Guillermo Peris: «No se puede estar con la ciencia todo el día: hay que disfrutar de la vida y buscar la belleza en otros ámbitos»

Por José Antonio Plaza, el 28 julio, 2023. Categoría(s): Entrevistas Naukas
Guillermo Peris, sobre el escenario en una de sus charlas divulgativas (Foto: Iñigo Sierra / Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU)

 

Guillermo Peris (Castellón, 1971) ha tenido que esperar unos cuantos años de vida laboral para encontrarse cara a cara con la que siempre ha sido su pasión científica, la genética. La vida, que no siempre te deja ir por donde quieres, frenó su vocación de estudiar Biología y le llevó hacia el mundo de la química cuántica, que decidió desentrañar con herramientas informáticas y computacionales. Asentado en la docencia universitaria desde hace más de dos décadas, hace siete años pudo abrir una de las muchas puertas que la vida coloca en nuestro camino y consiguió, más vale tarde que nunca, reenfocar su carrera investigadora y centrarla en la genética humana, desentrañando el comportamiento de nuestro ARN no codificante con mirada bioinformática.

Divulgador científico en algunos de sus ratos libres, Guillermo vive a caballo entre su Castellón natal y su Granada de acogida, con ganas de que otra de esas puertas que nos vamos encontrando le permita instalarse definitivamente cerca de la Alhambra y el Albaicín. Tiene muy claro que tener tiempo libre para alejarse de lenguajes informáticos y secuencias genómicas es lo que le permite seguir disfrutando, en su justa medida, de la ciencia.


¿Viene de familia tu dedicación a la ciencia, o abriste tu propio camino?

Mi familia no tiene ninguna relación con la ciencia. Nací en Castellón, soy de lo que aquí llamamos el Grau, el barrio pesquero. Mis padres son de origen muy humilde, de clase baja. Él era pescador y ella trabajaba limpiando sepias en empresas de congelados. Teníamos poco dinero y mi carrera científica, y todo lo que yo he podido estudiar, ha llegado gracias a su esfuerzo y a la ayuda de becas.


Eres doctor en Ciencias Químicas. ¿Por qué elegiste esa carrera?

Yo quería estudiar Biología, que me gustaba mucho desde el Instituto, sobre todo por la genética, que me apasionaba, pero para hacer esa carrera debía irme a Valencia y eso me complicaba mucho las cosas. Mis padres no podían permitirse mi estancia en Valencia, y no sabía si iba a conseguir beca, así que estudié Químicas en Castellón, quizá porque mi ciudad tiene mucha industria cerámica y por ello había una rama muy importante de química industrial. Desde el principio vi que no me gustaba mucho, me aburría y no me motivaba, pero en tercero de carrera descubrí la química cuántica, que sí me gustó. Para entonces sí pude irme a Valencia a acabar la carrera, haciendo la especialidad de Química Fundamental con la orientación en Química-Física.


¿Qué es la química cuántica, explicada brevemente para alguien que no sea experto en estos temas?

Es una rama de la química teórica que describe matemáticamente el comportamiento de la materia a escala molecular. Aplica ecuaciones de la física cuántica, como por ejemplo las de Schrödinger o Hartree-Fock, a modelos atómicos para explicar cómo interactúan las moléculas en su interior y entre ellas.


¿Sobre qué hiciste la tesis doctoral?

Sobre algo muy complejo y de lo que ahora casi no me acuerdo, la verdad. Entré en el Departamento de Ciencias Experimentales de la Universitat Jaume I de Castellón, con el doctor Josep Planelles, y trabajé en una teoría químico-cuántica denominada coupled cluster. Esta teoría buscaba, por aquel entonces, mejorar el cálculo de la energía de los orbitales moleculares, que en química cuántica son funciones matemáticas que describen el comportamiento ondulatorio de los electrones en las moléculas y nos permiten calcular a priori la luz que pueden emitir estas moléculas. Recuerdo que pensaba: “Este tipo de cosas tan técnicas no se las puedo contar a mis padres”. Es una ciencia básica muy difícil de explicar y de comprender.


Una vez acabada la carrera y hecha la tesis, ¿qué camino profesional eliges?

