Disfrutando los logros del programa Apolo

Por Ambrosio Liceaga, el 18 abril, 2012. Categoría(s): Divulgación • Historia

Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación.

Historia de dos ciudades (Charles Dickens)

Como muchos aficionados a la astronáutica, recuerdo los años del programa Apolo con envidia. La sensación de avance, de revolución imparable, la euforia,  la borrachera de desarrollo tecnológico es algo que me habría gustado vivir. La comparación con esta triste época post-transbordador es demoledora. El sueño  parece muerto y, con los actuales presupuestos, puede costar décadas recuperarlo. No creo que llegue a ver un humano en Marte.

Sin embargo, hay otra visión más positiva. El programa Apolo fue un hito único,  al límite de lo factible. La consecuencia de una decisión estrictamente política más allá de la racionalidad económica o científica. Sin ese impulso quizás seguiríamos pensando en ir a la Luna y retrasándolo siempre a la siguiente década porque el presupuesto no da para más. Porque la economía esta mal. Porque hay mayores problemas aquí en la Tierra. Quizás el programa Apolo fue la mejor consecuencia de una acumulación de una serie de circunstancias excepcionales. Y desafortunadas.

“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos”

Los años 50 y 60 no fueron la época más feliz para la Humanidad. Si, se había superado la segunda mundial pero los cincuenta empezaron con la guerra de Corea. Los ensayos nucleares se multiplicaban  y el mundo estaba convencido que la guerra nuclear era inevitable. La duda era cuando. Era una época de miedo y refugios nucleares. Los niños jugaban en el patio de la escuela a ser astronautas. Pero, al entrar en clase, realizaban simulacros donde se les enseñaba esconderse bajo los pupitres y resguardarse de la lluvia radiactiva.  Los mismos cohetes fueron utilizados para poner al hombre en el Espacio y para lanzar bombas nucleares.

[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=IKqXu-5jw60[/youtube]“Duck and Cover”. Enseñando a los niños a protegerse de una explosión nuclear

Ese fue el contexto en el que se desarrollo la carrera espacial. Misiles cada vez más grandes para transportar bombas cada vez más grandes hasta el otro extremo del planeta. No es de extraer que el lanzamiento de una sonda marciana estuviese cerca de provocar la Tercera Guerra Mundial.

¿Que habría pasado en un mundo en paz? ¿Un mundo con presupuestos militares severamente limitados? El mercado de los satélites se enfrentaría a un problema que conocemos bien. Sin la demanda de los satélites comerciales, no hay interés en desarrollar lanzadores. Sin lanzadores adecuados no es rentable diseñar y desarrollar satélites. Un  problema que ha bloqueado el acceso barato al espacio desde entonces. Y, sin embargo, quizás habría sido un mundo más feliz.

“..la edad de la sabiduría, y también de la locura..”

El dinero  no es suficiente para conseguir el éxito. Hace falta genio, imaginación y mucho trabajo para conseguir el avance de la tecnología. Y, en algunos casos, riesgo. Muchísimo riesgo. El desarrollo de la carrera espacial estuvo lleno de saltos al vacío, de avances sorprendentes. De una ambición que rozaba la locura.

En 1957, el satélite Sputnik I con sus 0,083 toneladas de peso fue el primer satélite en órbita. En 1961, las 4,73 toneladas de la nave Vostok llevaron hasta allí al cosmonauta Yuri Gagarin. Solo siete años después, en 1968,  el cohete Saturno V era capaz de colocar en la misma posición las 120 toneladas de la misión Apolo 8. En 11 años, la capacidad de los cohetes había aumentado en tres órdenes de magnitud. Y había mucho más en perspectiva. Al final de 1968, el cohete nuclear Nerva fue construido, ensayado y certificado como apto para en envío de astronautas a Marte.  En los tableros de diseño se trabajaba en el increíble proyecto Orion. Una nave impulsada mediante explosiones nucleares que podría habernos abierto el acceso a todo el sistema solar. Con una velocidad máxima entre el 5-10% de la velocidad de la luz era posible imaginar misiones de exploración a las estrellas mas cercanas ¿Misiones tripuladas a Japeto para el año 2001? Sin duda pero, ¿a que precio?

