Pero… ¿Qué es una especie invasora?

Por Vary (Á. Bayón), el 28 octubre, 2020. Categoría(s): Biología • Ecología • El cuaderno de Wallace

Dicen que cuando tienes un martillo todo te parecen clavos, y esa deformación profesional, ese sesgo que tenemos todos, a veces nos juega malas pasadas. Hace ya más de 10 años que defendí mi trabajo de fin de master, titulado «Ailanthus altissima como potencial invasora» ante un tribunal. Tan solo tres años después de que apareciera en España la primera ley que designara un catálogo de especies invasoras regulado por un Ministerio en España. Una publicación en la revista de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad de León resumió, al año siguiente, parte de ese trabajo de fin de Master. Llevo cinco años realizando una tesis doctoral en el campo de las especies invasoras, con previsión de defenderla en apenas unos meses —motivo por el cual toda mi actividad en divulgación está en un ritmo tan lento e improductivo—. Defensa a la que estaréis invitados, claro. Tras todo esto, y con tres publicaciones científicas sobre el tema, de las cuales una soy autor principal, con una más bajo revisión, en el momento en que escribo estas líneas, y otra en redacción en este momento, para un servidor hablar de especies invasoras ya es algo rutinario.

Y cuando alcanzas este punto tan rutinario en un campo, tienes ya ese martillo, y todo te parecen clavos. Uno se acostumbra tanto a hablar de especies nativas, no nativas, introducidas, subespontáneas, naturalizadas o invasoras que uno termina asumiendo que todo el mundo sabe de qué se está hablando cuando se mencionan esos términos. Pero claro, no es así. Tal vez este artículo de El Cuaderno de Wallace debí haberlo escrito antes de introducir los artículos del visón americano y del eucalipto. Pero como más vale tarde que nunca, hoy voy a intentar definir los principales conceptos a los que se hace referencia en el contexto del estudio de las invasiones biológicas.

Para poder definir los términos, en mi opinión, lo mejor es entender cómo se produce el proceso de invasión. Y para ello debemos entender que existen una serie de barreras que una especie puede —o no— superar. En algunas publicaciones científicas se han desgranado con más finura, pero aquí estamos para divulgar, así que me voy a tomar la libertad de simplificar un poco.

Las barreras

1. La barrera geográfica

Es la primera de las barreras. Cuando, a causa de la actividad humana, una especie atraviesa una barrera geográfica que no podría atravesar de manera natural, decimos que es una especie no nativa, también llamada exótica o foránea.

Aunque originalmente se denominaban de manera indistinta, hoy en día es preferible hablar de especies «no nativas«, en oposición a las especies nativas —que son aquellas que se encuentran en su rango de distribución natural—. Es importante recalcar el sentido antropogénico del transporte para poder definir a la especie como no nativa. Esa es la principal crítica que tienen algunos autores como Ken Thompson; que los ecólogos no incluimos los procesos naturales de colonización. Pero no nos engañemos: tenemos que pensar de un modo similar a como sucede con el cambio climático. Durante la historia de la vida, ha habido una enorme cantidad de cambios climáticos, como también ha habido grandes eventos de colonización por parte de las especies hacia nuevos ecosistemas. Pero igual que el cambio climático que estamos sufriendo hoy, antropogénico, tiene una importancia distinta al que tenían los que han sucedido en el pasado —por su mayor velocidad y magnitud, por sus causas y por sus consecuencias—, el transporte de especies por parte del ser humano tiene, también, una importancia distinta a los eventos de colonización naturales. Porque existe un sesgo en la selección de especies, porque las barreras biogeográficas que atravesamos no podrían ser atravesadas por las especies por si solas, porque la velocidad a la que realizamos los transportes sería imposible, y porque la cantidad de ejemplares que transportamos es mucho mayor a la que podrían transportarse de forma natural. Es algo que ya ilustré en los primeros minutos de esta charla que di en Granada hace ya unos años.