Comprobé que la carrera universitaria tenía bastante inercia para quedarte trabajando como docente. Ahora es más complicado, pero hace veinte años, si entrabas en un departamento universitario y hacías la tesis, se te abría un camino bastante trazado, un desarrollo profesional en el que podías encontrar becas, posibilidad de sacar una plaza de interino, opciones de ganar una plaza de profesor titular… Quizá no pensé demasiado qué hacer y me dediqué a seguir esa inercia. El grupo de Química Cuántica en el que yo estaba era bastante pequeño y vi que no iba a ser sencillo sacar una plaza de profesor ayudante en el Departamento de Ciencias Experimentales. Un año después de acabar la tesis, en el año 1999, tuve la oportunidad de acceder a una plaza de ayudante en otro departamento, el de Lenguajes y Sistemas Informáticos.


¿Dejaste de lado la química para adentrarte en la Informática?

Empecé casi desde cero, la verdad. Aprendí a programar en diferentes lenguajes informáticos y comencé a trabajar en algorítmica, con cadenas de caracteres. Para que me entiendas, para mí el ADN es una cadena de caracteres, porque lo interpreto desde una perspectiva informática y computacional. Mi trabajo pasó a ser el uso de algoritmos para comparar cadenas cíclicas de caracteres; por ponerte un ejemplo, este tipo de cadenas podemos encontrarlas, en el ámbito de la biología, en los plásmidos bacterianos y en el ARN circular de células humanas. Una vez metido en el Departamento de Lenguajes y Sistemas Informáticos llegué a empezar una segunda tesis, pero no la acabé porque saqué por oposición una plaza de profesor titular. Llevo casi veinticinco años como profesor en este Departamento, dando clases a grados de Ingeniería Informática, Matemática Computacional, Periodismo, Diseño Industrial…

Guillermo Peris, con la periodista Susana Escudero, durante un momento de su charla en el Naukas Bilbao 2022.


Una vez consolidada tu faceta como docente, ¿cómo evolucionó tu carrera investigadora?

Con el tiempo acabé tomando las herramientas algorítmicas que había aprendido y comencé a investigar un poco por mi cuenta, buscando esa vocación que tenía por la genética desde joven, y me puse a estudiar la aplicación de algoritmos al funcionamiento de cadenas de proteínas, consiguiendo un par de publicaciones sobre ese tema. Pero poco a poco mi intensidad en investigación fue disminuyendo. La docencia me quitaba bastante tiempo y, además, llegó un momento que dedicaba bastantes horas a una afición que luego dejé de lado: hacía competiciones de baile deportivo, una versión seria de los bailes de salón. Durante una época entrenaba 3 horas durante 6 días a la semana, pero fui bajando la implicación con el baile y era difícil mantener el nivel competitivo alto que había alcanzado. Había estado casi 15 años compaginando docencia e investigación en algorítmica informática, más el baile profesional… Era demasiado y en 2017 decidí dejar el baile deportivo y, además, empezar de cero en mi carrera investigadora.


¿Cómo fue esa reconversión?

Conocí al investigador José Luis García Pérez a través de Javier Burgos, y me tomé un año sabático en mi universidad para trabajar con él en el Centro GENYO de Investigación en Genómica y Oncología de Granada, investigando con unos elementos genéticos llamados retrotransposones. Casi treinta años después de no haber podido hacer la carrera de Biología, empecé a investigar en serio sobre genética, desde la perspectiva de la computación, y me formé por mi cuenta como bioinformático para desarrollar programas capaces de resolver dudas biomédicas. Igual que cuando pasé de la química a la informática, otra vez empecé casi desde cero.

Desde entonces, casi siete años ya, compagino mi labor docente en la Universitat Jaume I de Castellón, en el Departamento de Lenguajes y Sistemas Informáticos, con la labor investigadora en GENYO, donde colaboro con el Grupo de biología de retrotransposones. Entre otras cuestiones, trabajo mucho con ARN no codificante, que es el ARN que se transcribe desde ADN pero que no acaba traduciéndose a proteína, aunque hoy sabemos que tiene una función reguladora celular muy importante.

Sinceramente, no comprendo ese debate sobre los carnés para divulgar. ¿Vamos a prohibir, o menospreciar, cierto tipo de divulgación frente a la que está más profesionalizada?


