Entrevista con James Poskett: el horizonte global de la ciencia

Por Colaborador Invitado, el 1 junio, 2022. Categoría(s): Historia • Libros
Entrevista con el historiador de la ciencia James Poskett.

La ciencia necesita científicos, obviamente, pero también historiadores. James Poskett se atreve con una visión global de la historia de la ciencia en Horizontes (Crítica, 2022), un ambicioso estudio que abarca largos periodos y diferentes lugares del mundo. Esta historia política y colaborativa de la ciencia moderna se apoya en los estudios sociales y en la filosofía de la ciencia para mostrar una panorámica mucho más rica, diversa y compleja que las explicaciones habituales basadas en el talento individual.

 

ANDRÉS LOMEÑA: Plinio nunca vio una patata, así que el descubrimiento de nuevas tierras, como ocurrió con la conquista de América, supuso un cambio drástico que contribuyó a sustituir los clásicos grecolatinos por la experiencia directa de nuevos alimentos y costumbres. El conocimiento que se consiguió fue compartido y cedido, pero también le fue robado a antiguas culturas del continente americano. No me quito de la cabeza esa idea benjaminiana según la cual no hay un solo documento sobre la civilización que no sea al mismo tiempo un documento sobre la barbarie.

JAMES POSKETT: Esa es una cita magnífica del gran teórico cultural Walter Benjamin y es bastante cierta, casi de forma literal, en el caso de la historia de la ciencia. La revolución científica europea de los siglos XVI y XVII no habría sido posible sin la violencia que hubo durante la conquista de América. Los conquistadores regresaron de México y Perú con nuevas especies para la historia natural (patatas, tomates y chocolate) que eran completamente desconocidas para los europeos. Esos mismos conquistadores también regresaron con “documentos” literales de los indígenas, concretamente con información científica copiada de los códices manuscritos de los aztecas. El conocimiento científico indígena, desde las plantas medicinales a la geografía de México, terminó en las bibliotecas europeas modernas. Sin embargo, la mayoría de los códices aztecas originales fueron quemados por los misioneros católicos.

Así que tenemos una historia real de violencia y apropiación (de barbarie) en el corazón de la historia de la revolución científica. Y es un hecho que recorre toda la historia de la ciencia moderna. En mi libro muestro cómo la ciencia moderna fue moldeada por la esclavitud, el imperio, la guerra y el capitalismo industrial.

 

A.L.: Tendríamos que distinguir entre científicos olvidados porque no es posible contar con meticulosidad toda la historia de la ciencia y otros que han sido silenciados o que no conocemos por culpa de los sesgos de historiadores o científicos. Por ejemplo, Rutherford es mucho más conocido que Nagaoka, pero al menos el primero citó en sus trabajos al segundo. ¿Bastaría con abandonar nuestro eurocentrismo y acercarnos a Asia para entender mejor las aportaciones a la ciencia?

J.P.: Estoy de acuerdo en que hay diferentes tipos de olvido y es importante distinguirlos. En algunos casos, las contribuciones científicas fueron reconocidas todo el tiempo, pero más tarde fueron olvidadas por los historiadores y por el público. En otros casos, ciertas contribuciones científicas fueron ignoradas de forma deliberada, como en el caso de la apropiación del conocimiento azteca, como ya comenté.

Siempre hay una política del olvido. Y esto es con frecuencia algo más complejo que el simple eurocentrismo, aunque desde luego eso ocupa buena parte de esta ceguera. Por ejemplo, en China, después de que el Partido Comunista llegara al poder en 1949, hubo pocos incentivos para celebrar los logros de los anteriores científicos chinos que trabajaron durante la República de China. Lo mismo pasó con la transición que hubo de la Rusia zarista a la soviética. En Japón, después de la Segunda Guerra Mundial, hubo mucho menos interés por aplaudir las investigaciones anteriores de la era Meiji, como pasó con Hantaro Nagaoka, dada su asociación con el imperialismo japonés. En resumen, en determinados momentos históricos se vuelve conveniente recordar y olvidar diferentes tradiciones científicas.

Nuestra mayor deuda actual con la historia intelectual está en el África subsahariana más que en Asia. China, Japón e India son de una enorme importancia para la historia de la ciencia. Eso es algo relativamente fácil de aceptar, sobre todo tras el auge de la China contemporánea en términos de poder tecnológico y científico. El África subsahariana, sin embargo, apenas aparece en la historia de la ciencia moderna, incluso en historias que pretenden ser globales. Por eso empleé mucho tiempo investigando y escribiendo sobre la revolución científica en el África moderna. África Occidental en particular fue tan partícipe de la revolución científica como Europa, Oriente Medio, India y China. Los reinos africanos occidentales, como el Imperio Songay en Malí, o el Sultanato de Kano en Nigeria, estaban conectados a un mundo más amplio gracias al comercio y la religión. Esos reinos apoyaron las obras de grandes matemáticos africanos y astrónomos como Muhammad Baghayogho, a quien se le ha olvidado casi por completo.

Horizontes, una historia global de la ciencia (James Poskett)

A.L.: Su historia de la ciencia choca con parte de la historia oficial. Por ejemplo, habla del caso de Zhao, un físico que estuvo detrás del descubrimiento del positrón. La historia oficial concede ese honor a Carl David Anderson. ¿Qué hacemos? ¿Reescribimos la historia o simplemente admitimos que Zhao fue un protodescubridor y ya está?

