Prometheus, la crítica de un físico

Por Arturo Quirantes, el 1 enero, 2013. Categoría(s): Cine

prometheus

Soy un fan acérrimo de Alien (al menos, de las dos primeras), y aunque estoy harto de precuelas que prometen y no cumplen, le di un margen de confianza a Ridley Scott, así que me atreví a entrar en un cine a ver Prometheus.  La película, debo reconocerlo, cumplió exactamente con mis expectativas: unos efectos especiales de primera junto a un guión con menos consistencia que una torre de natillas.

Creo que esta es una película con tantos fallos que marcará un nuevo estándar.  Por lo visto, el guionista ya había trabajado en Perdidos.  Si lo hubiera sabido antes, me lo habría pensado dos veces, porque tuve la desgracia de sufrir esa serie durante una temporada, aunque luego lo compensé pasando de ella olímpicamente.  Pero no voy a perder el tiempo apuntando los fallos de guión, porque me llevaría toda la semana, y la verdad es que tengo mejores cosas que hacer.  Si me lo permiten, voy a hablar desde la perspectiva de un científico físico. Los biólogos y genetistas necesitarán traerse el bocadillo cuando quieran hacer sus propias críticas, porque yo no sé mucho del asunto, pero en ese campo hay hectáreas de tela que cortar.

Antes, una advertencia: habrá spoilers.  Generalmente, no me gusta fastidiar, pero en este caso soy incapaz de comentar los fallos físicos sin revelar parte del argumento.  Sí puedo hacer un resumen inocuo: hay una nave de exploración, tripulantes más raros que un perro verde, un planeta extraño que explorar, bichos raros, algunos tripulantes mueren, otros no, al final pasan cosas, y ya está.  Supuestamente la película sirve el doble propósito de enlazar con la primera peli de Alien y, ya de paso, formar la primera parte de una trilogía.  Hasta aquí puedes leer si no has visto la película y no quieres que te estropee la sorpresa.  A partir de este punto, como decían los antiguos marineros, spoilers, digo monstruos.

Comenzamos con un par de arqueólogos en ilusionado matrimonio, los primeros protagonistas. Según sus descubrimientos, las principales civilizaciones han descrito a seres extraños y han pintado todas ellas una agrupación de seis puntitos en el cielo.  Nos dicen que supuestamente esas civilizaciones, separadas por hasta 30.000 años, no estuvieron en contacto, transmitiendo al espectador el mensaje de “llevan milenios visitándonos.” Claro que cualquiera que se haya leído Sinuhé el Egipcio sabe que los egipcios, los sumerios y los babilonios sí lo estuvieron y que se desarrollaron a lo largo de 30.000 años. Este fallo aparece incluso en la Internet Movie Database (aquí). Bien empezamos. A partir de esa agrupación de puntitos, los cerebritos de la Weyland averiguan de qué sistema estelar provinieron, y mandan la consabida nave de exploración.

Bueno, vamos a ver una cosa.  Nos dicen que esa agrupación no es visible para el ojo humano, así que los arqueólogos conjeturan que los extraterrestres se la mostraron a los antiguos.  Vale, puede que trajesen una bandera con estrellitas para chulear.  El fallo es que, como se descubre más tarde, esa agrupación no marca el hogar de los “ingenieros” (el nombre que le dan a los alienígenas) sino que es una especie de base de investigación avanzada; sería como si los marines norteamericanos desembarcasen en las selvas de Borneo portando una bandera con solamente tres estrellas para representar Rota, Guam y la isla de Diego García.

El segundo problema que nos encontramos aquí es que no quedó claro si se trata de una agrupación de estrellas o de planetas, porque creo que le dan un nombre raro, algo así como “agrupación galáctica.”  Sea lo que sea, no tiene mucho sentido. Si se trata de una agrupación estelar me resulta muy difícil imaginar que un planeta pueda hacer órbitas estables en un sistema no ya binario sino ¿hexanario?; si es una agrupación de planetas, estarían demasiado lejos para ser detectados desde la Tierra, aunque con algo de imaginación podemos suponer que las técnicas de detección de planetas extrasolares son sensiblemente mejores dentro de un siglo que ahora.