La bioinformática lleva años consolidándose como una de las profesiones de futuro en biomedicina. ¿Cómo valoras la aportación que hacéis las personas que trabajáis en este ámbito?

No me considero un experto en bioinformática; no llevo ni 10 años trabajando en este ámbito, y todavía hay mucho que no sé y que debo ir incorporando. Actualmente trabajo a las órdenes de Sara Rodríguez Heras, con quien participo en varios proyectos de investigación, y es con ella con quien estoy desarrollando una carrera en la que no dejo de aprender cosas cada día. Pero, aunque lleve pocos años dedicándome a esto, sí tengo claro que es muy complicado hoy en día investigar en genética sin la bioinformática.

La secuenciación genómica ha avanzado mucho con las plataformas de nueva generación, y es preciso una persona que sepa de bioinformática para analizar todos los datos que se generan. Manejar lenguajes de programación como Python, Perl y R es básico para trabajar con grandes cantidades de datos y diseñar figuras complejas; hay análisis para los que una hoja de cálculo como Excel se queda corta. Llega un momento en que los grupos de investigación no pueden sobrevivir sin bioinformáticos a tiempo completo y la ciencia se está dando cuenta de ello. Es una profesión de presente y, sobre todo, de futuro.


¿Esperabas que la secuenciación genómica avanzara tan rápido, se abaratara tanto, y permitiera generar y compartir tanto conocimiento?

Ha avanzado muchísimo en lo que va de siglo. Es más sencilla, más barata y más accesible. Se comparte en repositorios públicos y mucha gente puede aprovecharse el trabajo de la comunidad científica: casi siempre hay alguien que ha trabajado con líneas celulares de tu interés y su análisis te puede ayudar y evitar que consumas recursos económicos tan valiosos como escasos. Es verdad que todavía existen retos pendientes como la privacidad, el anonimato y la protección de datos genéticos, entre otros, que afectan más a la gestión de datos de empresas de test genéticos. El acceso a repositorios públicos con datos personales de ADN para investigación, como por ejemplo la base de datos de tumores TCGA (The Cancer Genome Atlas), tiene controles bastante estrictos y para acceder a ella hay que pasar por muchos trámites burocráticos.


Hay un término que siempre me ha llamado la atención, y que no entendemos igual ahora que hace años: el ADN basura. ¿Tenemos material genético que no sirve para nada?

Es un concepto que ha ido evolucionando. Aunque insisto que no soy un experto, para mí es imposible que todo el ADN, unos 3.200 millones de pares de bases, tenga una función. Creo que sí existe el llamado ADN basura, pero es cierto que cada vez identificamos más regiones que pensábamos que no tenían ninguna función, y que ahora sabemos que cumplen un papel muy relevante en la célula. Gran cantidad del genoma se transcribe a ARN [la transcripción, en genómica, es el proceso de generación de una copia de ARN a partir de una secuencia de ADN de un gen, que permite en el caso de genes -aproximadamente el 2 % del ADN humano- que las proteínas expresen su función], así que creo que casi siempre, pero no siempre, tendrá alguna función.

Yo trabajo con retrotransposones, que son elementos genéticos móviles capaces de realizar copias de sí mismos en otra posición del genoma, lo que de forma real cambia nuestro ADN. Uno de cada 20 recién nacidos tiene una región nueva en su genoma gracias a la acción de los retrotransposones, región que en principio no hace nada y sería un ADN basura, aunque sí hay retrotransposones que con la evolución han adquirido una función celular. Pero veo muy complicado asegurar que cada fragmento de ADN tenga una función porque decir que todo tiene su utilidad me parece una idea cercana al creacionismo.


¿Trabaja tu grupo de investigación con CRISPR? La edición genética está revolucionando la Biología…

No trabajo directamente con CRISPR, no es mi campo y no puedo hablar mucho sobre esta técnica. Aparte de algunos estudios de mi grupo, lo poco que sé de CRISPR es gracias a Lluis Montoliu. Pero mi grupo sí ha utilizado la edición genética. Ha empleado CRISPR para desarrollar líneas celulares como modelo para el estudio del síndrome 22q11, una enfermedad que, dentro de las enfermedades raras, es relativamente común. Este síndrome provoca retrasos en el desarrollo cognitivo, alteraciones en el sistema inmunológico, trastornos psiquiátricos y problemas cardiacos, entre otros. Estas líneas celulares tienen un gen en la zona afectada por la enfermedad que ha sido inactivado con CRISPR. Yo simplemente he analizado los datos ómicos de estas líneas celulares. Me pasa bastante: sé cosas de biología y a veces trabajo con ellas, pero soy bioinformático, no biólogo.

