El legado (un relato de especulación científica basado en hechos reales)

Por Colaborador Invitado, el 1 enero, 2021. Categoría(s): Ciencia ficción

 

El juez Robledo tenía que dictar sentencia. Llevaba más de 20 años bregando en los tribunales con todo tipo de delincuentes y había aprendido a no dejarse influir por las apariencias pues entendía que en la Justicia debía seguirse un método racional. Sabía que en un juicio con tribunal popular el acusado habría sido puesto en libertad, pero las pruebas de ADN lo inculpaban de forma concluyente.  Al firmar la sentencia el juez sintió un temblor en su mano. En la valoración de pruebas, el método científico debía estar por encima de cualquier otra consideración. Sin embargo, en este caso no podía evitar tener dudas. Quizás por eso optó por una condena de 15 años de prisión, el mínimo previsto en la ley para un caso como éste. Ferrán Olavide, hijo único de Carmen e Iñaki, unos humildes labradores, lo miró con cara de incredulidad.

Nessie Dow siempre había sentido una gran curiosidad por conocer la historia de sus antepasados. Con la ayuda de su abuelo paterno, había reconstruido el árbol genealógico de su familia hasta seis generaciones y, con la excepción de su bisabuela paterna, todos eran escoceses y ella estaba muy orgullosa de serlo. Cuando leyó el anuncio de que por solo 50 libras podría hacerse un test genético DTC que, entre otras cosas, le proporcionaría su perfil étnico, no pudo resistir la tentación de enviar las muestras para el análisis. Había convencido también a sus otros dos hermanos Effie e Ian, para que participasen en “el juego”. Dos semanas después le llegó por correo electrónico un memorándum de varias páginas. Entre un galimatías de datos había una tabla donde una fila titulada “Proximidad genética, en centimorgans” atrajo su atención. En dicha fila aparecían números que tomaban valores mucho más elevados en la relación Effie vs Ian que para su relación con Effie y con Ian. Acompañando a los números había una nota que decía: “Relación estimada: entre Effie y Ian: hermanos; entre Nessie con Effie y con Ian: sin parentesco próximo”.  ¡No podía creerlo! Indagó en internet sobre las pruebas DTC y encontró que muchos comentarios las cuestionaban. Probablemente, se decía para sí, con ella se había cometido un error. No le dijo nada a sus hermanos. Decidió repetir la prueba con Genomic Heritage que ofrecía comparar tu ADN con otros ADN en su “gigantesca base de datos” (así lo anunciaban) buscando relaciones familiares. Genomic Heritage era una empresa de EE UU, donde, como es bien conocido, “indagar en la historia familiar es la segunda afición más difundida después de la jardinería, y la segunda actividad con más tráfico en internet tras la pornografía”. Como ya había hecho anteriormente, envió muestras de los tres hermanos. Durante días apenas pudo dormir esperando los resultados. Finalmente llegaron: “Hemos encontrado algo inusual en su muestra. Necesitamos una comprobación adicional, querríamos hacerle unos test biométricos. Si acepta, por favor, pulse aquí para instalar la aplicación y siga las instrucciones”.  Desconcertada, sin dilación, procedió a instalar la aplicación. Le pidió que situase la yema de los dedos en la pantalla táctil de su ordenador. A continuación, un punto se desplazaría por la pantalla y ella debería seguirlo con la mirada. 

El juez Robledo supo que su sentencia, que él consideraba benévola, había sido recurrida. Tras el recurso estaba el prestigioso, y carísimo, bufete Belmonte y Asociados. Un mar de dudas le asaltaba: ¿por qué Belmonte y Asociados entraba en un caso del que pocos beneficios podría obtener? ¿Cómo Ferrán Olavide, un hombre de pueblo, había contratado a un bufete de Barcelona? ¿Y si no era el hombre provinciano que parecía? ¿Fue casualidad que cometiese un delito, que le llevó a la ruina, en una de las pocas veces en las que había viajado a un lugar distante de su pueblo? Como buen profesional Robledo evitaba obtener información de los encausados por otra vía que no fuesen las pruebas aportadas en el juicio, pero él ya había dictado su sentencia y se sentía libre de hacer sus indagaciones. Repasó una vez más el atestado del caso. Había muchas preguntas para las que no encontró respuesta. Decidió hacer sus propias pesquisas al margen de las bases de datos policiales. Tecleó “Ferrán Olavide” en el navegador, pero solo encontró referencias relacionadas con el juicio. En las redes sociales el nombre Ferrán Olavide era prácticamente inexistente. Estaba claro que no se prodigaba en ellas. Decidió hacer una búsqueda por imágenes: arrastró al buscador una fotografía de Ferrán Olavide. Pocos segundos después aparecía una relación de fotos: cuatro eran de Ferrán Olavide o de alguien muy parecido, dos de ellas le llevaban a enlaces que no encajaban en nada con Ferrán Olavide. Una correspondía a Joel Sarch, un joven entrenador de la segunda división argentina, y otra a François Joliot, un bróker francés residente en Londres. El parecido entre los tres era asombroso, aunque las fechas de nacimiento no coincidían, pero ya se sabe, pensó, la información en Internet es de dudosa fiabilidad. Robledo se puso en contacto con el departamento de la policía científica especializado en identificación de imágenes y les envió las fotografías. Poco después le llegaba un correo donde se decía que con una alta probabilidad las fotografías eran de la misma persona o eran de mellizos idénticos (“algo muy infrecuente”). Asimismo se detallaban aspectos de las fotografías que mostraban las coincidencias.

