bayón), el 14 noviembre, 2018. Categoría(s): Biología • Ecología • El cuaderno de Wallace • Medio Ambiente

Hoy voy a meterme en un charco que más que un charco parece una laguna. Bueno, parecería una laguna si no fuese por que la especie protagonista de hoy las deja completamente secas. Hoy voy a hablar del muy polémico eucalipto, específicamente del eucalipto común, Eucalyptus globulus. Pero no adelantemos acontecimientos y empecemos por el principio.

Hay muchas especies de eucaliptos, pero hoy me voy a centrar concretamente en la arriba citada. En todo momento y por comodidad me referiré a ella como «eucalipto», pero en ningún caso me estaré refiriendo a otras especies del género, salvo que haga expresa mención. Se trata de una especie nativa de la costa de Tasmania, y que también se ha encontrado en la costa de la región templada del sur-oeste australiano, sobre todo en la costa de Victoria y el sur de Nueva Gales del Sur.

El eucalipto comenzó a plantarse en España a mediados del siglo XIX, como árbol ornamental y también para la producción de madera y papel. Su rápido crecimiento hace que sea óptimo para este fin. Sin embargo, desde su introducción y hasta mediados del siglo XX, la presencia de la especie fue muy baja, habiendo una presión de propágulos también reducida. La presión de propágulos es como llamamos a los efectos derivados de la cantidad relativa de individuos de una especie exótica que introducimos en un nuevo ecosistema, y es un predictor tanto para la invasividad —la capacidad que una planta tiene para ser invasora— como para la invasibilidad —la susceptibilidad de un ambiente para ser invadido—. Fue a partir de la década de los 60, coincidiendo con el inicio de sistemas de subvenciones al cultivo de eucalipto, cuando empezó a plantarse de forma masiva en toda la cornisa cantábrica y Galicia. Se llegó a recomendar —y hoy en día hay quienes siguen haciéndolo— como especie óptima para la reforestación de zonas degradadas.

Eucalyptus globulus (fuente: Sanz-Elorza et al., 2004)

No es raro que una especie introducida se mantenga estable mientras la presión de propágulos sea reducida, y sea cuando ésta se incrementa masivamente cuando comienza a resultar una especie problemática. Es lo que sucedió con la carpa (Cyprinus carpio) en los ríos españoles, otra polémica especie que desde que fue introducida por el imperio romano hace dos milenios, no ha supuesto ningún problema hasta que en los años 50 y 60, el Servicio Nacional de Pesca Fluvial y Caza llevó a cabo repoblaciones masivas en toda la Península Ibérica. Este incremento en abundancia fue el detonante del evento invasor, que hoy no solo es reconocida como invasora en España por la literatura científica sino que aparece citada en el Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras del Ministerio para la Transición Ecológica.

Distinto es el caso del árbol protagonista de hoy. Éste no se encuentra en el catálogo, aunque estuvo a punto de encontrarse. Cuando se estableció el primer borrador para esta regulación, se realizó un listado con las especies exóticas invasoras que, ya fuera por su nivel de expansión o ya fuese por los impactos que generaban al medioambiente o a las actividades socioeconómicas, se consideró que debían formar parte del catálogo. En esa lista preliminar sí estaba incluido nuestro aromático amigo. Pero hubo «algo» que la excluyó de la regulación.

Eso tampoco es una rareza. También sucedió con la margarita de El Cabo (Arctotheca calendula), la hojasén (Senna fistula), el azarero (Pittosporum undulatum) o la prima hermana de nuestro protagonista, el eucalipto rojo (Eucalyptus camaldulensis). ¿Significa esto que esas especies eran invasoras y luego dejaron de serlo? Por supuesto que no. ¿Significa que en el listado preliminar se habían incorporado por error especies que no eran invasoras? Tampoco. Ahondaremos un poco más en ese problema dentro de un rato. Antes quiero dejar clara una cosa: que una especie no aparezca citada en el catálogo del Ministerio no significa que no sea invasora. Hay muchas especies que tienen comportamientos invasores y no aparecen en ese listado, ejemplos son las cuatro que encabezan este párrafo, y muchas otras como la falsa acacia (Robinia pseudoacacia), la bandera española (Lantana camara), la pedalera (Leucaena leucocephala, que solo está catalogada como invasora en Canarias), el sisal (Agave sislana), la acacia azul (Acacia saligna) o el árbol del paraíso (Elaeagnus angustifolia), por citar unas pocas. Todas las especies que recoge el Catálogo son invasoras en España, pero no todas las especies invasoras aparecen en el catálogo.