Una cosa es limitar las aplicaciones científicas, y otra el mero conocimiento: no hay que frenar la investigación

 

Al entrar a trabajar en GENYO te acercaste a la investigación del cáncer. ¿Qué es ese ‘circo grotesco de las células tumorales’ sobre el que has escrito varias veces?

Todo partió de un artículo que mi grupo publicó en la revista Nature Communications al poco de empezar yo a colaborar con ellos. Quise contarlo porque me parecía apasionante El artículo analiza en la relación entre microARNs (secuencias de ARN muy pequeñas, sólo 22 nucleótidos) y los retrotransposones, y en un determinado momento descubrimos que en células tumorales hay un microARN que inhibe de manera post-transcripcional un retrotransposón; es decir, evita que se copie en otra posición del genoma. Es un tema muy complejo, pero me apetecía contarlo de manera divulgativa. En un Naukas Bilbao yo ya había dado una charla hablando de los retrotransposones como acróbatas de circo, y se me ocurrió aplicar una metáfora similar a esta investigación sobre células tumorales. Utilicé fotos antiguas de acróbatas de circo, comparaba los retrotransposones con las técnicas escapistas de Houdini, el microARN con las personas enanas que antes trabajaban en los circos… Tanto los retrotransposones (también llamados genes saltarines y descubiertos pro Barbara McClintock) como los microARN formarían parte del ARN no codificante al que me referí anteriormente, un tema sobre el que también escribí un artículo divulgativo.


Con esta última pregunta entramos ya en el terreno de la divulgación científica. ¿Cómo llegaste a este mundo?

Mi relación con divulgación científica empezó más o menos hace 10 años, en 2013. Por medios de comunicación conocí el trabajo de gente como José Miguel Mulet y Luis Alfonso Gámez, que entre otras cuestiones se dedicaban a desmontar bulos sobre ciencia, bulos que yo mismo creía ciertos. Por esos años también entré en Twitter y conocí la plataforma Divúlgame, que tenía un desarrollo similar a Menéame, pero con temas científicos. Su creador, Adrián Muñoz, hizo un llamamiento en Twitter para traducir artículos divulgativos del inglés al español, y empecé a colaborar. Un día se me ocurrió escribir sin traducir, creando contenido propio, y escribí un artículo sobre retrotransposones, cuando ni siquiera trabajaba directamente con ellos.


Has hablado de los bulos en ciencia. Tuviste un blog, El blog de Melquiades, en el que escribías sobre ciencia, pensamiento crítico y escepticismo, criticando pseudoterapias como la homeopatía.

Durante un tiempo me metí mucho en el mundo del escepticismo y las pseudoterapias, y creé mi propio blog para escribir sobre ello. Aquello era un poco el atrevimiento de la ignorancia, la verdad. Buscaba metáforas para explicar por qué, por ejemplo, la homeopatía no funciona. El blog tuvo cierta difusión, conocí a bastante gente del mundo escéptico; pero, sin darme apenas cuenta, me vi inmerso en un mundo en el que se trataba con bastante agresividad a quienes, por ignorancia o tradición, creían en las pseudoterapias. Y en multitud de ocasiones acabé participando en esos ataques, algo de lo que hoy no me siento nada orgulloso. Había ira, frustración y falta de respeto, y preferí alejarme de ese mundo.

 

Guillermo Peris, cuarto por la izquierda, con integrantes de su grupo de investigación en el Centro GENYO de Investigación en Genómica y Oncología de Granada


¿Qué sacaste de esa experiencia?

