Versión íntegra del artículo publicado hoy, domingo 20 de marzo de 2016, en el suplemento el Zoco de Diario Córdoba.
Cada vez es más necesaria la divulgación y la comunicación científica en nuestra sociedad. Los avances científicos y tecnológicos han mejorado de tal manera nuestra calidad de vida en las últimas décadas que la esperanza de vida media se ha duplicado (o más) en apenas un siglo.
La revolución digital, por ejemplo, es sorprendente. Podemos hablar en directo con amigos en el otro lado del planeta usando WhatsApp o Skype, saber las noticias de las ruedas de prensa al momento mediante redes sociales como Twitter o Facebook, y compartir las fotos de nuestras aventuras al instante con Instagram. La conexión de dispositivos sin cables usando el sistema WiFi, por cierto, es una aplicación directa de la Radioastronomía: el sistema WLAN, que es en el que se basa la WiFi, se inventó hace un par de décadas por los radioastrónomos de CSIRO, el CSIC australiano, mientras desarrollaban el interferómetro “Australia Telescope Compact Array” (ATCA).
Así, Australia recibe anualmente millones de dólares por la patente de WLAN que todos los internautas de la Tierra usan en sus dispositivos electrónicos. Sin ir más lejos, el desarrollo tecnológico del experimento LIGO, que ha culminado en la detección de ondas gravitatorias, ya da un rendimiento seis veces mayor a lo que se ha gastado construyendo este sofisticado laboratorio. No está mal por invertir en ciencia básica, ¿verdad?

Desgraciadamente los conceptos científicos esenciales son cada vez más desconocidos por los ciudadanos, dando lugar a la proliferación de pseudociencias como la astrología, la quiromancia, el tarot o la videncia, disciplinas que se aprovechan del desconocimiento científico y la falta de escepticismo de los pobres incautos que acuden a ellas (más detalles en el inigualable libro póstumo de Carl Sagan “El Mundo y sus Demonios”). En los últimos tiempos, además, hay que unir el auge de la homeopatía (sin ningún efecto médico demostrado salvo el efecto placebo, y que sólo sirve para embolsar el bolsillo de algunas farmacéuticas, sobre esto recomiendo el libro “Medicina sin engaños” de J.M. Mulet), los movimientos antivacunas (con sonoros casos de fallecimiento infantil por una enfermedad ya superada como el sarampión o la varicela tras no haberse vacunado) o la moda de los “productos naturales sin sustancias químicas” (las “sustancias químicas” están en toda la naturaleza, por ejemplo, la sal es una sustancia química, al igual que el agua, recomiendo los libros “Todo es cuestión de Química” de Déborah García Bello y “Los productos naturales, ¡vaya timo!” de J.M. Mulet) o la lucha contra los transgénicos (de nuevo, sin soporte científico a pesar de lo que los gobiernos de turno, muchos de ellos presionados por grupos ecologistas cuya cultura científica tiende a cero, han dictado; los seres humanos llevamos modificando la Naturaleza y creando “transgénicos” para todo lo que comemos desde el mismo Neolítico, como cualquier biólogo puede demostrar, para ampliar este tema recomiendo la lectura de los libros “Vamos a comprar mentiras” de José Manuel López Nicolás y “Comer sin Miedo” de J.M. Mulet).
Precisamente la lucha contra el desconocimiento científico es lo que hace que cada vez más seamos los propios científicos los que nos lanzamos a contar nuestro trabajo a los ciudadanos, ya no sólo en artículos escritos y en conferencias magistrales sino en eventos que aúnan el entretenimiento y la veracidad científica. Estas actividades están creciendo mucho en los últimos años, en parte demandadas por la propia sociedad. En Córdoba, por ejemplo, tenemos la Unidad de Cultura Científica y de la Innovación (UCCi) de la Universidad de Córdoba, creada para mejorar la formación, cultura y conocimientos científicos de la ciudadanía, y que está organizando excelentes eventos.
Además de llenar de “grafitis científicos” la ciudad en “Ciencia Clandestina” o de gestionar debates como “La ciencia de los superhéroes”, la semana pasada organizó las IV Jornadas de Divulgación Científica “DivulgA3”, que contaron (entre otros) con la aclamada divulgadora científica Natalia R. Zelmanovich (Instituto de Ciencias de Materiales de CSIC), con César López (representante de la Fundación Española de Ciencia y Tecnología), y con Daniel Mediavilla (periodista y redactor de “El País”), y que tuvieron un interés nacional. Así mismo están creciendo programas de radio y “podcasts” dedicados exclusivamente a la ciencia, de los que quiero destacar “La Buhardilla 2.0” (Sevilla Web Radio) y “Coffee Break: Señal a Ruido” (Instituto de Astrofísica de Canarias). Todo esto es un síntoma inequívoco de que la sociedad está demandando más y más información científica, contada por los propios científicos quienes, a diferencia del mito del “viejo sabio loco con bata blanca”, somos personas bastante normales y con muchas otras inquietudes artísticas, deportivas y culturales.
Se licenció en Física Teórica en la Universidad de Granada (2000) y es Doctor en Astrofísica en la Universidad de la Laguna y el Instituto de Astrofísica de Canarias (2006). Trabaja como astrofísico multifrecuencia en el Australian Astronomical Optics (AAO) y en el Departamento de Física y Astronomía de la Universidad de Macquarie (Sydney, Australia). Parte de su trabajo es dar soporte observacional en el Telescopio Anglo-Australiano, del que es responsable de uno de sus instrumentos científicos. Desde 2003 escribe en la bitácora astronómica «El Lobo Rayado», y en «Universo Rayado» dentro de Naukas desde 2015. Es vicepresidente de la Agrupación Astronómica de Córdoba (AAC), representante en la Red Andaluza de Astronomía (RAdA) y miembro de la Unión Astronómica Internacional (IAU), la Sociedad Española de Astronomía (SEA) y la Sociedad Australiana de Astronomía (ASA). Es el coordinador ProAm (relaciones entre astrofísicos profesionales y astrónomos aficionados) de la SEA.