John Leal, el «terrorista» que salvó millones de vidas

Por Txema Campillo, el 15 marzo, 2021. Categoría(s): Ciencia • Historia

Allá por el lejano febrero de 2020, al inicio de la escalada de sucesos, se comenzó a hacer mucho énfasis en lavarse las manos correctamente. Incluso Google le dedico un Doodle a Ignaz Semmelweis el pasado 19 de marzo. Más o menos es una figura reconocida y su historia de rechazo por los médicos vieneses es vox populi a estas alturas. Pero existen otros personajes menos conocidos en esta lucha contra los gérmenes y aquí os vengo a contar la historia de uno.

El contexto histórico

Robert Koch recibió el Nobel en 1905 por sus trabajos sobre la tuberculosis pero la Academia hubiera estado más acertada si se lo hubieran concedido por los postulados que llevan su nombre. Koch le dio al mundo el concepto de «carga bacteriana», una forma sencilla de contabilizar bacterias y un límite de seguridad: por debajo de 100 colonias el agua era segura para beber.

Hasta ese momento, la única forma que tenían los ingenieros de saber si una instalación de alcantarillado o agua potable era segura consistía en esperar que murieran menos personas en los meses siguientes a su construcción. Con esa forma de medir bacterias y los microscopios como armas, se aceleró tremendamente el proceso pero, aún más importante, se abrió una nueva forma de hacer el agua más segura: eliminado a los gérmenes directamente en lugar de luchar indirectamente separando las aguas residuales de las potables. Y en este nuevo frente abierto llega nuestro personaje, el doctor John L. Leal.

Doctor John L. Leal
Dr. John Leal Fuente: Wikimedia. Cortesía de Drinkingwaterdoc

El interés del Dr. Leal en asuntos de salud pública en general y del agua en particular era personal: su padre, otro médico que se había alistado de voluntario en un regimiento durante la guerra civil estadounidense, había sufrido durante casi dos décadas una disentería amebiana por beber durante el conflicto agua contaminada.  Dos décadas sufriendo la enfermedad que finalmente lo mató.

De todos los tóxicos probados por Leal uno le llamó poderosamente la atención: el hipoclorito de calcio. Pero no todo era tan sencillo: había una gran oposición pública al uso de químicos en el agua. Leal conocía de primera mano, como Jefe de Salud pública de la ciudad de Patterson, ese olor punzante al químico que se usaba en las casas desinfectadas cuando se daban brotes de cólera y fiebres tifoideas. Era plenamente consciente de que no era el olor que uno querría en el agua que se lleva a la boca. La desinfección química del agua era algo repelente y tabú. Pero Leal, con su formación de bacteriólogo, estaba convencido de que, con las dosis correcta, la cloración sería segura para humanos y mortal para los gérmenes.

El momento decisivo.

Nadie puede hacer nada si no le dan la oportunidad y la de Leal llegó finalmente. Fue contratado por la Jersey City Water Supply Company como persona encargada de la salubridad de las aguas destinadas a consumo humano del embalse Boonton, en New Jersey. Inicialmente su trabajo era eliminar las fuentes de contaminación río arriba. En 1908, con las obras terminadas, la JCWSC se encontraba en problemas legales con el estado de New Jersey. Sus aguas no eran del todo «puras y saludables» por lo que les ordenaron construir más alcantarillas. Leal, conociendo que la efectividad de esta medida iba a ser limitada, presionó para que la compañía consiguiera que la sentencia incluyera una mención a «otro planes y dispositivos».

El reloj corría y Leal no tenía tiempo de realizar un estudio piloto o hacer una planta modelo para convencer a su empresa. ¿Solución? Poner en práctica uno de los experimentos más atrevidos (y poco éticos, para que engañarnos) de la historia.

Ahora nos parece muy normal, pero convencer a una administración para que incorporara un conocido tóxico al agua sería como intentar convencer a las actuales de que hay que eliminar el tráfico de coches de los centros urbanos (oh, wait…).

Armado con su descaro y con los resultados de sus más recientes experimento, sin pedir permiso a nadie y casi en completo secreto, contrató al ingeniero George W. Fuller. Este construyó junto al embalse la primera planta continua de cloración de agua de la historia, capaz de clorar 140.000 metros cubicos de agua. Leal decidió «envenenar» a las 200.000 personas que dependían de ese embalse para beber.  Un loco o, peor, un terrorista.

Primera planta de cloración del mundo
Planta de cloracion diseñada por Leal y Fuller en Boonton. Dominio público.

El juicio

Tres meses después de iniciar la primera cloración masiva de una ciudad en el mundo Leal tuvo que defender sus acciones ante el juez. La siguiente conversación está sacada del diario de sesiones:

—Doctor, ¿qué otros lugares en el mundo puede mencionar en los que este experimento de poner ese polvo blanqueante en el agua potable de una ciudad de 200.000 habitantes haya sido realizado?

—¿200.000 habitantes? No hay ningún lugar en el mundo, nunca ha sido probado.

—Nunca lo ha sido.

—No bajo estas condiciones o bajo estas circunstancias. Sin embargo, será usado muchas veces en el futuro.

—¿La ciudad de Jersey ha sido la primera?

—La primera en aprovecharse de ello.

—¿La ciudad de Jersey ha sido la primera en ser usadoa para probar si su experimento era bueno o malo?

—No, señoría, en aprovecharse de ello. El experimento acabó.

—¿Notificó a la ciudad sobre este experimento?

—No lo hice.

—¿Bebe usted este agua?

—Sí, señoría.

—¿Tendría algún problema en dársela a su mujer o su familia?

—Creo que es el agua más segura del mundo.

El juez dio la razón a la compañía sobre que la planta era capaz de hacer que el agua entregada a Jersey City fuera «pura y saludable» y que entraba dentro de esos «otros planes y dispositivos» incluidos en la primera sentencia. Leal renunció a patentar el dispositivo lo que contribuyó a su rápida adopción por el resto de ayuntamientos.

En 2005 dos investigadores de Harvard llegaron a la conclusión de que la adopción de la cloración entre 1900 y 1930 había reducido la mortalidad total de los EE. UU. en un 43 % y la infantil en un impresionante 74 %.

La American Water Works Association estableció el premio Dr. John Leal y en su tumba se puede leer: Héroe de la salud pública.

Tumba del Dr. John Leal y familia.
Tumba del Dr. John Leal y familia. Fuente: Wikimedia. Cortesía de Drinkingwaterdoc

Me enteré de esta historia y de otras muchas mas igual de fabulosas leyendo «How We Got to Now: Six Innovations that Made the Modern World» de Steven Johnson.