«Extraterrestre», de Avi Loeb: reseña de un astrofísico cualquiera

Por Miguel Santander, el 10 febrero, 2021. Categoría(s): Astronomía • Ciencia • Libros

Confieso que cuando llegó a mis manos el libro «Extraterrestre», de Avi Loeb, publicado en España por la editorial Planeta, y vi que trataba acerca de ʻOumuamua (aquel visitante interestelar que cruzó fugazmente el Sistema Solar a finales de 2017), corrí a guglear el nombre del autor, convencido de que estaba ante el último delirio del indocumentado de turno. Me equivocaba: el autor era el director del Departamento de Astronomía de Harvard y tenía un currículo investigador que ya querría yo para mí, incluyendo varias publicaciones en revistas con revisión por pares y gran factor de impacto sobre el objeto en cuestión, ‘Oumuamua. ¿Quiere esto decir que lo que sostiene en el libro es inapelable? En absoluto. Pero tampoco que su propuesta, por estrafalaria que resulte, pueda ser despachada con un gesto despectivo de la mano.

La portada del libro ya sugiere que estamos ante la primera evidencia de la existencia de una civilización extraterrestre, y el autor así lo sostiene al ser entrevistado: ʻOumuamua serían los restos de una sonda perdida de una extinta civilización extraterrestre. El interior del libro es, sin embargo, más prudente, y lo que viene a proponer es que la hipótesis del origen artificial de ‘Oumuamua debería tomarse en serio frente la hipótesis alternativa, que se trataría de un asteroide o un cometa. Vamos, que le ocurre un poco lo mismo que a casi cualquier noticia que circula hoy por las redes: el titular es demasiado sensacional y categórico para el contenido de la noticia. Justo por ese motivo conviene mantener la cabeza bien fría y atender a lo que dice el texto tratando de mantener lejos cualquier prejuicio.

A lo largo del texto, Loeb combina pasajes sobre ‘Oumuamua con reflexiones sobre su propia vida. Así, destina una extensión comparable a la que dedica a ‘Oumuamua a narrar el camino de vivencias y decisiones que le llevaron, inexorablemente, a encontrar lo que cree indicios del origen artificial de este intrigante objeto. Entiendo que dicha estructura resalta la humanidad del autor, llevando a empatizar con él y con lo que pinta casi como una cruzada, pero personalmente hubiera preferido menos pasajes de «vida y obra» del autor, y más análisis y debate sobre ‘Oumuamua, el verdadero protagonista del libro. Eso sí, las reflexiones vitales que hace Loeb, en tanto elaboraciones a posteriori, sirven a un propósito no intencionado: situar los sesgos del autor bajo los focos. Y es que Loeb está muy implicado en el proyecto Breakthrough Starshot, que persigue mandar una sonda dotada de una vela solar nada menos que a Próxima Centauri. Y eso es justamente lo que propone que es en realidad ‘Oumuamua. Ya saben: si uno tiene un martillo, todo lo que ve son clavos. Esto no debería sorprendernos lo más mínimo, ya que ni siquiera las personas más brillantes y bien intencionadas pueden escapar de sus propios sesgos.

El verdadero primer visitante interestelar fue Rama, que atravesó el Sistema Solar del mismo modo que ‘Oumuamua. Soy incapaz de entender por qué Loeb no cita esta joya de novela de Arthur C. Clarke ni una sola vez en todo su libro.

Decía que Loeb se describe a sí mismo como un rebelde contra el sistema. Incluso ejemplifica el asunto ilustrándolo con el caso de Galileo contra el Santo Oficio, con aquel (probablemente apócrifo) «Y sin embargo, se mueve». Es posible (lo ignoro) que la comunidad astrofísica estadounidense sea bastante reticente a considerar seria la búsqueda de inteligencia extraterrestre. No ocurre tal cosa, sin embargo, en el entorno en el que me muevo yo (baste como ejemplo el astrofísico español Héctor Socas, cuyo trabajo incluye la búsqueda de tecnomarcadores de una civilización alienígena, y que es muy crítico con las afirmaciones de Loeb sobre ‘Oumuamua). Mi impresión es que la abundante crítica a su propuesta no es tanto por la idea del origen artificial de ‘Oumuamua como por la carencia de una demostración suficiente del mismo: las pegas de los pares son fundamentales para que la ciencia avance. (Y aquí, por cierto, cabría una reflexión que no deberíamos soslayar por incómoda que nos resulte, acerca de qué consideraríamos aceptable como «prueba suficiente» en un caso como este, en el que no es posible repetir las observaciones, lo que en otras situaciones se consideraría el precio esencial a pagar para poder hablar de análisis científico.)