En cualquier caso, se supone que la corporación Weyland ha encontrado esa agrupación en el espacio desde la Tierra.  Pero, sea de planetas o de estrellas, no puede ser, porque tanto unos como otros se mueven.  Una constelación hoy se parece a una de hace 30.000 años como un huevo a una castaña (de una agrupación planetaria mejor ni hablamos).  Cualquiera que haya visto la serie Cosmos de Carl Sagan sabe eso.  Se supone que la agrupación la vieron los egipcios de las pirámides, y también un puñado de gente en una isla de Escocia hace 35.000 años, así que ya me explicarán cómo es eso posible.  Es una metedura de pata a lo grande, y apenas si llevamos unos pocos minutos de película.

El caso es que descubren dónde está ese planeta, o satélite, o lo que sea, y envían una nave de exploración, la Prometheus.  Nos dicen que el objetivo está a unos 33 años-luz de la Tierra, y el viaje dura algo más de dos años.  Ese detalle resulta interesante, porque nos permite suponer algo acerca del tipo de navegación espacial. En las películas de las sagas Alien o Depredador nunca hablan de saltos en el hiperespacio; de hecho, no dan detalles, dejándoselos al espectador. Tan sólo nos sugieren que los viajes son largos, tanto que se necesita dormir a la tripulación. Dos años para un viaje de 33 años-luz es un período demasiado largo para un viaje hiperespacial, y demasiado corto para un viaje sublumínico. Lo único que se me ocurre es que tienen algún tipo de motor hiperlumínico que por alguna razón solamente puede ser utilizado muy lejos de cualquier campo gravitatorio.  Según eso, el viaje sería algo así como un año de alejamiento de la Tierra, un salto y luego otro año para acercarse a su destino.

O a lo mejor han definido el año de otra forma distinta. En un momento dado, el ordenador de la nave informa del tiempo de vuelo: 2 años, 4 meses, 18 días, 36 horas, 15 minutos. ¿36 horas? Eso ya es un día y medio. ¿Por qué usan esa forma tan rara de indicar el tiempo transcurrido. En la IMDB intentan salir del paso afirmando que sí, es algo raro, pero a fin de cuentas es una película de ciencia-ficción y puede que sea un “error deliberado.” Bien, yo voto por una metedura de pata deliberada. Parece que algunos piensan que ciencia-ficción es sinónimo de “vamos a hacer lo que nos de la gana, que nadie nos va a pedir cuentas.” En fin, dejémoslo en metedura de pata menor y sigamos adelante.

Algo en lo que no caí cuando vi la película es el hecho de que el cielo sería muy parecido al de la Tierra actual.  La cercanía en el tiempo (86 años) y en el espacio (33 años luz) haría que algunas estrellas estuviesen en distinta posición, pero la mayoría de ellas estarían casi en la misma posición que aquí y ahora.  No me fijé en el cielo sobre el planeta de destino, pero apuesto a que lo diseñaron por ordenador y no se parece en nada al que debería ser.  Como Neil deGrasse Tyson se entere, va a pillar un buen globo, que es muy puntilloso para esos detalles y no se los pasa ni al Titanic de James Cameron.

Puesto que es necesario para la acción, y ya que están a finales del siglo XXI, estoy dispuesto a aceptar que hay algún sistema de gravedad artificial en la nave, lo que les evita tener que filmar a estilo 2001, Odisea en el Espacio.  También me vale tener un robot indistinguible de un ser humano, cámaras de hibernación (ahora lo llaman estasis, que queda más cool) y todo lo habitual en este tipo de películas.  A lo que no estoy dispuesto es a dejar pasar por alto un principio sencillo de cualquier tipo de viaje: cuanto más equipaje lleves, tanto peor.

Resulta que la Prometheus, una nave con capacidad para una veintena escasa de personas, lleva una cantidad inusitada de material innecesario. ¿Se imaginan a una expedición polar del siglo XIX llevando una copia de la Enciclopedia Británica? Pues juzguen ustedes. Para empezar, una nave con una tripulación que pasa durmiendo todo el viaje dispone de su propia cancha de baloncesto, y tan grande que el robot pasa su tiempo jugando a Pau Gasol montado en una bicicleta.  Puede que no sea una pista de baloncesto, sino tan sólo un par de canastas en los extremos de la bodega de carga, pero que me aspen si le encuentro sentido a transportar una bicicleta en una nave de exploración.  ¿Y qué necesidad tiene un robot de entretenerse jugando al baloncesto consigo mismo? A menos que se trate de una treta del guionista para transmitirnos la humanidad del androide, es ganas de rellenar metraje tontamente.

