* Nota: A lo largo del artículo utilizaré el término “vida” para referirme al modelo de vida que encontramos en la Tierra.
Ricitos de Oro abandonó aquella pequeña casita, corría todo lo que podía, sus pequeñas piernas no daban para más, era solo una débil niña. El aire era helador, y lo era cada vez más, dolía al repartirse por el cuerpo hasta llegar a sus pulmones. El sol hacía rato que había desaparecido tras las enormes y lejanas montañas. Apenas podía ver nada, pero no le importaba, no había tenido cuidado en aquella casa y ahora lo podía pagar caro. Corría destartalada por el bosque, como lo haría un muñeco de trapo. No tenía otra opción, los rugidos de los osos hacían vibrar todo el bosque, si la alcanzaban la destrozarían, ella lo sabía, como sabía que lo merecía, no se había portado bien con los habitantes de aquella acogedora casita del bosque.
Llegó el momento en el que su cuerpo se rindió, y si no fue su cuerpo por entero, al menos una de sus piernas decidió desobedecer, el suelo aparentemente enfadado, como suele hacer en estos casos, fue rápidamente a golpearle en la cara.
¡Blam!
Ricitos de Oro se incorporó débilmente del suelo y descubrió horrorizada que ya no había osos persiguiéndola, horrorizada porque habría preferido que los osos la alcanzaran. Un siniestro yermo se extendía ante ella, la luz era tenue, extraña a cualquier otra, y el frio era tal que no se atrevía a respirar, ciertamente aquel lugar no se parecía a nada que hubiese visto antes, sin duda aquel no era un lugar para ella…
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Llamamos zona Ricitos de Oro a aquella zona del Sistema Solar en la que sabemos que la vida puede darse. La niña del cuento, Ricitos de Oro, era muy delicada, no quería la sopa ni muy fría ni muy caliente, y la cama ni muy dura ni muy blanda, algo muy parecido le ocurre a la vida.
Si hay una molécula importante para la vida, esa es el agua. Es especial, y no por tener memoria como argumentan algunos sin ninguna prueba, es especial porque es necesaria para las reacciones químicas de la vida. Muy cerca del sol el agua desaparecería en forma de vapor, y muy lejos solo encontraríamos hielo, es únicamente en la zona llamada “Ricitos de Oro” donde el agua podría encontrarse en forma de hielo, gas y líquido.
Nuestro planeta orbita delicadamente sobre este camino alrededor del Sol, es además gracias a una órbita no muy común, cercana al círculo perfecto, por lo que no nos salimos de esta zona habitable, un poco más cerca o más lejos del Sol y estaríamos perdidos.
Cuando hablamos de la zona “Ricitos de Oro” nos referimos a la zona habitable alrededor de una estrella, hoy sabemos que no solo orbitamos al Sol, sino que este orbita el centro galáctico, ¿existe algo similar a la zona Ricitos de Oro en la galaxia?
Como es bien sabido, la mayor parte de los elementos de la tabla periódica tienen su origen en la nucleosíntesis estelar. Los hornos de fusión nuclear que son las estrellas fraguan lentamente los elementos que su energía les permite, esto varía en función de la masa de la estrella y de la generación a la que esta pertenezca. Las primeras estrellas que se formaron después del Big Bang apenas tenían nada más que helio e hidrógeno, con el tiempo las más grandes estallaron, y repartieron los elementos creados en su interior por los alrededores, dichos elementos, que no solo incluían ya hidrógeno y helio, sino otros más pesados, formaron las estrellas de segunda generación… y así sucesivamente.
Esta diferencia en composición entre generaciones de estrellas se ve reflejada en su metalicidad, se mide en función a la cantidad de hidrógeno con respecto al hierro, y se valora en comparación con la de nuestra estrella. Es importante, pues el campo magnético que nos defiende de los rayos cósmicos debe su existencia al núcleo metálico terrestre, esta protección además ha impedido que nos quedemos sin atmósfera, como le ocurrió a nuestro vecino Marte. Pero no acaba aquí la cosa, si la metalicidad es inferior al 40% en una estrella, las predicciones nos dicen que no encontraremos planetas rocosos en ella.
