Cuando se contabiliza el plástico que entra al mar cada año y cuánto hay flotando, no salen las cuentas. Se ha encontrado mucho menos plástico flotante del que debería haber para la cantidad que entra. A ese plástico que falta se le llama “plástico perdido”. ¿Dónde está? Pues lo primero es que las redes que los científicos utilizan para “pescar” plástico y contabilizarlo tienen un tamaño de malla de unas 200µm. Quiere decir que todos los trocitos menores de ese tamaño no serán recogidos y contabilizados. Así que puede que el plástico perdido o buena parte de él esté ahí pero sea tan pequeño que no lo contamos. Luego hay una parte del plástico que se hunde y las redes de los científicos sólo recogen el que flota. El plástico con mayor densidad que el agua (ej. PVC) se hundirá, pero el que tiene menor densidad y flote puede hundirse también eventualmente. Porque en cuanto el plástico cae al mar empieza… ¡la colonización! Organismos microscópicos empiezan a pegarse al plástico y a usarlo como su campamento base y medio de transporte. Algas microscópicas (fitoplancton), bacterias, hongos,… se pegan al plástico y unos atraen a otros hasta formar una película de vida (biofilm, en inglés). Esos colonos navegan a la deriva en su embarcación plástica y pueden llegar hasta otras zonas del océano y proliferar en éstas afectando, para bien o para mal, a las especies que vivan allí. Y con tanto inquilino, el peso del plástico aumenta y se acaba hundiendo. Todo ese plástico hundido tampoco se ha contabilizado. Y a parte de todo eso, el plástico que tampoco se ha contabilizado es el que esté en el estómago de los animales o… ¡en el nuestro!
Pero… ¿por qué los animales comen el plástico? En algunos casos es sin querer, como los animales filtradores que van filtrando agua con todo lo que esta lleve. Pero en otros casos, como el de esas fotos que hemos visto de gaviotas con el estómago lleno de plástico, ¿es que no ven que no es su presa? Pues parece que no lo ven… pero lo huelen. La colonización del plástico cuando entra en el mar es bastante rápida, y esos “colonos” emiten gases que huelen como las presas de animales más grandes, como las gaviotas. Así que es rico por fuera pero plástico por dentro. Y esos animales se rigen más por su olfato que por la vista y acaban ingiriéndolo.
La mayor parte del plástico que llega al mar es de origen terrestre. Y se ha calculado que entre el 88-95% del plástico mundial que llega al mar, lo hace a través de 10 ríos, ocho de ellos están en Asia y dos en África. También las plantas de tratamiento de aguas dejan pasar mucho plástico al mar. Y el porcentaje restante que no viene de tierra, viene de la industria marítima (redes y otros arsenales de pesca, pintura de barcos, etc). Una vez en el mar, el plástico tiene múltiples daños conocidos al ecosistema: animales que quedan atrapados, otros que mueren con su estómago lleno de plástico, otros que, aunque no mueran, su crecimiento y reproducción se ven afectados. Pero también hay otros efectos menos conocidos. El plástico no suele ser nunca puro sino que lleva aditivos (tintes, antioxidantes, estabilizantes..) que le proporcionan las cualidades requeridas para su uso. Una vez en el mar, el plástico libera compuestos de carbono que pueden ser esos aditivos o moléculas del propio plástico. Esta liberación de compuestos aumenta por efecto de la luz solar. Se ha visto que cada año se liberan unas 23,600 toneladas de carbono orgánico, en forma disuelta, de todo el plástico que llega al océano anualmente.
¿Y qué efecto tienen estos compuestos de carbono? Pues se sabe que, al menos, lo tienen para las bacterias marinas, que lo consumen y hace que se reproduzcan más rápido. Pero el plástico no sólo libera compuestos de carbono disuelto, sino que cuando le da la luz del sol también libera gases. Entre estos está el metano, que es un gas de efecto invernadero ¡¡más potente que el CO2!! Pero se ha visto que incluso si pones en la oscuridad ese plástico después de haberle dado la luz del sol, sigue liberando gases. Como si la luz del sol fuera el detonante de unas reacciones en cadena difíciles de parar.