Si usted ha visto la película, encontrará ejemplos más estúpidos de exceso de peso.  La nave cuenta con una mesa de billar para que los tripulantes no se aburran, el capitán se lleva un árbol de navidad con sus luces y todo, y por lo visto el agua del grifo no es lo bastante buena para ellos porque beben agua mineral (o tal vez eran botellas de vodka, y no sé qué es peor).

Pero la rubia jefa, Charlize Theron, se lleva la palma.  Para transmitirnos a todos la idea de que es muy rica, poderosa e inalcanzable (a pesar de lo cual se tira al garrulo del capitán cuando le apetece), tiene aposentos independientes con una decoración de lujo que incluye lámparas de cristal de roca en el techo, biblioteca con libros de papel, un módulo chulísimo robotizado para operaciones quirúrgicas pero diseñado solamente para pacientes de sexo masculino (huy, huy), y para rematar la faena ¡un piano de cola!  ¿Para qué, si se pasan el 99% del tiempo en hibernación?  La Weyland se gasta un billón de dólares en la expedición, nos dicen.  No me extraña, seguro que la rubia tiene un Velázquez colgado en el baño.  Ah, y el cuarto de la jefa puede reconvertirse en una mini-nave de huida, por si las cosas se ponen feas. Algo que ya hace presagiar grandes acontecimientos futuros, pero no se lleve a engaño: cuando las cosas sí se ponen feas, es lo primero que tiran por la ventana. ¿Qué hace la rubia? Salta de la nave en una pequeña especie de ataúd volador, y al demonio con su loft bellamente amueblado. No me molestaré siquiera en intentar darle una explicación, porque a esas alturas de la película la lógica había saltado por la ventana.

A eso hay que añadir carencias básicas en material a un nivel que roza lo patético. Cuando una de las chicas necesita una cesárea de urgencia, le dicen que no tienen el equipo médico adecuado, como si estuviesen hablando de operar a corazón abierto. Aunque es una expedición científica, los tripulantes disponen de algunas pistolas y una escopeta, armas inútiles en atmósferas carentes de oxígeno y que en el 2098 serían tan antiguas como los fusiles de repetición en la actualidad.  Como decía Wesley Snipes en Demolition Man: “eh, esto es el futuro, ¿dónde están los fáseres?”

Hemos llegado a destino, y hay que de despertar a la tripulación, darle de desayunar y explicarles el motivo de llevarles tan lejos de casa.  Resulta que la mayor parte de los tripulantes ni siquiera saben a qué van.  Lo único que le interesa a la mitad de ellos es la paga. Así que la NASA se pasa años entrenando astronautas para sus misiones, y en una expedición de un billón de dólares van casi todos a ciegas.

Voy aquí a avanzar mi hipótesis: aunque el director diga que Prometheus no es una precuela de Alien el 8º pasajero, lo cierto es que lo es en todo menos en el nombre, y han cogido prestados muchos elementos del clásico de 1979. Uno de esos elementos es la tripulación: despreocupada, zafia, pasota, solamente interesada en si lo que hacen les va a suponer una paga extra. La diferencia, la gran diferencia, es que ambas naves tienen estilos y finalidades totalmente diferentes. Alien tiene una tripulación de marineros rudos porque la Nostromo es básicamente un gran carguero espacial. Como contraste, la Prometheus es una avanzada nave de exploración e investigación. Se supone que sus tripulantes son profesionales entrenados en sus respectivas misiones. El director se ha limitado a copiar y pegar con la esperanza de encandilar a aficionados de Alien y hacerles creer que es más de lo mismo. Fail.

Ya que estamos en ello, menuda gentuza de tripulación. No voy a criticarlos a todos, entre otras cosas porque la mitad me han parecido tan intrascendentes y aburridos que ni siquiera los recuerdo, pero repasemos en un momento el equipo científico de la expedición del billón de dólares:

  • Una pareja de antropólogos, o arqueólogos, o lo que sean, que supuestamente mandan la expedición, más sosos que hecho por encargo, y que a pesar de sos conocimientos no están seguros de nada pero “prefieren creer.”  Escepticismo mezclado con “quiero creer,” sin duda la mejor combinación para una expedición científica con éxito.
  • Un geólogo/cartógrafo clase “soy un rebelde porque le mundo me hizo así” que lanza aullidos mientras traza el mapa de la base de los ingenieros (operación dificilísima que consiste en soltar cuatro bolas voladoras que van trazando un mapa con rayos láser), y que cuando le entra el canguelo y decide por su cuenta y riesgo volver a la nave ¡se pierde!
  • Un biólogo que se salta todos los protocolos de descontaminación, se deprime porque los ingenieros no están vivos para recibirle, se larga a la nave sin esperar órdenes y sin justificar un solo crédito de su suelto, y cuando encuentra una serpiente extraterrestre se pone a jugar con ella y a intentar acariciarla como si fuese un gatito.  Solamente le falta mostrar una foto de la familia y vestir una camisa roja de Star Trek.

