El Relato NAUKAS

Por Lluis Montoliu, el 2 marzo, 2021. Categoría(s): Actualidad • Ciencia ficción • Humor • Naukas • Twitter
El relato NAUKAS. Construido por 41 colaboradores NAUKAS a golpe de tuit. Imagen: Lluís Montoliu

El domingo 14 de febrero lanzaba la siguiente propuesta a la lista de colaboradores Naukas, la lista de los Naukers: «¿Qué os parece si escribimos un relato de ficción, pero con fondo científico, entre todos, a partir de microrrelatos de cada uno, por ejemplo en formato de tuit?«. En poco menos de dos días ya tenía 41 colaboradores y colaboradoras Naukas dispuestoss a afrontar el reto y le pedí a Jose A. Plaza, que está haciendo una serie de entrevistas muy chulas a diferentes colaboradores Naukas, que me ayudara a ordenar las 41 personas al azar. Dicho y hecho, el 16 de febrero lanzaba la idea por twitter y el 17 de febrero Eugenio Manuel escribía el primer tuit del #relatoNAUKAS.

La mecánica para participar en esta locura colectiva era bien sencilla: entre quienes estaban interesados preparé una lista que ordené al azar, con ayuda de Jose A. Plaza, y a cada uno le correspondió un número en esa lista. Empezando por el primer autor de la lista, cada uno iría publicando un tuit precedido con el número de orden que le correspondía y un hashtag unificador (#relatoNAUKAS) y luego el texto que quisiera, hasta consumir todos los caracteres del tuit. Cada una de las entregas debía tener en cuenta lo contado hasta ese momento en los tuits anteriores pero podía seguir el hilo de la forma que quisiera, con total libertad. Y así hasta llegar al último de los tuits. Naturalmente, quienes tenían que empezar y terminar la cadena de tuits tenían las mayores responsabilidades, para lanzar el tema y para cerrar la historia. El último tuit debía incluir la palabra FIN.

Y así fue como 41 colaboradores Naukas hemos sido capaces de escribir el primer relato Naukas colectivo, que empezó Eugenio Manuel el 17 de febrero y terminó Javi Burgos el 2 de marzo de 2021. Un par de semanas en las cuales hemos sido testigos de la desbordante imaginación de los Naukers, con sus tuits trufados de referencias literarias, cinematográficas y científicas. Al no haber un guión establecido cada aportación podía arrastrar la historia hacia donde el autor o autora quisieran. Y así hemos visto unos cuantos giros sorprendentes en el guión, y la aparición y desaparición de personajes, que finalmente se han resuelto (más o menos) y terminado de forma magistral con el tuit de Javi Burgos, a quien le tocó en suerte poner la guinda a este pastel.

Estos han sido los 41 colaboradores Naukas (por orden de intervención): 1. Eugenio Manuel Fernández Aguilar, 2. Antonio José Osuna, 3. Carlos Chordá, 4. Gemma del Caño, 5. José A. Prado-Bassas, 6. Eparquio Delgado, 7. Vary Ingweion, 8. Javier Fernández Panadero, 9. Carlos Briones, 10. Alex Méndez, 11. Daniel Torregrosa, 12. Lluis Montoliu, 13. Ambrosio Liceaga, 14. Azuquahe Pérez, 15. Ignacio López Goñi, 16. Antonio Martínez Ron, 17. Carlos Lobato, 18. Héctor Vives, 19. Juan Carlos Gil Montoro, 20. Laura Morrón, 21. José Manuel López Nicolás, 22. Natalia Ruiz, 23. Juan Ángel Vaquerizo, 24. Fernando Frías, 25. Oihan Iturbide, 26. Marisa Alonso Núñez, 27. Luis M. Martínez, 28. Iván Rivera, 29. Dolores Bueno, 30. José Ramón Alonso, 31. Rosario Luque Martín, 32. Guillermo Peris, 33. José Miguel Mulet, 34. Marián García, 35. Joaquín Sevilla, 36. Javier de la Cueva, 37. Miguel Santander, 38. Pablo Rodríguez Sánchez, 39. Javier Peláez, 40. Conchi Lillo, y 41. Javi Burgos.

