Por qué hablar de epidemia cuando se trata de una sindemia: una mirada antropológica a la crisis sociosanitaria por Covid-19

Por Colaborador Invitado, el 26 junio, 2020. Categoría(s): Divulgación

 

Desde la concepción de nuestras actuales realidades sociales como “sociedades del riesgo” (Beck, 2002), junto a unos riesgos ampliamente percibidos como el cambio climático, el terrorismo internacional o las fluctuantes crisis financieras; la pandemia por SARS-CoV-19, nos pone aún más de manifiesto nuestra vulnerabilidad, de un modo evidente y palpable (Kalateh, Hossein y Bagheri, 2020). Y no sólo hace visible dicha vulnerabilidad frente al contagio y la transmisión del virus, sino con relación a los numerosos problemas evidenciados con la creciente intensidad y efectos asociados a esta crisis de salud pública, junto a la que convergen múltiples realidades apagadas bajo la cotidiana “normalidad”. De este modo, la crisis sociosanitaria y la anunciada “nueva normalidad” están mostrando conductas y actitudes de afrontamiento, así como condiciones de vida y factores estructurales que, muy posiblemente, contribuyen o han contribuido al propio curso de la epidemia; y que describen aspectos relativos a nuestras debilidades, baja adaptablidad y capacidad de resiliencia, como individuos y como sociedad, en un contexto en que los problemas sanitarios, socioeconómicos y socioculturales convergen e interactúan, agravando el impacto y los retos de la situación epidémica por COVID 19 a que nos enfrentamos.

El análisis conjunto y vinculado de este marco complejo y con un necesario enfoque multidimensional, invita al estudio de este fenómeno social y biomédico desde una mirada antropológica e integradora de las diversas posibles dimensiones asociadas a los procesos de salud-enfermedad-cuidado, en la pandemia por SARS-CoV-19. Un abordaje ecléctico de esta situación requiere integrar los análisis ya iniciados de aspectos demográficos y epidemiológicos (Beam, Block, & Ding, 2020), con las dimensiones sociales de sus marcos de transmisión (como la movilidad y densidad social, patrones residenciales, condiciones sociales y de salud…) (Mazzoli et al., 2020), los factores socioculturales, los patrones de conducta y los aspectos psicosociales asociados a la percepción y los comportamientos de riesgo o cuidado. Y desde este enfoque integrado, cabe considerar la conveniencia del empleo para el estudio de este fenómeno epidémico del término “sindemia”, en tanto que este concepto considera las convergencias en determinadas situaciones de enfermedad colectiva o epidemia, de múltiples problemas y factores convergentes de naturaleza biológica, social, psicosocial, económica o sociocultural; que también han venido apareciendo de modo vinculado durante esta crisis (Irons, 2020).

Por ello, y a pesar de las dificultades para la investigación en tiempos de confinamiento y desescalada, la observación y el uso de la información disponible, a través de los informes estadísticos, los medios de comunicación y las redes sociales, junto a la amplia producción de artículos en publicaciones digitales durante los últimos meses; ofrecen materiales suficientes para iniciar el análisis de los problemas y procesos sociales y sanitarios en emergencia durante estos tiempos.

En este marco de excepcionalidad, las exigencias de un estilo de vida saludable, ahora han sido redefinidas como la solicitud de un comportamiento individual responsable (racional e informado) para la prevención frente a los riesgos para la salud, en el contexto de epidemia y crisis sanitaria. Una imposición social que encuentra numerosos obstáculos no considerados u obviados, para lograr una alta prevalencia de comportamientos responsables y cooperativos, que faciliten el control o limitación al proceso de difusión y contagio del patógeno. Así, las imposiciones institucionales se enfrentan con limitaciones estructurales a su práctica generalizada, a pesar de los requerimientos de los contextos de crisis e incertidumbre. Donde pautas socioculturales de comportamiento, discursos contradictorios, estructuras y desigualdades preexistentes, junto a múltiples intereses económico-políticos, actúan como bloqueos y limitaciones efectivas a la extensión de una amplia práctica de estos comportamientos de responsabilidad y prevención del riesgo.