Me di cuenta de que no aguanto los insultos ni la falta de educación, que no son el camino, y lo digo con conocimiento de causa porque, como he dicho, también participé de ese ambiente. Ahora intento aprender de gente que son capaces de debatir en redes con respeto, como Alberto García Salido por poner un ejemplo, que es genial divulgando siempre desde el respeto más absoluto, con paciencia, rebatiendo con educación… Admiro la elegancia, además de los conocimientos, con la que debaten en redes Alberto o divulgadores como Miguel Marcos y Gemma del Caño. Aunque, en general, estoy cada vez más convencido de que las redes sociales no son un medio idóneo para el debate sereno, y menos en cuestiones polémicas.


Siguiendo con la divulgación científica, es un ámbito que has sumado a la docencia y la investigación. Hay una cuarta pata de la ciencia, la gestión. ¿Te atrae o la has explorado alguna vez?

Nunca me ha atraído la gestión, ni en el ámbito de la Universidad ni en el de la investigación. Suelo dar gracias, incluso, por no ser un IP [investigador principal de un proyecto], que obliga a mucho trabajo administrativo y burocrático. Yo me dedico a programar y disfruto haciéndolo. Ahora tengo una mínima relación con temas gestores, porque formo parte del equipo de dirección de mi departamento encargado de temas docentes. Pero lo ciento es que, con los años, valoro cada vez más mi disfrute y mi tiempo libre; poder dejar de trabajar a una hora razonable y dedicarme a leer, escuchar música… Y es que la docencia, investigación, divulgación y gestión consumen mucho tiempo. Y no se puede estar con la ciencia todo el día: hay que disfrutar de la vida y buscar la belleza en otros ámbitos.

Para mí es imposible que todo el ADN, unos 3.200 millones de pares de bases, tenga una función; decir que todo fragmento de ADN tiene su utilidad me parece una idea cercana al creacionismo


¿Consumes mucha divulgación científica?

No me interesa tanto. Me llama leer muchas cosas, pero me centro en temas que me apasionan; la verdad es que no consumo mucha divulgación en general, ni siquiera en mi especialidad. De lo último que he leído de divulgación científica es el último libro de Siddharta Mujherkee, The song of the cell, y Algo nuevo en los cielos, de Antonio Martínez Ron, que me parece casi más historia que pura divulgación científica. Me gusta la divulgación, pero no soy un gran consumidor y selecciono bastante los libros que leo de ciencia. Desde hace unos años, por ejemplo, me he hecho fan de la divulgación histórica, y últimamente leo mucha literatura clásica. Me paso la semana trabajando en ciencia, tanto en investigación como en divulgación, así que, si no desconecto, puede llegar a cansarme un poco. Pero sí sigo disfrutando mucho de aprender sobre conceptos científicos que me gustan, y contando las cosas que me apasionan.


Colaboraste en la comunidad bloguera de Naukas, llevas años participando en los Naukas Bilbao… ¿Cómo llegaste a la ‘familia’ Naukas?

Fui a Naukas Bilbao, por primera vez, en 2014. No iba a participar, sólo como espectador, pero estaba nervioso de verme entre tanta gente que es muy buena divulgando.  Recuerdo que la primera noche no dormí de la emoción de conocer a tantas personas que me trataron muy bien. Además, Javier Peláez me dijo que conocía mi blog y me ofreció colaborar con Naukas. Yo quería contar cosas que me parecían apasionantes, así que empecé escribiendo de algoritmos y luego me centré más en genética. Durante años escribía bastante, desde luego no tanto como Daniel Marín o Francis Villatoro, que tienen un ritmo de producción inalcanzable, pero sí cerca de 5-6 artículos al año, que me parece una media bastante buena. Me gustaría volver a hacerlo, pero en los últimos años se me han juntado varias cosas y no he podido. El tema de los blogs lleva años cayendo, pero Naukas ha ganado fuerza con los eventos presenciales y yo he participado los últimos años en Naukas Bilbao.


En las dos últimas ediciones ha funcionado muy bien un formato de charla divulgativa que haces junto a Susana Escudero, que es comunicadora científica, periodista y, además, tu pareja desde hace varios años. ¿Cómo preparáis las charlas conjuntas?

