Si ustedes han ido alguna vez al Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas (si no lo han hecho, ya están tardando) posiblemente se hayan fijado en una extraña estructura metálica situada junto a la presa del Embalse del Tranco. Ni su aspecto ni su evidente abandono facilitan la identificación del artefacto, que lo mismo podría ser algún resto de la maquinaria empleada en la construcción de la presa, allá por los años 30 y primeros 40 del pasado siglo.
Pero no: su historia es bastante más curiosa, y para comprenderla tenemos que remontarnos mucho más atrás.
El desarrollo económico y demográfico de las Sierras de Segura siempre estuvo muy condicionado por su orografía: aunque en el fondo de los valles existían algunas zonas de huerta, la mayor parte del territorio es muy montañoso y abrupto, sin posibilidad de aprovechamiento agrícola o ganadero. Pero lleno de bosques. No es de extrañar, por lo tanto, que tradicionalmente las principales actividades económicas de la zona fueran las relacionadas con la silvicultura, y su principal recurso la madera.
De hecho, las Sierras han contado desde muy antiguo con grandes extensiones de pinos carrascos, negrales y laricios, variedad esta última muy apreciada para la edificación y para la construcción naval. Por si eso fuera poco, al estar situada en la cabecera del Guadalquivir resultaba idónea para la obtención de grandes piezas de madera que posteriormente podían ser enviadas río abajo hasta Córdoba o Sevilla, donde servían como vigas de grandes edificios o como piezas y mástiles de embarcaciones. La importancia de la extracción de la madera llegó hasta el punto de que en 1748 fue constituida por Decreto la Provincia Marítima de Segura, figura que permitió al Estado apropiarse de prácticamente todo el aprovechamiento maderero de la zona en perjuicio de los montes comunales, y de hecho condenando a la miseria a muchas familias que hasta entonces dependían de pequeños trabajos relacionados con el aprovechamiento silvícola.
Con el paso del tiempo la importancia de la madera para la construcción de edificios y buques fue disminuyendo, y de hecho la Provincia Marítima dejó de existir hacia 1836, pero pronto apareció una nueva industria devoradora de árboles: el ferrocarril. Los pinos laricios resultaron ser, de nuevo, idóneos para la construcción de instalaciones, material rodante y, sobre todo, traviesas, y durante los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX las talas de árboles fueron aún más frecuentes que antes.
La extracción de madera solía hacerse mediante cuadrillas de trabajadores que se desplazaban por la Sierra montando aserraderos provisionales en los que cortaban y daban forma a las piezas necesarias (principalmente traviesas). Posteriormente se lanzaban a los arroyos y ríos (a menudo construyendo lanzaderos provisionales que permitieran un desplazamiento suave, impidiendo golpes que pudieran deteriorarlas), para llevarlas a las zonas llanas del curso alto del Guadalquivir, donde se iban acumulando.
La madera, finalmente, era transportada a lo largo del río formando enormes maderadas, a veces de decenas de miles de piezas que eran hábilmente guiadas por los gancheros.
El proceso de la extracción de madera (que fue magistralmente retratado por José Luis Sampedro en El río que nos lleva, novela convertida más tarde en película) dependía por lo tanto de que el curso del Guadalquivir permaneciese practicable, y más aún si tenemos en cuenta que en la época ni las carreteras ni los vehículos de transporte eran demasiado abundantes, que digamos.
Pero entonces llegó la presa del Tranco.
Aunque el proyecto original venía de casi dos décadas atrás, la construcción de la presa del Tranco se inició en 1929-1930, finalizando en 1944. Podemos ver un resumen de las obras en este curioso vídeo elaborado por Pacho Olmedo:
Se trató de una obra de ingeniería muy notable: en su época era la mayor presa de España, la segunda de Europa y la tercera del mundo, y además tuvo que afrontar diversas dificultades técnicas que obligaron incluso a modificar sustancialmente el proyecto en plena construcción, impermeabilizar varias áreas rocosas y alguna que otra cueva… Pero, en fin, dejaremos esas cuestiones para otro día, por si algún experto quiere contarlas (que doctores tiene Naukas); para nuestra historia lo que cuenta es que la presa constituía una pared de noventa metros de altura justo en el camino de la madera.
Que, además, surgía en el momento más inoportuno: tras la Guerra Civil se calculó que era necesario sustituir al menos seis millones de traviesas deterioradas o destruidas por el conflicto, a las que había que añadir otros dos millones más cada año para reposiciones y nuevas construcciones. Y claro, si buena parte de esas traviesas tenían que salir de las cada vez más esquilmadas Sierras de Segura, habría que hacer algo para salvar la barrera de la presa ¿no?
En otros embalses existían canales que llevaban el agua desde el curso superior del río, manteniendo una cota similar a la de la coronación de la presa. Sin embargo, en el Tranco no era posible adoptar una solución así, entre otras cosas porque la madera podía provenir de cualquier parte de la cuenca del embalse.
Y aquí es donde entra en juego el famoso artilugio, que no es ni más ni menos que un elevador de madera.
