Cuatro lecciones de oro para científicos

Por Arturo Quirantes, el 2 febrero, 2015. Categoría(s): Física • Historia

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[Parte de una charla dada por Stephen Weinberg, Premio Nobel de Física 1979 y co-fundador de la teoría electrodébil, en la Universidad McGill en junio de 2003. Traducción: Arturo Quirantes Sierra]

Cuando obtuve mi título universitario -hará unos cien años- la literatura física me parecía un océano vasto e inexplorado, cada parte del cual tenía yo que cartografiar antes de comenzar una investigación propia. ¿Cómo podría hacer nada sin saber antes todo lo que ya se había hecho? Afortunadamente, en mi primer curso de universidad tuve la buena suerte de caer en las manos de físicos experimentados que insistieron, por encima de mis objeciones ansiosas, en que yo debía comenzar haciendo investigación, e ir pillando lo que necesitase por el camino. Era hundirse y nadar. Para mi sorpresa, me di cuenta de que funcionaba. Me las arreglé para obtener un rápido doctorado, aunque cuando lo obtuve no sabía casi nada de física. Pero aprendí algo importante: que nadie lo sabe todo y que no tienes que saberlo todo.

Otra lección para aprender, siguiendo mi metáfora oceanográfica, es que mientras nadas sin hundirte debes dirigirte a aguas turbulentas. Cuando enseñaba en el Instituto de Tecnología de Massachusetts a finales de los años sesenta, un estudiante me dijo que quería hacer relatividad general en vez del área en que yo trabajaba, física de partículas elementales, porque los principios de aquélla eran bien conocidos, mientras que ésta le parecía un lío. Me sorprendió que me hubiera dado un motivo perfectamente válido para hacer justo lo contrario. La física de partículas era un área donde aún podía hacerse trabajo creativo. Realmente era un lío en los sesenta, pero desde entonces el trabajo de muchos físicos teóricos y experimentales fue capaz de ordenarlo y juntarlo todo (bueno, casi todo) en una teoría hermosa conocida como el modelo estándar. Mi consejo es que busques los líos… ahí es donde está la acción.

Mi tercer consejo es, posiblemente, el más difícil de seguir. Se trata de perdonarte a ti mismo por perder el tiempo. A los estudiantes se les pide que resuelvan solamente problemas que sus profesores (salvo que sean innecesariamente crueles) saben que son resolubles. Además de eso, no importa si los problemas tienen importancia científica, tienen que resolverse para aprobar el curso. Pero en el mundo real es muy difícil saber qué problemas son importantes, y nunca sabes si en un momento dado de la historia un problema es resoluble. A comienzos del siglo veinte varios físicos destacados, incluyendo Lorentz y Abraham, intentaban componer una teoría del electrón. En parte era para entender por qué habían fallado todos los intentos por detectar los efectos del movimiento de la Tierra por el éter. En aquella época nadie había desarrollado una teoría viable del electrón, ya que la mecánica cuántica aún no había sido descubierta. Hizo falta el genio de Albert Einstein para darse cuenta en 1905 de que el problema correcto a resolver era el efecto del movimiento sobre las medidas de espacio y tiempo. Eso le llevó a la teoría de la relatividad especial. Puesto que nunca estarás seguro de cuáles son los problemas adecuados, la mayor parte del tiempo que pases en el laboratorio o en tu mesa será tiempo perdido. Si quieres ser creativo, tendrás que acostumbrarte a pasar la mayor parte del tiempo sin ser creativo, a estar en calma en el océano del conocimiento científico.

Finalmente, aprende algo de historia de la ciencia, o como mínimo de historia de tu propia rama de la ciencia. La razón menos importante para ello es que la historia puede que te sea útil en tu propio trabajo científico. Por ejemplo, de cuando en cuando el trabajo de los científicos se obstaculiza por creer en alguno de los modelos simplificados de la ciencia propuestos por filósofos desde Francis Bacon hasta Thomas Kuhn y Karl Popper. El mejor antídoto contra la filosofía de la ciencia es el conocimiento de la historia de la ciencia.

Más importante, la historia de la ciencia puede hacer que tu trabajo te parezca más relevante. Es muy probable que como científico no te hagas rico. Tus amigos y parientes no entenderán lo que haces .Y si trabajas en un campo como física de partículas elementales, ni siquiera tendrás la satisfacción de hacer algo con utilidad práctica inminente. Pero puedes obtener la satisfacción de reconocer que tu trabajo en ciencia es parte de la historia.

Piensa en hace cien años. ¿Qué importancia tiene ahora quién fue el Primer Ministro de Gran Bretaña en 1903, o quién fue el Presidente de los Estados Unidos? Lo realmente importante es que en la Universidad McGill, Ernest Rutherford y Federick Soddy trabajaban en la naturaleza de la radiactividad. Su trabajo (¡claro!) tuvo aplicaciones prácticas, pero mucho más importantes fueron sus implicaciones culturales. La comprensión del fenómeno de la radiactividad permitió a los físicos explicar cómo los núcleos del Sol y de la Tierra seguían calientes después de millones de años. De ese modo, eliminaron la última objeción científica a lo que muchos geólogos y paleontólogos creían que era la edad de la Tierra y del Sol. Después de eso, los cristianos y los judíos tuvieron que descartar la creencia en la verdad literal de la Biblia o resignarse a la irrelevancia intelectual. Ese fue tan sólo un paso en una secuencia de pasos de Galileo, pasando por Newton y Darwin, hasta el presente, que una y otra vez ha debilitado el dogmatismo religioso. Leer los periódicos hoy es suficiente para mostrar que ese trabajo no está completado aún. Pero es un trabajo civilizador, del cual los científicos pueden sentirse orgullosos.