Yo soy conocido, con razón, por preparar las charlas con muchísima antelación, así que cuando tenemos alguna idea para una charla conjunta suelo empezar a escribir un borrador. Susana trabaja sobre esa base y cambia muchas cosas, le da la vuelta a la idea siempre mejorándola, porque tiene una experiencia tremenda en divulgación por su conocido trabajo con Emilio García y José Miguel Álvarez en El Radioscopio. Siempre tratamos de encontrar historias que enganchen, como hicimos en Naukas con los casos de JB55 y Esther Solymosi, y en Desgranando Ciencia con El enigma Muriel, una divulgadora de los años 50 muy poco conocida. Luego buscamos el formato, que puede variar desde el diálogo al radioteatro.


¿Cómo llegasteis a hablar sobre antropología forense? La charla JB55: Vampiros del siglo XIX ha dejado huella.

Susana tiene mucho interés en este tema; de hecho, estudió un máster en Antropología Forense. La charla de JB55 se gestó mientras yo buscaba información para escribir un artículo sobre una nueva terapia para tratar la porfiria basada en lo que conoce como ARN de interferencia. La porfiria es una enfermedad de la sangre que a veces se ha relacionado con el vampirismo, y buscando documentación vi en Google Scholar un artículo sobre el caso de JB55, un supuesto vampiro del siglo XIX. Además del interés genético, vimos una parte antropológica, y a partir de ahí desarrollamos la charla juntos.

Como gustó bastante, al año siguiente, para Naukas Bilbao 2022, quisimos profundizar en la relación histórica entre antropología forense y la genética. Nosotros siempre tratamos de buscar historias que apoyen el contenido, porque es lo que más engancha a la gente, y encontramos el historión de Esther Solymosi, que en principio íbamos a enfocar como un caso meramente forense. Pero, de nuevo, documentándonos en Google Scholar encontramos nada menos que un artículo del S.XVIII que contaba cómo se desarrolló la investigación sobre la muerte de esta chica. Con toda esta nueva información, a Susana se le ocurrió contarlo en forma de radioteatro.


También habéis utilizado la fórmula de una de las iniciativas de divulgación científica más interesantes de los últimos años, El enigma Agustina, para dar forma a otra de vuestras charlas en pareja, El enigma Muriel. ¿Qué tal funcionó trabajar con la técnica del found footage?

Muriel Howorth fue una divulgadora británica de los años 50 muy poco conocida. Tomamos como referencia El enigma Agustina, una película de ficción documental escrita y dirigida por Emilio García y Manuel González, para contar su historia. Muriel mantuvo correspondencia con muchos premios Nobel, fue una de las primeras grandes mujeres divulgadoras y hoy la conocemos por su relación con la divulgación de la energía atómica, un tema sobre el que escribió varios libros. Las semejanzas con la historia de Agustina nos llevó a construir la charla con diversos paralelismos a aquella, incluyendo el mismo principio del baúl encontrado con documentos secretos. Aprovechamos para hacer un homenaje a El enigma Agustina para el cual incluso recabamos la ayuda de la actriz que interpretaba su papel, Natalia Ruiz Zelmanovitch.


¿Tienes pensado escribir y publicar libros de divulgación científica? En el marco del boom de la divulgación científica de este siglo, es algo que se está popularizando mucho.

La verdad es que no. Sí he colaborado en un libro, Genes, que está escrito en capítulos firmados por muchas personas, y me ha gustado mucho hacerlo, pero fue un pequeño esfuerzo que no me hizo renunciar a mi tiempo libre. Casi todo el mundo escribe libros de divulgación científica ahora, y la verdad es que no sé si hay tanto mercado, pero es que al margen de esto tendría que tener entre manos una idea maravillosa, algo muy, muy especial, para ponerme con ello. Pero la inmersión en un proyecto de esa magnitud me consumiría una gran parte de mi tiempo libre y es algo que, al menos ahora mismo, no me apetece lo más mínimo.

Los grupos de investigación biomédica no pueden sobrevivir sin la bioinformática y la ciencia se está dando cuenta de ello; es una profesión de presente y, sobre todo, de futuro.


Hay un debate soterrado, sobre el que alguna vez te has pronunciado, en torno a la popularización y la profesionalización de la divulgación científica. ¿Puede o debe todo el mundo dedicarse a ello?