El plástico se degrada por varios factores como la oxidación, la erosión…, pero lo que más lo degrada es la luz del sol. Pero ¡ojo!, ¡que se degrade no quiere decir que desaparezca! ¡Que no te engañen! La degradación puede ser sólo agrietamiento, envejecimiento y ruptura. El plástico se va rompiendo en trozos más pequeños (microplásticos) que quedan en el agua y es casi imposible limpiarlos. La degradación completa sería cuando el plástico se convierte en moléculas de agua, CO2 y biomasa que forme parte de los microorganismos que lo han consumido. Esto es muy difícil que pase. Incluso cuando se dice que el plástico es biodegradable, en muchos casos, sólo se biodegrada completamente a altas temperaturas. Pero si ese plástico cae al agua no se degradará porque las temperaturas son más bajas. Así que el plástico biodegradable no siempre se descompone completamente. Y tampoco hay una normativa clara que regule su gestión. No puede tirarse al contenedor amarillo con el plástico normal porque el producto final de su reciclaje estropearía el del plástico normal, que no se podría re-utilizar.
A pesar de todo, tampoco hay que demonizar el plástico porque nos facilita y abarata la vida. Pero sí, hacer un uso responsable de él. Su mayor virtud es también su mayor defecto: su resistencia y durabilidad. ¡No hay quien acabe con él! Su gestión después de su vida útil es un problema. Por eso, cuando usemos algún artículo de plástico, tendríamos que hacer un cálculo de cuál es su vida útil por su vida como residuo. Esta ratio sale menor de 1 casi siempre. Cuántos más ceros después de la coma, más deberíamos evitar su uso.
Hay plástico que usamos sólo unos segundos y después queda durante cientos de años como residuo. Ese plástico de corta vida útil, es el que tendríamos que eliminar de nuestro día a día, siempre que sea posible. Y esto es algo que podemos hacer de forma individual, aparte de buscar una mejor gestión para el plástico residual. Pero es mejor no generar ningún residuo que luego tener que gestionarlo.
Este artículo nos lo envía Cristina Romera Castillo. “Soy oceanógrafa y actualmente trabajo como investigadora postdoctoral en el Instituto de Ciencias del Mar-CSIC, de Barcelona, gracias al programa ComFuturo de la Fundación CSIC. Me licencié en química y tras terminar la tesis doctoral en el Instituto de Ciencias del Mar, estuve 5 años de postdoc en distintas universidades de EEUU y Austria. Mi área de estudio es la oceanografía química, en particular, la materia orgánica disuelta en el océano y su interacción con los microorganismos. Para ello, participo en campañas oceanográficas y experimentos en los que colaboro con investigadores de muchas partes del mundo. Esto me ha llevado a ver que se hace mucha investigación fascinante que la gente nunca llega a conocer. Me gustaría contribuir a cambiar eso”. Podéis conocer más a Cristina y su trabajo visitando su página web.
Referencias científicas y más información:
Masó et al. 2016. Microfouling communities from pelagic and benthic marine plastic debris sampled across Mediterranean coastal waters. Scientia Marina, 80S1, 117-127.
Romera-Castillo et al. 2018. Dissolved organic carbon leaching from plastics stimulates microbial activity in the ocean. Nature Comm. 9, 1430.
Royer et al. 2018. Production of methane and ethylene from plastic in the environment. PLoS ONE 13(8): e0200574.
Savoca et al. 2016. Marine plastic debris emits a keystone infochemical for olfactory foraging seabirds. Sci. Adv. 2: e1600395.
Schmidt et al. 2017. Export of Plastic Debris by Rivers into the Sea. Environ. Sci. Technol. 2017, 51, 21, 12246-12253.
Sussarellu et al. (2016). Oyster reproduction is affected by exposure to polystyrene microplastics. PNAS, 113 (9) 2430-2435.
UNEP (2015) Biodegradable Plastics and Marine Litter. Misconceptions, concerns and impacts on marine environments. United Nations Environment Programme (UNEP), Nairobi.
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