Disparen al pianista: El cerebro de Shostakovich

Por Colaborador Invitado, el 20 mayo, 2019. Categoría(s): Divulgación • Neurociencia • Personajes

El sobre seguía sellado. Había tardado menos de 24 horas en volver a sus manos, un récord, desde luego. Algún día dejaría de desconfiar del servicio postal de Moscú, pero ese día no sería hoy. Sus arrugados dedos rozaron la tinta seca y sus ojos descansaron un segundo sobre la resentida caligrafía: Dmitri Dmitriyevich Shostakovich. Cualquiera que no le conociera pensaría que estaba loco por enviarse cartas a sí mismo, pero por suerte eran pocas las personas que no le conocían. Shostakovich era uno de los compositores más influyentes del siglo XX. Sus melodías se escuchaban a uno y otro lado del Pacífico y no dejaron de sonar por mucho que la situación política se enfriara. Dimitri levantó la vista cruzando con su mirada las calles nevadas. La agresiva belleza de aquel invierno le traía recuerdos de tiempos peores en los que sus melodías todavía eran suyas y aún no había metal en su cerebro. Era hora de volver a su despacho, inclinar la cabeza y dejar que aquel trozo de metralla volviera a componer para él.

Dimitri Dimitrevich Shostakovich

El origen de un mito

Shostakovich nació en 1906 en Leningrado, la actual San Petersburgo. Ya dese muy joven comenzó a mostrar pasión por la música y una personalidad obsesiva, características que maridaban bien [1]. Puede que, si las cosas hubieran sido de otro modo y Dimitri hubiera tenido más suerte durante el conservatorio (y nosotros menos) su carrera de pianista no se habría visto truncada. Sin embargo, fue precisamente eso lo que le hizo centrar sus esfuerzos en aprender composición.

En vida fue uno de los compositores más importantes de la Rusia Soviética, amado y criticado por el Politburó a partes iguales. De hecho, sus supuestos enfrentamientos políticos han aderezado la ya de por sí atractiva biografía de Dimitri. Había vivido a favor y en contra de la corriente, sus obras fueron denunciadas al régimen y, sin embargo, se codeaba con altos mandatarios, llegando a asumir incluso cargos en el Partido Comunista [1]. No es de extrañar que su figura tenga un especial interés biográfico.

Siempre nos quedará Leningrado

A pesar de la opacidad informativa de la URSS, la vida de Shostakovich era, hasta cierto punto, de dominio público. Fuera de sus fronteras, la gente conocía sus aventuras militares, sus tensiones con el poder e incluso algunos temas mucho más personales. O al menos eso parecía hasta 1983. Aquel año el doctor Dajue Wang publicó un artículo en el The Musical Times [2,3]. En él, el doctor contaba cómo 30 años antes, cuando trabajaba para la Unión Soviética, un colega de su mismo hospital le contó el caso de uno de sus pacientes. El interés de la historia habría sido menor si no fuera que el paciente era el mismo Shostakovich.

Sitio de Leningrado (1941)

Supuestamente, Dimitri había acudido al servicio de neurocirugía para hablarles de una lesión antigua. Una secuela que arrastraba desde la Segunda Guerra Mundial, cuando se encontraba atrapado en la sitiada ciudad de Leningrado. Fue en 1943 cuando ocurrió la desgracia, en aquel entorno de acusaciones de canibalismo y cadáveres amontonados sobre la tierra congelada. Una mina explotó a sus pies y los pedazos de metal se desgarraron bajo la presión del estallido. Las esquirlas volaron en todas direcciones con tan mala suerte que una decidió impactar contra la cabeza de Dimitri. El fragmento de metal avanzó indiferente a todo lo que se interpusiera en su camino, abriéndose paso a través de piel, hueso y neuronas.

