El oro rojo o ese insecto que habitualmente comemos

Por Colaborador Invitado, el 29 enero, 2018. Categoría(s): Biología • Divulgación • Historia

El color rojo tiene un impacto psicológico profundo en el ser humano. Su similitud con la tonalidad de la sangre, así como su semejanza cromática con el fuego le han dado un simbolismo especial en muchas culturas y religiones. También se le asocia con la pasión amorosa y en China es sinónimo de fortuna.

La importancia social y mística conferida a esta tonalidad resultó en un deseo de vestir ropajes teñidos de este color puesto que pocos son los pigmentos naturales, bien animales bien vegetales, que permiten tornar grana las telas que se utilizarán como vestuario, estandarte o bandera.

Las raíces de algunas plantas del género Rubia confieren a los tejidos un cierto tono bermellón pero no el rojo sangre que identifica al color. Ese rojo intenso solamente se conseguía mediante el secado y triturado de algunos insectos del género Kermes (Kermes vermillion), parásitos de los robles y encinas (el nombre árabe Kermes con el que eran conocidos estos insectos ha dado origen, en nuestra lengua, al adjetivo carmesí). Ahora bien, éstos solamente se encuentran en algunas regiones (principalmente en el Mediterráneo) y no son fáciles de encontrar en cantidades suficientes. Tan deseados eran estos animalillos que la Hispania romana pagaba una substancial parte de sus tributos al imperio con millones de estos pequeños insectos.

Hembras de Kermes vermillion adheridos a la rama de una encina.  Obsérvese a la derecha las larvas en el interior de la madre.  Fuente: Project Noah. http://www.projectnoah.org/spottings/255006061
Hembras de Kermes vermillion adheridos a la rama de una encina. Obsérvese a la derecha las larvas en el interior de la madre.
Fuente: Project Noah

Por tanto, las escasas tinturas rojas llegaron a valer lo que su peso en oro de tal suerte que sólo los muy pudientes podían permitírselas. Conseguir el número necesario de estos artrópodos, secarlos, extraer el pigmento y mudar de color el traje de un rey, la capa de un patricio o el fular de una cortesana representaba ímprobos esfuerzos al alcance de muy pocos. Tan escasa era esta materia prima que el uso de ropajes teñidos de rojo estaba limitado por ley y vestir una prenda así por parte de un plebeyo se pagaba con la cárcel o incluso con la vida. Pronto se convirtió en el color del poder, desde China a Roma pasando por Bizancio, vestir de rojo era sinónimo de formar parte del núcleo de los mandatarios.

El carmesí como símbolo del poder: De izquierda a derecha Elisabeth I de Inglaterra,  el emperador Gaozong y el Papa Inocencio X.
El carmesí como símbolo del poder: De izquierda a derecha Elisabeth I de Inglaterra, el emperador Gaozong y el Papa Inocencio X.

Todo esto cambió súbitamente cuando los españoles arribaron al continente americano. Para su sorpresa, los aztecas usaban pinturas de un intenso rojo para decorar sus cuerpos, vestidos, utensilios e incluso como tinta para sus textos o como ingrediente de algunas medicinas. Los soldados españoles, de baja extracción social, se maravillaban ante un color que en la península estaba al alcance de muy pocos.

El secreto se encontraba también en un insecto, que hoy conocemos como cochinilla (Dactylopius coccus). Éste es, al igual que Kermes, un parásito, pero en este caso su fuente de alimento es un cactus del género Opuntia (los cactus que producen los higos chumbos). Las hembras tienen un aparato bucal que hunden en la carne del cactus donde desarrollan todo su ciclo vital.

A la izquierda cactus del género Opuntia. A la derecha grabado que representa macho (alado) y hembra del Dactylopius coccus. Fuente: Wikipedia.
A la izquierda cactus del género Opuntia. A la derecha grabado que representa macho (alado) y hembra del Dactylopius coccus. Fuente: Wikipedia.

A diferencia de los kermes que nunca se criaron, en la América pre-colombina los aborígenes llevaban siglos seleccionando los insectos que producían más cantidad de pigmento y criándolos con mucho mimo y por ello rendían una producción de colorante muy superior a las variedades silvestres –un ejemplo claro de selección genética en ausencia de conocimientos científicos sobre la materia.

