El río en el cielo

Por Colaborador Invitado, el 29 enero, 2021. Categoría(s): Medio Ambiente

El poder de hacer llover ha sido un anhelo del ser humano desde tiempos inmemoriales. Muchas civilizaciones desde África a Europa pasando por Asia y América, han realizado distintos rituales para llamar a la lluvia y tener buenas cosechas. Aún hoy se siguen practicando estos rituales en muchas zonas del mundo. Una comunidad indígena de la zona rural de La Paz en Bolivia invoca a la lluvia cuando esta se retrasa y sus cosechas corren peligro. Entre ritmos de tambores, traen vasijas de agua de otras zonas y colocan como ofrenda en un altar un feto de llama al que luego prenden fuego. Y sin ir más lejos, en la cultura cristiana son comunes las procesiones para pedir que llueva y a más de un santo han tirado por el desfiladero por no cumplir.

Fuente: CIAT International Center for Tropical Agriculture

De momento no se ha comprobado científicamente que ningún ser humano haya conseguido provocar la lluvia a través de estos rituales. Aunque sí es verdad que lo han conseguido con tecnología, esparciendo partículas de yoduro de plata en la atmósfera con avionetas. Sin embargo, quien sí se ha demostrado que ha conseguido hacer llover sin tener que recurrir a rituales ni avionetas es la selva amazónica. La vegetación de este impresionante paraíso es capaz de generar su propia lluvia e incluso llamarla. Las plantas toman agua del suelo, que sube por su tronco hasta las hojas. Una vez allí, transpiran y sueltan ese agua en forma de vapor que genera nubes bajas, a menos de 2000 m de altura. Pero hace falta algo más que vapor de agua para que se formen las nubes, hacen falta unas “semillas” de condensación en torno a las cuales se condense el agua y forme gotitas, que cuando se hacen lo suficientemente pesadas, caen en forma de lluvia.

Esos núcleos de condensación pueden ser partículas de polvo o de polen, pero pueden venir también de compuestos químicos volátiles. El aire en la selva amazónica está tan limpio como el que hay en mitad del océano, lejos de toda fuente de contaminación. Por eso se ha llamado al Amazonas el océano verde. Un aire comparable al que se respiraba en casi cualquier parte del mundo antes de la revolución industrial, limpio de polvo y partículas. Pero, aunque falten esas partículas, las plantas emiten compuestos volátiles como por ejemplo isopreno o terpenos. Estando en una atmósfera húmeda y por reacción con la radiación solar, estos compuestos se oxidan y precipitan en forma de partículas muy finas que tienen afinidad por el agua, actuando como núcleos de condensación. Estas finas partículas han sido poéticamente llamadas “polvo de hadas”. Gracias a ello se forman nubes bajas y el bosque Amazónico genera su propia lluvia. Debido a esto, la temporada de lluvias en el Amazonas comienza 2 ó 3 meses antes de lo que le correspondería. Pero lo más fascinante de todo, es que las plantas, cuando necesitan agua, generan más cantidades de esos compuestos en una forma de llamar a la lluvia. Se genera más vapor, más nubes, más lluvia.

Hemos estudiado que el Amazonas es el río más grande del planeta, pero… ¿de verdad lo es? En realidad, el río más grande del planeta pasa por el Amazonas pero no por tierra, sino por aire. Es un río en el cielo. Un árbol grande de 20 m de diámetro de copa puede bombear cada día hasta 1000 litros de agua desde el suelo y transpirarla a la atmósfera. Y si sumamos todos los árboles de la selva amazónica, unos 20 billones de litros agua son transpiradas cada día. Estos árboles actúan como geiseres que inyectan un río de agua a la atmósfera con un caudal mayor que el del propio río Amazonas, que es de unos 17 billones de litros de agua al día.

Fuente: CIAT International Center for Tropical Agriculture

Cuando la vegetación genera vapor sobre la selva amazónica, disminuye la presión atmosférica por debajo de la presión que hay en el Océano Atlántico adyacente. Esta diferencia de presiones hace que el vapor proveniente del océano se mueva hacia el oeste, pase por el Amazonas y llegue hasta los Andes. Estos, con sus 6000m de altura, hacen de barrera y re-direccionan el aire húmedo hacia el centro y sur de Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay. Buena parte de la lluvia de América del Sur viene del Amazonas. Hasta el momento se ha perdido ya un 20% de su vegetación. Antes de que esto ocurriera, se decía que el Amazonas tenía dos estaciones: una estación húmeda y otra más húmeda. Pero ahora, una de ellas es una estación seca que cada vez dura más tiempo.

El 90% del agua mundial que llega a la atmosfera desde los continentes lo genera la vegetación por transpiración. Y sólo un 10% se debe a evaporación. Por esto, las plantas son capaces de influir en las lluvias, el viento y el clima. Si la deforestación del Amazonas continúa, este perdería su poder de llamar a la lluvia. No generaría más vapor que el que se produce en el Océano Atlántico adyacente y los vientos cargados de agua fluirían desde tierra al océano y el Amazonas se convertiría en una sabana o, incluso, en un desierto. Sólo falta que se pierda otro 20% de bosque amazónico para que esto empiece a ocurrir, con graves consecuencias para el clima de buena parte de América del Sur. Además, el bosque amazónico almacena una enorme cantidad de carbono. Con la deforestación, parte de este se liberaría a la atmósfera, principalmente, en forma de CO2, contribuyendo al calentamiento global.

Pensándolo bien… sí que tenemos a nuestra disposición un ritual para llamar a la lluvia y se ha demostrado científicamente que funciona: proteger y conservar a quien tiene ese poder de forma natural, la vegetación.

Este artículo nos lo envía Cristina Romera Castillo. “Soy oceanógrafa y actualmente trabajo como investigadora postdoctoral en el Instituto de Ciencias del Mar-CSIC, de Barcelona. Me licencié en química y tras terminar la tesis doctoral en el Instituto de Ciencias del Mar, estuve 5 años de postdoc en distintas universidades de EEUU y Austria. Mi área de estudio es la oceanografía química, en particular, la materia orgánica disuelta en el océano y su interacción con los microorganismos. Actualmente estudio el impacto del plástico en el ecosistema marino y en el ciclo de carbono. Para ello, participo en campañas oceanográficas y experimentos en los que colaboro con investigadores de muchas partes del mundo. Esto me ha llevado a ver que se hace mucha investigación fascinante que la gente nunca llega a conocer. Me gustaría contribuir a cambiar eso”. Podéis conocer más a Cristina y su trabajo visitando su página web y a través de su cuenta en Twitter @crisrcas.



Por Colaborador Invitado, publicado el 29 enero, 2021
Categoría(s): Medio Ambiente