La metalicidad es muy importante para Ricitos de Oro.
Si la metalicidad varía en función de la generación a la que pertenezca una estrella, será importante valorar la metalicidad de las estrellas para ver donde puede darse la vida.
Nuestra preciosa Galaxia espiral, como otras de su clase, se divide en cuatro grandes zonas. Una esfera gigante (el halo galáctico) formada por estrellas ancianas y muy dispersas, su edad media es casi tan alta como la del mismísimo Universo (diez mil millones de años) y por tanto su metalicidad es muy baja, tanto, que difícilmente encontraremos planetas rocosos en ellas. En la Vía Láctea de forma sorprendente existen estrellas más antiguas que la propia galaxia, esto se debe a que han sido atrapadas cuando galaxias más pequeñas chocaron con la nuestra, en lo que podría llamarse una “fagocitosis galáctica”. El choque de dos galaxias rara vez supone colisiones entre estrellas, pues normalmente están muy separadas en relación a su tamaño. Normalmente el polvo dejado por las explosiones de viejas estrellas se incorpora a otras (aumentando su metalicidad), y las estrellas se añaden al conjunto de una forma más o menos suave, dando lugar a una galaxia mayor.
También existe una zona central (el bulbo galáctico), formada por estrellas muy viejas y algunas relativamente jóvenes (aunque no tanto como nuestro Sol), que conviven muy cerca unas de otras. La metalicidad es elevada en el bulbo, pero la actividad allí es tan alta (con la radicación derivada de esta), que la vida como nosotros la conocemos difícilmente sería posible.
Por último existen dos discos, uno enorme y viejo, compuesto por estrellas con baja metalicidad… Y uno muy pequeño, constituye solo el 0’5 % del grosor del primer disco. Este es el único lugar en el que podemos encontrar estrellas tan jóvenes como el Sol, pues es el único lugar en el que aun se forman estrellas. Es esta la región que podríamos llamar zona Ricitos de Oro de la Vía Láctea, la Zona Galáctica Habitable (Z.G.H.).
Es importante ser consciente de que esta Z.G.H. está muy limitada en el tiempo y el espacio, ha sido necesaria una gran espera para que las estrellas alcanzasen el nivel de metalicidad necesario para que se pudiesen formar planetas como el nuestro. A medida que vaya pasando el tiempo la metalicidad de las estrellas irá aumentando, y quizás las estrellas con planetas se hagan más comunes. De igual modo, solo las estrellas más jóvenes, pero alejadas de zonas peligrosas como el bulbo galáctico, podrían permitirse tener planetas rocosos y una atmósfera que los proteja de los rayos cósmicos. Esto limita la zona habitable de nuestra galaxia a una región “muy pequeña”.
Nosotros tenemos la suerte de encontrarnos lo suficientemente lejos del centro galáctico como para que la radiación no se interponga demasiado con la evolución de la vida, y al mismo tiempo da la casualidad de que nuestro planeta posee un núcleo mayor al que le corresponde, gracias al impacto de Theia (planetoide que chocó con la Tierra fusionando su núcleo y formando la Luna). Hoy en día Ricitos de Oro tendría sólo una pequeña fracción de la galaxia donde buscar un hogar en el que alojarse… si los osos no la atrapan y la destrozan antes, claro.
* Esta entrada es una pequeña egagrópila de lo repasado para la mesa de astrobiología en Naukas Bilbao 2012. Para quien quiera profundizar en la dificultad de encontrar vida como la nuestra en la galaxia recomiendo el último libro de John Gribbin “Solos en el Universo”.
Biólogo-Ninja Ph.D. Sociópata, felizmente obsesionado con el comportamiento/cognición animal. Autor de El error del pavo inglés y del blog Biotay.