Al fondo a la izquierda

Según Wang, los médicos de campaña no le dieron demasiada importancia. Pensaron que la metralla había salido sola, pero estaban equivocados. La metralla seguía allí, había cruzado toda la sustancia blanca hasta el ventrículo izquierdo de Shostakovich, una de las cavidades llenas de líquido cefalorraquídeo que se extienden por las profundidades del cerebro. No existen pruebas de imagen que confirmen esto, pero según cuenta Wang, su colega decidió comprobarlo mediante una radiografía. Allí estaba, la pieza de metal brillaba en el cuerno inferior de su ventrículo izquierdo. La recomendación fue clara: Había que extraerla [2].

Dibujo neuroanatómico de los ventrículos cerebrales (A functional aproach to Neuroscience)

Aquí es donde la historia se pone interesante. A Dimitri no le gustó la sugerencia de su médico y tenía un buen motivo. Desde el accidente, cuando inclinaba su cabeza de un modo determinado, oía música. Y no una música que hubiera escuchado antes, si no melodías completamente nuevas que le inspiraban para componer sus nuevas obras. La historia es extraña, pero según escribe Wang, el neurocirujano pidió una fluoroscopia y comprobó que, efectivamente, la esquirla se movía a través del líquido cefalorraquídeo [2].

Churras, merinas y muchas ganas de creer

Todo aquello era excepcional. Ya es poco frecuente que la metralla de una deflagración consiga alcanzar un ventrículo cerebral, pero incluso en esos casos suele quedarse adherida a las paredes [3]. Sin embargo, era creíble, nadie esperaba poder conseguir las pruebas de imagen que los médicos le habían realizado en los años cincuenta, la URSS no funcionaba así. Había dos opciones. Podían bien creer la historia o bien dejar pasar lo que parecía uno de los casos clínicos más bonitos de la historia de la medicina.

Puede parecer que no, pero los médicos somos gente sensible. Disfrutamos de la belleza que nos rodea, aunque hay que reconocer que la encontramos en lugares poco convencionales. Como un trozo de metal buceando en un ventrículo cerebral y activando las neuronas que lo rodean, originando las chispas que darían vida a algunas de las composiciones más brillantes de la historia. Era demasiado bonito como para dejarlo pasar.

Glioma de bajo grado en el Lóbulo temporal izquierdo

Así pues, algunos médicos y neurocientíficos comenzaron a buscar cualquier prueba que pudiera respaldar la historia; algo tan bello tenía que ser verdad. Unos cuantos profesionales comenzaron a blandir precedentes de pacientes con tumores en el lóbulo temporal [3,4], esa zona del cerebro que se extiende más o menos por debajo de tu oreja. En ciertos casos, estos pacientes habían dicho escuchar sonidos extraños que habían desaparecido al extraer el tumor. Aquello no era de extrañar, la neurociencia ya sospechaba que muchas áreas relacionadas con la audición se encontraban en el lóbulo temporal, rodeando precisamente el cuerno inferior del ventrículo izquierdo [5].

Un conflicto fronterizo

Por aquel entonces la neurociencia trataba de enfrentarse a los misterios del cerebro dividiéndolo todo en áreas relativamente artificiales. Los científicos creían que toda función cognitiva se encontraba perfectamente delimitada en algún lugar de la corteza cerebral, la parte más superficial del cerebro [5]. No importaba qué:  el control de tu pierna, la comprensión lectora o incluso esa extraña sensación que nos embarga las tardes de los domingos bajo la ominosa proximidad del lunes, todo tenía su lugar concreto.

Áreas de Brodmann (A functional aproach to Neuroscience)

Mira, te comento

Hoy sabemos que, en realidad, el cerebro no funciona de una forma tan compartimentada. Pero no nos confundamos, las áreas de Brodmann fueron una aproximación interesante, una simplificación que nos permitió estudiar científicamente el cerebro cuando no existían tomografías por emisión de positrones o resonancias magnéticas funcionales [6]. El cerebro siempre ha sido algo complicado de analizar científicamente, porque ¿cómo podemos cuantificarlo a él y a sus funciones? Una de las pocas aproximaciones que ofrecía respuestas era el estudio de las lesiones cerebrales.