 

Peter Russel, de Genomic Heritage, no podía dar crédito al resultado de los test biométricos realizados por Nessie Dow, Carolina Romare y Carla Vitale. Había recibido muestras de las tres desde lugares muy distantes y las pruebas de ADN coincidían. Sospechó que realmente era la misma persona que había enviado tres muestras (tal vez quería poner a prueba a Genomic) pero los test biométricos dejaban claro que eran personas distintas. Se trataba de un caso de trillizas univitelinas: coincidían en sus ADN, pero mostraban pequeñas diferencias en las huellas dactilares y en los análisis de las pupilas. La probabilidad de trillizas monocigóticas era bajísima. Quizás Nessie, Carolina y Carla no sabían de la existencia de sus hermanas, era una gran responsabilidad dárselo a conocer. Consultó con su supervisor. Poco rato después comprobó que no podía tener acceso a los datos de las trillizas. Unos minutos más tarde recibió una llamada del Supervisor quien le pedía que se olvidase del caso y que no lo comentase con nadie. Él mismo se encargaría.

El juez Robledo había condenado a un hombre a 15 años cárcel ante el peso de las evidencias genéticas, aunque la presencia de dos personas cuya imagen era idéntica al acusado le había creado serias dudas. Decidió actuar según la célebre frase de Arthur Conan Doyle: “Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad”. Después de analizar multitud de posibilidades, la única conjetura que cumplía todos los requisitos lógicos era asumir que el condenado tenía al menos un mellizo genéticamente idéntico. Quizás las fotos de François Joliot y Joel Sarch correspondían a un gemelo de Ferrán, o quizás ambos lo eran o tal vez François Joliot y Joel Sarch eran la misma persona. A lo largo del juicio se presentó a Ferrán como hijo único pero ¿realmente lo era? El problema es que no podía actuar como juez instructor y pedir comprobaciones para un caso que ya había juzgado. Estaba dispuesto a correr algún riesgo, pero tenía que ser sumamente cauteloso. El punto clave era saber si las muestras de ADN por las que el acusado había sido condenado eran realmente de él o correspondían a un gemelo idéntico. Sabía que una forma de averiguarlo eran las huellas digitales. Sin embargo, en este caso, la policía no había aportado ninguna huella digital del autor del delito pues siempre se asumió que la prueba de ADN era más sólida. Pero ¿qué es lo que miden realmente las pruebas de ADN? ¿De verdad no existe ninguna diferencia entre gemelos? Consultó a un especialista de la policía científica quien le aclaró que en las pruebas de ADN no se comparan genomas completos, sino segmentos concretos del ADN, conocidos como repeticiones cortas en tándem (STR, en inglés). Un cálculo probabilístico demostraba que por azar había menos de una posibilidad en un billón de que en dos personas sin parentesco las STR fuesen idénticas, pero en dos gemelos monocigóticos era normal que las STR coincidiesen. Desde la época en que se estandarizaron las pruebas de ADN, la genómica había avanzado mucho, y por un precio relativamente bajo se puede analizar el genoma completo de una persona. Sin dar detalles, consiguió que el prestigioso Instituto de Genómica de su ciudad aceptase hacer una comparación completa entre una muestra de ADN del acusado y una muestra del autor del delito.

