Unos dos años después de que Colón se tropezara con América en viaje al Oriente, aún permanecía sin conquistar la isla de Tenerife. Las anexiones de nuevos territorios a la corona de Castilla se sucedían una tras otra pero Las Afortunadas parecían resistirse a correr el mismo destino que el Nuevo Mundo.
Si bien la conquista de Lanzarote, Fuerteventura y el Hierro fue llevada a cabo a principios del siglo XV por Jean de Bethencourt y Gadifer de la Salle, y la de La Gomera por Hernán Peraza “el Viejo” en torno a 1430 (se llamó a éstas, islas de señorío), la conquista de Gran Canaria, La Palma y Tenerife tuvo que ser acometida con apoyo de La Corona y dejó en su haber alguna de las mayores derrotas del ejército castellano de la época.
Así, tras tomar Gran Canaria y La Palma, el encargo de conquistar Tenerife recayó en Fernández de Lugo, que había terminado la de Gran Canaria y conseguido la de La Palma. Sin embargo, no empezó con buen pie el de Lugo, que era de Sanlúcar de Barrameda, a pesar de contar con el apoyo de casi la mitad de los territorios en los que estaba dividida la isla…
-¿Cuál es la táctica, Señor?
-Nos metemos por esos riscos y barrancos sembrando la muerte a nuestro paso.
-Pero luchando en su terreno les estamos dando ventaja.
-Va, ventaja ni nada.
Y, efectivamente, sembraron la muerte… pero la de unos dos mil castellanos y la de unos cuantos dientes que le arrancó de cuajo una pedrada al mismísimo Fernández de Lugo. La Matanza de Acentejo fue llamada posteriormente aquella batalla (aún hay un pueblo que lo recuerda).
Sin embargo, no todo lo que pudo ir mal fue mal para Fernández de Lugo; por otro lado, Bencomo, el líder de los bandos de guerra guanches decidió contraatacar en la que se llamó la Batalla de Aguere (en la actual San Cristobal de La Laguna)…
-¿Cuál es la táctica, Señor?
-Nos metemos por esa llanura sembrando la muerte a nuestro paso.
-Pero luchando en su terreno les estamos dando ventaja.
-Va, ventaja ni nada.
Y, efectivamente, sembraron la muerte… pero la de unos mil setecientos guanches y la del mismísimo Bencomo.
Conclusión: la primera enfermedad contagiosa que posibilitó la derrota de los guanches fue, sin duda, la estupidez.
Vayamos a por la segunda…
Tras la batalla de Aguere, en pleno invierno de 1494-1495, los cronistas recogen la aparición de lo que llamaron la modorra o moquillo entre los guanches…
“En este tiempo, por el año de mil y cuatrocientos y noventa y cuatro, ahora fuera por permisión divina, que en castigo de la matanza que los años atrás los naturales en los españoles habían hecho, ahora fuese que los aires, por el corrompimiento de los cuerpos muertos en las batallas y encuentros pasados, se hubiesen corrompido e inficionado, vino una tan grande pestilencia, de que casi todos se morían, y esta era mayor en el reino de Tegueste, Tacoronte y Taoro, aunque también andaba encarnizada y encendida en los demás reinos”. Fray Alonso de Espinosa.
“…estaban todos enfermos caiendose muertos de sus pies, alli havia grandes cantidades de cuerpos unos serca del agua muertos, otros emparedados en cuebas, y paredones a modo de hornillos, y todo era horroroso, y entrado el tiempo de la quaresma no parecia un hombre vivo por todos aquellos campos y sierras”
Tomás Arias Marín de Cubas.
Invirtió tanto tiempo en hacerse médico que olvidose de la ortografía. Mira, ahora que lo pienso, no es el único que conozco.
Se estima que la modorra mató entre 3000-5000 guanches sólo en los bandos de guerra. Considerando que la población de la isla rondaba los 20.000 habitantes, guanche arriba guanche abajo, constituyó, en la práctica (cierto que aún se celebró una última batalla que sería llamada La Victoria de Acentejo), el fin de la resistencia de los guanches. Más si tenemos en cuenta que la enfermedad apenas afectó a las tropas españolas.