El elevador permitía que las piezas llegasen flotando hasta la presa y desde allí fueran subidas hasta la coronación de la misma. Una vez elevadas, volvían a bajar hasta el cauce del Guadalquivir por un lanzadero. Una idea muy simple, ¿verdad?
O no. Para empezar, el elevador no existía; fue creado expresamente por la empresa Boetticher y Navarro. Consiste básicamente en una doble cadena dotada de una especie de garras a las que se enganchaban las piezas. La cadena se deslizaba mediante unos rodillos colocados en los engarces de los eslabones, y era movida por dos ruedas tractoras situadas en la parte superior del ingenio; en la parte inferior (y casi siempre cubierto por las aguas del embalse) hay un par de ruedas que sirven como tensoras. La cadena está recubierta por una malla metálica que impedía que las piezas que pudieran desprenderse cayeran al interior del mecanismo, atascándolo o averiándolo.
La longitud del montaje permite su uso incluso con muy poca agua embalsada; de hecho, las fotografías más recientes de esta entrada fueron tomadas con el embalse lleno hasta tan solo un 40% de su capacidad, pero como puede apreciarse el extremo inferior sigue sumergido, así que aún podría utilizarse. Otro dato interesante es que la anchura del elevador y la disposición de las garras muestran que fue diseñado especialmente para elevar traviesas, aunque la documentación de la época indica que admitía también piezas de otros tipos y tamaños.
No he encontrado información acerca del motor que movía el ingenio. Dado que se puso en marcha antes de la finalización de la construcción de la presa, es probable que al principio funcionase con un motor de gasolina o incluso fuera accionado por un camión o algún otro vehículo, pero posteriormente, cuando ya se pudo contar con la electricidad procedente de la central del Tranco, debió contar con uno o dos motores eléctricos. En cualquier caso su rendimiento era notable: estaba diseñado para elevar quinientas piezas por hora (lo cual suponía la friolera de 8.000 piezas en una jornada de dieciséis horas), si bien admitía incrementar el ritmo hasta en un 50% adicional. Se calcula que en 1944 elevó nada menos que 300.000 traviesas.
Traviesas que necesitaban bajar de nuevo hasta el río, y ese era otro problema. Las piezas se deslizaban por un canal que discurría en parte atravesando un túnel, y que se supone que debía ir lleno de agua para suavizar en lo posible la bajada; sin embargo no siempre debió ser así, ya que se comenta que en más de una ocasión las maderas acababan incendiándose por el calor generado por la fricción con las paredes del túnel. En cualquier caso, donde no podía faltar el agua era en la balsa de recepción de las piezas, para amortiguar su caída y evitar que acabasen hechas pedazos.
Es difícil calcular cuántas traviesas llegó a elevar el ascensor a lo largo de sus alrededor de dos décadas de funcionamiento, aunque quizá no tantas como se esperaba en un principio, ya que las cifras muestran que las apropiaciones de madera para traviesas fueron siendo de menor volumen año tras año. Un hecho que se refleja también en el estado de los montes: comparando las fotografías de la época con las actuales puede apreciarse que la masa forestal ha crecido muy notablemente, a pesar de que las sacas de madera siguen produciéndose, para gran pesar de los serranos.
Pero ahora la madera es transportada por camiones, y el viejo elevador se ha quedado como una reliquia tecnológica que, a pesar de encontrarse en un estado sorprendentemente bueno, quizá merecería algo más de atención por parte de los gestores del Parque Natural, ¿no les parece?
Coda: el extraño caso del nombre del Tranco de Beas. Otra de las curiosidades que nos depara la presa es su nombre: al igual que el embalse, su denominación oficial es el Tranco de Beas, en alusión a la localidad de Beas de Segura… a la que no pertenece. De hecho la presa pertenece a partes prácticamente iguales a los términos municipales de Santiago-Pontones y Hornos de Segura (donde, por cierto, no deben dejar de visitar su Cosmolarium), y la totalidad del vaso del embalse se reparte también entre ambas poblaciones. El término municipal de Beas se queda a bastante distancia del embalse, y de hecho ni siquiera llega hasta el cauce del Guadalquivir.
¿Cuál es el motivo de esta denominación? La única explicación que he encontrado es que durante la construcción de la presa los ingenieros vivían en Beas, aunque no suena muy convincente. Pero, en cualquier caso, y dado que más de setenta años después de la inauguración del embalse aún hay gente muy dolida con el hecho de que haya sido «hurtado», aunque sea solo de nombre, a sus legítimos propietarios, yo les recomiendo que si van por allí se limiten a hablar del Tranco, a secas. Que así lo conocemos todos.
Abogado, socio fundador de Círculo Escéptico y miembro de ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico. Además de El Fondo del Asunto mantiene los blogs La lista de la vergüenza, dedicada a dar cuenta de las titulaciones pseudocientíficas que imparten muchas Universidades españolas, y El remedio homeopático de la semana. Confiesa que cuando era un chaval probó la acupuntura para evitar la caída del cabello; hoy es rotundamente calvo.