Cuando transportamos una especie de un lugar a otro —ya sea un transporte deliberado, como sería introducir un animal como mascota, una planta para uso ornamental, o cualquier tipo de especie como fuente de explotación de algún recurso, un transporte accidental, como invertebrados o algas en el agua de lastre de los barcos. o semillas en el barro de las botas— decimos que tenemos una especie no nativa. Pero una especie no nativa puede estar controlada, puede que nunca salga al medio natural. Si traemos un animal como mascota, está esterilizado y nunca se nos escapa, tendremos entre manos un animal no nativo, pero no estará introducido.

2. La barrera ambiental local o de cultivo

Esta segunda barrera es la que determina que una especie no nativa aparezca en el medio natural. Esta es la barrera que atraviesa la especie cuando la mascota se nos escapa, cuando abrimos la jaula de los animales de esa granja o cuando las semillas de esa planta que hemos traído salen volando al viento. Esta barrera es la que separa nuestro entorno privado y controlado del entorno natural. Cuando una especie no nativa atraviesa esta barrera y tiene presencia en el medio natural, la especie, además de no nativa, es considerada introducida.

Por lo tanto, todas las especies introducidas son especies no nativas, pero no todas las especies no nativas tienen por qué estar introducidas.

Una especie introducida se encuentra una nueva barrera que superar. Vamos a ella.

3. La barrera de supervivencia

Una especie introducida puede no ser capaz de reproducirse en el medio natural. Una especie que, por ejemplo, no tolere el frío, y que se nos escapa en Burgos, puede que se escape y pase un buen verano, pero al llegar noviembre, los ejemplares se morirán de frío, y el problema se resolverá solo.

Sin embargo, hay especies que, tras la introducción, consiguen sobrevivir y mantenerse en el tiempo. Cuando esto sucede, pasa a denominarse especie casual, también llamada subespontánea o persistente. Así que, como antes, todas las especies casuales son introducidas, pero no todas las introducidas son casuales.

Esta especie tiene ahora dos posibles caminos que tomar. El primero es que, pese a sobrevivir, sea incapaz de ocupar nichos ecológicos en el ambiente, por lo que, aunque forme breves poblaciones, serán de corta duración y no llegarán a más. Pero el segundo camino nos lleva a quebrantar la siguiente barrera.

4. La barrera de reproducción

Aquí ya tenemos una especie que, recordemos, ha sido transportada por la mano humana —es decir, es no nativa—, ha sido introducida en el medio natural, y se sobrevive con éxito… pero además, ahora es capaz de reproducirse y formar una población estable. No solo puede reproducirse, sino que su tolerancia al clima y sus rasgos específicos le permiten sustentarse en el tiempo, ocupando un espacio en el ecosistema. Cuando una especie introducida llega a este punto, decimos que está naturalizada.

Y como ya venís suponiendo, todas las especies naturalizadas han sido primero casuales, pero no todas las casuales se naturalizan.

Una especie naturalizada puede mantenerse en ese estado, quizá ocupando un nicho ecológico que esté libre, o quizá alcanzando un equilibrio en el ecosistema en que ha sido introducida, y no causar mayores problemas. Pero a veces, con mayor frecuencia de la que nos gustaría, una especie naturalizada rompe la siguiente (y última) barrera.

5. La barrera de dispersión

Tanto si es un ecosistema natural como si es un ecosistema más o menos alterado por la mano humana, estos complejos sistemas compuestos por factores bióticos y abióticos tienen cierta resiliencia, que en ecología se define como la capacidad de un ecosistema de absorber perturbaciones sin alterar su dinámica y su funcionalidad. Cuanto más complejo es el ecosistema, generalmente mayor resiliencia tiene, así que esta barrera es más fácil o difícil de saltar según las características del entorno. También dependerá de las características de la especie, que pueden hacerla más o menos capaz de generar esa perturbación. Y por supuesto, tenemos un tercer factor ineludible: la cantidad de organismos reproductivos que se introducen en ese ambiente.

En el estudio de las invasiones biológicas, a estos tres factores clave para que se produzca la invasión los llamamos invasibilidad del hábitat —susceptibilidad del ambiente de ser invadido—, invasividad de la especie —capacidad de la especie de invadir— y presión de propágulos —esto es, la cantidad de individuos reproductivos introducida.

