Tras la gran acogida que obtuvo el artículo «Respirando Salitre, historias de un buzo» que publicamos en Naukas hace unos meses, durante esta semana os ofrecemos una serie inédita de otros cuatro artículos más, continuando con el fascinante viaje de JM Valderrama y David Acuña.
La vida a bordo no llega a ser tediosa. Siempre hay multitud de pequeñas tareas que requieren tu atención. Además se vive instalado en una rutina que recuerda a la disciplina militar. En el mar, en el ejército, en una expedición, es importante mantenerse ocupado, no dejar huecos por los que la imaginación pueda incitar a pensamientos nocivos.
Ese fue el triunfo de Shackleton para que el ánimo de su tripulación se mantuviese firme ante la enorme catarata de adversidades que les sobrevino. Desde luego bucear en la Isla Wolf en busca de tiburones no tenía muchos paralelismos con estar atrapados en el hielo, pero tampoco eran unas vacaciones y, como digo, cada día estaba sujeto a una serie de obligaciones y rutinas.
Había que rellenar las botellas con aire comprimido, tener los equipos a punto, planificar las inmersiones. David, en su camarote, sacaba fuerzas y ratos en los que escribía su particular visión del asunto mientras escuchaba música. Eran los momentos de relax, mientras por debajo de la embarcación la vida marina bullía. Allí mismo había tiburones con los que había soñado de niño. Y así estaba él, relajado, escribiendo unas líneas. No se puede vivir permanentemente sobreexcitado y asombrado.
“Pasan los días y nuestra expedición llega a su fin. Esta campaña ha sido muy exitosa y los tiburones ballena se han sucedido con continuidad. Hasta hoy, nuestro undécimo y último día en Darwin, hemos tenido 61 avistamientos, lo que nos ha mantenido muy ocupados durante los buceos. Podría decir que casi se me ha hecho normal elevar la vista al azul y encontrar esa enorme silueta cruzando el arrecife. Quién lo diría, pensando que éste es prácticamente el único sitio del planeta donde esto ocurre.
Estos pensamientos cruzan por mi mente justo mientras espero a que pase otro tiburón, durante el buceo de la mañana. Sin embargo hoy mi atención se centra en el arrecife de Darwin y el apasionante drama que ahí se desarrolla cada día”.
Los buceos recreativos suelen ser como un paseo en el que disfrutar del “paisaje” y de la fauna y flora que te rodea. En los buceos científicos, en cambio, hay que registrar datos, cuando no hay algún dispositivo que instalar; hay un propósito claro que cumplir. Se va con el tiempo justo, maximizando la toma de información para minimizar los costes, sin apenas levantar la vista del transecto.
Sin embargo, la situación es distinta en este proyecto que ocupa a David. Al pasar varias horas cada día en la misma zona empiezan a descifrar y entender algunos de los comportamientos y extraordinarias relaciones que suceden en el magnífico escenario que cada día prospectan. Algunas especies vienen al arrecife para visitar una estación de limpieza, donde algunas especies de peces, lábridos, mariposa y ángel en este caso, limpian de parásitos a los tiburones. Otra razón para visitar el arrecife es reproducirse y los que más vienen para comer, a la vez que tratan de evitar ser comidos. Todo dispuesto en una gran y compleja obra de la vida, donde en un momento puedes pasar de verdugo a víctima, de predador a presa, y viceversa. David reflexiona sobre ello en su cuaderno de bitácora:
“Todo esto se me viene a la cabeza observando la impresionante nube de gringos que me rodea. Son los que forman el frente del arrecife, una enorme pared de bocas alimentándose incesantemente de la nube de plancton que arrastra la corriente. Este ha sido un año especialmente bueno para este pez tan común, y hay una densidad increíble de juveniles de esta especie, que se suma a los muy numerosos bancos de adultos. Hay tantos que muchas veces se hace difícil ver al pez más grande del mundo tras ellos.
“Esta súper abundancia, este maná llovido del cielo, es aprovechada por multitud de especies en el arrecife. Vemos más meros y pargos, más bonitos y atunes este año. Estos últimos hacen barridos constantes en busca de algún gringo despistado, que no reaccione con el resto del banco sincronizadamente. Cuando el banco entero se asusta, todos los gringos nadan bruscamente al unísono hacia el fondo, produciendo un fuerte sonido característico. Es una experiencia sobrecogedora. En un momento estás rodeado por miles de peces y de repente, mientras se escucha y siente como una gran ola rompiendo, todos desaparecen y quedas en medio de un azul total, infinito. Una vez pasa el peligro, poco a poco los gringos vuelven a ocupar su espacio. En una de estas pasadas puedo ver como un atún de aleta amarilla de 30 kg atrapa un gringo adulto. ¡Alucinante!”
El espectáculo es continuo. David tiene que tomar datos pero su cerebro no hace más que recibir estímulos que no se pueden ignorar. Uno tiene que ser muy profesional, pero a veces es complicado, estando en un lugar como ese, al que quizás uno no vuelva nunca.
