Pertenezco a esa generación que creció viendo en familia grandes clásicos del cine, que eran los que entonces ponían en la (única) televisión. Gracias a eso descubrí una película que se convirtió en una de mis favoritas. No sé qué edad tenía cuando la vi por primera vez pero sí sé que ya no era una niña aunque todavía estaba en ese punto en el que –seguro que lo recordáis- mis padres todavía eran para mí los seres más infalibles del planeta. La película de la que os hablo es “Testigo de Cargo”, de Billy Wilder, basada en una historia de Agatha Christie, con un plantel de actores espectacular y que acaba en lo más alto con un golpe de efecto que deja al espectador sin aliento.
Tranquilos, no voy a destriparos la película para permitiros el placer de que la veáis –y para respetar la petición que se hace en este sentido al final de la película- pero sí os voy a contar, sin hacer spoilers, que narra un proceso judicial en el que es decisiva la intervención de un testigo sorpresa. Bien, ésta que es una de las grandes películas de la historia del cine hoy no se podría rodar porque los testigos se han convertido en una moneda muy devaluada en los tribunales. Y esto es así por culpa de la televisión… por culpa de series como CSI. Sí, voy a contarte qué es lo que se ha denominado “efecto CSI”.
Un boom televisivo
CSI comenzó a emitirse en el año 2000 y se ha convertido en uno de los grandes hitos de la televisión. En 5 ocasiones ha sido reconocida como la más vista del mundo, y se le calculan unos 70 millones de espectadores en 200 países.
Pero además ha creado un subgénero televisivo con las ciencias forenses como protagonistas, no sólo a través de su franquicia sino también de otros títulos en distintas cadenas de televisión. ¡Se ha desatado la fiebre forense! En 2002, a los dos años del estreno de CSI, ya apareció el término “efecto CSI” en el programa de tv norteamericano “The Early Show”; en 2005, más que consolidado, fue portada de la revista “U.S. News & World Report” ¿Creéis que es exagerado, que la tele no tiene tanto poder? Pues no es la primera vez que la ficción televisiva se cuela en los tribunales.
El síndrome Perry Mason
En los años 60 los estadounidenses veían cada semana con fruición las aventuras de un abogado defensor que se convirtió en todo un héroe: Perry Mason. Su influencia fue tal que los juristas del momento hablaban del síndrome Perry Mason… la presión sobre los abogados para que consiguieran lo mismo que su colega televisivo al final de cada capítulo: arrancar la confesión, que cerraba brillantemente el caso, al testigo estrella de la fiscalía o del verdadero culpable. Y todavía más. Cuando la serie comenzó a emitirse en 1957 no estaba permitido que los abogados se acercaran hasta los testigos, pero al comenzar el rodaje los productores se encontraron con que no podían tener en el mismo plano a Mason y su interrogado. Así que para resolverlo el director optó por hacer que Perry Mason se dirigiera hasta la línea de los testigos y hasta se apoyara sobre la barra.
Cuando los jurados de entonces llegaban a los tribunales y los abogados no hacían lo mismo, creían que éstos estaban haciendo algo mal.
Si esto ocurrió en los 60, con el alcance que entonces tenía la televisión, ya nos parece menos extraña la influencia de CSI.
CSI y su ciencia
CSI es el primer show televisivo que muestra la ciencia forense como sexi. Lo hace a través de actores sexis (nada nuevo), personajes muy atractivos, laboratorios que también son sexis (apetece más vivir ahí que en el último catálogo de Ikea) y unas tramas y procedimientos que igualmente se muestran como sexis (cuando, creedme, no hay nada menos sexi que lo que ocurre en una sala de autopsias). Y todo ello, ofrecido al espectador como un fiel reflejo de la realidad. Y sí, es cierto, en estas series se muestra mucha y muy buena ciencia, pero también lo es que los guionistas se encuentran con que cada semana deben ofrecer misterios que se resuelven rápida y eficientemente (es lo que atrae al público) en menos de una hora. Esto les lleva a borrar todo el trabajo policial para quedarse sólo con los golpes de efecto y a tomarse pequeñas licencias de guion que van desde pruebas de ADN disponibles en tiempos que no se corresponden con los de la realidad, hasta inventarse procedimientos totalmente ficticios, como un capítulo en que vierten una especie de masilla en una herida para sacar un molde del arma homicida (invent total).
Los expertos de CSI son personajes con una extremada juventud, salud y, sobre todo, inteligencia; que obtienen resultados positivos siempre y de manera rápida y fácil; que no necesitan ningún tipo de equipo de protección personal aunque estén en medio de un escenario donde se ha cometido un sangriento homicidio o el cadáver esté en avanzado estado de descomposición; o que nunca contaminan las pruebas con su propio ADN aunque lleven el pelo al descubierto y manejen todo tipo de objetos sin cambiarse los guantes.
