El rompecabezas invisible

Por aberron, el 3 julio, 2012. Categoría(s): Amazings • Divulgación

A continuación reproduzco el artículo introductorio de la revista Amazings #1 que los compradores de Amazings #2 habéis recibido ya en PDF. El número 2 está ya en la imprenta y pronto llegará a vuestras casas.

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El rompecabezas invisible

Día y noche

A los ojos de alguien no iniciado, una de las propiedades más asombrosas de la Ciencia es su capacidad para descubrirnos cosas que no percibimos. Cuando levantamos la vista al cielo, o cuando acercamos una mano a nuestros ojos, apenas tenemos la oportunidad de distinguir unas cuantas estrellas o un trozo de nuestra piel en primer plano. ¿Cómo hemos sido capaces, entonces, de penetrar en la intimidad de los átomos o de observar las galaxias que navegan en el vacío a millones de años luz? ¿Qué extraña capacidad nos ha llevado a poder calcular con precisión de qué están hechas las estrellas, cómo se forma la hélice del ADN o de dónde provienen cada uno de los elementos que componen la materia que nos rodea?

Aunque parezca pueril, la historia de la Ciencia es una sucesión de pequeños hitos en la búsqueda de este continuo invisible, una superación permanente para penetrar en lo infinitamente pequeño y lo infinitamente lejano a pesar de la limitación de nuestros sentidos. A mediados del siglo XVIII, por ejemplo, el clérigo inglés Joseph Priestley se devanaba los sesos experimentando con campanas de cristal, ratones y velas. Después de mucho probar, detectó algo que estaba allí y que entonces no tenía nombre, pero que hoy nos resulta más que evidente. Si colocaba una vela dentro de la campana, aquella sustancia que él llamaba «aire desflogisticado» se gastaba y la vela se apagaba. Si colocaba un ratón, sucedía lo mismo, pero si introducía una planta, el fluido se regeneraba. Aunque no fue capaz de completar su descubrimiento, había atisbado la existencia del oxígeno y la fotosíntesis.

La carrera por conocer las cosas más pequeñas siguió un camino similar. El biólogo ruso Dmitri Ivanovski detectó que las plantas del tabaco se contagiaban de un mal a pesar de que ningún microbio parecía haberlas infectado. Intrigado por el proceso, Ivanovski utilizó un filtro de porcelana que retenía cualquier organismo del tamaño de una bacteria y dedujo que había algo más pequeño que éstas que pasaba a través de aquel filtro y transmitía la enfermedad: lo que hoy conocemos como virus. Los pupilos del profesor Rutherford disparaban partículas alfa contra una finísima película de oro en su laboratorio cuando descubrieron que algunas rebotaban contra lo que no podía ser otra cosa que el núcleo del átomo. El fisiólogo alemán Otto Loewi experimentaba con corazones de rana cuando pasó el líquido de un corazón que mantenía latiendo artificialmente a otro corazón y descubrió que éste se ponía a latir espontáneamente. ¿Qué era aquella magia invisible que ponía en marcha un corazón? Había descubierto el principio por el que funcionan los neurotransmisores.

Tener una visión global no nos dará la verdad definitiva, pero nos permitirá estar un poco menos ciegos.

Nuestra mirada a los cielos siguió un proceso parecido. Mucho antes de que encontráramos un filtro para virus, el astrónomo griego Hiparco de Nicea había utilizado velos para clasificar la luminosidad de las estrellas. Siglos después somos capaces de ver mucho más allá gracias al espectro de la luz y atisbar estrellas que explotaron poco después del Big Bang o descubrir la presencia de exoplanetas por las mínimas perturbaciones que provocan en su sistema.

Nuestra capacidad para detectar lo «invisible» nos ha convertido en unos predictores extraordinarios. Algunos elementos, como el Helio, fueron detectados en el espectro de las estrellas antes de encontrarlos en la Tierra. El planeta Neptuno se materializó en los cálculos sobre las anomalías de la órbita de Urano, antes de aparecer, puntual, en el lugar del cielo que las matemáticas habían predicho. Siglo tras siglo los científicos fueron capaces de construir herramientas para comprender la realidad y atisbar lo que no parece evidente ante nuestros ojos. Y la búsqueda de esos elementos continúa: estamos a punto de constatar, o no, la existencia de una partícula que sólo aparece en los cálculos, el bosón de Higgs, llevamos años tratando de confirmar qué es eso que ocupa el 90% de nuestro Universo que hemos llamado «materia y energía oscuras», y seguimos tratando de analizar mejor qué es la gravedad y cuáles son sus propiedades cuánticas.

Decía Richard Feynman que el Universo es un inmenso tablero de ajedrez del que apenas comenzamos a conocer algunas reglas. También podemos pensar que se trata de un enorme puzle en el que algunas de las piezas permanecen invisibles o no somos capaces de verlas. Esta primera edición de la revista Amazings pretende ser una recopilación de algunas de las piezas que más nos ha costado encontrar y que nos han dado una idea de cuál es el dibujo final. La gravedad, la evolución, el ADN, la consciencia o la materia oscura son algunos de los principios con los que vamos completando este rompecabezas. Tener una visión global no nos dará la verdad definitiva, pero nos permitirá estar un poco menos ciegos.

Antonio Martínez Ron (@aberron)