Si hay algo que asusta al ser humano, son las radiaciones. Esos entes invisibles, dañinos y letales, capaces de modificar el ADN y convertirnos en asquerosos mutantes, para los que no hay vacuna o anticuerpo que valga, son el ingrediente básico de todo tipo de películas. Recientemente, la Organización Mundial de la Salud (OMS) nos ha dado un motivo más de preocupación en este tema.
Según este organismo, los móviles son posibles agentes cancerígenos. Este es, de momento, el último capítulo de los esfuerzos por dilucidar si los teléfonos móviles son peligrosos o no. Se supone que, puesto que emiten y reciben radiaciones de microondas, pueden producir efectos nocivos sobre los seres vivos. Así pues, ¿son peligrosas las radiaciones de los móviles?
La respuesta es difícil. Hay, básicamente, dos modos de obtener resultados: mediante estudios epidemiológicos, o usando física básica. Este primer modo es el que la OMS ha examinado para prevenir de posibles efectos adversos por parte de los móviles. Nosotros examinaremos aquí el segundo.
¿Por qué puede ser peligroso un móvil?
Según sus efectos, las radiaciones se dividen en ionizantes y no ionizantes. En el primer caso, la onda o partícula radiante es capaz de ionizar un átomo, es decir, de arrancarle un electrón. Eso convierte al átomo en un ión cargado, que puede reaccionar con otras partículas cargadas, no siempre con resultado feliz. Las radiaciones ionizantes incluyen partículas como los neutrones, las partículas alfa y beta, y también cierto tipo de ondas electromagnéticas de alta energía: rayos X, gamma, y hasta cierto punto, ultravioleta (así que cuidado al tomar el sol este verano).
Las radiaciones de los móviles, en frecuencia de microondas, son del tipo no ionizante. Eso aleja la posibilidad de convertirnos en mutantes por el mero hecho de contestar al teléfono. Pero aun así, las radiaciones no ionizantes pueden tener efectos adversos sobre el tejido vivo. El mecanismo principal es el llamado efecto térmico: las radiaciones de radiofrecuencia hacen oscilar a las moléculas de agua, y ese movimiento se convierte luego en calor. Evidentemente, a nadie le gustaría tener junto a la oreja, a pocos centímetros de nuestro cerebro, un horno microondas (analogía que, por otro lado, no deben tomarse ustedes al pie de la letra).
El problema aumenta cuando tenemos en cuenta nuestro tamaño medio. Por regla general, la absorción de una onda electromagnética es máxima cuando su longitud de onda es similar al tamaño del objeto con el que interacciona. En el caso de la telefonía móvil, el sistema GSM usado en España usa frecuencias de 900 y 1800 MHz. Eso corresponde a longitudes de onda de 17 y 33 centímetros, respectivamente. Esas dimensiones son peligrosamente cercanas a las de una cabeza humana. ¿Y dónde nos ponemos el móvil cuando lo usamos? ¡En la cabeza! ¡Ya puede empezar a asustarse!
Si yo fuese un embaucador, me pararía aquí, si acaso añadiendo una referencia como de pasada a mis libros, mi blog y mis carísimas conferencias. Pero como tuve la desgracia de que mi madre me criara como un chico honrado, les contaré el resto. Aunque ese «efecto antena» hace aumentar el nivel de energía absorbida por su cabeza, ese aumento no es significativo, quizá del orden del 50% o más. Eso suena mucho, pero no lo es. Hay limitaciones a la potencia máxima emitida y absorbida por el móvil, de forma que incluso para esas frecuencias la absorción de energía por el cuerpo humano sea muy pequeña. También ayuda a nuestra tranquilidad el que las ondas electromagnéticas de baja frecuencia tienen menor energía que las de alta frecuencia. Un fotón de microondas es menos energético que uno de luz ultravioleta.
No, el problema no reside ahí. Lo que inquieta a mucha gente es la posibilidad de que existan efectos biológicos de otro tipo, fundamentalmente, los que puedan producir cáncer. Concretamente, lo que hizo notar recientemente la OMS (más concretamente, la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer, IARC, dependiente de la OMS) es que un estudio epidemiológico llevado a cabo hasta el año 2004 mostraba un aumento de hasta el 40% en la probabilidad de contraer un tipo de cáncer conocido como glioma. Esto les llevó a clasificar los móviles en la categoría 2B («potencialmente cancerígenos») … en la cual también hay sustancias como el café o los polvos de talco.
Pero antes de que usted tire su móvil aterrado (por no hablar de dejar el consumo de café), le conviene saber que ese incremento de riesgo se notó solamente en el segmento de personas que usaban el móvil con más frecuencia. Entre personas con uso moderado, no se notó incremento en el rieso de congraer glioma. De hecho, la correlación parece ser tan tenue que el IARC solamente afirma que pudiera existir algún tipo de riesgo. No se sabe si dicho riesgo existe de veras, o si hay otros factores en juego (fluctuaciones estadísticas, sesgos, errores en la obtención de datos, factores de riesgo adicionales). Por ejemplo, ahora hay más antena de telefonía que hace unos años, y la mayor cobertura permite a los móviles operar con niveles de potencia más bajos.
En general, hay bastante escepticismo en la comunidad científica sobre la nocividad de los teléfonos móviles. Eso se debe a que, aunque los estudios epidemiológicos puedan inclinarse a favor o en contra, desde un punto de vista físico los efectos no térmicos no deberían existir. Cualquier efecto cancerígeno implicaría una interacción entre objetos muy pequeños, como células, y radiaciones no ionizantes con longitudes de onda mucho mayores. ¿Qué mecanismo podría explicar dicha interacción entre sistemas de tamaño tan dispar? Nadie lo sabe. Si alguien lo averigua, puede ir reservando sitio en un cajón para su medalla Nobel de Medicina. Pero de momento, el mayor peligro de los móviles proviene de su mal uso en la carretera: distracciones, multas y accidentes.
Si, a pesar de todo, siente usted la compulsión de librarse de su móvil, le haré una recomendación muy seria: regámelelo. Da la casualidad de que quiero cambiarme de móvil. Si es Android, tanto mejor, aunque no soy caprichoso.
Soy profesor titular de Física en la Universidad de Granada, padre y esposo, lector, escritor y divulgador científico por vocación. Encuéntrame aquí y en elprofedefisica.es. Recuerda: la ciencia mola, sólo que aún no lo sabes.