Es un tema complejo. Hay mucha gente que tiene cosas que contar, quiere contarlas y sabe hacerlo. Hay personas que se dedican a ello de manera profesional, y te pongo el ejemplo del que yo creo que es la persona que mejor divulga ciencia en España, Emilio García, de la Unidad de Cultura Científica del IAA-CSIC. Pero también hay quien dedica sólo parte de su trabajo a la divulgación, y gente que simplemente lo hace fuera del trabajo, por ocio, en su tiempo libre, mediante blogs, charlas, en hilos de Twitter… ¿Vamos a prohibir, o menospreciar, este tipo de divulgación frente a la que está más profesionalizada?

Después también está el no menos polémico tema de si se debe ser experto en un campo para divulgar sobre él. Creo que hay que diferenciar entre saber comunicar y tener una gran profundidad de conocimientos sobre un campo. De hecho, ese era uno de los mensajes de la charla El enigma Muriel: Muriel Howorth fue una gran divulgadora científica que nunca estudió ciencia pero fue innovadora en divulgación y se codeó con premios Nobel. Sinceramente, no comprendo ese debate sobre los carnés para divulgar.

 

Guillermo, cara a cara con Susana Escudero, periodista científica en Canal Sur, junto a Emilio García, de la Unidad de Cultura Científica del IAA-CSIC.


Susana Escudero dijo en una entrevista publicada también en Naukas que la ciencia “debe conocer y comprender mejor el mundo de la comunicación y el periodismo”. ¿Cómo entiendes la relación entre ambas disciplinas?

Me he dado cuenta de que muchas personas que nos dedicamos a la ciencia no solemos saber casi nada de comunicación y periodismo, pero llegamos a creernos que sí. Veo científicos que critican noticias, enfoques, titulares, etc., pero no saben bien de lo que hablan porque no es su campo de conocimiento. Muchos piden a los periodistas que consulten a expertos científicos para tratar temas más o menos complejos, pero creo que al mismo tiempo se menosprecia el trabajo del periodista, como algo que cualquiera podría hacer. Si un científico pretende que se valore su trabajo, no debe hacerlo menospreciando el trabajo de los demás. Bien es cierto que yo me relaciono con muchos periodistas, como la propia Susana Escudero, y tengo otro punto de vista: el de las dificultades con las que deben tratar cada día y, en el caso del periodismo científico, de la arrogancia que a veces tienen que soportar. Pero ojo, eso no quita que critique el hecho de que muchos medios utilicen en sus artículos un cierto “amarillismo periodístico”; un ejemplo es el meteorito que algunas noticias anuncian que va a destruir la Tierra… cada mes.


La genética es una disciplina muy ligada a la ética de la ciencia. ¿Cómo crees que avanza su desarrollo en relación con la necesaria integridad científica?

No soy experto en temas de ética, pero tengo una opinión formada que, en todo caso, no está cerrada a posibles cambios porque se trata de una cuestión bastante compleja. Una cosa es el hallazgo científico y otra es la aplicación. Creo que no se debe dejar de investigar nada, aunque pueda tener aplicaciones poco éticas. Además, de la ética en investigación genética, en la actualidad tenemos el ejemplo de la inteligencia artificial, con voces que piden moratorias, frenar estudios… ¿Sería bueno? Creo que no, porque esos mismos desarrollos están permitiendo importantes avances médicos. Aunque esta es una opinión de partida, moldeable, porque no lo tengo claro del todo.

Otro ejemplo: con CRISPR se ha traspasado la barrera puramente científica, por ejemplo tenemos a personas denominadas biohackers que retocan sus propios cuerpos, algo que se aleja de los objetivos científicos. O la polémica con la edición genética de los embriones de dos niñas chinas. Pero creo que nadie hoy en día negaría los avances científicos a que nos ha conducido CRISPR… En resumen, creo que una cosa es regular el conocimiento científico y otra su aplicación. Lo primero no me lo puedo imaginar, y lo segundo puede ser necesario. En todo caso, esto es muy bonito en la teoría, pero sé que no es fácil llevarlo a la práctica: siempre habrá quien quiera saltarse las normas.

 

NOTA FINAL: Esta entrevista, realizada por el periodista José A. Plaza, forma parte de una serie de conversaciones-entrevistas con divulgadores y divulgadoras de la ciencia. Antes de ésta se han publicado las siguientes entrevistas:



Por José Antonio Plaza, publicado el 28 julio, 2023
Categoría(s): Entrevistas Naukas