A continuación os dejo el relato NAUKAS, en modo continuo, seguido de los 41 tuits que lo han hecho posible. ¡¡MUCHAS GRACIAS A TODOS!!

El Relato NAUKAS

El artefacto parecía tener forma cilíndrica, al menos desde aquel extraño ángulo. Aunque pesado a la vista, se escurría entre los dedos. Natalia había invertido muchas horas de su existencia al contenido de aquel… ¿frasco? Se concentró. Un instante eterno… Las manos le temblaban. En su turno anterior apenas pudo hidratarse. Sonreía por la situación. Rodeada completamente por un océano infinito a los sentidos, y aquella escasez en la estación. No podía dejarse atrapar por la derrota. Era el momento de hacerlo. Sería imperdonable perder la oportunidad. Solo faltaban catorce días para que se cerrara la ventana de lanzamiento hacia Marte y, si el valioso artefacto no llegaba a la colonia, su futuro se vería muy comprometido. Natalia se giró al oír abrirse la escotilla. Allí estaba ella. Sólo con su forma de entrar ya demostraba seguridad. Lo traía en sus manos con tanta firmeza como delicadeza. Sólo tenían una oportunidad. No iban a fallar. ¿Cómo algo tan pequeño podía ser tan importante para sobrevivir? así era. Los motores rugieron. La costumbre hacía que Natalia apenas los oyese, pero esta vez fue diferente. Llevaban un ritmo. La música había sido muy importante en su vida, pero no imaginaba cuánto lo sería en un futuro. Se sobresaltó: el artefacto comenzó a iluminarse. Enseguida se dio cuenta de lo que ocurría pero no se alarmó. Cuando la casualidad desbarata la operación más planificada de la historia, cualquier esfuerzo es inútil. La decisión se tomó sola: pasara lo que pasara, guardaría silencio por el bien de su hija. El valioso compuesto se estabilizaba y desestabilizaba en frecuencia regular: 7 segundos. Mucho se había especulado; el anillo de porfirina era de claro origen biológico, pero sus radicales no pertenecían a ningún organismo terrestre. Había que actuar rápido. En la superficie del objeto, la forma cóncava de una mano humana y, el fondo, unas agujas que sin duda inyectarían esa sustancia a quien se atreviese a hacer contacto con ellas. No había más tiempo. No había nadie más que pudiera hacerlo. Pero estaba sudando. A pesar de tantos años de entrenamiento, nunca había sentido tanta responsabilidad: dos planetas y aquellos seres… ¿vivos? dependían de ella. Se desvaneció, soñó, volvió a su infancia. Cuando despertó, el artefacto todavía estaba allí. Las cinco agujas se clavaron en distintas partes del espécimen simultáneamente. La modificación genética era fundamental para su supervivencia en el nuevo entorno. Se estremeció. Quizás gritó, pero esa cosa no tenía cuerdas vocales. Tembló. Cambió de color. Solo quedaban unas horas para llegar a Marte. Natalia dejó el artefacto en su mochila y lo depositó bajo su asiento. Era el momento de escribir un mensaje a Juan Black, que la esperaba en la base Jezero: «Todo marcha según el plan, mi capitán». “¡Oh no!” gritó Andrade. Brais y Keira le habían recomendado la aventura ultrasensorial “La expedición de Natalia”, la pionera del S.XXI, y ahora, justo en el momento más emocionante, fallaba el holograma. Y eso que estaba en un buen casino. El mejor de Titán. No estaba en su inhabitable superficie sino en el inmenso toro orbital. Una sociedad cuya cultura habría fascinado al propio Varley. Normal que un humano básico, no transformado, necesitase volver de vez en cuanto a un pasado más sencillo. Pero no era barato. Ni exento de efectos adversos. ¿De quién era el peluche marrón que recordaba con cariño, de