En el marco de estas contradicciones entre los comportamientos deseables y una gran parte de las prácticas sociales observables, la crisis sociosanitaria ha puesto de manifiesto, y de una forma incrementada, las múltiples ineficiencias y paradojas de nuestra sociedad. De esta manera, esta crisis de salud y sus expresiones según los distintos momentos y contextos sociales (confinamiento, desescalada, “nueva normalidad”) ha servido para hacer aflorar, de forma incrementada numerosas disfunciones de nuestro funcionamiento como individuos y como sociedad, así como de determinadas instituciones o colectivos sociales. Describiendo unas situaciones que hemos podido observar en el caso español, pero que serían extensibles, en muchos de sus aspectos, a otros países.

Si bien, la investigación epidemiológica ya hace uso de variables sociales con relevancia en la prevalencia de determinadas enfermedades o en las dinámicas de difusión de procesos infecciosos, como la estructura demográfica o los patrones de densidad y de movilidad social (Esteve, Permanyer y Boertien, 2020); y así están siendo empleados en numerosos trabajos de interpretación y modelización del curso de la pandemia por Covid 19 (Manzo, 2020; Hernando de Castro, 2020). Sin embargo, la multidimensionalidad que proponemos como necesaria en una aproximación al complejo proceso de difusión del contagio por SARS-CoV-19 como sindemia, donde convergen múltiples problemas confluentes en la evolución de la enfermedad, precisará de la consideración de diferentes factores individuales y colectivos, y de los diversos comportamientos, procesos y estructuras sociales, que puedan contribuir a ella.

El  requerimiento y exigencia social de un comportamiento responsable y solidario, por parte de la Políticas Sanitarias en contextos de emergencia (con restricciones al movimiento, confinamiento domiciliario, desconfinamiento con medidas de distanciamiento interpersonal y precauciones de higiene personal), ha dado lugar a una amplia variabilidad de conductas y respuestas particulares a esas demandas del responsabilidad y compromiso individual, que hemos podido observar durante este periodo (Henning, 2020; Marchesi, 2020). Entre los que hemos podido observar tanto comportamientos solidarios y cooperativos a través de redes de apoyo mutuo, la ayuda vecinal a personas mayores o dependientes del edificio o del barrio, o simplemente, la emergencia de redes socioafectivas de ánimo compartido para afrontar la situación (con ocasión de los aplausos en los balcones al personal sanitario y de servicios básicos; o a través de las redes sociales y grupos de WhatsApp), que reforzaban esa sensación de lucha conjunta frente al virus. O las donaciones e iniciativas espontáneas de ayuda a las personas en situaciones de vulnerabilidad (colectivos con bajos recursos, mayores en residencias, el creciente número de desempleados, enfermos internados…), con alimentos, tablets, teléfonos, libros…

Y frente a todo ello, los numerosos y preocupantes casos de comportamientos insolidarios e infracciones a las normas marcadas de prevención sanitaria, que erosionan la motivación de adhesión al objetivo colectivo. Comenzando con los episodios de pánico social y la competición egoísta de los primeros días de la crisis sanitaria, por acumular el máximo de recursos disponibles en tiendas y supermercados (alimentos, papel higiénico, productos de limpieza…), hasta continuar con más un millón de denuncias por infracciones a las reglas de circulación pública durante el confinamiento (desplazamiento no permitidos y fuera de horario, celebraciones de reuniones y fiestas colectivas…). Y terminando, con las lamentables situaciones de amenaza, por parte de vecinos a sanitarios o trabajadores de servicios básicos, para invitarles a dejar sus domicilios, por un miedo irracional al riesgo de contagio.