¿Entonces el eucalipto es invasor o no?

Principales especies invasoras en España (fuente: Sanz-Elorza et al., 2004)

Sabemos que es exótico. Está introducido y ha sido observado creciendo de forma subespontánea. La elevada presión de propágulos del último medio siglo ha generado que forme poblaciones estables que no necesitan del cuidado humano para mantenerse —a esto se le denomina naturalización—. Ha superado tres de las cuatro fases típicas de una invasión biológica: transporte, introducción y naturalización. ¿Pero es invasora?

Hay referencias que muestran que el eucalipto es una especie invasora en las costas de California, zona climáticamente similar a nuestras costas. Y lo cierto es que en España ya fue estudiada y clasificada como invasora de alto riesgo en el año 2001. En esta publicación nos adelantan que se trata de una «especie muy peligrosa para los ecosistemas naturales y seminaturales aunque su difusión sea local», y que también puede «invadir medios antropizados», lo que podría generar impactos en las actividades socioeconómicas. Indicar que en el artículo adjunto se consideran tres niveles de peligrosidad, y que el eucalipto se encuentra en el de mayor, compartiendo categoría con los muy conocidos uña de gato (Carpobrotus edulis), estramonio (Datura stramonium) o el devastador árbol del cielo (Ailanthus altissima), plantas que sí están en el Catálogo.

Los otros dos niveles, para que haya constancia, serían: especies invasoras que pueden suponer peligros en el futuro; y especies con comportamiento invasor pero que no han pasado al medio natural (aún). Además el artículo de Sanz Elorza et al. también recopila una lista preliminar de plantas con comportamiento invasor incipiente en España.

A raiz de aquella investigación, y con mucho trabajo de por medio, el equipo de Sanz Elorza publicó en el año 2004, y bajo el amparo del entonces Ministerio de Medio Ambiente, el Atlas de las Plantas Alóctonas Invasoras de España, que desde aquí recomiendo como guía y manual de cabecera; se trata de una de las primeras obras de divulgación sobre especies exóticas en España, y su edición es impecable. La recomiendo con buen conocimiento de causa: es una de mis obras de cabecera para mi tesis doctoral. En él nos aparece, por supuesto, el protagonista de hoy. Nuestro eucalipto lo podéis encontrar en las páginas 176-177 y encontraréis mucha y muy útil información al respecto.

El eucalipto es una especie exótica en España, que sabemos que tiene comportamiento invasor al menos en Galicia, Asturias, Cantabria y el País Vasco. De hecho, tanto la Red Ambiental del Gobierno del Principado de Asturias como la Consellería de Medio Ambiente de la Xunta de Galicia ya incluyen a Eucalyptus globulus en sus respectivos catálogos de especies invasoras. Además de eso, ya se empiezan a observar poblaciones preocupantes en la provincia de Huelva, y ya se están encontrando las primeras pruebas de naturalización en la isla de Mallorca.

El género Eucalyptus es, de hecho, el que ocupa el segundo lugar entre las plantas invasoras más distribuidas y gestionadas en parques naturales y nacionales después de Carpobrotus.

¿Y qué es lo que hace al eucalipto una especie invasora?

Huelga decir que no hay una sola característica que haga a una especie invasora. Generalmente son varias características que actúan en conjunto. Y no todas las especies invasoras tienen las mismas características. Reducir el criterio definitorio en tan solo una característica, en vez de analizar el comportamiento global de la especie es un ejercicio simplista y muy sesgado.

Empecemos por las semillas. Es cierto que los eucaliptos en general tienen semillas muy pequeñas, que tienen pocos nutrientes de reserva, por lo que requieren condiciones de germinación relativamente buenas, incluyendo que haya poca vegetación de bajo porte que compita con las nuevas plántulas. Además las semillas se dispersan a corta distancia: con un viento de 10 km/h, las semillas de un árbol de 40 metros de altura no llegan a alejarse más de 20 metros del foco. Sin embargo, lo que parece una desventaja, en realidad es un beneficio. Las semillas pueden permanecer latentes durante años y germinar cuando las condiciones sean favorables, y cuando lo son bastan unas pocas semanas para que la planta empiece a fotosintetizar.