Nos cuesta concebir el final de algo tan hermoso, de ese vivir en la sorpresa continua, de descubrir cosas que nos dejan boquiabiertos. Pero los grandes aventureros y exploradores han tenido históricamente fechas de caducidad más bien tempranas. El mismo Darwin hizo una gran expedición, solo una. A su vuelta a Londres pasó el resto de su vida entre los dolores y achaques que le dejaron sus peripecias a bordo del Beagle. Vilipendiado por una sociedad que se mofó hasta la saciedad de la que consideraba teoría insultante, mira que decir que somos descendientes del mono, ¡lo serás tú!
Las cosas han cambiado, la esperanza de vida se ha alargado y sin duda la calidad de vida ha mejorado mucho. Pero, la cantidad de cosas que pueden pasar para que se trunque la vida exploratoria y aventurera, no es despreciable. Dejemos que David siga bajo el agua y nos cuente:
“En otra parte del arrecife veo un grupo de meros rodeando con ansiedad una piedra, tratando de volcarla. Aprovechan que un banco de palometas está cazando gringos y que estos se refugian bajo las piedras, donde son más vulnerables para ellos. Un ejemplo de cómo las especies se adaptan y aprovechan cada circunstancia que les pueda ser favorable. Cada uno trata de sacar el máximo de esta abundancia temporal. También los tiburones, sobre todo aquellas especies más oportunistas.
“Al igual que pasa con los meros y bonitos también vemos más tiburones punta negra este año. Nadan dando círculos entre la nube de gringos, justo donde ésta es más densa. En principio puede parecer que simplemente patrullan la zona sin más, pues nadan de forma tranquila. Sin embargo, es solo una estrategia. Las cámaras de video que dejamos instaladas entre inmersiones nos lo demostrarán más tarde. En varias secuencias vemos como un tiburón que nada tranquilo realiza un giro brusco, en menos de un segundo, y atrapa un gringo proyectando sus mandíbulas. Es una escena impresionante”.
Las exclamaciones de asombro en la sala en la que ven el video terminan en sonrisas. Es habitual esta explosión de júbilo en los biólogos, tanto en los marinos como en los terrestres. Recuerdo la misma sensación de euforia, de asombro y risas (risas envueltas en un entusiasmo casi infantil, puro, sin tapujos), cuando encontramos linces en el Himalaya, cuando salió retratado el emblemático leopardo de las nieves en una de las cámaras-trampa. Es una especie de realización, de sentirse completo, de comprobar que te puedes seguir asombrando y no ha llegado tu fecha de caducidad.
El relato de David, de aquellos días mágicos que soñó cuando era niño, no puede acabar de mejor manera:
“Justo pienso esto cuando pasa bajo nuestra plataforma el cazador más inteligente del arrecife. Durante muchos buceos hemos podido ver que de la extensa población de delfines mulares de Darwin hay uno en particular que ha desarrollado una peculiar estrategia de caza. Este delfín se desliza sigilosamente bajo la cornisa donde solemos colocarnos, quedando casi inmóvil, en silencio, mientras parece elegir cuidadosamente su presa. Una vez lo hace arranca a nadar con fuerza hacia ella, boca arriba.
“Poder ser testigo de esta expresión sublime de naturaleza salvaje es todo un privilegio. Tenemos entradas de primera fila en el teatro de la vida de Darwin”.
Brillante, me nutriré durante mucho tiempo del recuerdo de estas escenas.
J.M. Valderrama es investigador contratado (a ratos) de la Estación Experimental de Zonas Áridas (CSIC). Combina su actividad científica con la escritura y la divulgación. Autor del blog Dando bandazos y de tres libros: Días de nada y rosas, Altitud en vena y Aquí Bahía. Es coautor, como miembro de la Asociación Harmusch, del libro Expediciones zoológicas al Sahara Atlántico y colabora con diversos blogs, como este.
David Acuña es biólogo marino con experiencia en gestión de recursos marinos a través de administraciones públicas, consultorios ambientales, instituciones científicas y ONGs. En los últimos años se ha especializado en el estudio de la ecología de los tiburones y de sus relaciones con el ser humano.
J.M. Valderrama (Madrid, 1973) es Doctor Ingeniero Agrónomo por la UPM especializado en Desertificación y Cambio Global. Tiene más de 20 años de experiencia en zonas áridas de Europa meridional, África, Asia y América del Sur. Desde 2019 es investigador post-doctoral en la Universidad de Alicante. Ha participado en más de 25 proyectos de investigación y tiene varias publicaciones en revistas de alto impacto además de varios libros, entre los que destaca Los desiertos y la desertificación. Combina su actividad científica con la escritura y la divulgación. Autor del blog Dando bandazos y de tres libros: ‘Días de nada y rosas’, ‘Altitud en vena’ y ‘Aquí Bahía’. Como miembro de la Asociación Harmusch ha colaborado en el libro ‘Expediciones zoológicas al Sahara Atlántico’.