Otros factores de los comportamientos sociales a considerar como vinculados a conductas y actitudes de riesgo, que pueden afectar sobre los procesos de difusión y contagio de virus, serían los “patrones socioculturales” particulares de determinados grupos o colectivos sociales. Desde estas consideraciones, cabe valorar si cierto grado de indisciplina y alta prevalencia de incumplimiento de las normas y llamadas a la responsabilidad, en países mediterráneos como España o Italia, podrían vincularse a una predisposición cultural al relajamiento y relativización de las reglas, o a la tolerancia y consentimiento social benevolente de la picaresca e infracción de la norma. O si el interiorizado liberalismo y creencia en la responsabilidad individual anglosajona, que habría derivado en una amplia resistencia a la actuación del Estado, con restricciones a la libre circulación y actividad (como hemos observado en los casos de Estados Unidos o el Reino Unido), se puede valorar como factor de riesgo añadido a la transmisión del contagio. En esta dirección, la atención a dimensiones socioculturales del comportamiento podría apuntarnos el grado de cumplimiento de las reglas restrictivas durante de la emergencia sanitaria, de determinadas subculturas vinculadas a grupos de edad como la población joven (caracterizada por una impaciente adhesión a prácticas al ocio y gratificación inmediata) o colectivos sociales específicos de determinados barrios con una fuerte “cultura de calle”, convertida en su modo de vida y subsistencia; o patrones culturales actuando como factores de riesgo y vectores de contagio, tales como la celebración de reuniones en la calle de creyentes evangelistas, con cánticos sanadores; o el incumplimiento del confinamiento domiciliario para la asistencia a cultos católicos en pueblos y ciudades tradicionalistas de nuestro país (de modo análogo a como hemos visto que ocurre también, entre los judíos ultraortodoxos en Israel o los Estados Unidos).

Pero al tiempo, para entender las complejas y múltiples variables sociales ligadas a las dinámicas de esta sindemia, hay que tener en consideración múltiples “factores estructurales” que actúan como condicionantes de los comportamientos individuales, y como importantes limitaciones que modulan los grados de seguimiento o adhesión a las indicaciones de responsabilidad y solidaridad, demandados por las autoridades y los discursos mediáticos y sociales, como recursos clave para el afrontamiento de la crisis. Entre estos factores estructurales, todos aquellos elementos que constituyen condiciones de desigualdades en salud, son especialmente relevantes en este contexto de emergencia sociosanitaria, en el que los efectos de estas diferencias se intensifican no sólo como riesgos para la salud en relación con el contagio del virus, sino a través de los múltiples impactos que la crisis y la excepcionalidad sanitaria suponen para la población general (confinamiento, desempleo, saturación de los sistemas asistenciales…).

El primero y más evidente factor de estos factores de desigualdad, con una vinculación directa en la experiencia del confinamiento y sus posibles efectos sobre los comportamientos de riesgo y la salud de las personas, sería las condiciones y características residenciales (dimensiones y calidad de la vivienda). En la medida que resulta obvio, como el tamaño y confort de los hogares, los equipamientos de los barrios y la propia composición y número de las unidades domésticas, constituyen variables muy relevantes a la hora de la vivencia del confinamiento domiciliario, y en el cumplimiento de las normas y restricciones a la circulación restringida y reglada en los espacios públicos.

