Soy un cereal

Por Colaborador Invitado, el 27 septiembre, 2016. Categoría(s): Divulgación • Historia

cereal

Tal vez te sorprendas, pero todo lo que eres, me lo debes.

Si… no me mires con ese rostro perplejo. Me debes mucho más de lo que puedes imaginarte. Así que, mejor siéntate y escucha esta historia:

Imagínate que eres un humano prehistórico y que transcurres tu vida en alguna remota región, hace unos 8.000 o 9.000 años atrás. Tu vida seguramente era bastante más difícil de lo que sospechas. Vives en pleno neolítico, donde tu alimentación depende de la caza y la pesca con algunas primitivas armas de piedra, o si tienes suerte, de la recolección de frutos y semillas en las épocas estivales.

A decir verdad, tu día es bastante complicado: desde que de despiertas al alba hasta que buscas refugio al anochecer, has pasado la gran mayoría del tiempo tratando de conseguir algo de alimento… lo que no es fácil cuando otras tribus están compitiendo con la tuya por alguna pieza de caza o los frutos de algún árbol. De hecho es altamente probable que pasen algunos días antes de que puedas conseguir suficiente sustento para ti y los tuyos.

Tu grupo no puede quedarse quieto, y siempre debe estar trasladándose de un lado a otro para conseguir agua, o seguir alguna manada. Obviamente movilizarse rápido implica ser un grupo reducido de individuos, así que solo estás tú, tu familia y algunos allegados para ayudarte en el complicado trabajo de conseguir alimento.

Ya anocheció… y hay que cuidarse de los predadores (ya sean animales u otros grupos humanos) que pueden estar interesados en esa pieza de caza que conseguiste con tanto esfuerzo.  Tal vez aquella cueva sea un buen refugio por ésta noche… siempre que no esté ya ocupada.

La comida que conseguiste solo alcanzará para uno o dos días, así que mejor descansa todo lo que puedas, antes de volver a la búsqueda de más alimento… el clima no ayuda y deberás esperar a que pase esa tormenta que viene por el horizonte. Mientras tanto, deberás procurar defender tu cueva de otros intrusos, aprovechar para acondicionar tus herramientas y armas de piedra, y sobre todo mantener vivo el fuego hasta que debas moverte nuevamente.

No hay muchos niños en tu grupo… la mayoría de ellos murió al nacer, o no sobrevivió los primeros días… eso de estar moviéndose permanentemente no ayuda a que los pequeños puedan sobrevivir los primeros meses, y solo unos pocos lo logran.

Por otro lado, el anciano de tu grupo ya superó los treinta años… le es difícil comer porque ha perdido varios dientes, su piel muestra las cicatrices de los combates pasados y sufre los dolores de viejas fracturas. ¡Es muy raro que alguien sobreviva tanto! sin duda es un hombre de suerte, y debes aprovechar su experiencia… seguramente no pasará el próximo invierno; posiblemente tú no logres vivir tanto como él, así que aprende de sus saberes mientras puedas.

Como ves, no es una vida fácil la que tienes por delante.

Pero en un momento de tu vida algo cambió.

Algo simple, casi intrascendente… te abrió un camino totalmente nuevo.

Por algún extraño motivo, pese al trajín diario, aquel día prestaste atención a un hecho que cualquier otro humano pasaría por alto:

Allí donde hace unos pocos días habían caído unas pocas semillas del cereal maduro que recogiste junto al río y que te sirvieron de circunstancial alimento por unas jornadas… justo allí, en el barro húmedo detrás de esa charca, unos tiernos brotes comenzaban a crecer.

Es curioso, pero te diste cuenta que de esos brotes podría nacer una nueva planta, así que te esmeraste en protegerlos.  Cada vez que volvías a buscar agua al río, observabas cómo crecía, procurabas mantener húmedo el suelo, y quitabas las malezas.

Lo que no sabías, es que yo era una de esas pequeñas plantas.

Sin saberlo me estabas ayudando a vivir, para poder contarte esta historia: La historia de uno de los mas importantes eventos de la cultura humana.

Ese día, descubriste algo que hoy llamas “agricultura” y comprendiste que nosotros, los cereales, podríamos formar parte de tu vida. Pronto descubriste que con pocas semillas obtenías abundante cosecha… y eso te permitía alimentarte a ti y tu familia durante más tiempo.

A partir de aquel día, formé parte de tu vida.

pan

Ahora, piensa:

¿Cuántos logros fueron posibles para los humanos gracias a nosotros?