Sigamos con la exploración. Por llamarlo de alguna forma, ya que supuestamente van a buscar señales de los ingenieros, sean ondas de radio o construcciones artificiales, sin pararse siquiera a pensar cómo van a ser recibidos. Si por mí fuese, yo pondría a la Prometheus en órbita para escanear hasta el último centímetro cuadrado del planeta (bueno, creo que es un satélite, pero la verdad es que me da igual) y luego buscar el lugar más propicio para el aterrizaje.  Es lo que hizo la NASA antes de lanzar la Curiosity, que ahora está en el cráter Gale de Marte consiguiendo datos científicos a patadas.  Ya puestos, podrían trazar un mapa de la superficie, detectar depósitos de mineral, sondear la meteorología del lugar, buscar presencia de agua y demás menudencias interesantes que pudieran interesarle a los patronos.

Pero solamente tenemos dos horas de película, así que la Prometheus se lanza de cabeza a la atmósfera, sobrevuela el terreno unos minutos, gira a la derecha … y ya está.  Ruinas alienígenas a la vista.  Así de sencillo. Nuevamente, sospecho que fue una burda imitación de las dos primeras películas de Alien. Por supuesto, cualquier alienófilo que se precie sabe que en Alien y Aliens las naves iban a un punto concreto que ya tenían determinado (por transmisión de radio en el primer caso, y porque sabían la ubicación de la colonia en el segundo). Ya es malo copiar de los éxitos del pasado, ¡pero al menos copia bien, leñe!

Ahora llega el momento de salir a la superficie, y todo el mundo se pone los trajes y cascos espaciales.  Cosa que no veo clara, porque según el análisis hay un 71% de nitrógeno, un 21% de oxígeno, un 3% de dióxido de carbono, y un 5% restante que no se molestan en identificar.  Se supone que la presencia del CO2 es lo que hace que tengan que llevar los cascos, pero yo he googleado un poco y resulta que una concentración del 3% es molesta pero ni mucho menos letal.  A lo mejor es por el restante 5% de la atmósfera, que quizá contenga gases nocivos.

O a lo mejor se ponen los cascos porque es una medida de precaución elemental contra virus, bacterias, hongos y demás fauna local.  Sí, es una buena idea… que se va al garete cuando el listillo de turno entra en las ruinas, comprueba que no hay CO2, se quita el casco y los demás le imitan como borregos.  Sí, señor, con un par.  Nada de cuarentena, ¿para qué?  Eso es de científicos bien entrenados o de nenazas, y evidentemente no son ninguna de las dos cosas. Ni siquiera el biólogo se toma en serio las precauciones obvias de riesgo biológico. Coincido con otros blogueros en que el departamento de recursos humanos de la corporación Weyland tiene un serio problema.  ¿Quién demonios contrata a semejante panda de zopencos?

Prosigamos.  En lugar de acercar la nave a las ruinas, alguien decide que es mejor dejarla a cierta distancia como medida de precaución, de modo que hay que desplazarse hasta las ruinas en vehículo. Los exploradores disponen de una especie de transporte blindado de personal, y dos vehículos ligeros que parecen una mezcla entre una moto de trial y el buggy de Terence Hill y Bud Spencer.  Como van sin más protección que unas barras antivuelco, lo lógico sería que NO se situasen detrás del blindado, porque la pista no está precisamente bien asfaltada.  Pues es allí donde se ponen, lo que les garantiza que se van a comer todo el polvo que el vehículo grande vaya dejando tras de sí, polvo que además les deja casi sin visibilidad y a merced de volcar tras la primera piedra o grieta que se encuentren por el camino.  Eso sí, los que van en el buggy llegan con el traje impoluto, sin una mota de polvo; el blindado está como recién salido del túnel de lavado; y yo me quedo con cara de tonto, recordando la última vez que salí al campo con mi Skoda Yeti.