De modo similar, las diferencias socioeconómicas en términos de acceso y disponibilidad de recursos, con una desigual distribución, también evidenciada de manera incrementada durante el afrontamiento del reto de la crisis, habría condicionado la propia vivencia del confinamiento y la situación con que afrontar la vuelta a la “nueva normalidad”; en un marco de crisis que ha derivado en un rápido crecimiento de la pobreza, a través de sus efectos sobre la parada de la actividad económica y el disparado surgimiento de los ERTEs y EREs en las empresas, y del crecimiento de las tasas de desempleo. El creciente aumento de familias empobrecidas y el agotamiento de los recursos propios de emergencia, han dado lugar a un ingente volumen de demandantes de apoyo a los servicios sociales y ONGs. Y este incremento del número de casos de vulnerabilidad socioeconómica, que ha seguido aumentando durante el periodo de desescalada y el retorno a una nueva normalidad “sin recursos”, se ve expresado en el dramático panorama de las “colas del hambre” y de una emergencia, en amplios segmentos sociales, que ha puesto de manifiesto la deficiente capacidad del Estado para dar cobertura y garantizar los recursos básicos de subsistencia de toda la población; lo que ha llevado hasta la agenda política la necesidad de articular un sistema público capaz de garantizar una “renta mínima vital”. Por supuesto, estos hándicaps socioeconómicos para las personas, contribuyen a la aparición de determinados comportamientos de riesgo en sus experiencias y afrontamiento diario de la crisis, y a través de sus distintas etapas, con los retos que cada uno de ellos plantean.

Por supuesto, otras importantes desigualdades estructurales, como serían las ligadas al género, ponen de manifiesto, con ocasión de la crisis sociosanitaria, la alta prevalencia de situaciones de vulnerabilidad extrema dentro de la población femenina; que ahora se ven agravadas. Así sucede en los numerosos casos de familias monoparentales encabezadas por mujeres, que ante el riesgo de desempleo y el debilitamiento de los sistemas y recursos de servicios sociales, se convierten en sujetos de alta vulnerabilidad en estos contextos. De igual manera, el ya dramático problema de las mujeres y menores víctimas de violencia machista, ve agravadas sus situaciones por efecto del confinamiento con sus maltratadores, sin opciones de distanciamiento, y con sus agresores viviendo condiciones de estrés y frustración que intensifican sus conductas agresivas.

También en este plano de las condiciones socioeconómicas de la crisis sanitaria, las condiciones laborales y sus deficiencias, muestran ahora sus efectos agravados en este marco de emergencia. Así, las condiciones de explotación y hacinamiento de los trabajadores, convertidas ahora en vectores de transmisión y difusión del contagio,  han mostrado este efecto en fábricas asiáticas, pero también en Europa; tal como ha ocurrido en los barracones-dormitorios de trabajadores migrantes en empresas alemanas, en industrias agroalimentarias españolas y en asentamientos de trabajadores migrantes agrícolas en nuestro país. Dentro de esta sindemia de problemas sociosanitarios relacionados, la crisis y sus efectos sobre un desempleo disparado, ha explicitado también como una alta prevalencia de precariedad estructural en la contratación, dentro de nuestro mercado laboral, expulsa a situaciones de vulnerabilidad a una gran cantidad trabajadores en condiciones sobrevenidas de adversidad, como los actuales.

Y otro ámbito de desigualdad estructural e invisibilizado, que ha aflorado, de un modo especialmente dramático ligado a los efectos e impacto de la crisis epidémica son las condiciones de atención a nuestros mayores. El triste impacto de la desproporcionada morbilidad y mortalidad que han sufrido estos segmentos de población, ha dejado patente un panorama previo de discriminación y desatención, por parte de nuestra sociedad y de los sistemas públicos de Bienestar Social, hacía los mayores. El lamentable impacto sufrido en términos de mortalidad, vinculado a una negligente atención asistencial y de cuidados sanitarios sufrida por la población anciana durante esta sindemia, ha servido para hacer visible el afloramiento de la marginación “edadista” de las personas mayores en nuestras sociedades complejas y postindustriales; poniendo de evidencia, una marcada gerontofobia de nuestra cultura (obsesionada con los ideales de cuerpos jóvenes, vigorosos, jóvenes y saludables) hacía aquellos segmentos de la población, erróneamente considerados y excluidos como improductivos e injustamente expropiados de derechos sociales básicos.