El problema entonces es la competencia con otras plantas. Pero el eucalipto tiene un as bajo la manga para solucionarlo. Sus hojas liberan sustancias químicas —esas mismas que usamos para hacer perfumes, aceites de masajes, o para fabricar el «Vicks VapoRub»— que inhiben la germinación y el crecimiento de otras plantas. De este modo, nuestro esbelto protagonista limpia el suelo de competencia, favoreciendo la germinación de su prole. Es interesante que, dependiendo de las condiciones climáticas, estos principios alelopáticos —que es como se llaman— pueden permanecer activos hasta cinco meses después de la retirada de la hojarasca.

Además cuenta con otra ventaja interesante: crece muy rápido. En tan solo 4 años ya está produciendo semillas. Esto hace del eucalipto un potente competidor. Es cierto que no es bueno compitiendo con un bosque autóctono maduro. La complejidad de la estructura del ecosistema del bosque templado, sumado al vigor de los árboles adultos, cuyas raíces son suficientemente profundas como para no sufrir los efectos perniciosos del eucalipto, hacen que este tipo de comunidades soporten bien los intentos de invasión por parte del grandullón. Pero no pasa lo mismo con los pastizales, con los matorrales bajos, ni con bosques jóvenes o incipientes, que se ven superados por la fuerte competencia del eucalipto.

Pero quizá el efecto más claro y bien conocido es el que indiqué en el párrafo inicial de este artículo. El eucalipto seca las lagunas y humedales. De hecho, en algunas zonas se empleó con ese fin durante varias décadas para evitar la proliferación de mosquitos, con mucho éxito. Pero esta cara de la moneda tiene una cruz. El problema es que esos humedales, que también forman parte del paisaje, desaparecen, con la consiguiente desaparición de la fauna y flora asociadas, que dependen de esas masas de agua. Peces, anfibios y crustáceos mueren, las aves se van, y sauces y otras formas de vegetación asociada al agua quedan desplazadas por el imponente y aromático gigante. Además, al cambiar la estructura del ecosistema, también altera el régimen de nidificación de aves.

Otra peculiaridad que tiene es que tiende a formar barreras naturales: debido a la presencia de sustancias antimicrobianas en sus hojas y al efecto de desecación ya mencionada, la hojarasca y la corteza, que se desgaja en largas tiras en forma de cinta, se descomponen muy lentamente y terminan formando una capa que aísla la parte fértil del suelo y lo acidifica. No es que cause infertilidad en el suelo, sino más bien que impide que otras plantas de semillas grandes se asienten. Las semillas del eucalipto, sin embargo, al ser pequeñas, atraviesan esas barreras físicas sin problemas, y siguen germinando.

De hecho, muy pocas especies nativas en España pueden asentarse con éxito en el suelo de una plantación o de una zona invadida por eucaliptos.

Es además una especie pirófita, que se ve beneficiada cuando hay fuego. Cuando sucede un incendio, este árbol rebrota con mucha facilidad y se expande con mayor competitividad. Además, sus restos son extremadamente inflamables. En España tenemos ecosistemas pirófitos, claro. Disponemos en nuestros catálogos de muchas especies de plantas que siguen la misma estrategia ecológica. Sin embargo, no son esas las poblaciones que compiten con el eucalipto. Recordemos dónde está invadiendo: en zonas de matorral que originalmente disponían de abundante presencia de agua. Incorporar a ese ambiente grandes árboles pirófitos y a la vez desecar el suelo, genera un ineludible cambio en los regímenes de fuego de ese ecosistema. No es que los eucaliptos provoquen incendios, sino que el régimen, el tipo, y por tanto, los efectos ecológicos de los incendios que se producen ahí cambian. Además, como la invasora es pirófita, mientras que las plantas del ecosistema que ha invadido no lo son, estos incendios favorecen aún más al eucalipto y facilitan su invasión.

Y en este punto, ya estamos pasando de hablar de las características que lo hacen invasor, a los impactos que genera. Como hemos visto, algunos de esos impactos son sobre el hábitat, alterando la estructura y el funcionamiento del ecosistema mediante la modificación de los regímenes hídricos y de fuego.

También podemos incluir el desplazamiento de especies nativas. Esto cambia mucho en función de la vulnerabilidad que tenga el ecosistema en que se instala, pero de forma general afecta a matorrales y pastos por competencia directa, a la vegetación de ribera —como sauces y chopos— por competencia por el recurso hídrico —estas plantas necesitan mucha agua—, y a la fauna asociada tanto con estas comunidades vegetales, como con los sistemas de lagunas y humedales.