Pero lo más destacado es que se presenta la ciencia forense como infalible. En CSI los test forenses son inequívocos y siempre correctos, nunca contaminados, sin errores de laboratorio, ni con posibles distintas interpretaciones… como sí es, en realidad, la ciencia forense. Y sin embargo, ajenos a estas sutilezas, los espectadores creen que viendo estos programas consiguen tener una visión muy real y crítica de cómo funciona una investigación. Y es lo que esperan encontrarse, cuando llegan a los tribunales, los miembros del jurado.
Efecto CSI en el jurado.
Cuando se habla de efecto CSI se habla sobre todo de cómo ha influido la serie en los jurados. A grandes rasgos podríamos decir que el efecto CSI es el que hace que los miembros de un jurado actúen de forma diferente a como lo hubieran hecho de no haber visto la serie. Y esto es, en la mayoría de los casos, determinar casi siempre inocente cuando no se les ofrecen pruebas forenses como las que aparecen en televisión. Los jurados tienen grandes expectativas, en muchos casos ficticias, sobre cómo deben ser las evidencias. CSI lleva a sus espectadores a esperar ciencia de alta tecnología y algo más que la intuición de los testigos. Así que cuando en los tribunales se les presenta ciencia de un nivel mucho más bajo y las impresiones subjetivas de los testigos, tienden a encontrarlo menos convincente que lo que ven en CSI, y no declaran culpable.
Dejadme que os cuente un caso real en donde se habló de efecto CSI en el jurado.
En 2008 Casey M. Anthony, una madre soltera de 22 años, fue juzgada como presunta autora del asesinato de su hija Cayllee de sólo 2 años. La niña desapareció y sus restos, ya semiesqueletizados, aparecieron en una bolsa de plástico con cinta americana en la boca y en la frente. Los médicos forenses determinaron que la causa más probable (fijaos, digo “más probable”) de la muerte habría sido asfixia provocada por la propia cinta americana. Pese a la presión social (toda Norteamérica siguió el juicio con interés e inquina contra la madre) el jurado absolvió a Casey, y lo hizo porque no podían comprender que, teniendo el cadáver, los médicos forenses no pudieran asegurar con un 100% de seguridad la causa de la muerte; porque no se encontraron restos de ADN de Casey en la cinta americana (el ADN es la prueba de oro, lo demuestra todo para los jurados, y cuando no se tiene piensan que no se puede demostrar nada); y porque no podían creer que con los adelantos de la ciencia, los investigadores no hubieran podido encontrar evidencias que situaran a la joven madre en el lugar donde apareció el cadáver. En resumen, este caso se construyó en torno a pruebas circunstanciales. No es que la fiscalía hubiera trabajado mal; sencillamente, no tenían otras pruebas de mayor carga científica, lo que hizo que el jurado dijera “no culpable”… Algo que también pasa, incluso, cuando hay testigos.
CSI en los testigos
Hay un mantra taladrado en el cerebro de los seguidores de CSI: las personas mienten pero las pruebas no. Y si no mienten, se equivocan, mientras que la ciencia es siempre infalible. Por eso la serie se construye en el laboratorio. Así que el público que ve estas series tiende a creer que la única prueba fiable es la evidencia científica. Y esto implica que mi querida Testigo de Cargo, no se sostendría para espectadores de CSI… ni tampoco para jurados de juicios reales. De nuevo la realidad nos lo demuestra.
Nos vamos ahora hasta un proceso judicial cuyo protagonista fue una antigua estrella de una serie policiaca de televisión de los 70 titulada “Baretta”.
Robert Blake, que encarnaba a un policía modelo (ironías del destino) fue juzgado por disparar y matar a su mujer en 2002. La fiscalía creía que iba a obtener fácilmente una declaración de culpabilidad porque en el juicio hasta dos testigos aseguraron que Blake intentó contratarles para asesinar a su esposa.
Sin embargo los miembros del jurado le declararon inocente porque encontraron que la fiscalía no había aportado pruebas contundentes: ni huellas dactilares, ni ADN (ADN otra vez), ni residuos del disparo ni en la ropa ni en el cuerpo de Robert Blake. El portavoz del jurado declaró a la prensa: “no pudimos poner la pistola en su mano”. También hizo declaraciones el fiscal general de Los Ángeles. Dijo que los miembros del jurado habían sido unos “estúpidos” que habían sucumbido al efecto CSI. Sí, los fiscales son una de las partes más afectadas por el efecto CSI.