Grabado de un indio recolectando las cochinillas de un cactus. Fuente: Wikipedia
Grabado de un indio recolectando las cochinillas de un cactus. Fuente: Wikipedia

La primera descripción de la cochinilla se la debemos al fraile franciscano Fray Bernardino de Sahagún, he aquí sus palabras:

 “Al color con que se tiñe la grana llaman nocheztli, quiere decir, sangre de tunas, porque en cierto género de tunas se crían unos gusanos que se llaman cochinillas, apegados a las hojas, y aquellos gusanos tienen una sangre muy colorada, ésta es la grana fina que es conocida en esta tierra… A la grana que ya está purificada y hecha en panecitos, llaman grana recia o fina, véndenla en los tiánquez hecha en panes, para que la compren los pintores y tintoreros”

El aspecto del insecto seco se asemeja a los granos de un cereal, tanto en forma como en tamaño, de ahí que se les denominara grana (plural del latín granum) y de ahí que esta palabra sirva también para denominar las tonalidades rojizas.

Tal era su semejanza con los granos que el propio Leeuwenhoek, tras numerosas observaciones con sus lentes, concluyó que se trataba de una baya o semilla. Más tarde, no obstante, en 1687 concretamente, corrigió su error y publicó que los pequeños granos no eran sino cuerpos de hembras de un insecto repletas de huevos.

Retrato de Anton Van Leeuwenhoek, inventor del microscopio. Confundió las hembras secas de cochinilla con semillas vegetales. Más tarde  corrigió su error y fue el primero en dar a conocer el origen animal del pigmento en Europa.
Retrato de Anton Van Leeuwenhoek, inventor del microscopio. Confundió las hembras secas de cochinilla con semillas vegetales. Más tarde corrigió su error y fue el primero en dar a conocer el origen animal del pigmento en Europa.

La llegada al continente europeo de una nueva fuente de pigmento carmesí revolucionó la industria de los tintes. Todos querían hacerse con este pigmento que resultaba mucho más abundante y confería a las piezas teñidas una tonalidad viva, duradera (al tener el nuevo colorante menor contenido graso) y resultaba más accesible que el kermes.

La demanda no dejaba de crecer y las cochinillas desecadas llegaron a convertirse en la tercera fuente de ingresos para la corona española sólo por detrás del oro y la plata.

A la izquierda, hembras de Dactylopius coccus secas y listas para ser trituradas. A la derecha colorante a base de ácido carmínico.
A la izquierda, hembras de Dactylopius coccus secas y listas para ser trituradas. A la derecha colorante a base de ácido carmínico.

La corona española encontró en la cochinilla una espléndida fuente de ingresos: hasta 500.000 pesos por año. Felipe II prohibió que los extranjeros comerciaran con esta materia prima. Felipe III promulgó una ley que castigaba con la pena capital a quien vulnerase la norma aprobada por su padre.

Evidentemente esta riqueza no pasó desapercibida para las potencias que competían con España por la hegemonía en el nuevo continente y en el océano Atlántico. Los corsarios hostigaban a los galeones que retornaban de América y conseguir un buen botín en cochinilla grana suponía una de las más altas recompensas. El propio Francis Drake, que conocía bien el paño porque era hijo de un mercader de telas, se empleó a fondo para asaltar cuantos bajeles pudo para conseguir el preciado tinte para su graciosa majestad. ¡La pérfida Albión siempre entrometiéndose!.

Sin embargo; la escasez del producto mantenía altos los precios y sólo algunos pocos como Rembrandt podían permitirse comprar el pigmento para sus obras de arte.

Pero el deseo por hacerse con más colorante no se limitaba a la captura de algunos navíos sino que los servicios de espionaje de todas las potencias se pusieron como objetivo identificar la fuente de esta variedad cromática y el inicio de su cultivo en sus propios territorios.

Una vez identificado el insecto que lo producía, tras las averiguaciones de Leewenhoek, hubo numerosos intentos para hacerse con la cochinilla. Y fue hacia finales del S. XVIII cuando espías franceses primero y británicos después consiguieron hacerse con algunas muestras del insecto.

Pero el deseo de estas potencias de reproducir el cultivo de la cochinilla tuvo consecuencias catastróficas para algunas de ellas. El caso más significativo lo supone Australia. Con el ánimo de obtener tinte en abundancia para teñir las características casacas rojas de los soldados británicos, en 1788, el gobernador Phillip de Port Jackson decidió introducir algunos cactus del género Opuntia como base para criar al deseado insecto. Sin embargo; lo que ocurrió fue que las cochinillas murieron y los cactus proliferaron completamente fuera de control: el terreno adecuado sirvió como elemento clave para el establecimiento del vegetal y la fauna local contribuyó a la dispersión de las semillas. En 1900 4 millones de hectáreas estaban ya cubiertas por los cactus, llegando a 24 millones en 1920. Los métodos químicos o mecánicos que se probaron no tuvieron éxito en la lucha contra esta especie invasora y los campos se tuvieron que abandonar por improductivos. Se intentó incluso con arsénico –muy tóxico para los operarios- e incluso se creó un premio de 5 mil libras que luego subió a 10 mil pero que nunca fue adjudicado. Al final lo único que dio frutos fue introducir otras especies de cochinillas que frenaron la invasión de las chumberas.