 La neurociencia de Mr. Potato

El truco estaba en buscar sujetos que hubieran recibido daños cerebrales y cuyas funciones cognitivas se hubieran dañado de algún modo. Poco a poco comenzaron a verse patrones. Los pacientes con serios traumatismos en el lóbulo frontal se desinhibían, se volvían impulsivos. Los que habían sido disparados en la nuca, en el lóbulo occipital, solían asociar problemas de visión. Así, poco a poco, se fue cartografiando el cerebro en pequeñas áreas, cada una con una supuesta función [5, 6, 7].

Áreas de Broca y Wernicke (Imagen Radiopaedia)

Así se dio nombre a áreas tan famosas como la de Broca o la de Wernicke, encargadas respectivamente de producir e interpretar el lenguaje [5]. Era un modelo bonito, pero con los nuevos métodos de imagen descubrimos también era demasiado simplista. Como he dicho, resulta que el cerebro no es tan ordenado como parecía, al menos no según el orden al que estábamos acostumbrados. La resonancia magnética funcional nos permite ver qué partes de un cerebro están activas mientras realiza determinadas funciones y fue esta técnica la que comenzó a arrojar luz sobre el problema. Algunas funciones se extendían por distintas áreas, uniendo varias zonas y olvidándose de nuestras ridículas fronteras [6].

Un mapa tatuado en tu cerebro

Por supuesto que existen funciones auditivas que siguen restringidas al lóbulo temporal, de hecho, en él se encuentra una representación tonotópica de las frecuencias que percibimos. Podemos imaginarnos esa corteza auditiva como un piano donde cada tecla es una neurona. La tecla de una frecuencia “do” estará rodeada de las notas inmediatamente superior e inferior a ella, re y si. La distribución de las neuronas de esta zona del mapa tonotópico sigue la misma idea, un orden de mayor a menor frecuencia, de más agudo a más grave [8].

Este mapa tonotópico explica por qué algunos tumores del lóbulo temporal pueden dar alucinaciones auditivas. Existe una correlación anatómica muy concreta entre el tono y la superficie del cerebro, una masa que irrite el mapa tonotópico puede producir alucinaciones, pero estas serán ruido, no música. La música no son sonidos al azar, tiene una gramática, una estructura, guarda proporciones. Producir música es un proceso creativo complejo, no un algo aleatorio.

 Vaya, he escrito el Silmarillion sin querer

En realidad, la propia idea de un trozo de metal estimulando nuevas melodías es completamente absurda. Imaginad que os digo que Tolkien no escribió el Silmarillion, si no que todo fue producto de un tumor en su cerebro. Que todas aventuras, linajes, mitologías e idiomas fueron inventados porque un cáncer estaba activando algún punto del su cerebro encargado del lenguaje. Nadie se lo creería. La complejidad de la narrativa lo hacen imposible. Pues bien, con la música pasa lo mismo.

Portada española del Silmarillion (ediciones Minotauro AVD, 2015)

La música no es simplemente encadenar una nota tras otra, hay que seguir unas reglas y existen relaciones entre partes alejadas de su sinfonía. De hecho, sabemos que parte de las áreas implicadas en el lenguaje cumplen también una función musical. Ambos son sistemas simbólicos de una elevada abstracción, es lógico que sus procesos sean parecidos [6].

La creatividad no es un botón

De hecho, tanto la escritura creativa como la composición musical tienen otro punto clave en común. Cuando estudiamos el cerebro mientras este compone, podemos ver cómo muchas áreas se ponen a trabajar juntas [9, 10]. Todas ellas son importantes y hacen que la resonancia magnética se ilumine como las Vegas en plena noche, pero son, en cierto modo, activaciones accesorias al principal proceso que hay tras la composición musical: la creatividad. Si queremos encontrar un área encargada de la creatividad fracasaremos, pero tenemos otras aproximaciones, por ejemplo, el estudio de la conectividad funcional. Esta plantea que el grado de conexión entre dos áreas es mayor cuanto más dependientes sea una de la otra. Si siempre que se active el aérea 1, esta es seguida por una activación del área 2, entonces, su conectividad funcional será altísima [6].