Efecto CSI en la Fiscalía
El efecto CSI ya ha producido cambios en el modo de actuar de los fiscales ya que, como éstos creen que por culpa de la serie los miembros del jurado absuelven mucho más, toman medidas. Durante las entrevistas previas para seleccionar los miembros de los jurados, los fiscales preguntan a los candidatos si ven este tipo de programas y en caso afirmativo (algo más que probable), hacen una labor educativa y divulgativa muy destacada, que antes no se hacía, para explicarles la diferencia entre la ciencia que ven en televisión y la que de verdad se encontrarán en la Sala. Incluso a veces piden que sea el propio juez el que también haga esta labor.
Como los jurados demandan evidencia “duras” para declarar culpable, los fiscales se devanan los sesos para construir casos que encajen no sólo con el estándar legal sino también con el de Hollywood, con pruebas de ADN, balística, huellas… incluso en los casos en los que no las hay. Recurren entonces a expertos de las llamadas evidencias negativas, que se encargan de explicar a los jurados que no es anormal que no se puedan encontrar algunos tipos de pruebas en la escena del crimen, o que expliquen por qué los resultados que aparecen deberían considerarse como no concluyentes. Los fiscales hasta están introduciendo en los casos pruebas que no demuestran ni culpabilidad ni inocencia, pero lo hacen sólo para que los jurados vean lo minuciosos que han sido para preparar el caso.
En 2004 la revista USA Today publicó un artículo sobre el efecto CSI en donde ya reflejaba la influencia en los fiscales que –decía el magacín- ya estaban entonces usando los expertos de evidencias negativas, y preguntando en muchos Estados por los hábitos televisivos de los miembros del jurado. Y, ¿sabéis una cosa? Los fiscales no son los únicos que lo preguntan…
CSI en los abogados defensores
Mientras que siempre se habla de los fiscales para determinar el efecto CSI, se hace menos de los abogados defensores. Sin embargo, cuando se hace, muchos admiten que se aprovechan del efecto CSI eligiendo a personas que ven estas series en las entrevistas previas y después basando sus argumentaciones todavía más en las pruebas o expertos forenses, en los casos en que estos están disponibles.
Un ejemplo paradigmático fue el de Robert Durst, un multimillonario con una carrera delictiva digna de película (y la tiene) y hasta de una serie documental (y la tiene) que, en este caso en concreto fue detenido, y costó hacerlo porque desde hacía un año se estaba haciendo pasar por una mujer muda, por un asesinato ocurrido en 2001 en Galveston.
Durst reconoció que había asesinado, descuartizado y tirado al mar a su vecino. Cuando todo el mundo creía que se trataba de un caso con unas evidencias aplastantes, la defensa sorprendió con una estrategia basada en que no se trataba de un asesinato sino de una muerte en defensa propia y que las pruebas que lo demostraban estaban en la cabeza que era precisamente (oh, casualidad) una de las partes que la policía no pudo recuperar. También sorprendió el jurado, que admitió esta argumentación y absolvió al multimillonario. Al acabar el juicio uno de los abogados de la defensa admitió que, sabiendo cuál iba a ser su estrategia, habían seleccionado a propósito personas que vieran CSI.
CSI en los expertos
Esta es otra de las piezas que conforman el puzle de un juicio que se ha visto afectada por la serie. Cuando se presentan expertos científicos en un juicio, el jurado los asocia a los que ve en televisión, y esto les da a los expertos de la realidad un plus de credibilidad, y también al testimonio que prestan. Y no sólo eso, sino que también hace que sean menos escépticos con respecto a su trabajo. Estamos ante una amplificación del perverso principio de autoridad magnificado por la serie.
Una de las productoras de CSI, Elizabeth Devine ha llegado a afirmar “estamos convirtiendo en heroes a la ciencia y a los investigadores forenses”
CSI en los criminales
Otra versión del efecto CSI sostiene que la serie también enseña… a los criminales. Se dice que el show televisivo es de lo más visto en la cárcel precisamente por esta razón.
Los criminólogos denuncian más sofisticación por parte de los delincuentes a la hora de evitar dejar pruebas, por ejemplo, usando lejía para limpiar la sangre, o guantes de latex, o recogiendo minuciosamente efectos personales donde podría estar su ADN, como colillas, o haciendo todo lo contrario: vaciar el cenicero de una cafetería con decenas de perfiles genéticos.
Y una vez más la realidad nos deja un caso de este tipo de efecto CSI: el de Jermaine “Maniac” Mckinney, un joven de 25 años, procesado por un doble asesinato de una madre y su hija.