También Hawaii y Sudáfrica sufrieron la invasión de los cactus sin la contrapartida de criar a la cochinilla ya que es muy sensible a los cambios de clima y a los predadores.

Ironías de la historia, fue la independencia de México, tras la que muchos españoles decidieron regresar a la metrópoli, la causa raíz de que el cultivo de la cochinilla arraigase fuera de su lugar de origen pues algunos indianos trajeron consigo el preciado insecto. Su cultivo en el Levante y sur del país no resultaron demasiado exitosos -además, los campesinos preferían obtener higos chumbos que cochinillas, de hecho, hoy la cochinilla es una plaga que limita la producción de higos chumbos- . Donde sí arraigó la producción del colorante fue en las Islas Canarias. El benigno clima y la ausencia de predadores naturales dio origen a un cultivo que se mantiene hasta hoy y donde existe incluso una Denominación de Origen.

Hacia mitades del S XIX, los ensayos del químico británico William Henry Perkin tuvieron como resultado la obtención de tintes sintéticos. El mercado de la cochinilla colapsó y su producción desapareció en muchos territorios. Sin embargo; algunos tintes sintéticos provocaban reacciones alérgicas, con lo que no dejó de existir un mercado para la cochinilla.

Sir William Henry Perkin, inventor de numerosos tintes sintéticos  que colapsaron el mercado del ácido carmínico
Sir William Henry Perkin, inventor de numerosos tintes sintéticos que colapsaron el mercado del ácido carmínico

Pero fue en 1970 cuando nuevas investigaciones lideradas por científicos rusos concluyeron que el colorante E-123, un sustitutivo de la cochinilla, era carcinogénico. Su uso fue prohibido de inmediato, lo que supuso un boom para la cochinilla pues pasó a ser el colorante de elección en la industria alimenticia, cosmética y farmacéutica.

El pigmento en sí es el ácido carmínico, una antraquinona que está presente en los fluidos y músculos de los insectos así como en sus larvas y huevos.

Fórmula del ácido carmínico
Fórmula del ácido carmínico

Por qué la cochinilla produce este ácido, evidentemente no por dar gusto a las tendencias de la moda del momento. No cabe duda de que la razón para sintetizar este pigmento debe de ser muy importante porque supone hasta un 25% del peso seco del insecto, por tanto, invierte muchos recursos para producirlo y por tanto debe ser algo crítico para la especie.

A la izquierda nopales infestados de cochinillas. Detalle a la derecha. Fuente: el autor y Wikipedia
A la izquierda nopales infestados de cochinillas. Detalle a la derecha. Fuente: el autor y Wikipedia

Como hemos comentado, la movilidad de la cochinilla hembra –que es de la que se extrae el colorante- es prácticamente nula, debe por tanto tener algún mecanismo disuasorio frente a potenciales predadores. Esta y no otra es la función del ácido carmínico pues se ha demostrado que su presencia actúa como repelente frente a las hormigas. Más allá de su función repelente, algunos autores especulan con la posibilidad de que el propio color carmín tenga un efecto disuasorio frente a otros potenciales predadores de las cochinillas como algunos vertebrados.

Izquierda, tamaño relativo de hembra de cochinilla, a la derecha color carmesí intenso del ácido carmínico. Fuente: el autor.
Izquierda, tamaño relativo de hembra de cochinilla, a la derecha color carmesí intenso del ácido carmínico. Fuente: el autor.

Hoy, el ácido carmínico está aprobado para su uso como colorante alimentario, en cosmética y medicamentos por las agencias regulatorias más exigentes del mundo, como la FDA (Food and Drug Administration) norteamericana o la EFSA (European Food Safety Authority) europea además de por la propia OMS a través de su agencia JECFA (Join Experts Committee on Food Additives).

Los rigurosos estudios llevados a cabo por estas agencias demuestran que el uso de este colorante natural es seguro para los consumidores.

