Diez de octubre de 1984. El transbordador espacial Challenger orbita la Tierra a 365 km de altura durante la misión STS 41-G con siete tripulantes a bordo. Era el sexto vuelo del Challenger y la primera vez que dos mujeres formaban parte de una tripulación. Una de ellas, Kathryn Sullivan, realizaría el primer paseo espacial de una norteamericana en lo que sería el momento álgido de la misión.
Sin embargo, ese día tuvo lugar un grave incidente que puso de manifiesto que el enfrentamiento entre las superpotencias había llegado al espacio. Mientras la nave sobrevolaba la Unión Soviética, un láser de baja potencia iluminó el vehículo repetidamente. Varios sensores ópticos de navegación resultaron afectados e incluso un miembro de la tripulación resultó cegado momentáneamente. Si la potencia del láser hubiese sido ligeramente mayor, la ceguera podría haber sido permanente. Al desplazarse a 28000 km/h en su órbita, el Challenger pronto dejó atrás la zona de origen del láser atacante. Aunque los daños fueron despreciables, se trataba a todas luces de un acto hostil en plena Guerra Fría cuyas consecuencias podrían haber sido gravísimas.
Los EEUU presentaron una queja formal ante la Unión Soviética, aunque el asunto pasó bastante desapercibido en la prensa de la época. Probablemente, porque los Estados Unidos no querían atraer excesivamente la atención de los medios sobre este tema, ya que ellos mismos llevaban años investigando el uso de armas láser en el espacio.
Lo que no sabía la tripulación del Challenger es que la orden del “ataque” láser había partido de las más altas esferas del gobierno soviético. El propio ministro de defensa de la URSS, Dmitri Ustínov, había ordenado la acción como represalia por la decisión de los Estados Unidos de continuar con su Iniciativa de Defensa Estratégica. Este programa, -SDI según sus siglas en inglés, más conocida por el público como “Guerra de las Galaxias” o Star Wars– era una prioridad del presidente Reagan y su objetivo era la militarización del espacio con el fin de neutralizar un posible ataque nuclear soviético.
El láser atacante formaba parte del complejo Terra-3, situado en el polígono militar de Sary-Shagan. Estas instalaciones se encontraban a la orilla del lago Baljash, en Kazajistán. El objetivo del programa Terra-3 era desarrollar láseres capaces de localizar satélites enemigos y cegar sus delicados instrumentos ópticos. A más largo plazo no se descartaba la posibilidad de destruir satélites directamente, además de investigar la viabilidad de usar armas láser para derribar misiles balísticos intercontinentales, de forma similar a las propuestas de varios proyectos de la SDI norteamericana.
El complejo había sido construido por la oficina de diseño OKB Vympel a finales de los años 60 y contaba con prototipos de varios láseres potentes -más de 500 kW- de rubí y gas (dióxido de carbono), así como el láser LE-1, de menor potencia, destinado a localizar con precisión objetivos espaciales. Sería este láser LE-1 del Polígono A de Sary-Shagan, con un espejo de 1,3 metros, el empleado en iluminar el transbordador espacial.
Cuando el Challenger sobrevoló Sary-Shagan el 10 de octubre de 1984, fue detectado por el radar 5N22 Argun. Sus coordenadas orbitales fueron inmediatamente transmitidas al complejo LE-1, desde donde se procedió a iluminar la lanzadera con un haz láser para poder afinar la posición del objetivo, primer paso antes de un ataque con láseres más potentes. Por suerte, los láseres de más potencia no estaban operativos en esa época -aunque los EEUU no tenían forma de saberlo- y el suceso se quedó en un mero “aviso”. El toque de atención de Ustínov era una forma de demostrar a los EEUU que la Unión Soviética también tenía la tecnología para desarrollar una respuesta -aunque fuese asimétrica- a la SDI. Por otro lado, la elección de la lanzadera espacial como como objetivo tampoco fue algo casual.
El programa del transbordador espacial, o shuttle, había sido desarrollado conjuntamente por la NASA y el Departamento de Defensa de los EEUU a principios de los años 70. Esto explica que la lanzadera fuese concebida desde un primer momento para tener numerosas aplicaciones militares, desde poner en órbita satélites espía hasta interceptar y capturar naves enemigas.
Para la cúpula militar soviética, las aplicaciones militares del transbordador estadounidense despertaban una profunda inquietud. Según los planes de la NASA, la nueva nave norteamericana debía despegar decenas de veces al año con el fin de abaratar el acceso al espacio y dejar atrás los enormes costes del programa Apolo.
Pero los ingenieros y científicos soviéticos habían asegurado una y otra vez que, simplemente, no existía una demanda de satélites que justificase un ritmo de lanzamientos tan alto. Los militares soviéticos llegaron a la conclusión de que la NASA mentía y que la única explicación posible para justificar la introducción del transbordador tenía que ser de naturaleza militar. El Kremlin dedujo que un transbordador lanzado en una órbita polar desde la base de Vandenberg podría realizar maniobras hipersónicas en la alta atmósfera y alcanzar Moscú desde una dirección distinta a la prevista en caso de un ataque con misiles. De este modo, el shuttle podría servir como una magnífica arma ofensiva para iniciar una guerra nuclear preventiva.
Pese a que los científicos soviéticos consideraban que este escenario era poco probable, la paranoia generada entre los militares alcanzó cotas nunca vistas, por lo que se tomó la decisión de desarrollar un programa espacial similar al transbordador estadounidense “por si acaso”, programa que terminaría siendo conocido como Energía-Burán.
Aunque la misión STS 41-G era civil, el incidente láser fue un intento de los militares soviéticos para demostrar la vulnerabilidad del shuttle como arma ofensiva. Paradójicamente, sólo siete años después de que el Challenger fuese considerado un objetivo militar, la Unión Soviética desapareció, así como la mayor parte de proyectos de la SDI. Las instalaciones láser de de Sary-Shagan fueron abandonadas paulatinamente. Después de todo, el gobierno de Kazajistán no tenía el menor interés en mantener estas reliquias de la Guerra Fría.
Desgraciadamente, no se puede decir lo mismo de otros programas militares espaciales que siguen recibiendo financiación a día de hoy. Para muchos países, el espacio continúa siendo un campo de batalla.
Referencias:
– Terra 3, Encyclopedia Astronautica.
– Iz istorii sozdania vysokoenergetichestikh lazerov y lazernykh sistem v SSSR, P. V. Zarubin y S. D. Polskikh. U SPRN: novye optichekie sredstva, K. Lantratov. Novosti Kosmonavtiki (Nº 3, 2000)
– «ABM And Space Defense», A. Karpenko (1999).
– Oruzhie XXI veka, A. Yevgenyev, S. Nikolayev.
Daniel Marín es astrofísico de formación y divulgador científico de pasión. Ha recibido el Premio Bitácoras 2012 y el Premio 20Blogs 2015 al mejor blog en la categoría de ciencia, así como el Premio Naukas 2013 al mejor blog de divulgación científica. Colaborador de la revista Astronomía, es miembro de la Agrupación Astronómica de Gran Canaria (AAGC) y de la Asociación Astronómica y Educativa «Henrietta Leavitt» (AAEC). De vez en cuando suele asistir al lanzamiento de alguna nave espacial.