quién las risas al caer la tarde sentados en la escalera viendo irse el sol y la vida sin darle importancia? Llegará el día, pensó, que no quede nada mío en esta cabeza. Andrade ya había tenido suficiente. Volvió al laboratorio, con Boris y Keira, y los tres siguieron trabajando en el proyecto. Conocían suficiente sobre aquel humano y había que acelerar la recombinación molecular. Necesitaban los resultados cuanto antes. Había desarrollado un sexto sentido para leer aquellas situaciones. Aquel era su duodécimo intento en los casinos de Titán. Revivir la última conciencia humana para que les revelase el secreto de la vida era un plan ambicioso… incluso para un hámster como él. No era fácil ser un hámster clónico GM entre tantos seres antropoides creyéndose humanos. Por eso disfrutaría otra vez de ser Natalia. Pero antes mataría a Boris/Brais con ayuda de Keira y sus tentáculos. Acabarían así con su traidora doble personalidad felina. Y al igual que Natalia cambió la civilización para siempre, diversificándola a miles de especies, Andrade daría el siguiente paso. El dominio y opresión humanas terminarán. Sus «mascotas» prevalecerán. Tras cambiar las tornas, muy pronto, el respeto llegará… —¿Mamá? —masculló la hija de Natalia al despertar. Andrade sonrió a pesar del cacahuete. El fractal en la melodía BWV 1009 resultó clave. El espécimen consciente permitiría dar con el segundo planeta matriz, sin porfirinas exógenas, y liberar las memorias espejo. — La ha despertado. —murmuró avergonzado. — ¿Cómo habéis permitido que llegase tan lejos? Si no actuamos ahora, no habrá vuelta atrás. — ¿Volvemos a revisar la cinta de Natalia? — No es suficiente. Debemos ir allí. Necesitamos hablar con el Dr. Emmett L. Brown. El hámster activó su cascada enzimática y mató a Brais/Boris con ayuda de Keira. Luego se encapsuló en un anillo de ciclodextrinas y saltó al espacio. Segundos antes de estrellarse en Titán se suicidó homeopáticamente y su amor por Natalia creció…como una ola. Pese a la onda expansiva, la nave siguió su viaje. Bach de fondo. —Llevas dentro el artefacto, eres clave para la supervivencia de todas las especies. —Ahora duerme. Fueron las últimas palabras de sus madres, Natalia y Ada. Pero ya no dormía. Y alguien esperaba. Con un chisporroteo de estática, los sistemas se activaron al detectar la señal de aproximación. “Base Jezero. Sol 6532” La sala, bajo una luz mortecina, se iluminaba con reflejos irisados cada siete segundos. Una cámara de hibernación comenzó la cuenta atrás. El ritmo de la cuenta atrás le trajo a la cabeza la historia del metrónomo de Beethoven: de algún modo no sonaba como debía. Se removió, nerviosa. Y el peso de su cuerpo, multiplicado por la deceleración, aplastó la preciosa carga que llevaba en el bolsillo. Mientras, Juan Black y el Dr. Emmett esperaban en la Base con todo listo. Solo debían precipitar el contenido, esnifarlo y ¡ciao CoV-9! —¿Nat?¿Estás ahí? ¡Claro! ¡La clave estaba en el segundo previo a la deceleración! Keira se preparó para volver al s.XXI. En la nave el tiempo se paró. El latido de sus 3 corazones se ralentizó. Natalia se dio cuenta de algo. Un escalofrío recorrió su espalda. Su sentido del oído se había acentuado. — Capitán ¿Es usted? ¿Va todo bien? No recordaba su voz así. La estática de nuevo. ¿Seguiré existiendo? Natalia sabía al salir de la base Parfit que teletransportarse entrañaba riesgos. Intentaba convencerse de que no necesitaba la preciosa carga. El «Yo» es solo la continuidad relacional de la memoria y el carácter. Pero, y si todo fuera… ¿Y si fuera un