Pero no solo es invasora, sino que además, como hemos visto, presenta importantes niveles de riesgo. Según el sistema de evaluación de riesgo de malezas adaptado por Gassó et al., el eucalipto obtiene 21 puntos en un rango que va de -14 a 29, y en el que cualquier planta por encima de 7 se considera de alto riesgo. En ese sistema de evaluación, y para que os hagáis una idea de hasta qué nivel es invasor, indicaré la puntuación de algunas especies que sí aparecen en el Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras del Ministerio. Os las coloco de mayor a menor, y os marco el eucalipto en su lugar.

  • Cortaderia selloana (hierba de la Pampa): 26
  • Acacia dealbata (acacia mimosa): 24
  • Carpobrotus edulis (uña de gato): 22
  • Eucalyptus globulus: 21
  • Datura stramonium (estramonio): 19
  • Nymphaea mexicana (lirio amarillo): 14
  • Tradescantia fluminensis (amor de hombre): 12
  • Helianthus tuberosus (tupinambo): 7

¿Pero entonces por qué narices no está en la normativa ministerial?

Mapa de distribución de Eucalyptus globulus en 2004 (fuente: Sanz-Elorza et al., 2004)

Pues porque, según parece, el 3% de la superficie forestal española, y el 32% de la producción maderera que consumen las industrias papeleras españolas está todo ello representado por el famoso eucalipto.

El listado preliminar del que he hablado antes no ha sido el único intento de regular esta especie invasora. Hace algo más de un año, y a raíz de una propuesta del ayuntamiento de Teo, en A Coruña, se propuso la inclusión de esta especie —y del eucalipto rojo (E. camaldulensis), el eucalipto brillante (E. nitens) y varias especies más— en el Catálogo. El entonces Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente, cuyo Comité Científico se encargó de elaborar un informe en el que se recomendaba la inclusión en el Catálogo de todas las especies de eucalipto «cuyo destino sea la explotación forestal, debido al alto riesgo de invasión por estas especies consecuencia de sus características biológicas, fisiológicas y ecológicas». El informe incorpora una completa descripción de las características que hacen del eucalipto una especie invasora, recopila de forma nítida datos empíricos que demuestran su naturalización e invasión, y añade los análisis de riesgo de los que he hablado antes, que tras reanalizarse ex profeso para este informe, en E.globulus el valor subió de 21 a 24.

La puntuación para E. camaldulensis es de +26 (ver Anexo 1), la de E. globulus es de +24 (ver Anexo 2), la de E. gunnii es de +7 (ver Anexo 3), la de E. nitens es de +15 (ver Anexo 4) y la de E. sideroxylon es de +10 (ver Anexo 5). Por tanto, todas ellas poseen riesgo de invasión en nuestro territorio, especialmente alto en el caso de E. camaldulensis, E. globulus y E. nitens, éstas tres últimas destinadas a la explotación forestal.

Comité Científico del Ministerio de Agricultura, Pesca, Alimentación y Medio Ambiente

Y lo más llamativo es que este dictamen fue unánime por todos los expertos que constituyen el Comité.

Por supuesto, las recomendaciones del Comité Científico fueron adecuadamente ignoradas por el Ministerio. Curiosamente, ante la apabullante y unánime exposición de pruebas científicas y análisis de riesgo serios y sólidos, la respuesta del Ministerio fue que había «una actitud tendenciosa por parte del Comité Científico, en orden a emitir un juicio de valor premeditado en cuanto al carácter invasor de estas especies, presuntamente basado en criterios no científicos y en opiniones personales y políticas». No es como si el informe viniese cargado de casi siete decenas de referencias científicas y de los informes de riesgo adecuadamente desglosados. Esto me lleva a preguntarme, si el Ministerio va a ignorar las recomendaciones del Comité Científico apelando a esa tontería, ¿para qué demonios tienen un Comité Científico? Pero esa es otra cuestión.

