Cuentan que, cuando le enseñaron el (horrible) trabajo de un joven aspirante a físico, Wolfgang Pauli dijo que “esto no solo no es correcto, es que ni siquiera es incorrecto”. La verdad es que, al ver que hasta importantes cadenas de tiendas siguen vendiendo cactus para las radiaciones, lo primero que se me vino a la cabeza es eso mismo: la idea de que un Cereus peruvianus (o, ya puestos, cualquier otra planta) pueda protegernos de las maléficas radiaciones electromagnéticas si lo colocamos al lado del ordenador no es ni siquiera incorrecta.
Y para darse cuenta no hace falta tener conocimientos sobre electromagnetismo o buscar información (que la hay, y muy buena) sobre esta supuesta propiedad bondadosa de los cactus. En realidad basta con analizar la idea para darse cuenta de que:
- Si el cactus está al lado del monitor difícilmente nos va a proteger de ninguna radiación que provenga de este (a no ser que curve muchísimo el espacio, en cuyo caso en vez de un cactus lo que tenemos sobre el escritorio es un agujero negro y las radiaciones del equipo serán una preocupación muy secundaria).
- Si el cactus (o el agujero negro, vaya) desvía y absorbe las radiaciones, también desviará y absorberá las correspondientes a la luz visible, así que el resultado de ponerlo junto al monitor sería que no veríamos nada.
- Si, como dice la propaganda, los cactus solo absorben las radiaciones “artificiales” (que por lo visto son las “malas”), habría que explicar qué mecanismo ha guiado la evolución de una planta a lo largo de millones de años para hacerla capaz de semejante hazaña cuando los humanos inventásemos los ordenadores.
- Y si, después de todo, nuestro milagroso cactus fuese capaz de semejante hazaña, ¿qué hace con la energía? ¿La manda al infierno de las energías malvadas?
En fin, que la idea de los cactus antirradiación no merecería ni siquiera el esfuerzo de un nuevo post. Pero ya que, según la Ley de Brandolini, para desmentirla hay que dedicarle al menos un esfuerzo un orden de magnitud mayor que el necesario para producirla, vamos a intentar sacarle algo de provecho.
Así que pónganse el sombrero de Indiana Jones, porque nos vamos a una aventura de arqueología pseudocientífica.
Aunque hay varias versiones, los datos parecen señalar a una persona como el origen del mito de los cactus: Blanche Merz. Aunque en sus tiempos llegó a ser parlamentaria tanto en el Consejo de Europa como en el parlamento del cantón suizo de Vaud, su verdadero salto a… bueno, a donde sea, se produjo tras su retirada de la política, cuando fundó el Institut de Recherches en Géobiologie con sede en el castillo de Chardonne, Suiza. Cosas ambas que suenan muy rimbombantes, pero que no son para tanto: en aquella época el castillo había sido convertido en un edificio de apartamentos y el Institut era básicamente una editorial para que la señora Merz pudiera publicar sus libros, tan disparatados que no encontraban acomodo ni siquiera en las colecciones más paranormales.
Pero hay que reconocer que le fue bien: los libros acabaron siendo publicados por editoriales más respet… más normales, quiero decir (uno de ellos, Pirámides, catedrales y monasterios, llegó a España de la mano de Martínez Roca) y sus investigaciones acabaron siendo citadas incluso en la prestigiosa revista de la Association Suisse pour l’Habitat. Como ejemplo de disparate, ciertamente, pero bueno, la cita está ahí. Hasta el castillo prosperó, convirtiéndose en una marca de vino, aunque el Institut (que sobrevivió a su fundadora, fallecida en 2002) tuvo que mudarse a Lausana.
Y, a todo esto, ¿a qué se dedica el Institut? Pues a la geobiología. Pero no a esa geobiología que estudia las relaciones entre la biología y el entorno geológico, no; a la otra, la de la varita de zahorí para detectar las corrientes telúricas, el medidor de “vibraciones vitales” y demás parafernalia. Para que se hagan una idea, el último trabajo del Institut ha sido el estudio de los “agroglifos”, esos misteriosos dibujos imposibles de realizar por seres humanos que aparecen en campos de cereales y que muchos consideran obra de extraterrestres,
aunque para los animosos miembros del Institut son sin duda reflejo de las corrientes energéticas subterráneas.
Pero volvamos a la espinosa cuestión del cactus. Según algunas fuentes el origen de la leyenda estaría en un estudio publicado por el Institut según el cual los trabajadores que tenían una planta junto a su puesto de trabajo rendían mejor y estaban menos estresados que quienes no la tenían. Lo cual es posible, pero dudo mucho que el Institut llegase a esa conclusión, teniendo en cuenta que el estudio de marras no aparece por ningún lado y que las publicaciones que realizaba eran más bien del tipo “esta abadía abandonada presenta un nivel de midiclorianos vibraciones energéticas muy superior al normal” o “tiene usted que orientar la cama de este a oeste y ponerla alejada de la pared; son dos mil francos, gracias”.
Más probables me parecen las versiones que aseguran que Blanche Merz decía lo del cactus en alguna de sus charlas, sin más. Al fin y al cabo la señora Merz no necesitaba contar con ningún bagaje científico o experimental para que sus ocurrencias fueran creídas; un ejemplo es que este texto
Efectivamente, numerosos trabajos realizados por investigadores, científicos e instituciones como el Instituto Suizo de Investigaciones de Geobiología de Chardonne, han comprobado y demostrado que la acción permanente o prolongada de estas corrientes sobre el hombre puede provocar alteraciones en el funcionamiento de las células, provocando disfunciones tales como alteraciones del sueño, náuseas y vómitos, fatiga, etc., o enfermedades más graves como reumatismo, artrosis, problemas circulatorios, afecciones cardíacas y una gran variedad de tumores cancerígenos.
no proviene de la web de algún charlatán dispuesto a vender una terapia de pacotilla (por cierto, ¿les he contado que además de la señora Merz los otros fundadores del Institut eran tres homeópatas?), sino de un documento oficial firmado por el actual vicerrector de una universidad española. Y hasta ahí puedo leer, no sea que me tiren de las orejas (aunque, bueno, en otro documento el mismo vicerrector propone un remedio para las orejas de soplillo que puede venir muy bien para el caso).
Sea como sea, el mito del cactus antirradiación se ha ido consolidando hasta el punto de que, como hemos visto, las grandes superficies lo venden y lo podemos encontrar en una amplia gama de productos, desde lociones y cremas hasta toallitas para la piel
hasta prácticos gorros que nos protegerán de esas malísimas radiaciones electromagnéticas.
Bueno, vale, eso último es una broma. Y sospecho que también ese práctico software emulador de cactus que nos permite disfrutar de todas sus ventajas sin tener que regar. Pero, qué quieren que les diga, es que tomarse en serio eso a estas alturas…
Abogado, socio fundador de Círculo Escéptico y miembro de ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico. Además de El Fondo del Asunto mantiene los blogs La lista de la vergüenza, dedicada a dar cuenta de las titulaciones pseudocientíficas que imparten muchas Universidades españolas, y El remedio homeopático de la semana. Confiesa que cuando era un chaval probó la acupuntura para evitar la caída del cabello; hoy es rotundamente calvo.