J.P.: Creo que el problema en este caso tiene más que ver con cómo pensamos y reconocemos los descubrimientos científicos. Mi argumento no es que cambiemos el nombre de Zhao por el de Anderson, o a Nagaoka por Rutherford, en la historia oficial. Lo que busco es que pensemos en el descubrimiento científico y en el modo problemático de homenajear a científicos de forma individual.

Los premios Nobel son un buen ejemplo de este problema, ya que refuerzan la idea de que la ciencia la hacen unos cuantos genios. En la mayoría de estos premios se premia a tres individuos que tienen que estar vivos en el momento de recibir el reconocimiento. Eso deja fuera de inmediato a un montón de gente que trabajó durante un largo periodo de tiempo, quizás en lugares distintos, y que han contribuido a la ciencia moderna.

Esas condiciones me parecen desafortunadas. Lo dejo claro en mi libro: la ciencia siempre se ha hecho a través de un largo proceso de intercambio cultural global, algo que los premios Nobel no son capaces de evidenciar ni reconocer. El descubrimiento del positrón fue un producto, no del genio de Zhao o Anderson, sino de un momento en el que la ciencia europea, estadounidense y china trabajaron juntas en el siglo XX.

 

A.L.: Los astrónomos en el siglo XVII usaron barcos con esclavos, los naturalistas del XVIII colaboraron con el comercio colonial, los pensadores evolucionistas del XIX participaron en las guerras industriales y los genetistas promovieron el racismo de la Guerra Fría. ¿Qué me dice del siglo XXI?

J.P.: Termino el libro en el siglo XXI porque de veras creo que la historia de la ciencia debería ayudarnos a situarnos en el presente. Estamos viviendo un momento de cambio histórico a nivel mundial y eso está modificando la forma de investigar en ciencia. Me refiero a esto como una Nueva Guerra Fría, en la que un puñado de poderes regionales e internacionales están compitiendo por el dominio científico y tecnológico. El ejemplo más obvio es China, pero está ocurriendo en casi todas partes, como por ejemplo en el sudeste Asiático y en Oriente Medio.

Estamos viendo grandes inversiones en campos como la inteligencia artificial, la investigación espacial y la ciencia climática. Todo esto tiene, como ya pasó antes, el potencial de producir beneficios… y también daños. Por ejemplo, la inversión china en inteligencia artificial está muy ligada a la vigilancia, sobre todo en lo relativo al control y detención de poblaciones minoritarias como los uigures. Incluso en el campo de la ciencia climática, parte de lo que se invierte a nivel nacional está motivado por cuestiones de seguridad (incluyendo la alimentación y la seguridad energética), más que por un deseo genuino de combatir el cambio climático.

Todo esto suena bastante deprimente… y lo es. Pero creo que hay espacio para el optimismo también. Al menos hay algo de esperanza. La historia de la ciencia es una historia de violencia y apropiación, y de conflicto político también, pero a lo largo de la historia siempre ha habido científicos que se han levantado y han luchado por un mundo mejor. Personas como Meghnad Saha, el astrofísico hindú anticolonial, o Julia Lermontova, la química rusa que se formó en Alemania cuando los zares excluyeron a las mujeres de las universidades en Rusia. Mi inspiración viene de ese lado de la historia de la ciencia. Una historia de radicalismo y resistencia.

 

A.L.: En los agradecimientos cita a Simon Schaffer un par de veces. ¿De qué manera le ha inspirado?

J.P.: Si alguien merece estar dos veces en los agradecimientos, ese es Simon Schaffer. Probablemente él es la persona viva que más ha hecho por la historia de la ciencia. Hice mi primera investigación histórica trabajando con Simon como estudiante de máster en Cambridge. En aquel momento pensé que quería ser un filósofo de la ciencia. Sin embargo, al trabajar con Simon me di cuenta del poder de la historia, entendida no como un conjunto de hechos aburridos, ni como una colección de historias divertidas, sino como una forma de hacer política y de pensar sobre la naturaleza de la ciencia de una manera sustantiva. En resumen, la historia de la ciencia con Simon llegó a ser lo que la filosofía de la ciencia debería haber sido: una crítica política.

Hay otra cosa increíble de Simon y es que él no solo cambió la disciplina una vez, sino dos veces (por eso el doble agradecimiento es incluso más apropiado). A finales de los ochenta, Simon y Steven Shapin fueron unos adelantados de la historia social de la ciencia. Esta idea era que la ciencia era fundamentalmente producida por la sociedad, y que entender la historia de la sociedad era esencial para el entendimiento de la historia de la ciencia. Luego, en el nuevo siglo, Simon desempeñó un papel fundamental a la hora de desarrollar la historia global de la ciencia como campo, en concreto a la hora de pensar sobre las relaciones entre el conocimiento europeo y el asiático, así como en los orígenes globales de la ley de la gravitación universal de Isaac Newton. Esos dos aspectos (el social y el global) recorren mi propia obra sobre la historia de la ciencia.

 

 

Esta entrevista nos la envía Andrés Lomeña Cantos (@andresitores). Estudió periodismo y se especializó en teoría de la literatura y literatura comparada. Trabaja como profesor de filosofía en un instituto de educación secundaria e investiga sobre los mundos imaginarios de las novelas.

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Por Colaborador Invitado, publicado el 1 junio, 2022
Categoría(s): Historia • Libros