Zoco de Astronomía: Pirotecnia celestial

Por Ángel R. López Sánchez, el 7 diciembre, 2016. Categoría(s): Astronomía • Ciencia

Versión íntegra del artículo originariamente publicado el domingo 27 de noviembre de 2016 en el Suplemento «El Zoco» de Diario Córdoba.

El Universo no es estático e inmutable. Muy al contrario. Todo, absolutamente todo lo que el Cosmos posee está en continuo movimiento, en continuo cambio, en continua evolución. Las estrellas nos parecen estáticas para nosotros, seres mortales que pasamos como una exhalación en el devenir cósmico, pero también se mueven, muy lentamente, sobre el fondo del cielo, y evolucionan poco a poco. Si, por cualquier motivo extraño de esos que tanto gustan en ciencia ficción pero que tienen muy poco de ciencia, nos trasladáramos de repente 100 000 años adelante o atrás en el tiempo no seríamos capaces de reconocer las constelaciones del cielo de la Tierra: todas las estrellas estarán muy lejos de donde las vemos ahora.

Además, algunas estrellas no habrán nacido aún y muchas de ellas aún no habrán muerto. La muerte de las estrellas es un proceso clave en Astrofísica: el material que se ha procesado en su interior es devuelto al medio difuso interestelar, y servirá a nuevas generaciones de estrellas. Los nuevos soles tendrán una composición química mucho más rica que sus predecesores. Todo está en cambio continuo, aunque pase muy lentamente para nosotros.

Pero, muy de tarde en tarde, sí ocurre algo que podemos ver como cambio repentino en el Cosmos. Algunas estrellas terminan sus días explotando: son las supernovas. Las explosiones de supernova son de los sucesos más energéticos del Universo. Tal es así que las vemos en galaxias muy distantes, a miles de millones de años luz de nosotros. Estos objetos proporcionan una información muy valiosa a los astrofísicos: sirven para medir distancias cosmológicas, se usan para entender la evolución de las estrellas y la creación de nuevos elementos químicos, y son fundamentales a la hora de entender cómo evolucionan galaxias como la Vía Láctea.

Resto del supernova LMC N 49, dentro de la Gran Nube de Magallanes, observado por el Telescopio Espacial Hubble usando filtros en [O III] (azul), H-alpha (verde) y [S II] (rojo). Crédito: NASA y The Hubble Heritage Team (STScI/AURA).
Resto del supernova LMC N 49, dentro de la Gran Nube de Magallanes, observado por el Telescopio Espacial Hubble usando filtros en [O III] (azul), H-alpha (verde) y [S II] (rojo). Crédito: NASA y The Hubble Heritage Team (STScI/AURA).
¿Qué queda después de que una estrella explote como supernova? Simplemente los restos difusos, calentados por la energía y los violentos choques que provoca la explosión, formando una nube difusa que se expande rápidamente. Un bonito ejemplo de resto de supernova es el objeto N 49 de la Gran Nube de Magallanes (galaxia satélite de la Vía Láctea). Este amasijo de gas filamentoso brillando en colores es lo que queda de una estrella masiva (más de 10 veces la masa del Sol) que explotó hace varios miles de años. La imagen la consiguió el Telescopio Espacial Hubble (NASA/ESA) en 2000 pero muestra muy bien la suerte final de las estrellas masivas, todas destinadas a morir en una pirotecnia celestial. Los colores en la imagen vienen dados por la emisión del hidrógeno (en verde), del oxígeno (en azul) y del azufre (en rojo). Los gases brillan calentados por las tremendas ondas de choque, algunas moviéndose a más de 500 kilómetros por segundo, que se originaron cuando la explosión alcanzó material que la estrella había liberado varias decenas de miles de años antes (por eso parece que hay una zona algo hueca en el centro de la nebulosa).

El resto de supernova N 49 esconde algo más: en su centro queda el núcleo comprimido de la estrella muerta. Girando a una velocidad de 7.5 veces por minuto, con un campo magnético 100 billones de veces más intenso que el terrestre, y con casi toda su masa transformada en neutrones, el púlsar central de N 49 es un objeto extraordinario que desafía las leyes físicas que conocemos en la actualidad. El brillo del púlsar también es variable, particularmente cuando se observa en colores muy energéticos como rayos X o rayos gamma, ilustrando de nuevo el continuo vaivén al que todo lo que el Cosmos contiene está sometido.