Vinculados a todas estas desigualdades en salud prexistentes, en relación a las condiciones socioeconómicas, el género, la edad, etc; la crisis sociosanitaria habría incorporado impactos añadidos a la propia enfermedad por contagio de covid-19, y ligadas al deterioro de las condiciones de bienestar y salud, especialmente, en aquellos segmentos más vulnerables de la población. De hecho, más allá de la evidente tragedia de la epidemia, en término de mortalidad y una amplia morbilidad (con las secuelas que de esta enfermedad se puedan derivar), este largo evento que ha alterado nuestras condiciones de vida, con un mayor trastorno en las condiciones de vida y bienestar de los segmentos sociales más vulnerables, supondrá un empeoramiento de las condiciones de salud en amplios colectivos y grupos de población. Así cabe esperarlo en personas y familias que han sufrido un largo confinamiento en condiciones de hacinamiento, o en viviendas reducidas y/o deterioradas, una situación de estrés mantenido en el tiempo, mala alimentación e incremento de conductas adictivas, etc. Todo lo cual, impactará en probables problemas físicos y de salud mental, como desgraciadamente también sucederá, en muchos casos de personas afectadas por enfermedades crónicas (oncológicos, cardiovasculares…), discapacidad o cuadros de dependencia, y con escasos recursos, que han visto mermados sus cuidados y tratamientos en los servicios públicos (frente a usuarios de servicios privados) de salud, reorientados durante estos meses a la atención prioritaria a la epidemia. Lo mismo cabe suponer, con respecto al agravamiento de cuadros psicopatológicos y psiquiátricos previos, que junto a la merma en la calidad de cuidados, han venido sufriendo condiciones sobrevenidas de estrés, miedo e indefensión que posiblemente agraven sus cuadros clínicos previos.

Y como factor estructural añadido, y vinculado al curso del resto de  problemas confluentes, la mirada hacia las prácticas de nuestros dirigentes políticos, lejos de ofrecer, si no soluciones, al menos acciones y medidas generadoras de confianza y entre la ciudadanía, muestran un ya tristemente habitual paisaje de conflictos partidistas e interesados, ahora intensificados en este contexto de crisis y sobradas acusaciones que lanzarse entre sí. Un panorama de ineficiente liderazgo, al que se suman los comportamientos y discursos contradictorios y poco responsables de las élites políticas y económicas, que orientadas a la competencia por sus intereses particulares (partidistas, electorales, económicos…) contribuyen a la desadhesión, el descreimiento, la confusión y el fomento de la orientación instrumental y particularista de las conductas individuales. Adicionalmente, la emergente práctica en los últimos tiempos de estrategias basadas en el recurso a las psicopolíticas, mediante el manejo instrumental de la información (y la desinformación), de la incertidumbre y las emociones sociales, han encontrado un contexto propicio en el marco de la actual crisis epidémica (o mejor sindémica) para estas prácticas; donde numerosos y múltiples mensajes institucionales y mediáticos orientados a objetivos particulares y coyunturales de los poderes políticos y económicos, construyen discursos interesados, como el caso de las narrativas de la pandemia como guerra y batalla colectiva (Varma, 2020). Unos usos (y a veces, abusos) de la información, como intentos de gestión psicopolítica de ésta, que pueden derivar en efectos no deseados, como la promoción de la incertidumbre, la ansiedad y el miedo social, ligados a unos discursos contradictorios e informaciones confusas y poco tranquilizadoras, que animan a múltiples y diversas conductas de afrontamiento, no siempre alineadas con los objetivos de dichas acciones políticas, ni con los intereses colectivos de la sociedad como grupo (Walker, et al., 2020).

De esta forma, frente a la llamada a la prudencia y la responsabilidad individual y social, en que se fundamenta el discurso preventivo ligado a la “nueva normalidad” (VV.AA., 2020) y la desescalada (como alternativa al control y la sanción administrativa), la compleja realidad social que muestra una situación de crisis y su desconocido curso en los próximos meses (confusión, estrés cronificado, incertidumbre, contradicciones discursivas, informaciones de baja fiabilidad…), constituyen unos ambientes potencialmente patogénicos, que mostrarán sus impactos en unos muy probables deterioros del bienestar social, la salud física y mental, y un muy probable afloramiento de nuevas prevalencias de trastornos y enfermedades, en los próximos tiempos.