Hacía más de una semana que Nessie Dow había realizado las pruebas biométricas. Al fin recibió el correo Genomic Heritage que tanto ansiaba. Hecha un manojo de nervios leyó su contenido: “Se observa que el parentesco entre las tres muestras corresponde a hermanos, con genes escoceses. La muestra de Nessie Dow presenta peculiaridades que pueden crear confusión si el análisis no es realizado por empresas que emplean técnicas tan avanzadas como la nuestra”. El texto iba acompañado de un informe que utilizaba una jerga especializada que le costaba entender. Indicaba que se observaba la presencia del gen MC1R en las tres muestras, pero en el caso de Nessie este gen no se expresaba dando el color pelirrojo al cabello, como era lo habitual, y remitía a una publicación científica especializada que explicaba que había casos raros donde el gen MC1R no producía el color pelirrojo del cabello.

Sintió un gran alivio saber que realmente eran hermanos y le causo una profunda satisfacción entender que, aunque ella no era pelirroja, a diferencia de sus hermanos, llevaba un gen tan escocés como el MC1R (del que antes no había oído hablar). Decidió olvidar el asunto y así lo hizo constar en las respuestas a la “encuesta de grado de satisfacción” de Genomic Heritage. 

 

Trascurrieron cuatro interminables semanas antes de que el juez Robledo recibiese un mensaje del Instituto de Genómica. El correo iba acompañado de un informe que indicaba que las dos muestras probablemente correspondían a gemelos idénticos. A continuación, y utilizando un lenguaje muy precavido que evitaba llegar a conclusiones definitivas, se explicaba que, entre gemelos monocigóticos, en el desarrollo del feto los futuros niños podían adquirir algunas características epigenéticas particulares. El mismo informe incluía un enlace, acompañado de una clave, que según se indicaba permitía acceder a una base de datos donde estaban los genomas completos obtenidos de ambas muestras.

Robledo contactó con los padres de Ferrán Olavide a quienes les dijo que, aunque el caso estaba fuera de sus manos, quería ayudarlos, pero debían mantener la máxima discreción pues podría costarle como mínimo la inhabilitación como Juez. Le contaron que su hijo había sido concebido mediante fecundación in vitro (FIV). Se le practicó gratis pues, según firmaron, era para un proyecto que les comprometía a que Ferrán fuese una vez al año a una inspección médica. Así lo hizo hasta los 10 años. La clínica ya había desaparecido. Les preguntó por qué habían contratado a Belmonte y Asociados, respondiéndole que fueron ellos quienes se ofrecieron indicándoles que no tendría ningún coste. Una fundación de ayuda a los presos correría con los gastos. El juez les dijo que era importante que Belmonte y Asociados supiesen que Ferrán Olavide había sido concebido in vitro.

El juez no dejaba de darle vueltas al caso. Si quería avanzar, el único camino que le quedaba era entrar en la base de datos con el genoma de Ferrán y ver si era capaz de encontrar alguna información que le fuese útil. Al principio le abrumó la tarea a la que se enfrentaba, pero Robledo era un gran aficionado a las matemáticas, no era el primer jurista con esta afición. Su referente era Pierre de Fermat, un abogado y juez francés del siglo XVIII que propuso la célebre conjetura de Fermat que tardó más de 350 años en ser demostrada. Para Robledo la resolución de problemas lógicos era un reto. En este caso era más que un pasatiempo.

Robledo se enfrascó en la lectura de libros sobre genética. Intentó sintetizar todo lo que conocía sobre el genoma humano: el genoma de un individuo concreto puede considerarse como un gigantesco texto escrito de 3000 millones de letras utilizando un abecedario de solo 4 letras (AGCT). Para ser más preciso, pensó, las moléculas de ADN son polímeros con una base nitrogenada: adenina (A), citosina (C), guanina (G) y timina (T).  Del genoma completo, una parte es el ADN codificante (solo el 2%) que está formado por genes con las instrucciones para construir las proteínas que conforman nuestro cuerpo. Se estima que en total el genoma humano tiene entre 20 000 y 25 000 genes. Del 98% restante, conocido como ADN no codificante, se sabe que hay partes con funciones conocidas pero la mayoría es ADN no funcional (si tiene funciones son desconocidas) que se cree sean vestigios del proceso evolutivo (en el pasado se le llamó “ADN basura”).

Pinchó en el enlace que le llevaba a la base de datos. Apareció un menú, una de las opciones indicaba “Encontrar anomalías”. Pulsó, apareció un mensaje que indicaba: “Cálculo en proceso, puede requerirse varias horas hasta su finalización. Tenga paciencia”. La respuesta llegó 3 horas más tarde en forma de fichero. Lo abrió, estaba encabezado con el título: “Anomalías encontradas en el ADN no funcional”. El informe detallaba, resaltado en rojo, una secuencia del ADN no funcional con 16 A (bases de adenina) consecutivas, seguido de 256 letras (combinación de las bases AGTC) y de nuevo 16 A. Robledo estaba convencido que esas 256 letras contenían algún tipo de mensaje.