Diagrama de los factores que influyen en el éxito de la invasión. Elaboración propia.

 

Cuando la combinación de estos tres factores da como resultado la fractura de esta barrera, hablamos de una especie invasora.

Recapitulando a modo de definición, y respondiendo al título del artículo: una especie invasora es una especie que: (1) ha sido transportada a un nuevo lugar por la mano humana —no nativa—, (2) ha sido liberada al medio natural —introducida—, (3) ha conseguido sobrevivir con éxito —casual— y (4) ha formado poblaciones estables —naturalizada—, y que, además, supera la resiliencia del ecosistema, dispersándose de forma masiva y causando impactos en el entorno, lo que llamamos invadir.

Estos impactos pueden ser de tres tipos.

  1.  Sobre las especies nativas: como la competencia, la hibridación, la transmisión de enfermedades, la toxicidad, el parasitismo, la alelopatía (en plantas), la depredación o herbivoría (generalmente animales), el bio-fouling (formación de películas estratificadas típico de plantas acuáticas o algas), o interacciones positivas con otras especies invasoras que puedan causar retroalimentación.
  2. Sobre el ecosistema nativo: como la alteración de los ciclos biogeoquímicos y de nutrientes, la disrupción de las redes tróficas o la transformación de la estructura del hábitat
  3. Sobre las actividades humanas: como daños a la agricultura o a la ganadería, sobre las infraestructuras, o incluso impactos a la salud humana, ya sea por toxicidad, agresión física o aparición de nuevas alergias.

No debemos olvidarnos de lo que ya comenté en el artículo sobre el eucalipto: que una especie sea invasora no significa que esté regulada por el Ministerio. Hay muchas especies invasoras que no están en el catálogo.

Diagrama del proceso de invasión, las barreras que presenta y los términos asociados. Elaboración propia, basada en Blackburn et al. (2011).

Algunos ejemplos

No quiero alargar demasiado esto; podéis consultar estos ejemplos en la tabla 3 de este artículo científico, como ejemplo, aunque por supuesto, podéis revisar el resto del artículo. En este caso, voy a hablar de especies que son invasoras o potenciales invasoras en la España peninsular —esto es, que dada la invasividad de las especies y la invasibilidad de la Península Ibérica, son especies que, si la presión de propágalos lo favorece, muy probablemente se terminen convirtiendo en invasoras—. Todas las especies que citaré a continuación son especies comerciales.

Entre las especies invasoras podríamos listar el eucalipto (Eucalyptus globulus), la falsa acacia (Robinia pseudoacacia), la bandera española (Lantana camara) o la pasiflora (Passiflora caerulea).

Tenemos bastantes especies que están ya naturalizadas, y que aunque aún no son invasoras, muy probablemente terminen siéndolo, sobre todo si no hacemos algo para evitarlo. Podemos citar el zumaque de Virginia (Rhus typhina), el lupino (Lupinus polyphyllus) o el cinamomo (Melia azedarach).

También tenemos especies que, siendo potenciales invasoras, aún no se han naturalizado, sino que son tan solo especies casuales. Entre otras, tenemos el espinazo del diablo (Kalanchoe daigremontiana), el pino de Monterrey (Pinus radiata) o la glicina (Wisteria sinensis).

Y entre las especies no nativas que aún no están reproduciéndose en el medio natural, pero que ya han sido introducidas —en el momento en que las plantas en un parque, las estás introduciendo—, y que tienen características que las hacen susceptibles de escaparse, naturalizarse e invadir, tendríamos el alcanforero (Cinnamomum camphora), el cotoneaster (Cotoneaster horizontalis) o el jazmín de Cuba (Allamanda cathartica)

El lenguaje

Como he explicado al principio, hablar de especies exóticas o foráneas es algo que aún está popularizado, pero que no suele ser lo preferido en ciencia. Actualmente la tendencia es a emplear la expresión «no nativa» (non-native en inglés), pues, al parecer, da menos aspecto de xenofobia. Por otro lado, hay gente que propone hacer un cambio similar para el término «invasora», debido a que, para estas personas, esa palabra no se ajusta al comportamiento de este tipo de especies, porque no es algo que hagan ellas por si solas sino que somos nosotros quienes la introducimos, y la gente no entiende cómo funciona.