Considerando la diversidad y multiplicidad de cuestiones a considerar descritas, en torno a la sindemia que vivimos, queda constancia de que la epidemiología, la investigación biomédica, y en general, la política de Salud Pública encontrará un gran apoyo en el recurso a los enfoques integradores y antropológicos (Kleinman & Watson, 2005; Pfeiffer & Nichter 2008), como modelo apropiado para la aproximación a las múltiples dimensiones de la epidemia (en realidad, sindemia), los procesos de contagio y transmisión del virus, la enfermedad y su vivencia social, como realidad compleja y multidimensional.

Este artículo nos lo envía Rafael Tomás Cardoso, @rtomas_phd, Doctor en Antropología y en Psicología Social, colaborador docente con varias universidades españolas e investigador especializado en los enfoques interdisciplinares en los ámbitos del bienestar y la salud. Ha desarrollado y publicado numerosos trabajos en torno a los enfoques bio-psico-social del comportamiento humano y es miembro de la directiva e investigador de la Asociación para el Estudio de la Ecología Humana.

Referencias científicas y más información:

Beam, J.; Block, P. & Ding, X. (2020). Demographic science aids in understanding the spread and fatality rates of COVID-19. medRxiv, pp. 1-18.

Beck, U. (2002). La sociedad del riesgo: Hacia una nueva modernidad. Paidós, Barcelona.

Esteve, A.; Permanyer, I. y Boertien, D. (2020). La vulnerabilidad de las provincias españolas a la covid-19 según su estructura por edad y co-residencia: implicaciones para el (des)confinamiento. Centre d´Estudis Demográfics. Abril, nº 19, pp- 1-4.

Henning, G. (2020). Reclaiming the social from social distancing. Anthropology EASA, 0. 1-2.

Hernando de Castro, A. (2020). La responsabilidad es nuestra: Correlación entre mortalidad del COVID-19 y movilidad. Naukas, 15 de mayo.

Irons, R. (2020). Pandemic… or Syndemic?. Re-framing COVID-19 disease burden and underlying health conditions. Anthropology EASA, 0. 1-2.

Kalateh, A.; Hossein, M. & Bagheri, K. (2020). Risk Society, global vulnerability and fragile resilience: sociological view on the coronavirus outbreak. Shiraz E-Med. 21(4), pp.1-2.

Kleinman, A.R. & Watson, J.L. (2005). SARS in China. Prelude to pandemic?. Stanford University Press.

Manzo, G.C. (2020). Complex Social networks are missing in the dominant COVID-19 epidemic models. Sociologica 14(1). pp. 31-49.

Marchesi, M. (2020). From sociality to social distancing: reversing values of solidarity in Italy.  Anthropology EASA, 0. 1-2.

Mazzoli, M. et al. (2020) Effects of mobility and multi-seeding on the propagation of the COVI-19 in Spain. merRxiv, may, pp. 1-12.

Pfeiffer, J. & Nichter, H. (2008). What can Critical Medical Anthropology contribute to Global Health?. A health systems perspective. Medical Anthropology Quarterly Vol. 22 (4) pp. 410-415.

Varma, S. (2020). A pandemic is not a war: COVID-19 urgent anthropological reflections. Anthropology EASA, 0. 1-2.

VV.AA. (Eds) (2020). Society after COVID-19: An editorial note. Sociologica 14(1). pp. 1-2.

Walker, P.G.T. et al. (2020). The global impact of COVID-19 and strategies for mitigation and suppression. Imperial College COVID-19 Response Team, pp-1-19.



Por Colaborador Invitado, publicado el 26 junio, 2020
Categoría(s): Divulgación