Hace unas pocas semanas, no recuerdo dónde, cayó en mis manos un pequeño artículo que se hacía eco de un estudio llevado a cabo por un equipo liderado por investigadores italianos. La cuestión que abordaba era si realmente la divulgación era útil y a quién iba dirigida. ¿Y por qué se planteaba esta cuestión? Muy sencillo, porque el referido estudio analizaba con pelos y señales las actitudes y reacciones llevadas a cabo en las redes sociales por los usuarios al interaccionar con dos grupos de páginas web: las de contenido eminentemente científico y las de contenido eminentemente conspiranoico.
Los resultados obtenidos por los investigadores parecían poner de manifiesto que estos dos grupos de usuarios sumamente polarizados tendían muy claramente a no dejarse influir en absoluto entre sí, es decir, cada grupo de usuarios seguía manteniendo su postura científica o conspiranoica, independientemente de los argumentos a que se viese expuesto. Los conspiranoicos no solían ser convencidos por las evidencias científicas y los científicos-escépticos hacían lo propio con las informaciones vertidas en los medios conspiranoicos. Así pues, la pregunta original tenía mucho sentido: si cada «tribu» (así se denominaba en el artículo original a cada uno de los dos grupos bajo estudio) no atiende a las razones de la otra, ¿qué sentido tiene divulgar y ofrecer información contrastable, verificable y basada en evidencias científicas? Veamos todo esto con un poco más de detalle.
Lo cierto es que la desinformación científica en los medios como prensa escrita, televisión o las redes sociales es tan absolutamente abrumadora en nuestros días que organismos como el Foro Económico Mundial llevan ya algún tiempo advirtiendo del peligro: sirvan como ejemplos tan sólo unas pocas muestras como pueden ser la relación entre vacunas y autismo en niños, los atentados del 11 de septiembre en Nueva York, los cánceres provocados por las redes wifi o los teléfonos móviles, los riesgos y amenazas que supone la energía nuclear, la homeopatía y otras pseudoterapias. La mayor parte de cuanto se afirma sobre estos temas concretos y otros no posee la menor evidencia científica ni el respaldo de estudio serio alguno. Y, sin embargo, muchas personas siguen creyendo a pies juntillas en que tras todas estas noticias y rumores se esconde una mano negra de los gobiernos, empresas sin escrúpulos o incluso los mismos científicos.
En los últimos años, las plataformas de microblogging como Facebook o Twitter están jugando un papel decisivo a la hora de difundir enormes cantidades de datos a amplios sectores de la sociedad, contribuyendo al cambio de las formas en que las personas obtienen información, debaten ideas y opiniones y moldean sus puntos de vista acerca del mundo en que viven. Cuando estas personas no tienen un cierto espíritu crítico y no afrontan los textos o imágenes con escepticismo lo habitual es que se generen actitudes paranoicas y desconfianza. Si, además, estas actitudes se dan en políticos y gobernantes mal preparados, las consecuencias pueden afectar a decisiones críticas e influir en la sociedad en su conjunto, con consecuencias graves y duraderas que difícilmente pueden después revertirse.
El equipo de investigadores al que aludía más arriba estudió el comportamiento de los dos citados grupos de usuarios (científicos-escépticos y conspiranoicos) a lo largo de cinco años, de enero de 2010 hasta diciembre de 2014. Para ello llevaron a cabo un análisis cuantitativo de 54 millones de usuarios norteamericanos de Facebook y cómo estos consumían contenido científico o conspiranoico. Identificaron así dos categorías principales de páginas web consultadas: las de contenido científico y las de temática conspiranoica, es decir, cuyo contenido era rechazado por los medios «main stream«. Asimismo, exploraron las páginas web dedicadas a desmontar (debunking) las tesis conspiranoicas con el fin de determinar la efectividad de tales esfuerzos.
Los autores identificaron 83 páginas web de fuentes activas en Facebook dedicadas al contenido científico y 330 al contenido conspiranoico. Por otro lado, 65 fueron localizadas con labores de «debunking«. Su análisis revelaba de forma clara que se formaban dos comunidades perfectamente diferenciadas y, lo más importante, que cada una de ellas únicamente interaccionaba con las páginas que ofrecían la información de esa comunidad, esto es, la tribu conspiranoica no solía mostrarse demasiado activa en la comunidad científica y la tribu científica no solía mostrarse demasiado activa en la comunidad conspiranoica. Dicho con otras palabras, cada tribu prefería su choza.