Pero vayamos al meollo del asunto: ‘Oumuamua se descubrió en octubre de 2017, cuando ya había pasado el perihelio, y se alejaba tan rápido que apenas tuvimos un mes para observarlo antes de que se volviera demasiado débil para verlo con cualquier telescopio. ¿Por qué sostiene Loeb que este visitante era artificial? A grandes rasgos, el argumento en el que fundamenta su propuesta es la combinación de tres hechos: la forma estrecha y alargada (como la de un cigarro, pero también como la de una hoja de papel), su inusual reflectancia (o albedo), compatible con una pulida superficie de metal, y el modo en que se aceleró al circunvalar el Sol. No es extraño que los cometas se aceleren al pasar junto al Sol debido a la eyección de agua y otros compuestos sublimados por el calor de nuestra estrella; sin embargo, ningún telescopio de los muchos que se volvieron hacia ‘Oumuamua en aquellos días detectó la cola que habría revelado un origen cometario. Es más, según el modelo que mejor explica su trayectoria, su aceleración disminuyó con el cuadrado de su distancia al Sol. Tal como lo haría un velero solar.

Trayectoria calculada para ‘Oumuamua a partir del mes escaso de observaciones realizadas tras su descubrimiento en octubre de 2017, hasta que ya no pudo ser detectado.

El autor presenta estos hechos hábilmente, de modo que el origen natural de ‘Oumuamua parece tan improbable como podría parecer, de entrada, su explicación alternativa. El problema es que, del mismo modo que decía que no podemos desechar sin más sus argumentos, tampoco podemos desechar sin más los de la comunidad, que sigue convencida de que las observaciones de ‘Oumuamua son compatibles con un origen natural del mismo. Me hubiera gustado que el libro ahondara más en los claroscuros de este asunto, analizando y ponderando en su medida cada uno de los datos y sus posibles interpretaciones.

A mi juicio, más allá del debate sobre la detección o no de una cola cometaria, la mayor objeción que se me ocurre a la hipótesis de Loeb es la siguiente: sabemos que el objeto giraba sobre sí mismo una vez cada 7 horas y 20 minutos, de ahí que Loeb sugiera que se trata de una sonda a la deriva de una civilización extinta, y no una nave operativa. El problema es que una vela solar que girara sin control difícilmente produciría el mismo patrón de aceleración que otra orientada del modo adecuado para maximizar el empuje (que caería entonces con el cuadrado de la distancia). El autor no hace referencia alguna a esta aparente contradicción en su argumento (lo que me resulta muy sorprendente, dado que fue lo primero que pensé al leerlo).

Curva de luz de ‘Oumuamua según el VLT (Meech et al.), que demuestra que este objeto giraba sobre sí mismo cada 7 horas y 20 minutos.

Con todo, «Extraterrestre» me parece un libro interesante, que conviene leer prevenido de que el autor barre todo lo que puede para su casa (lo cual no es ni mucho menos exclusivo de Avi Loeb, la verdad sea dicha), aunque también una oportunidad perdida para tejer una interesante historia sobre lo que supuso la detección de Oumuamua como primer objeto interestelar, como lamentaba Carlos Briones en una reciente conversación que tuve con él en Tuiter.

¿Dónde deja esto a ‘Oumuamua? ¿Qué era entonces este extraño visitante de otra estrella? La respuesta más honesta que se me ocurre es «no lo sé». Considerando el conjunto, lo más probable es que se tratara de un cometa o un asteroide con propiedades inusuales. Nunca lo sabremos (podríamos haber lanzado una sonda que lo persiguiera si hubiéramos reaccionado pronto, pero ya es tarde para eso). Lo que sí sé es que la idea de que ‘Oumuamua sea un artefacto de una civilización alienígena es tan fascinante como improbable.



Por Miguel Santander, publicado el 10 febrero, 2021
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