“Fue tan grande la mortandad que hubo que casi quedó la isla despoblada…” Fray Alonso de Espinosa.
Pero, ¿qué era la modorra? Veamos:
Las batallas de Acentejo y Aguere habían dejado gran cantidad de cadáveres putrefactos. Los cadáveres se convirtieron en zombies y como en las filas españolas veneraban a uno de ellos atacaron a los guanches… pero el mal sólo atacó a los guanches luego, fue un castigo divino por La Matanza de Acentejo…
Una enfermedad de carácter infeccioso que afecta a ambos sexos, sin distinción de edad, que duró unos 3 o 4 meses coincidiendo con un invierno frío como pocos en Tenerife y con altísimas tasas de morbi-mortalidad.
Atendiendo a las escasas descripciones que tenemos de la modorra, sus síntomas serían: fiebre alta de inicio (“fiebre maligna”) con rinitis (“moquillo”), presentando un curso clínico muy rápido (horas o pocos días) y acompañándose de distress respiratorio grave con dolor de origen pleurítico y terminando en un estado comatoso o letárgico profundo (“sueño veternoso”) que acababa con la muerte del paciente en prácticamente la mitad de los casos.
Tiempo para pensar ha habido de sobra, y muchos han sido los que se han aventurado a dar un posible diagnóstico:
— Rabia, poliomelitis, fiebre tifoidea, fiebre amarilla,… aunque el cuadro clínico no termine de encajar.
— Tripanosomiasis africana… aunque su vector no aparece en Canarias.
— Viruela, varicela, tifus exantemático epidémico, escarlatina, sarampión,… aunque para ello haya que obviar la no presencia en las fuentes de síntomas tan llamativos como rashes cutáneos o exantemas.
— La peste… aunque, dado que era una enfermedad conocida por los españoles, tendría que haber sido recogida con este nombre y no con el de modorra.
Sin embargo, teniendo en cuenta las características clínicas, la época y que afectara únicamente a los guanches, y aunque tenemos que asumir que estamos dando pasos sobre arenas movedizas, quizá la hipótesis más acertada sea la de considerar a la modorra una enfermedad común en los españoles y desconocida por los guanches y su sistema inmune que provocó una epidemia de suelo virgen. ¿Cuál?
Según proponen Conrado Rodríguez y Justo Hernández en “El enigma de la modorra”, una gripe, una gripe de toda la vida agravada por dos de sus posibles complicaciones: la neumonía y la encefalitis letárgica, epidémica o de Von Economo.
Claro que siempre hay que considerar el factor cronista como posible factor precipitador del error. Basta considerar, y hay investigadores que así lo consideran, que la enfermedad también atacó a las tropas españolas (aunque no fue recogido por los cronistas por aquello de ser testigos de un milagro) para tener que empezar la búsqueda desde el principio. Así, y hablando del factor deformante de los cronistas, observemos detenidamente lo que Abreu Galindo comenta tras la desafortunada derrota guanche de Acentejo:
“…los monarcas guanches se fueron entregando a discreción y Fernández de Lugo “los acarició amorosamente” y les pidió “que se tornasen cristianos… diciéndoles que los dejaría en su tierra, con sus haciendas…”.
Abreu Galindo
Cuando realmente hubiera reflejado mejor la situación de haber escrito…
—¿Ves, mi querido mencey, lo que se ve allá en el horizonte?
—No, Fernando, no lo veo.
—Fíjate bien, pardiez.
—¿Pero qué se supone que tengo que ver?
—Cuenca…
Conclusión: la segunda enfermedad contagiosa que acabó con la resistencia guanche pudo ser la gripe, la de toda la vida. O casi.
Ya lo decían los romanos y antes que ellos los chinos: “Estornuda y vencerás”.
O algo así.
Neurólogo en La Palma. De la mano. Intento hacer ciencia, pero a veces cruzo los dedos.