Por qué creo que el programa secreto de EEUU para investigar ovnis es una estupidez

Por Carlos Chordá, el 20 diciembre, 2017. Categoría(s): Divulgación • Escepticismo

Veo en El País de hoy esta noticia:

programa ovni

Programa secreto que se ha revelado recientemente desde el Pentágono, así que ya no es ningún secreto. Por lo que veo en dicha noticia, la investigación consistió fundamentalmente en analizar vídeos de objetos extraños en el cielo y en entrevistar a personas que habían experimentado «encuentros físicos con ovnis».

Bien está querer saber qué es cualquier cosa que vemos en el cielo, por supuesto. De hecho, ovni son las siglas de «objeto volador no identificado»; pero lo que me rechina es la extrapolación -muy habitual, por otro lado- de asumir que un ovni es una nave artificial de origen extraterrestre. Algo que, al parecer, impregna el proyecto:

«La mayor parte de los fondos fueron asignados a la empresa Bigelow Aerospace, una compañía de investigación aeroespacial dirigida por un amigo de Harry Reid, Robert Bigelow, un empresario multimillonario que trabaja con la NASA para producir naves espaciales expandibles. «Estoy absolutamente convencido de que los aliens existen», dijo hace años Bigelow en un programa de televisión».

En el mismo artículo, un poco más abajo, dan la palabra a alguien con más sensatez que Bigelow; Sara Seager, astrofísica del MIT, señala que no poder identificar un objeto volador no implica que proceda de otra estrella o de otra galaxia. Y añade:

«A veces, la gente no entiende que a menudo hay fenómenos que no tienen explicación».

Con lo que no estoy de acuerdo. Mejor es decir que no conocemos la explicación. Porque tenerla, todos los fenómenos la tienen, no lo dudéis.

Vale, yo me voy a centrar en las ideas de Bigelow, el principal destinatario de los fondos y creyente en las visitas de los aliens, de seres extraterrestres inteligentes. Desde el mundo de la física habría mucho que decir al respecto, pero yo lo voy a hacer desde la biología.

La única vida que conocemos es la terrestre. Hasta donde sabemos, en nuestro sistema solar no hay ni rastro de vida (lo que no demuestra la inexistencia de vida, más que nada porque demostrar inexistencias es imposible), ni tampoco encontramos rastro de ellas en el cada vez mayor número de exoplanetas descubiertos, que por otro lado están tan lejos que la empresa es muy complicada.

Analicemos, si os parece, la vida que conocemos. En nuestro planeta se han descrito alrededor de dos millones de especies, todas ellas con un antecesor común: un único tipo de vida, podríamos decir, que con el tiempo ha ido adquiriendo aspectos diversos (distintas especies). Todos los años se descubren nuevas especies, por lo que el número es, evidentemente, mayor. Por supuesto, desde la aparición de la vida, hace unos 3800 millones de años, muchas de ellas han desaparecido. Voy a ser conservador, y voy a inventarme (perdonadme por ello) que en la historia de nuestro planeta ha habido un total de cien millones de especies. Es una estimación muy conservadora, creedme.

Los primeros seres vivos no podían ser inteligentes. Posiblemente se parecían a las bacterias, y lo cierto es que esta forma de vida, la bacteriana, es muy exitosa. Hoy en día, 3800 millones de años más tarde, nuestro planeta es, aunque no os lo creáis, un planeta dominado por las bacterias. La biomasa bacteriana (la masa total de bacterias) es muy superior a la biomasa de todos los demás seres vivos.

Algunas de aquellas bacterias, cosas del paso del tiempo y de la selección natural, dejaron de ser bacterias, si me permitís la expresión. Se fueron transformando en otros seres vivos, que agrupamos en categorías como protozoos, hongos, algas, animales, plantas… la inmensa mayoría de todas las especies actuales y desaparecidas pertenecían o pertenecen a grupos donde la inteligencia es inexistente.

La inteligencia es producto del cerebro, que aparece exclusivamente en el reino animal. Pero ni siquiera todos los animales tienen cerebro. Como los poríferos o esponjas y los celentéreos como las anémonas. O los bivalvos adultos (almejas y demás). Y llevan muchos millones de años entre nosotros.

Permitidme que ponga algo en negrita: la inteligencia no es necesaria para la vida. De hecho, la vida más abundante, la que se basa en la fotosíntesis, la de algas, plantas y una gran parte de bacterias prospera sin sistema nervioso y no necesita en absoluto de la presencia de seres con cerebro. Ya, ya sé lo de la polinización por insectos, pero es un invento «reciente» en la historia de las plantas.

La mayoría de animales sí tienen cerebro. Se trata de cerebros adaptados a la forma de vida de cada especie y, aunque podríamos asignarles un cierto grado de inteligencia, hablamos de seres que, si fueran extraterrestres, no los calificaríamos como «inteligencias extraterrestres».

Nos queda una especie lo suficientemente inteligente. El ser humano. Hay seres humanos capaces de lograr cosas tan extraordinarias como poner a algunos de los nuestros en la Luna, siempre y cuando trabajen en equipo y lo hagan muy bien. Salir del Sistema Solar es otra cosa pero si dejamos que el futuro no termine con nosotros lo lograremos. Ahora bien, debemos reconocer que la mayoría de seres humanos no tenemos la inteligencia necesaria para conseguir superar retos tan importantes. Solo una fracción mínima de personas son las que logran los grandes avances de la humanidad.

Recapitulemos. Después de 3800 millones de años de vida en la Tierra, de entre los millones de especies que han existido, solo una pequeña parte de esas especies ha desarrollado un cerebro, el órgano imprescindible para que haya inteligencia. La forma de vida dominante, la fotosintética, que solo depende de sí misma (los seres con cerebro no pueden existir sin ella), jamás ha desarrollado un sistema nervioso. De entre las especies con cerebro, que podrían no haber aparecido nunca, solo una tiene un cerebro lo suficientemente dotado como para que una pequeña fracción de sus individuos pueda lograr avances tecnológicos significativos.

Nuestra especie aparece hace unos 300 000 años. Es un porcentaje minúsculo del tiempo en que se ha desarrollado la historia de la vida. Es un porcentaje minúsculo en el total de especies vivas y desaparecidas. Podríamos haber no aparecido jamás, es lo que tienen los mecanismos evolutivos, y podríamos habernos extinguido, lo que ha estado a punto de pasar en alguna ocasión. Pero estamos aquí, y tenemos una tecnología que nos permite dar nuestros primeros pasos fuera del planeta. Lo hemos logrado a partir de la segunda mitad del siglo XX, una fracción ínfima del tiempo que llevamos dando tumbos por la Tierra.

El universo es increíblemente grande, por supuesto. Es probable que haya vida en él, además de la nuestra. Vale. La probabilidad de que en alguna forma de vida extraterrestre surja un órgano parecido a un cerebro, algo capaz de generar inteligencia, me parece remota. Insisto: la inteligencia no es necesaria para la vida. Pero que aparezca una inteligencia capaz de construir artefactos capaces de viajar entre distintos sistemas estelares (de visitar otras galaxias ni hablemos) se me hace tan intensamente improbable que me atrevo a afirmar que no existe. Perdonadme la rotundidad y la inmodestia.

Por cierto, me encantaría que se demostrara que me equivoco. Que conste.



Por Carlos Chordá, publicado el 20 diciembre, 2017
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