Aleph? Varios Borges (¿Brais, Boris?) lo imaginaron. Cada fragmento, cada persona, cada instante, todos partes del Aleph. Natalia, Keira, el hámster, Andrade, Black, Marte, Titán. Bach. Bach. Si♭-la-do-si. Cada 7 segundos. ¡Hasta en la estática! Pero entonces la desesperación los invadió a todos en cada una de sus respectivas líneas temporales y espaciales: en un instante de clarividencia comprendieron que el fin era inminente. Nadie podía vencer la inexorable entropía del universo. Y, ¿merecía la pena? Y sin embargo, todavía había esperanza. Podían descargar las secuencias, los recuerdos y las experiencias a un soporte digital. Podían hacer infinitas copias con mínimas variantes. Era la gran biblioteca y era también la inmortalidad. «El hombre prevalecerá». Pero aun pudiendo ser una copia exacta ¿qué pasaría con los cambios epigenéticos que había sufrido? No podía perderlo todo y solo había una manera de mantenerlos.Tendría que decidir en cual quería vivir y acabar todas las demás,conservando así todos los cambios. Mientras analizaba los diferentes patrones de metilación, Keira siguió revisando el pasado. Natalia dirigía con firmeza la nave. Sabía que el más mínimo error podía desviarla hacia el agujero negro Caribdis o hacia la galaxia Escila. Ambos errores mortales. Debía preservar su código genético con sus patrones de metilación para que hubiera una nueva esperanza. Tenía que iniciar ese back up. Cogió el disco cuántico. En ese momento se dio cuenta que la clavija de su dedo no era compatible con un disco de Apple. Mientras buscaba en la mochila el adaptador de USB a HDMI, una especie de cartulina quedó pegada entre sus dedos. Era una vieja tira de fotomatón donde aparecía ella… junto a Juan Black. Aún le quería. Al pensar en el reencuentro en Jezero chisporroteó. Reprimiendo la nostalgia volvió a hurgar en la mochila, recuperó la pila. Quién hubiera imaginado que se conseguiría controlar la fusión nuclear encerrada en un cilindro tan manejable. Todo gracias a una ruta metabólica resonante de 7 segundos de período. Vamos. …no había suficiente con las dificultades de interoperabilidad por el hardware. No. Además tenía un DRM. ¡A estas alturas de la película! Apagó el sistema y lo arrancó desde su USB con Debian-Nuke. Bien. Desprotegido. Ahora podía proceder. Linux nunca fallaba. La nave se aproximó a la superficie arenosa barrida por el viento y se posó con suavidad en la plataforma superior de la ciclópea Espira de la Confusión. Desembarcó y franqueó la puerta del complejo. Al fin! La sala de control estaba a su alcance. Tan cerca… El panel de control mostró un mensaje: «Entregue 20k€ en 3 días o su disco duro será destruido». Aparecía un número de cuenta de la Caja Rural de Cuenca, en el sistema Sol. Incluso si pagaba ya, la señal láser tardaría años en llegar a Cuenca. A no ser que… Natalia cerró aquel estúpido spam, apartó cualquier distracción de su mente sobre amores, casinos y mascotas que hablan. Se concentró en su misión: debía llevar el artefacto a Marte y quedaba ya muy poco tiempo. Aquel neurofriki le prometió que con el nuevo estimulador del sistema límbico percibiría sensaciones novedosas y los viajes extrasensoriales serían únicos. ¡Ja! ¡Si le había llevado a Cuenca! Lo desconectó y…¿WTF? Aquel sonido indicaba que el artefacto estaba listo. Acarició el transdigitalizador cuántico, tras visualizar las 40 cápsulas de información que dibujaban los ecos de una lejana Tierra, y lo activó suavemente con la punta de sus dedos mutantes, mirando por la escotilla como se deshacía su añorado Nuevo Marte. FIN.