Elsa se sentía feliz y nerviosa, en unas horas esperaba recibir en la Residencia a su nieta. Solo unos semanas atrás no sabía de su existencia, su memoria era una nebulosa de recuerdos dispersos pero, por esos milagros de la ciencia, había recuperado algunos que tenía completamente olvidados.
La residencia Susumo Tonegawa acogía ancianos y personas de escasos recursos que padecían alguna enfermedad relacionada con la pérdida de memoria, como el Alzheimer.
Gracias a la generosa ayuda financiera de la fundación Elton Mark recibían tratamientos médicos de carácter experimental que les permitían recuperar parcialmente la memoria. Se llevaban con discreción. Según se explicaba a los afectados, darle publicidad podría ser contraproducente, e incluso podría llevar a que el gobierno paralizase las investigaciones.
El proceso de recuperación de la memoria era gradual y lento. El sentimiento general era que al principio todos se sentían felices de tener acceso a sus recuerdos perdidos, pero pronto descubrieron que algunos de los recuerdos eran dolorosos o incómodos. Juan contaba como a medida que pasaban los días experimentaba extrañas sensaciones y alucinaciones. A veces, veía imágenes de su juventud o escuchaba voces de personas que había conocido hacía mucho tiempo.
Los trabajadores de la residencia trataron de ayudar a los residentes a lidiar con estos sentimientos, pero algunos se negaban a aceptar sus recuerdos o se aferraban a ellos con fuerza. Otros, en cambio, se dieron cuenta de que tenían que dejar el pasado y avanzar hacia el futuro, a pesar de sus miedos y dudas.
Algunos de ellos contaban historias extraordinarias, como Pedro y Lucía. Ambos padecían, o mejor sería decir que habían padecido, Alzheimer. Tras considerarse unos desconocidos, al recuperar la memoria habían descubierto que hacía años se habían amado. La vida les llevó por caminos diferentes.
Sebastián, tras un periodo de euforia, un día se presentó abatido y confesó que había recordado que en su juventud había cometido un asesinato. Días después lo negó y dijo que debía haber sido una alucinación. No era el único caso que cambiaba de versión. Ocurría frecuentemente con aquellos que descubrían recuerdos escabrosos o muy dolorosos en sus pasados, días después parecían haberlos olvidado y sustituidos por otros más felices.
Con el paso de los meses casi todos se sentían bien. Juan contaba cómo cada vez se encontraba más joven y lleno de vida. Había vuelto a interesarse por muchas cosas que había dejado de lado, y se había convertido en una persona muy activa de nuevo. Esa sensación, a medida que avanzaban los tratamientos, se fue convirtiendo en un sentimiento general. Algunos volvieron a recordar idiomas que no sabían que hablaban, y los ponían en práctica con otros internos que compartían la misma lengua. Descubrían que realmente procedían del mismo país de origen.
Elena, profesora de lenguas clásicas, o eso recordaba pues a veces dudaba si realmente había sido así, asistía con sorpresa y deleite a las puestas en común de los residentes. Eran frecuentes los cambios de versión. Un día te contaban una historia de su vida, y a los pocos días otra más feliz. Era como si les hubiesen dado la bebida mitológica del olvido, como en la Odisea cuando Helena echó en el vino una droga contra el llanto y la cólera, que hacía olvidar todos los males.
Las visitas a los internos eran poco frecuentes, y cuando se recibía alguna eran objeto de la curiosidad de todos.
Por fin, Elsa estaba con su nieta que había llegado de lejos. Cuando estuvo frente a ella, no pudo contener las lágrimas de emoción. Era una joven de veintipocos años, debía hacer más de diez que no la veía. Rememoraron su niñez, antes de que la nieta emigrase con sus padres.
Elena observaba el encuentro y sospechaba que algo raro pasaba. Las emociones de la abuela no parecían verse respondida por la nieta, que mostraba signos de sentirse incómoda.
Elena sentía que en su memoria había lagunas y en ocasiones los recuerdos estaban faltos de coherencia. Se daba cuenta de que no disponía de suficiente información que le permitiese encontrar a familiares. No era solo su caso, la mayoría de sus compañeros contaban historias que justificaban la falta de conexión con familiares.
La estupenda residencia estaba aislada y no facilitaba el contacto con el exterior. Se les explicaba que estaban sometidos a un tratamiento para recuperar la memoria y que en esa situación el contacto con familiares y amigos y las salidas al exterior debían estar controladas. Las explicaciones convencieron a Elena durante un tiempo pero no podía eliminar sus sospechas.
Un día se percató de que en la entrepierna, junto a la pelvis, tenía una inscripción con una especie de mapa donde aparecía la palabra: BUSCA. Pudo deducir que ese croquis le llevaba junto a un árbol del jardín: bajo una piedra encontró, dentro de una bolsa, lo que parecía ser un diario. En su primera página decía:
“Este diario lo empezaste a escribir el 30 de enero de 2027. Padeces una enfermedad que te hizo perder gran parte de tus recuerdos. Periódicamente eres sometida a un tratamiento para recuperarlos. En tu cuerpo tienes una inscripción oculta que te traerá a este diario. Cada vez que lo leas, añade lo que consideres que son recuerdos recuperados.”
