El analfabetismo que viene

Por Alfonso Araujo, el 11 febrero, 2021. Categoría(s): #sinCiencia no hay futuro • Actualidad • Divulgación

Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, la abrumadora mayoría de la gente fue analfabeta. Tan sólo una clase selecta de escribas tenía acceso a esos símbolos misteriosos que mantienen las cuentas y las ideas en una memoria externa a nosotros. Por otro lado, una parte significativa de la población tenía conocimiento suficiente de técnicas que le permitían vivir de forma más o menos independiente. Una familia o una pequeña aldea podía hacerse cargo de su agricultura, de reparar o incluso construir la mayoría de sus implementos, de mantener sus casas y de realizar comercio básico.

Todo esto ha cambiado de forma radical en un par de milenios y más aún en el último siglo.

La introducción de la imprenta hizo que en unos cuantos siglos elimináramos el analfabetismo en proporciones nunca imaginadas. En muchísimos países, el leer y escribir hoy en día es una habilidad trivial. Esto tiene dos caras: si por mucho tiempo el escribir se reservaba para cosas importantes, hoy en día se escribe y se publica cualquier cantidad de cosas intrascendentes que inundaron primero las librerías y ahora los medios electrónicos.

Del lado de la tecnología, ésta ha avanzado de forma tan vertiginosa que ya es del todo imposible ser un “renacentista” que pueda hacer de todo. La primera mitad del siglo XX vio quizá a los últimos hombres autodidactas de esta clase. Mi padre era un de ellos: lo mismo podía mantener un jardín de flores, frutos y grano que reparar casi cualquier aparato mecánico que se le pusiera enfrente. Sabía de remedios para quemaduras y tenías las mejores recetas de compota de manzana.

Desde luego, hay quien sigue pudiendo hacer eso, pero en la tecnología nos topamos con un problema: hasta hace poco mucho de nosotros podíamos abrir el cofre de un coche, saber que el problema estaba en el carburador o el alternador, y darle unos golpes en el lugar exacto para arreglarlo. Hoy en día al abrir el cofre uno ve una cosa prácticamente sellada, que es controlada por una computadora. Fuera de pasar corriente a la batería del auto de alguien que pase y nos eche una mano, ya no podemos hacer lo que antes y necesitamos ayuda especializada.

El ejemplo es trivial, pero se extiende a la mayoría de las cosas que usamos diariamente. Si bien podemos seguir dando mantenimiento interno a nuestros hogares y hacer nuestras propias estanterías con un buen manual de DIY, en el momento que tenemos un problema con el modem pasamos a ser completamente ignorantes.

Si nos quedamos en el tema de reparación de aparatos o de servicios, el problema no es demasiado grave: por supuesto la especialización es deseable y eficiente. Pero hay un nuevo analfabetismo que viene sobre nosotros y que la pandemia de Covid-19 ha puesto de manifiesto: ¿qué pasa cuando somos ignorantes de la forma de funcionar de la ciencia, de conceptos totalmente nuevos en nuestras tecnologías emergentes, y sobre todo del impacto ético o en el bien común que estas cosas van a tener de forma más importante?

Hay un fenómeno muy complejo y nunca antes visto: por un lado está la mencionada alfabetización casi universal y la era de la hiper-información que nos aturde con su volumen. Por otro, el desarrollo de temas en la ciencia que nos hacen hacernos preguntas nuevas por primera vez en nuestra existencia.

Veamos este último punto.

Hasta hace poco, a la ciencia la entendíamos de forma general, pero en el sentido de la tecnología que ponía a nuestro servicio. Esto ha sido así a lo largo de toda la historia: de herramientas de palo, a fundir hierro y a crear un reloj, todo ha sido mejorar mecanismos y técnicas. Incluso desde la explosión del siglo 20, a poca gente le causaba un conflicto existencial el que los coches fueran cada vez más rápidos, que de repente pudiésemos volar por el aire, comunicarnos a gran distancia o incluso quitarle un riñón a una persona para ponérsela a otra.

Todas estas cosas nos maravillan: un microscopio que puede ver dentro de una célula o un láser que podemos tener en nuestra mano en un salón de conferencias. Pero de nuevo: nada de eso nos hace hacernos preguntas filosóficas profundas.

Hasta hoy.

El “analfabetismo tecnológico” que he mencionado es inevitable en el sentido de que hemos acumulado tanto conocimiento que ya nadie puede ser experto en muchas cosas. Pero en el futuro cercano será cada vez más importante no ser “analfabeta científico”: esto es, no saber de cómo funciona la ciencia.

En el caso que ha sido puesto de relieve por la pandemia, podemos ver las vacunas. Cierto que desde su forma moderna, a partir de finales del siglo XIX, las vacunas siempre han tenido un grupo constante de gente que les tienen desconfianza y hasta abierta aversión. Hoy podemos ver que en la medida que ese desconocimiento se convierta en algo generalizado, representa un peligro real y grave.

Pero hay más: mencionaba que el conocimiento que hemos desarrollado hoy, nos invita a hacernos preguntas nunca antes hechas: nunca antes imaginadas siquiera. Desde Aristóteles hasta Nietzsche, nuestras preguntas acerca del ser humano, la conciencia y la realidad habían sido más o menos las mismas; nuestros vuelos mentales más extraños involucraban escenarios siempre considerados fantásticos, como el gólem o algún demonio malévolo que manipulaba nuestra percepción.

Hasta hoy.

Las disciplinas de la inteligencia artificial y de la genética nos están mostrando por primera vez en la historia, que lo que considerábamos fantástico puede estar a nuestro alcance en un futuro no muy lejano: la creación de clones y de conciencia.

Estas dos áreas del conocimiento y la investigación son tan complejas y pueden tener un impacto tan grande en nuestra forma misma de concebir al hombre y la conciencia, que se han vuelto multidisciplinarias y existen intensas discusiones éticas y filosóficas de sus implicaciones.

No hay respuestas, claro: a duras penas estamos formulando las preguntas nuevas. Pero si el analfabetismo tecnológico es tan problemático en un tema meramente técnico como las vacunas, podemos imaginar lo grave que el analfabetismo científico puede llegar a ser, en temas que impactan directamente la salud pública, la filosofía y la ética.

El eliminar este analfabetismo es impostergable: así como hoy en día leer y escribir es algo que se da por sentado, debemos visualizar el futuro como un lugar donde para la mayor parte de la población, el proceso científico le es tan obvio como para nosotros leer un tuit.