Incluso olvidando el tema de los costes económicos, el nivel de riesgo asumido era un gran problema. La nave de  John Glenn, el primer astronauta norteamericano en órbita, tuvo fallos en elementos de seguridad críticos como el escudo térmico que le protegía del calor de la reentrada. Opiniones posteriores consideraban las probabilidades de fracaso, incluyendo la muerte del astronauta, como una entre seis. Un autentica ruleta rusa. Hay quien considera que los riesgos del programa Apolo fueron similares aunque es difícil precisarlo con tan pocos vuelos. En cualquier caso, la carrera espacial ha acumulado un enorme número de accidentes e incidentes.

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Un riesgo así se considera totalmente inaceptable con los criterios actuales. A pesar de críticas y accidentes, el transbordador espacial ha sido más fiable que los diseños anteriores. De hecho, hay algunas personas como Robert Zubrin que consideran que somos excesivamente precavidos. Exigimos para los astronautas, todos voluntarios, una seguridad muy superior a la de una persona que escala el Everest. Es posible que esta situación cambie cuando empresas privadas lleven a voluntarios privados al espacio.

“…la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación.”

Los cohetes nos han abierto un enorme territorio a la exploración. El viaje a la Luna fue solo el primer y pequeño paso. Curiosamente, la primera imagen de nuestro propio planeta, nuestra pequeña “canica azul” fue uno de los descubrimientos más sorprendentes del programa Apolo. Su belleza y su fragilidad son una fuente de esperanza y  una terrorífica advertencia. Estamos todos juntos en un pequeño rincón de espacio.  Sus recursos naturales son limitados y no conocemos nada ni remotamente parecido en las cercanías.

Aún peor. Años después, descubrimos que acabar con la vida en la Tierra es mucho más fácil de lo que pensábamos. No es necesario utilizar grandes cantidades de armas nucleares para que la radiación elimine la mayor parte de la vida. Unos pocos cientos de bombas “bien utilizadas” pueden llenar la atmosfera de partículas hasta bloquear la luz solar. El resultado se denominó “invierno nuclear” y sigue siendo una amenaza para todos. El fin del mundo ya no es una exclusiva de los Estados Unidos y Rusia. China, Gran Bretaña o Francia pueden provocarlo en solitario. India, Pakistan o Israel pueden iniciar guerras con el mismo final. Y, sin embargo, aún no ha sucedido. Creo que imágenes como esta ella hay ayudado a ello.

Imagen

No es mi intención convertirme en un resignado coleccionista de recuerdos pero creo que hay que ser realista en el análisis. Me alegro mucho de que el ser humano pisase la Luna pero también creo que el programa Apolo fue una carambola increíblemente afortunada. Un avance varias décadas por delante de lo que correspondía.

Quizás ahora nos toca esperar a que la tecnología avance lo suficiente para hacer viable el siguiente salto. A que las motivaciones comerciales, o de exploración, o la búsqueda de conocimiento científico sean lo bastante fuertes para provocar una nueva carrera espacial. Pero prefiero no obsesionarme con ello. Prefiero disfrutar de todo lo que fuimos capaces de conseguir  con motivación y recursos suficientes. Creo que obtuvimos lo mejor de una época complicada, turbulenta  y llena de amenazas para nuestra supervivencia. El programa Apolo nos enseño que somos grandes en un universo inmenso. Alegrémonos por ello.

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Nota: Muchas gracias a @Eurekablog por revisar los datos del texto. Las opiniones, y erratas, son todas mías.



Por Ambrosio Liceaga, publicado el 18 abril, 2012
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