Zoco de Astronomía: Misterios estelares

Por Ángel R. López Sánchez, el 30 marzo, 2017. Categoría(s): Astronomía • Ciencia

 Artículo originariamente publicado el domingo 25 de marzo de 2017 en el Suplemento «El Zoco» de Diario Córdoba.

Una buena parte de la investigación en ciencia es detectivesca. Los científicos deben recoger pruebas aquí y allá, a veces de formas muy dispares, para luego intentar unir las piezas del puzzle, usando el método científico (y no fantasías) como herramienta principal. En Astrofísica esta labor se hace continuamente. Los astrónomos no podemos “hacer experimentos” (no hay laboratorio terrestre que sea capaz de reproducir el vacío del espacio o reconstruir una estrella), por lo que (casi) todos los datos nos vienen de la observación del firmamento. Sin embargo, en esta novela policíaca encontrar al asesino no es nada fácil y necesita la colaboración internacional de numerosos científicos para que, aportando cada uno su granito de arena, se llegue a encontrar la solución del enigma.

Algo así es lo que ha ocurrido en el siguiente caso. Hace varias décadas se encontraron dos estrellas dentro de la Nebulosa de Orión que se movían a gran velocidad en direcciones opuestas. Estas estrellas “fugitivas” se detectaron primero en colores infrarrojo y radio, dado que la luz en colores ópticos (la que ven nuestros ojos) está en gran medida “oscurecida” por la enorme cantidad de gas y polvo de la nebulosa. Los astrónomos comprobaron que si echaban “la película hacia atrás” se encontraba que ambas estrellas habrían estado en el mismo lugar hace unos 540 años. Así se postuló que las dos estrellas eran parte de un sistema estelar que, por algún motivo, se había roto. Pero había un problema importante: la “energía” combinada de este dúo estelar no se compensa. Esto sería un bonito problema de física elemental para estudiantes de bachillerato, similar al choque de varias bolas de billar o de varias partículas atómicas. Lo importante era que las pistas indicaban claramente que faltaba un tercer actor en este crimen.

La Nebulosa de Orión con el Telescopio Espacial Hubble (NASA/ESA) remarcando la posición de las “estrellas fugitivas” y la comparación de las imágenes de 1998 y 2015 que ha encontrado la tercera estrella fugitiva. Crédito: NASA, ESA, K. Luhman (Penn State University), and M. Robberto (STScI).
La Nebulosa de Orión con el Telescopio Espacial Hubble (NASA/ESA) remarcando la posición de las “estrellas fugitivas” y la comparación de las imágenes de 1998 y 2015 que ha encontrado la tercera estrella fugitiva. Crédito: NASA, ESA, K. Luhman (Penn State University), and M. Robberto (STScI).

Ahora, gracias a las nuevas imágenes proporcionadas por el Telescopio Espacial Hubble (HST, NASA/ESA) se ha podido encontrar esa “tercera estrella fugitiva”. La fotografía muestra una imagen de la Nebulosa de Orión recuadrando la zona donde se desarrollan los hechos. Muchas de las estrellas aparecen en rojo porque sólo se pueden ver en colores infrarrojos (codificado en rojo en esta imagen). Las dos estrellas ya conocidas son BN (Becklin-Neugebauer), que se mueve a 106 mil kilómetros por hora, e I (que sólo se puede ver usando radio astronomía), moviéndose a 35 mil km/h. Ambas estrellas estaban originariamente en la posición marcada por el asterisco verde. Al comparar las imágenes de 1998 y 2015 del HST se encontró que la estrella marcada por la X se había movido considerablemente. Y, al rebobinar hacia atrás, habría estado junto a las otras dos en el asterisco verde hace poco más de 500 años. ¡Esta estrella se mueve a más de 200 mil km/h!

El caso está así cerrado. Las tres estrellas estaban juntas, ligadas por la gravedad, desde su nacimiento en la nebulosa. Sin embargo, hace unos 540 años tuvo lugar una configuración inestable entre ellas, resultando que las fuerzas gravitatorias expulsaran a las estrellas en distintas direcciones. Posiblemente observaciones futuras encuentren sistemas estelares parecidos en otros lugares del Cosmos.

 

Más información: Nota de prensa del Telescopio Espacial Hubble del 17 de marzo de 2017.



Por Ángel R. López Sánchez, publicado el 30 marzo, 2017
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