Así que, en muchas ocasiones cuando consumimos un yogur de fresa, un batido, un comprimido rojo, un chorizo, un vino o un helado, el colorante que le da esa atractiva coloración rosácea o roja no es otro que la presencia de cochinilla en ese producto y, por lo tanto, estamos en cierta manera ingiriendo insectos.

De todas formas, la legislación actual, tanto en la Unión Europea como en los Estados Unidos, exige que la etiqueta muestre la presencia de este colorante. En Europa, si en un alimento o cosmético vemos las siglas E-120, significa que el pigmento usado para su elaboración es la cochinilla. En los Estados Unidos debe indicar la palabra “carmine”.

Al tener su origen en un insecto, el colorante debe ser adecuadamente pasteurizado previamente a su uso.

Etiquetas de alimentos que contienen cochinilla: Las cuatro superiores muestran la denominación de la UE (E-120) y corresponden a mermeladas, carne, embutidos y caramelos. Las dos inferiores corresponden a yogures y helados comercializados en los EE.UU con la denominación “carmine” para este colorante natural.
Etiquetas de alimentos que contienen cochinilla: Las cuatro superiores muestran la denominación de la UE (E-120) y corresponden a mermeladas, carne, embutidos y caramelos. Las dos inferiores corresponden a yogures y helados comercializados en los EE.UU con la denominación “carmine” para este colorante natural.

En cosmética es frecuente que aparezca con la denominación de Red 4 o CI 75470. Independientemente de la denominación, no deja de ser el mismo pigmento con su origen en el Dactylopius coccus.

Etiqueta de un pintalabios con el cochinilla carmín en su composición.
Etiqueta de un pintalabios con el cochinilla carmín en su composición.

Así que, tras siglos de evolución de la industria química, a día de hoy, seguimos dependiendo de un humilde insecto para hacer nuestros alimentos más atractivos, para maquillarnos o incluso para teñir tejidos vivos para que puedan verse mejor al microscopio, y es que los animales domésticos siguen siendo clave para muchísimos aspectos que a menudo pasan inadvertidos para la mayoría.

 

Este artículo nos lo envía Juan Pascual (podéis seguirlo en twitter @JuanPascual4 o linkedn). Me licencié en veterinaria hace unos cuantos años en Zaragoza y he desarrollado mi vida profesional en el mundo de la sanidad animal, de ahí mi interés en divulgar lo que los animales aportan a nuestro mundo actual. Soy un apasionado de la ciencia. Creo que es fundamental transmitir el conocimiento científico de una manera sencilla para que los jóvenes se enganchen pronto y para que la sociedad conozca más y mejor lo mucho que la ciencia aporta a nuestro bienestar. Viajar es otra de mis pasiones junto con la literatura, que no deja de ser otro modo de viajar.

Puedes leer todos sus artículos en Naukas en este enlace.

Referencias científicas y más información:

Eisner, Thomas. Red Cochineal Dye (Carminic Acid): Its Role in Nature. Science  30 May 1980:Vol. 208, Issue 4447, pp. 1039-1042 Butler, Amy. A perfect red. Harper Perennial. 2005

EFSA ANS Panel (EFSA Panel on Food Additives and Nutrient Sources added to Food), 2015. Scientific Opinion on the re-evaluation of cochineal, carminic acid, carmines (E 120) as a food additive. EFSA Journal 2015;13(11):4288, 66 pp.

The prickly pear story. Fact sheet. Sep 2007. Queensland government.

Prickly Pear History Part 1 – Les Tanner (Bingara) – from www.northwestweeds

Guidance for Industry: Cochineal Extract and Carmine: Declaration by Name on the Label of All Foods and Cosmetic Products That Contain These Color Additives; Small Entity Compliance Guide. FDA. April 2009

http://www.cochineal.info/pdf/Ch-5-History-Dyes-Dying-Industry-Old-World-Cochineal-Industry.pdf

The Crimson Or Scarlet Worm. Posted by Alpha Omega Institute on Nov 20, 2011 http://www.discovercreation.org/blog/2011/11/20/the-crimson-or-scarlet-worm/

Zohar Amar, Hugo Gottlieb, Lucy Varshavsky, David Iluz; The Scarlet Dye of the Holy Land, BioScience, Volume 55, Issue 12, 1 December 2005, Pages 1080–1083, https://doi.org/10.1641/0006-3568(2005)055[1080:TSDOTH]2.0.CO;2

Del Río y Dueñas, Ignacio. La grana cochinilla, regalo de México al mundo. Instituto estatal de ecología de Oaxaca. 2006.



Por Colaborador Invitado, publicado el 29 enero, 2018
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