Hasta el momento, no vemos a nadie analizando la composición del suelo, midiendo la presencia de campos magnéticos o eléctricos, detectando niveles de radiación o de luz solar en esta supuesta expedición científica.  Nadie fotografía los relieves de la pared ni intenta descifrarlos, salvo el androide.  Nadie toma muestras de nada ni se interesa por ninguna pieza de tecnología, a pesar de que un solo tornillo de las ruinas podría revolucionar las técnicas metalúrgicas de la Tierra.  Solamente se llevan la cabeza de un ingeniero muerto, y creo que lo hicieron porque era esencial para la trama, que si no, ni eso. Se reafirma en mí la creencia de que una expedición de boy-scouts conseguiría en diez minutos más resultados científicos que esa panda de pirados.

Paso de relatar todo lo que pasa en el interior de las ruinas, porque eso es campo abonado para una Biología de Película y yo no llego a tanto.  Sí les diré que, en un momento dado, se les viene encima una tormenta de “electricidad y sílice.”  Vamos, lo que en mi pueblo se llama una tormenta de arena.  Uno de los científicos no llega al tiempo a la nave y se queda afuera, a merced de la sílice, que para su desgracia no consta tan sólo de granitos de arena sino de trozos bien gordos.  Tras una complicada operación, el robot de la nave consigue salvarla, y cuando vuelven al interior ¿saben cuántos impactos de trozos de sílice han recibido?  Ni uno solo.  Los trajes y los cascos están intactos y completamente limpios, como recién salidos de fábrica.  Ni el menor roce con la arena, ni grietas en el casco.

De nuevo en la nave, alguien cae en la cuenta de que habría que ir haciendo alguna prueba científica, siquiera para justificar el gasto, y para ello le aplican una descarga eléctrica a la cabeza del ingeniero.  Ni idea de por qué hacen tal cosa, pero seguramente algún guionista pensó que sería una divertida alusión al doctor Frankenstein. Afortunadamente, nadie gritó eso de “vive, está vivo,” pero en ese punto yo sí que grité (interiormente, porque si no me echan del cine). Verán ustedes, mi hermana es médico, y me asegura que las escenas de televisión del tipo “el corazón no late, dame las palas, sube a 500 miliamperios, apartaos” son una verdadera burrada. En Cazadores de Mitos afirmaron que una corriente de 70 miliamperios era suficiente para provocar fibrilación en el corazón. Pues por lo visto ese programa no se veía en 2098, porque a la cabeza del ingeniero le meten una descarga inicial de nada menos que treinta amperios.  Luego la elevan a cuarenta, y después a cincuenta.

No sé cuál es la resistencia eléctrica de una cabeza de ingeniero, pero el cuerpo humano tiene una resistencia de unos mil ohmios más o menos.  La potencia absorbida por la cabeza sería P=R*I*I=1.000*50*50, lo que nos da unos 2,5 megavatios, a una tensión de V=R*I=50.000 voltios.  Con ese nivel de potencia no es que despierten las neuronas, es que hacen explotar la cabeza en pocos segundos.  Que es exactamente lo que sucede.  No tengo ni idea de qué pretendían con ello, pero si eso es todo lo que se les ocurre mejor llamen a los boy-scouts, por favor.

Volvamos a las ruinas.  Visitarlas es una gozada para un físico, porque las instalaciones de los ingenieros parecen ser inmunes al segundo principio de la Termodinámica.  Tras dos mil años abandonados, los túneles todavía cuentan con luz y una especie de proyección holográfica que les va indicando lo que les pasó a los anteriores ocupantes.  No hay polvo, óxido ni nada parecido. El androide, que hace la guerra en solitario, descubre que todo funciona perfectamente, va de una sala iluminada a otra, abriendo puertas y aprendiendo los secretos de la nave. Menos mal, alguien de la tripulación se está ganando la paga.

Al final, un ingeniero alienígena que lleva dos milenios en su cabina de hibernación se levanta de muy mal humor, reparte estopa a nivel industrial y pone en marcha el interior de las ruinas, que resulta que contienen un nave espacial enterrada.  Yo en este punto alucino con los ingenieros, capaces de construir máquinas que funcionan tras dos mil años de abandono y tormentas de sílice.  Pruebe usted a dejar parado su coche durante un año, y ya me contará.  Pueden replicarme que son más avanzados que nosotros, vale, pero creo que resucitar toda esa maquinaria a la primera, sin tan siquiera un engrase o una puesta a punto, con combustible y energía a tope, es pedir mucho incluso para ellos.