 

En un convento perdido en mitad de ninguna parte está reunida la cúspide del priorato de Los Mendelianos. El Prior se dirige a los monjes diciendo:

“Antes de revisar el estado del proyecto, demos la bienvenida a nuestro nuevo miembro: el Dr. Cyril Burt en la vida civil, desde ahora padre Fajul. Tras el retiro del Padre Felipe, el será responsable de Genomic Heritage, una de nuestras 6 organizaciones”.

Fijando la vista en el Padre Fajul continúo:

“Como sabes tienes la obligación de guardar secreto de todo lo que se diga en estas reuniones de las que no quedará constancia escrita alguna. Cada uno de nosotros dirige una empresa u organización distinta siendo estas reuniones nuestro único contacto. Cada empresa debe trabajar independientemente, sin conexiones con las demás. Solo vosotros debéis conocer la verdadera misión de la organización que dirigís. Nuestra inspiración es seguir avanzando en el legado de Gregor Johann Mendel, adaptándonos a los tiempos, para lo que contamos con nuestro gran benefactor: la Fundación Wilson.

 

Hace varias decenas de años dimos un paso trascendente: conseguimos una técnica que nos permitía, a partir de un embrión, obtener varios embriones idénticos. Así formamos grupos de 30 embriones (elegimos este número por razones estadísticas) que congelamos y repartimos para que sean implantados en clínicas de FIV geográficamente separadas. Frecuentemente, las madres implantadas creen que corresponde a sus propios embriones. En cada embrión insertamos un código que permitirá su seguimiento en futuras generaciones. De cada hijo nacido de estos embriones se hace un seguimiento exhaustivo. En los últimos años esto es especialmente sencillo pues, gracias a Internet y a las redes sociales, sabemos de sus vidas más que ellos mismos. Además —dirigiendo la mirada al Padre Saul— disponemos de hackers que pueden acceder a los datos médicos a lo largo de sus vidas.

Con el desarrollo de la técnica de edición génica CRISPR hemos dado un paso más. Ahora introducimos pequeños cambios en la secuencia génica de cada embrión que nos permitirán rastrear su trasmisión a futuras generaciones. Uno de nuestros principios es no interferir en la vida de cada uno de ellos. En circunstancias excepcionales nos vemos en la obligación de hacerlo si vemos que como consecuencia del proyecto sus vidas pueden verse negativamente afectadas. Nuestro propósito es puramente científico: no pretendemos perfeccionar la raza, ni intervenir en los designios divinos. Por el contrario, queremos aprender de su obra y dar respuesta a grandes preguntas: ¿Qué es fruto de la herencia y qué del medio? ¿Hasta qué punto existe el libre albedrío? ¿Cómo influye el vivir en una familia u otra en el devenir de una vida? ¿Cuál es la función de cada gen? ¿Qué papel tiene el ADN no funcional? Seguimos el proyecto que inició el reverendo Mendel con guisantes. Su desarrollo va mucho más allá de la vida de una persona pues sus resultados se irán viendo a lo largo de varias generaciones y nuestro fundador supo que esto solo puede garantizarlo una organización religiosa como la nuestra que esté por encima de las efímeras naciones y otros inventos humanos.

 

¿Qué fue de …? 

Ferrán Olavide: Fue liberado. Sus abogados sostuvieron que el delito pudo haberlo cometido un hermano gemelo del que nunca se supo.

El juez Robledo pasó años intentando descifrar el mensaje que creía haber encontrado en el ADN de Ferrán Olavide. Ya jubilado sigue intentándolo.

Nessie Dow se casó con un escocés y tuvieron hijos pelirrojos, los mendelianos contribuyeron a ello.

Peter Russel, de Genomic Heritage, ascendió y llegó a formar parte de los mendelianos.

 

Este relato de “ciencia novelada” nos lo envía Guillermo Sánchez León, un entusiasta de la divulgación científica y de los relatos de divulgación científica, algunos los podéis encontrar en su web. Guillermo ha escrito además varios artículos en Naukas que podéis disfrutar en el siguiente enlace.



Por Colaborador Invitado, publicado el 1 enero, 2021
Categoría(s): Ciencia ficción