Tal respuesta no vino por parte de ningún comité científico evaluador, ni por parte de ningún grupo de personas que hubiese analizado nada. Sino que vino de parte de una sola persona: Luis Gil, Doctor ingeniero de montes y catedrático, famoso por sus trabajos en genética forestal, que fue a tal fin consultado por el Ejecutivo. Casualmente, el profesor Luis Gil, según la propia página de la Universidad a la que pertenece, dirigió bajo el patrocinio del grupo empresarial ENCE —acrónimo de «energía y celulosa»— una iniciativa para —esta es buena— poblar Etiopía de eucaliptos. Pero son los científicos los que se basan en «criterios personales y políticos». Con dos bemoles.

No entraré tampoco a valorar esa iniciativa. Simplemente quiero terminar con una reflexión. El informe de un grupo de 20 expertos en invasiones biológicas, mediante un arduo y laborioso trabajo de revisión, y ciencia mediante, llegan a la misma conclusión por unanimidad, y éste es tumbado por un informe escrito por una sola persona, cuya formación no incluye el tema en cuestión, y que tiene un evidente conflicto de intereses. Hay algo que se está haciendo mal.

La realidad es que el único motivo por el que Eucalyptus globulus no está en el Catálogo de Especies Invasoras es por intereses económicos. La industria maderera gallega mueve miles de millones de euros al año, se exporta en gran cantidad y resulta un referente nacional. Declarar al eucalipto especie invasora implicaría regular las plantaciones de una forma estricta o incluso proponer su tala y prohibición. Algo que implicaría evidentes problemas para el negocio.

Fueron los intereses económicos los que intentaron silenciar a Patterson y el escándalo del plomo en los combustibles. Fueron los intereses económicos los que postergaron durante décadas las regulaciones sobre el tabaco. Y son los intereses económicos los que están detrás del negacionismo del cambio climático. Parece que en este caso tenemos el mismo problema.

Encabezado de la tabla de costes de gestión de diversas especies invasoras en España hasta 2009 (fuente: Andreu et al., 2009)

Claro, que si queremos hablar de dinero, resulta que, de los más de 50 millones de euros que hasta 2009 se habían gastado en España en el control y gestión de las plantas invasoras en España, los eucaliptos encabezan la lista con más de 35 millones de euros; otras especies invasoras que sí están catalogadas como tales, como el jacinto de agua (Eichhornia crassipes) o el rabo de gato (Pennisetum setaceum) ocupan la plata y el bronce de este horrible podio, con algo más de 6 millones cada una.


Edición del 14 de noviembre de 2020

Hoy hace exactamente dos años que publiqué este artículo. Se ha dado la coincidencia temporal y no causal de que hoy mismo ha salido en el diario La Voz de Galicia que, al parecer. la sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Superior de Justicia de Madrid ha dictaminado que «no [se] puede concluir que exista una evidencia científica de la necesidad de incluir al eucalipto en el catálogo de especies invasoras» y que «no existen evidencias científicas que certifiquen un comportamiento biológico invasor de las especies de eucaliptos».

En estos dos años poco ha cambiado al respecto. No podemos decir que todas las pruebas científicas que en este artículo se exponen de manera amplia y explícita hayan desaparecido en dos años. Y digo «poco» y no digo «nada», porque hay una cosa que sí ha cambiado desde que escribí este artículo.

Un artículo científico publicado hace un año y tres días —hubiese sido mucha coincidencia ya que el paper hubiese salido el día 14, ¿no?— incluye entre sus conclusiones, y cito, que «basándonos en nuestro análisis de las listas de priorización, ofrecemos las siguientes recomendaciones: (…) que las especies invasoras de la Lista de Atención deben ser consideradas para su regulación»; por supuesto, la especie que tenemos entre manos, Eucalyptus globulus, forma parte de esa lista —está, concretamente, en el tercer puesto de la priorización, después de Robinia pseudoacacia y Lantana camara—. Y de hecho, en el mismo artículo científico se hace referencia específica al eucalipto, indicando que «Si bien (…) se ha introducido para proporcionar un beneficio inmediato (…), sus impactos en el medio ambiente, así como en algunas actividades humanas más allá del sector forestal, sugieren que su regulación debe ser considerada».

Así que, lamentando contradecir la sentencia de la sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, no solo no es cierto que no se puede concluir «que exista una evidencia científica de la necesidad de incluir al eucalipto en el catálogo de especies invasoras», sino que lo que sí tenemos, desde hace más de un año, es una conclusión científica que expresa de manera implícita y explícita lo importante de regular esta especie exótica invasora que tanto daño está causando.

¿Os imagináis un mundo en el que los jueces hagan caso de la ciencia en lugar de negar las pruebas científicas?