Con el fin de establecer la eficacia de las webs dedicadas al «debunking«, los mismos autores midieron la respuesta de los consumidores de historias relacionadas con conspiraciones en nada menos que 47.780 posts. Hallaron que raramente los usuarios interaccionaban con estos posts (a través de comentarios dejados en las páginas webs, clics en «me gusta» o en «compartir» en Facebook) y cuando lo hacían era para autoafirmarse más aún en las creencias conspiranoicas. La conclusión parecía clara: cuando los usuarios se ven enfrentados a fuentes de información nuevas o en contra de sus creencias/opiniones, la interacción les lleva a comprometerese aún más con la comunidad de su propia tribu. El comportamiento y actitud de los científicos-escépticos era totalmente similar.
A la vista de los párrafos anteriores, parece que la divulgación queda en entredicho, su utilidad a la hora de contribuir a mejorar la cultura científica de la sociedad ofrece serias dudas y el fomento del pensamiento crítico brilla por su ausencia. Sin embargo, quisiera ofrecer mi propia contribución a los resultados y las conclusiones a que han llegado los autores del estudio base de este post.
Si bien el estudio es exhaustivo, riguroso y admite toda la discusión que queramos, me gustaría centrarme en el tema de la polarización, en el aspecto concreto de las dos tribus porque quizá sea aquí donde resida la clave. El objetivo de la divulgación no debe ser ni convencer a los conspiranoicos (ya se ha visto que es prácticamente imposible) ni tampoco deleitar a los fans de la ciencia convencidos (no lo necesitan). Personalmente, opino que el verdadero público al que debe ir dirigido el contenido divulgativo es el que habita en la «zona gris«, en la región intermedia de las dos tribus, entre la blanca de los científicos-escépticos y la negra de los conspiranoicos. No todo el mundo es blanco o negro, hay infinitos tonos de gris. Muchas personas no habitan en ninguna de las dos tribus. Para ellas es para quienes divulgamos los que nos dedicamos a este noble oficio. Si algo he aprendido a lo largo de mis años de divulgador es que hay un gran número de personas que ni posee tendencias conspiranoicas ni alberga profundos conocimientos científicos; en cambio, se muestra curioso y ávido de aprender, de adquirir una base firme que le ayude a la hora de contrastar la información, someter las pruebas a escrutinio y tomar decisiones basadas en evidencias sólidas y fiables.
Porque no nos engañemos, aunque las dos tribus sean irreconciliables, hay diferencias entre ellas que no admiten duda: independientemente de la calidad de la información, resulta que en la referente a noticias científicas es bastante sencillo identificar a los autores de los estudios, la universidad o centro de investigación donde se llevaron a cabo y si los resultados se publicaron tras un cuidadoso y riguroso proceso de revisión por pares; en cambio, en lo referente a las noticias de carácter conspiranoico suele eludirse o incluso ocultarse deliberadamente la fuente o fuentes de las afirmaciones, cuando no difícil de verificar ya que suele basarse en información parcial, sospechosa, no contrastable y apoyada por creencias secretas inaccesibles al público. El buen divulgador tiene como misión mostrar a sus oyentes/lectores las diferencias entre estos dos aspectos que acabo de señalar. Solamente así se podrá establecer la distinción entre lo que es ciencia y lo que no lo es.
Fuente:
Fabiana Zollo, Alessandro Bessi, Michela Del Vicario, Antonio Scala, Guido Caldarelli, Louis Shekhtman, Shlomo Havlin, Walter Quattrociocchi; Debunking in a World of Tribes; arXiv:1510.04267
Doctor en física y profesor titular de física aplicada en la universidad de Oviedo, donde trabaja desde 1990. Ha investigado en el campo de las guías ópticas y solitones ópticos en medios no lineales. Divulgador por vocación, ha colaborado con distintos medios, como las revistas QUO y Redes para la Ciencia o el suplemento Ciencia del diario El Correo. Desde el año 2004 imparte la asignatura «Física en la Ciencia Ficción» en la que intenta llevar la física a todos los estudiantes de la universidad a base de analizar los aspectos científicos que se muestran en el cine, los cómics y la literatura de ciencia ficción. Ha publicado dos libros de divulgación: «La guerra de dos mundos» (2008) y «Einstein versus Predator» (2011).