Se sorprendió, pues no era consciente de haber escrito ese diario, aunque inequívocamente la letra era suya. Su sorpresa fue en aumento al comprobar que en ocasiones el diario tenía continuidad pero a veces los recuerdos correspondían a una historia muy diferente que no recordaba. Mas que un diario parecía los diarios de personas distintas que compartían periodos con historias comunes.
Estaba desconcertada, no conseguía encontrar una explicación lógica a lo que leía. Esa sensación no debía ser nueva pues en el propio diario describía situaciones parecidas. Recordó una vieja película en la que el protagonista, al levantarse cada mañana, se despierta en el mismo día. Los sucesos se repiten hasta que él modifica alguna situación que cambia el resto del día. Elena cree que quizás le esté ocurriendo lo mismo con la diferencia de que ella no puede recordar todas las historias pasadas, solo una. Esa explicación no puede ser la correcta, piensa, pues en el diario las fechas se suceden cronológicamente. Reflexiona que lo que le pasa a ella es similar a lo que le ocurre a los otros residentes, con el transcurso del tiempo va cambiando la historia de su vida para irla edulcorando.
Quizás deba intentar escaparse de la residencia. Pero el diario cuenta que no sería la primera vez, en las dos ocasiones en las que parece haberlo intentado la historia acaba ahí, no hay ninguna referencia a lo que le ocurrió tras la fuga, y ella no tiene ningún recuerdo.
Los días siguientes su cabeza se convierte en un hervidero de ideas. Una noche se despierta sobresaltada, tiene la sensación de haber encontrado la explicación: “ ¡Forma parte de un experimento en el que los residentes son conejillos de indias a los que se le graban y borran recuerdos!”
Quizás deba pedirle una explicación al Dr. Fabriani, director de la residencia, pero corre el riesgo de que acabe con sus propios recuerdos borrados. Debe intentar conseguir la complicidad de algunos de los empleados y obtener la información que pueda sin crear sospechas.
Martin es un joven y amable doctor recién llegado.
—Martin, – le pregunta Elena – la mayoría de nosotros tenemos grandes lagunas en nuestra memoria y muchos de nosotros literalmente teníamos parte de nuestros cerebros destruidos ¿Cómo se pueden recuperar estos recuerdos?
— Por lo que yo sé, y aún estoy aprendiendo, todos nosotros dejamos una información ingente en Internet: miles de fotos, conversaciones, lugares que hemos visitado, etc. A partir de ellos Neo Turing, el programa de inteligencia artificial más sofisticado que se haya inventado, reconstruye los recuerdos de cada uno y poco a poco se van insertando mediante implantes neuronales.
— Pero ¿qué es Internet?
Martin se siente un poco desconcertado, le sorprende que Elena no supiese de algo tan extendido como Internet. Se da cuenta de que cuando le contrataron le advirtieron que evitara dar cualquier información que facilitara la conexión de los pacientes con el exterior. Incluso carecen de teléfonos y los implantes cerebrales evitan insertarles este tipo de información. Les han dicho que eso es parte del protocolo y con el tiempo tendrán toda esta información, pero la mayoría son muy mayores y de lo que se trata es que sean felices mientras vivan.
Elena se encuentra frente al Dr. Fabriani, ha sido citada para recibir una nueva sesión de “recuperación de memoria”. Ella sabe que mañana será más feliz pero muchos de sus recuerdos habrán desaparecido y su lugar lo ocuparan otros que la “harán más feliz”.
— Dr. Fabriani – Elena le dice con firmeza-: Sé que me van implantar recuerdos que probablemente tengan poco que ver conmigo. Los recuerdos nos los crean y nos los borran con criterios que desconozco. ¡Explíqueme qué están haciendo con nosotros! No debe temer que lo revele pues dentro de un rato me hará olvidar lo que me ha contado.
— Voy a ser sincero. Casi todos Uds. han tenido vidas muy desgraciadas, unos han sido olvidados por sus familiares, otros son indigentes o se consumían en residencias. Forman parte de un proyecto de un coste muy elevado, financiado por un visionario. Estamos desarrollando una técnica que nos permite implantar y borrar recuerdos selectivamente.
Muchos de los recuerdos que implantamos a los residentes realmente corresponden a otras personas gracias a las huellas que han ido dejando en Internet, como le ha comentado Martin. Ustedes están haciendo una gran labor por la Humanidad y además los hacemos felices.
Elena quedó pensativa y con voz pausada le replicó: La felicidad es una parte de nuestras vidas, solo la apreciamos en contraste con las desilusiones, la adversidad y otros tantos sentimientos que nos hacen humanos.
Elena – le dijo Fabriani — tú me creaste. Eres quien puso en marcha este proyecto y estás experimentando contigo misma.
El Dr. Fabriani se esfumó. Lo que Elena veía, por muy realista que pareciese, era un holograma. El metaverso había llegado.
[Dedicado a Francisco Pérez Coca, quien revisó los cuentos que publiqué en Naukas, y que lamentablemente ya no está con nosotros]
Este relato de “ciencia novelada”, como viene haciendo en los últimos años para felicitar el año, nos lo envía Guillermo Sánchez León, un entusiasta de la divulgación científica. Algunos de sus artículos los podéis encontrar en su web. Guillermo ha escrito además varios en Naukas que podéis disfrutar en el siguiente enlace.
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