Red neuronal por defecto activada durante una resonancia magnética funcional

Los estudios que han tenido en cuenta este concepto han encontrado algo curioso. Durante el proceso de composición la conectividad funcional de la red neuronal por defecto y el córtex cingulado aumentan [10]. El córtex cingulado es la zona que rodea en gran medida el cuerpo calloso, ese “puente” que comunica el cerebro derecho con el izquierdo y viceversa [6].

En cuanto a la red neuronal por defecto (RND), es toda esa actividad ordenada que ocurre en nuestro cerebro cuando estamos descansando sin hacer nada. Implica áreas muy distintas y es, por lo general, el negativo de las redes neuronales orientadas a tareas [12]. Lo más curioso de la RND es que es un proceso cerebral completamente interno, no parece depender de estímulos externos, lo cual parece coherente con su posible relación con la creatividad.

Lo que estoy queriendo decir es sencillo: No existe un botón de la creatividad que una esquirla metálica pueda activar. La composición musical es un proceso demasiado complejo y deslocalizado como para que un estímulo tan burdo sea capaz de evocar melodías enteras.

Conectoma de la red neuronal por defecto RGB = XYZ (Andrea Schorn)

Científicos soberbios…

Puede que algunos de vosotros estéis pensando que, igual que hemos superado (o casi) la neurociencia basada en lesiones funcionales, antes o después superaremos los modelos actuales, y puede que el marco teórico que nos espere sea coherente con esta fábula de Shostakovich. Bueno, por poder pueden pasar cosas muy raras, así que habrá que desmentirlo de una forma más contundente.

No todas las incoherencias de la historia son científicas, de hecho, a poco que arañes empiezan a asomar sus cabecitas una miríada de datos sospechosos que nos hacen dudar de Wang y su colega el neurocirujano [2].

Irrompible

Según esta historia, Shostakovich tendría que ser un tipo excepcionalmente duro. Me explico, no solo sobrevivió a la explosión de una mina, sino que lo hizo en unas condiciones atroces. Durante los dos años y medio que duró el sitio de Leningrado murieron más de un millón de personas. El carbón y el aceite se agotaron antes de que terminara el primer mes, condenándoles al inclemente invierno ruso. La comida escaseaba tanto que comenzaron a desaparecer perros y gatos y las raciones de los adultos se redujeron a un tercio. Eso por no hablar de la falta de antibióticos.

Además, si todo esto fuese cierto querría decir que compuso tres de los cuatro movimientos de su Sinfonía Nº7 mientras se recuperaba de sus lesiones. Como médico me cuesta imaginarle componiendo durante la convalecencia de una lesión cerebral así [13].

Calles de Leningrado durante el sitio en 1942

La metralla que nunca fue

Pero bueno, imaginemos que Dimitri hubiera pasado por todo esto ¿Por qué no habló nunca de ello? No consta ni siquiera en su propia autobiografía Testimonio, escrita por Solomon Volkov. Si toda la historia de la metralla fue real ¿Cómo pudo mantenerse en secreto hasta 8 años después de su muerte?

En el mundo del escepticismo se dice que el máximo número de personas que pueden compartir un secreto es una. En el momento en que compartes un secreto, este se te va de las manos, se vuelve incontrolable. Sin embargo, la conspiranoia existe porque mucha gente quiere creer en estas cosas, y es probable que hayas llegado hasta aquí y ninguno de mis argumentos te haya bastado. Puede que pienses que un genio como Shostakovich debió tener truco, algo que le hiciera especial y que esa esquirla podría ser la respuesta. Pues bien, resulta que Shostakovich siempre fue especial, antes y después de la guerra.