No estoy en contra de cambiar la nomenclatura de algo cuando la existente no es adecuada o presenta algún problema, pero este cambio ha de hacerse siempre con buena justificación, y en este caso, personalmente creo que no la hay. El primer problema que yo encuentro en ese argumento es que, en realidad, aunque nosotros somos los que introducimos la especie con nuestro transporte y nuestra introducción de propágalos, es la especie la que, por sus propias características de invasividad, adquiere ese comportamiento allí donde la invasibilidad del ambiente le permita. Además, en la propia definición científica del término está implícito el hecho de que sean especies introducidas por nosotros.

Sobre la mala comprensión que las personas tengan sobre un término, quienes hayan discutido sobre el significado, en contexto científico, del término «teoría» y el contraste con la definición más coloquial coincidirán conmigo que cuando haya gente que no entienda lo que significa un término científico, lo que hay que hacer no es cambiar el término, sino educar a la gente. En general, no hay ninguna justificación de carácter técnico ni científico para cambiar ese término, y de hecho, en las publicaciones científicas no ha habido, al menos de momento, ni una sola intención de llevar a cabo este cambio.

El segundo problema, y quizá el más significativo, es el de la búsqueda de un término alternativo. Y es que cuando se busca un cambio de nomenclatura, es necesario proponer un nuevo término que sustituya al anterior —como «no nativa» está sustituyendo a «exótica» o «foránea»—. Algunos proponen que ese término como alternativo a especie «invasora» sea «introducida». Pero no es un buen sustituto, pues ese término ya significa algo en este contexto; de hecho, toda especie invasora es introducida, pero muy pocas introducidas son invasoras. Entre los ejemplos que he citado, tenemos una buena lista de especies, como el espinazo del diablo, el pino de Monterrey o zumaque de Virginia, que son introducidas y (aún) no son invasoras. Además, si asumiésemos este cambio, caeríamos en un problema curioso: ¿cuando un artículo científico nos habla de especies introducidas y no nos habla de invasoras, se estaría refiriendo a la definición habitual de «introducida», esto es, una especie no nativa que ha sido liberada al medio natural, o estaría hablando de las que hoy llamamos invasoras?

Otra propuesta que he leído es llamarlas «especies introducidas no naturalizadas». Pero eso es incurrir automáticamente en un error curioso: todas las especies que llamamos invasoras han sido, antes, naturalizadas, y una especie que no está (aún) naturalizada no puede ser (aún) invasora. Entre las especies introducidas no naturalizadas tenemos al pino de Monterrey, a la glicina y al espinazo del diablo, que no son (insisto, aún) invasoras. Y cuando sean invasoras, si lo llegan a ser, antes serán naturalizadas.

Ese nuevo uso implicaría redefinir también el significado de «naturalizada». Un berenjenal.

Sí que se han propuesto en ciencia posibles términos que definirían distintos comportamientos de las especies invasoras, como es el caso de especies transformadoras —que serían aquellas especies naturalizadas capaces de transformar el entorno, causando impactos, pero que no se expanden masivamente— o especies expansivas —que serían aquellas naturalizadas que se expanden masivamente, pero no causan impactos—. Pero la experiencia nos dice que esas dos características muy raras veces no están íntimamente asociadas, y ninguna de las dos nos estaría funcionando como un adecuado sustituto de «invasora».

Así pues, mientras no tengamos por un lado una buena justificación basada en criterios técnicos y científicos —y no en opiniones o en malas interpretaciones de la gente— y por otro lado un buen término que nos sirva como alternativa, esto es lo que hay.

Y aquí y ahora me comprometo a que, si en el futuro, sucede que en base a una buena justificación científica se cambia la nomenclatura en algunos de los casos que he explicado en este artículo, lo actualizaré para que quede patente en este Cuaderno de Wallace.

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Quiero agradecer a David Aguado, Leire García y Oscar Teixido por la revisión de este artículo.