Casi al final, la Prometheus se inmola en plan kamikaze para evitar que la nave de los ingenieros ataque la Tierra.  Al parecer, los ingenieros no tienen problema en dejar que se pudra en el olvido una base de armamento biológico avanzado durante 35.000 años, pero por algún motivo al ingeniero de la nave le entran unas prisas tremendas por destruir la Tierra lo antes posible.  El caso es que ambas naves chocan en el aire, justo sobre la vertical de las dos únicas supervivientes de la expedición, la arqueóloga y la jefa.  A pesar de que caen trozos del fuselaje de ambas naves como si fuera metralla, y de que la enorme nave ingeniera golpea la superficie con una energía equivalente a la de un arma nuclear, las dos chicas apenas tienen más que ir esquivando cascotes.  Es evidente que el director les dijo a las actrices “vosotras id corriendo por ahí y pegando grititos, que ya iremos poniendo los efectos especiales luego.”  El problema es que se nota demasiado.  Tras la lluvia de cascotes y el impacto de la nave, ésta se queda momentáneamente en pie, y luego comienza a caer.  La jefa, siguiendo los estereotipos de las rubias tontas, echa a correr en dirección a la nave y resulta obviamente aplastada.

Nos queda la última superviviente, una especie de alter ego de la teniente Ripley. A pesar de su menudo tamaño y su carita de no haber roto un plato, sería la novia perfecta para Chuck Norris. Pierde al marido, sobrevive a un embarazo extraterrestre relámpago, se somete ella misma a una operación para abortar, le abren el estómago para una cesárea, le extraen un feto del tamaño de un balón de baloncesto, le cierran la herida con grapas de metal (¡ole esa seguridad social de 2098!), hace todo tipo de esfuerzos sin que se le salten las grapas o se le salgan las tripas, escapa por los pelos al despegue de la nave ingeniera que casi le cae encima… ¿y saben qué hace al final?  Coge el androide (nueva alusión a Aliens), pilla unos cartuchos de oxígeno, se monta en otra nave de los ingenieros, y pone rumbo al planeta de origen de éstos para preguntarles por qué son tan malos malísimos con nosotros. Nada de volverse a la Tierra para informar y avisar del peligro, ni una queja sobre su estado físico y ni una palabra sobre cómo consigue alimentos, agua, medicinas ni nada por el estilo.

En cuanto al guión, la profundidad de la historia, los personajes y sus motivaciones, la lógica subyacente… todo hace aguas por doquier. Que no me vengan con finales abiertos, con que el espectador rellene los huecos o que veamos la siguiente entrega para saber el resto.  En mi opinión, es una chapuza pura y dura de un guionista que no sabe hacer su trabajo y un director vago que pasa de todo. Varias referencias sobre las series Alien y Depredador, sutiles como una patada en el ojo, y una película inconclusa. Ni siquiera el 3-D le aporta gran cosa.

Para más desgracia, cuando entré a verla en el Kinépolis de Granada, la imagen se colgó tres veces.  Los acomodadores nos regalaron entradas para otro día e hicieron lo que buenamente pudieron, es de justicia reconocerlo.  Uno de ellos incluso me hizo sonreír cuando dijo “no sabemos qué pasa con el proyector, estamos llamando a Bélgica.”  ¿Bélgica?  ¿Acaso estábamos viendo una película por streaming? Al final me salí de la sala, entré en otra donde la misma película había comenzado media hora más tarde, y terminé de verla en 2-D.  No me importó.  A esas alturas, la película era tan plana que daba igual.  No se acerca ni en sueños a la altura de Alien, y no le llega ni a la suela de los zapatos a Alien 2, el regreso.  Y lo peor es que seré tan tonto que volveré a ver la secuela.  Pero no la disfrutaré.  Cagüen.

Certifrikación: 2/10.

ACTUALIZACIÓN: Desde que vi la película, he leído muchas críticas, tanto a favor como en contra. Recomiendo especialmente al lector la reseña de Naukas (con atención especial a los comentarios), la extensa y demoledora crítica de Cristian Campos en Jotdown y la de David Ribet en Tu Blog de Cine, cuyo título describe perfectamente la película: entretiene pero no deja huella.