Dimitri fue un niño prodigio del piano, un alumno aventajado y un compositor cuya evolución no tuvo grandes inflexiones, al menos no más que otros genios sin metal en su cráneo. Era uno de esos músicos brillantes con oído absoluto, la habilidad de identificar cualquier nota sin la necesidad de compararla con ninguna otra. Plantear que su éxito tras la guerra fue mérito de un trozo de mina es casi insultante [1].

Reformulando las más de 2000 palabras que nos separan de la cabecera del artículo: no tenemos ninguna prueba de que la historia de la metralla sea cierta. Ni una sola más allá del testimonio de un médico cotilla con un admirable desdén por la confidencialidad médico paciente. Sin embargo, el bulo de su accidente ha llegado bastante vivo hasta nuestros días porque, sencillamente, la gente quiere creer en este tipo de fábulas. O como supuestamente dijo uno de los médicos de Shostakovich: Una mina alemana habrá hecho algo bueno si al menos ayuda a producir música.

 

Este artículo nos lo envía Ignacio Crespo (@SdeStendhal) Autor del blog S de Stendhal y de los podcasts El Aleph y Tres Pies al Gato. Colaborador semanal en A Ciencia Cierta en CV Radio, y esporádico en Coffee Break. Subcampeón del concurso de monólogos científicos Famelab 2018 y semifinalista en 2017.

Referencias científicas, bibliografía y más información:

  1. “Los grandes compositores” de Harold C. Schomberg
  2. “Shostakovich: Music on the Brain?” de Dajue Wang en The Musical Times (Junio 1983) https://www.jstor.org/stable/964059?seq=1#page_scan_tab_contents
  3. “Did Shostakovich Have a Secret?” de Donal Henahan en The New York Times (Julio 1983) https://www.nytimes.com/1983/07/10/arts/music-view-did-shostakovich-have-a-secret.html
  4. “Neurología” 6ª Edición, de Zarranz Imirizaldu
  5. “El cerebro en acción” de Alexander Luria (1974)
  6. “Cognitive Neuroscience” 4ª Edición, de Marie T. Banich y Rebecca J. Compton
  7. “Historia del cerebro” de José Ramón Alonso (2019)
  8. “Tonotopic organization of human auditory cortex” por Colin Humphries, Einat Liebenthal, y Jeffrey R. Binder en Neuroimage (2011) https://www.researchgate.net/publication/51699694_Mapping_the_Tonotopic_Organization_in_Human_Auditory_Cortex_with_Minimally_Salient_Acoustic_Stimulation
  9. “A review of EEG, ERP, and neuroimaging studies of creativity and insight” por Dietrich A. y Kanso R. en Psychonomic Bulletin & Review (Septiembre 2010) http://citeseerx.ist.psu.edu/viewdoc/download?doi=10.1.1.477.3047&rep=rep1&type=pdf
  10. “The Brain Functional State of Music Creation: an fMRI Study of Composers” por Jing Lu, Hua Yang et al. en Nature (Julio 2015) https://www.nature.com/articles/srep12277
  11. “The cognitive neuroscience of creativity” por Dietrich A. en Psychonomic Bulletin & Review (Diciembre 2004) https://pdfs.semanticscholar.org/b93b/f8fb9f0f5298bf400150e5b7edcca2f8e3e8.pdf
  12. “Dynamic functional connectivity of the default mode network tracks daydreaming” por Aaron Kucyiab y Karen D. Davis en Neuroimage (2014) https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S1053811914005217
  13. “The full horror of the siege of Leningrad is finally revealed” por Jonathan Mirsky en The Spectator (Diciembre 2016) https://www.spectator.co.uk/2016/12/the-full-horror-of-the-siege-of-leningrad-is-finally-revealed/

 



Por Colaborador Invitado, publicado el 20 mayo, 2019
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