Tras matarlas, utilizó lejía para lavarse las manos llenas de sangre y al trasladar los cadáveres para deshacerse de ellos, cubrió el interior de su coche con mantas para evitar transferencias; luego quemó los cuerpos de ambas junto con su ropa y las colillas que había fumado y tiró las pruebas restantes en un lago, incluida el arma homicida y una palanca, que no pudo ocultar a la perfección ya que el lago estaba semicongelado. Estas pruebas fueron después recuperadas y posibilitaron la detención de Jermaine que finalmente fue declarado culpable. ¿Por qué os cuento todo esto? Porque él mismo reconoció durante el proceso que era un fanático de la serie CSI, y que todo lo que había hecho lo había aprendido con la tele.
CSI en la educación del público general
No sólo los criminales aprenden con la serie, también lo hace el público general. Otra de las aristas del efecto CSI, y ésta en positivo, es el valor educacional de la serie. Según este efecto, los jurados están más formados que nunca en ciencia forense, lo que les hace mejores valorando los testimonios y evaluando las evidencias.
Uno de los creadores de CSI, Anthony Zuiker, dice: “El efecto CSI es en mi opinion lo más alucinante que ha ocurrido nunca en las series. Ahora la gente sabe sobre ciencia porque ven CSI”. Un guionista de la serie añade: “Si hay un efecto CSI, los beneficios superan cualquier coste de los fiscales”.
CSI en las vocaciones
Otro de los efectos constatables de la emisión de estas series es el boom de las vocaciones de carreras que tienen que ver con la ciencia forense. En todo el mundo se han disparado el número de grados relacionados con la criminología y otras ciencias forenses que se ofertan en las universidades. También es cierto que muchos autores reportan que también los abandonos son muy altos ya que los alumnos encuentran aburrido y poco glamuroso lo que se les ofrece en las aulas con respecto a lo que han visto en televisión.
CSI en la propia ciencia
Como veis, el efecto CSI tiene distintas vertientes. Sobre ello podéis encontrar literatura científica, hay mucha, hablando sobre la existencia o no de este efecto, con autores a favor y en contra.
Sea como fuere, lo que sí es cierto es que hay un efecto que, quizá, por sutil es mucho más peligroso, y es el modo en que se refleja la ciencia en estas series.
Los expertos son más héroes que personas por el poder que les impone la ciencia. Son personas extraordinarias, con mentes totalmente fuera de lo común, en las que el principio de autoridad (el peligroso principio de autoridad) da un paso más para aparecer como sencillamente indiscutible.
Y la ciencia se muestra como un mecanismo creador de certezas absolutas, lo que convierte a los espectadores en co-religionarios que abandonan el escepticismo hacia la propia ciencia. Una ciencia que es en estas series irrefutable, infalible, concluyente, inmutable, perfecta…
Porque a estas alturas de la película, ya sabemos que la naturaleza de la ciencia es la de estar abierta a la posibilidad de que aparezcan nuevos datos que desafíen lo establecido, a la posibilidad de que aquello que creemos se pueda ver contravenido. La ciencia es, por naturaleza, escéptica…. todo lo contrario a lo que vemos en CSI.
Y porque, ya desde la madurez, sabemos que la ciencia, como a nuestros padres, no son infalibles, pero nos abrazamos a ellos porque son lo mejor.
PARA SABER MÁS
- “The CSI Effect: Popular Fiction About Forensic Science Affects Public Expectations About Real Forensic Science” N.J. Schweitzer, Michael J. Saks
- “The “CSI Effect”: Better Jurors through Television and Science?” Michael D. Mann.
- “A Study of Juror Expectations and Demands Concerning Scientific Evidence: Does the “CSI Effect” Exist?” Hon. Donald E. Shelton, Young S. Kim, Gregg Barak
- “CSI and its effects: media, juries, and the burden of proof” Simon A. Cole & Rachel Dioso-Villa
- “Viewing CSI and the Threshold of Guilt: Managing Truth and Justice in Reality and Fiction” Tom R. Tyler
- “The CSI-education effect: Do potential criminals benefit from forensic TV series?” Andreas M. Baranowski, Anne Burkhardt, Elisabeth Czernik, Heiko Hecht
- “La ficción forense y sus consecuencias sociales. El efecto CSI” Salvador López Bautista, César Augusto Giner Alegría
Soy licenciada en Filología Inglesa y Máster en Antropología Forense, aunque llevo ejerciendo como periodista desde que tenía 20 años. En la actualidad trabajo en Canal Sur, donde realizo junto a Emilio García (IAA-CSIC) el programa de ciencia de radio “El Radioscopio”, por el que hemos ganado, entre otros, tres Prismas y el Premio Andalucía de Periodismo. Se puede decir que soy feliz por haber conseguido unir dos de mis grandes pasiones: radio y ciencia.