A la tierna edad de 17 años, y como proyecto de ciencias para su instituto, el popular físico y divulgador Michio Kaku construyó un colisionador de átomos en el garaje de sus padres con la intención de crear antimateria (ahí es nada). Los que somos seguidores de Kaku, le hemos leído la anécdota en más de una ocasión, la última en el prefacio de su libro «Física de lo imposible«:
“Fui a la compañía Westinghouse y reuní 200 kilogramos de chatarra procedente de un transformador. Durante las navidades bobiné 35 kilómetros de cable de cobre en el campo de fútbol del instituto. Finalmente construí un betatrón de 2,5 millones de electronvoltios que consumía 6 kilovatios (toda la potencia eléctrica de mi casa) y generaba un campo magnético 20.000 veces mayor que el campo magnético de la Tierra. El objetivo era generar un haz de rayos gamma suficientemente potente para crear antimateria”.
La hazaña la explica con algo más de detalle en la introducción de su libro más conocido, “Hiperespacio”, donde aporta algunos datos muy interesantes. Para la construcción del betatrón pasó semanas documentándose y leyendo sobre los fundamentos de la máquina. Una vez convencido de que podía hacerlo, compró una pequeña cantidad de sodio -22, construyó una cámara de niebla y revolvió las basuras de los grandes almacenes de electrónica de la zona hasta reunir varias toneladas del material necesario.
A continuación, comenzó a construir el betatrón en el garaje y convenció a sus padres para que le ayudaran a enrollar las gigantescas bobinas que necesitaba para el experimento en el campo de fútbol del instituto. Según dice, pasaron las vacaciones de Navidad en la línea de 50 yardas, hasta enrollar 35 kilómetros de cable y poner a punto el invento.
Cuando finalmente quedó construido, el betatrón de 150 kilogramos y 6 kilovatios consumía toda la potencia eléctrica de mi casa. Cuando lo conectaba, saltaban todos los fusibles y la casa se quedaba repentinamente a oscuras. Con la casa sumida periódicamente en la oscuridad, mi madre solía darse golpes en la cabeza. (Yo imaginaba que ella probablemente se preguntaba por qué no podía tener un hijo que jugase al béisbol o al baloncesto, en lugar de construir estas enormes máquinas eléctricas en el garaje).
El resultado, como ya hemos dicho, fue una máquina que produjo “un campo magnético 20.000 veces más potente que el campo magnético de la Tierra”, y que por supuesto llamó la atención en el mundo científico. Gracias a aquel despliegue de talento e insolencia juvenil, se fijó en él el físico Edward Teller, que le consiguió una beca de cuatro años para estudiar en Harvard. Y, sobre todo, Michio Kaku pudo cumplir sus sueños.
* Nota: La anécdota la recordé hace unos días leyendo la excelente entrevista que le hizo Luis Miguel Ariza a Michio Kaku en El País Semanal. Para aquellos que no lo hayáis leído, el libro «Hiperespacio» es una vía muy interesante para iniciarse en el apasionante tema de las dimensiones, ese lugar en el que habita Sergio L. Palacios 🙂
Antonio Martínez Ron (Madrid, 1976) es periodista científico y uno de los tres editores de Naukas. Twitter: @aberron