De pronto, no necesitabas movilizarte tanto, y podías permanecer junto al río más tiempo. Tal vez al principio solo permanecías unos pocos días para la siembra, y luego retornabas para la cosecha… pero en la medida que tus cultivos se volvieron más importantes, era posible pasar largos meses sin tener que sufrir hambre o combatir por el alimento.

Eso generó algo que no conocías y que jamás habías disfrutado: el tiempo libre.

¡Imagínate ese cambio! ¡de correr todo el día tras una manada, a poder compartir momentos de paz y alegría con los tuyos! Ni siquiera el anciano, que había muerto en aquella cacería hace unos meses, se lo hubiera imaginado.

Tener tiempo libre y poder permanecer en un solo lugar permitió que tus niños crecieran con menos riesgos, y pronto tu grupo aumentó en varias decenas de personas. Eras el líder y por lo tanto, debiste organizar sus vidas: los más hábiles se dedicarían a fabricar y perfeccionar las herramientas para la labranza… los más fuertes y ágiles a la defensa del grupo… los más perspicaces, a diseñar nuevas armas y tácticas… y las mujeres a mantener las pieles, hilar fibras y confeccionar tejidos, mientras cuidaban a los niños.

Pronto la cosecha se volvió tan abundante que necesitabas construir nuevos lugares y vasijas para almacenarla… inventaste la alfarería.

Y como es lógico necesitaste mantener algún control sobre tus reservas… inventaste la escritura.

Sin que pasara mucho tiempo, alguno de los tuyos se quejaban de que su ración no era del todo equitativa… debiste inventar las medidas.

Luego te diste cuenta que, si lograbas encontrar la manera, podrías calcular cuánto tiempo alcanzarían las reservas y saber a tiempo si era necesario conseguir más… casi sin darte cuenta, inventaste las matemáticas.

Con la escritura, las medidas y las matemáticas empezaste a planificar tu vida y la de tu gente… tenías el conocimiento y podías transmitirlo a otros!  debías registrarlo para que las futuras generaciones conocieran tus logros! …y al poco tiempo habías comenzado el largo camino de escribir la historia.

Empezaste a relacionar la época del año con el crecimiento de las plantas, y las comenzaste a comparar con el sol, la luna y las estrellas… inventaste el calendario, y poco después la astronomía.

Pronto caíste en la cuenta de que podías intercambiar tus excedentes con otras familias y otros pueblos… primero descubriste el trueque, pero muy pronto encontraste que todo era más fácil si utilizabas una unidad de cambio común con otros grupos humanos, como la sal o cualquier otro bien preciado… entonces inventaste el dinero. Como consecuencia, nació el comercio, y de él la prosperidad de tu pueblo.

Tus pueblos se convirtieron en ciudades, tus ciudades en reinos… ¡debías mantener el orden social a toda costa! entonces primero inventaste las religiones, y luego las leyes que rigieran tu imperio, los tribunales y los ejércitos.

Toda tu cultura se expandió como el rayo, conquistaste nuevos pueblos… cambiaste la historia del mundo, desde el milenario oriente hasta la ignota América… y siempre, en todos esos lugares, estuve allí para asegurarte el alimento.

En pocos siglos ya nadie se acuerda de aquella vida azarosa, corriendo tras las manadas o recogiendo los frutos que encontrabas en el camino.

Tu mundo había cambiado para siempre… gracias a aquella semilla hundida en el fango de aquel río cuyo nombre ya ni recuerdo.

Mírate ahora: Compárate con aquellos primitivos pueblos!

¿Qué hubiera sido de ellos sin el maíz, el arroz, la cebada, el trigo, la avena  o el centeno?

¿Donde estarías hoy, si no nos hubieran conocido?

Tu piensas que soy apenas tu alimento… mejor piénsalo dos veces.

Mira a tu alrededor…

Todo lo que poseas, todo lo que te conforta o te hace sentir seguro, todo lo que sepas, tus oficios o profesiones, todo tu arte y tu cultura… de alguna manera extraña… me lo debes.

Este artículo nos lo envía Daniel Hazeldine. Ingeniero químico de profesión, docente por vocación, divulgador por pasión.Vive y hace docencia en un colegio técnico en una pequeña ciudad del interior de Argentina. Podéis visitar su blog Curioseantes y seguir sus actualizaciones en su twitter @curioseantes.

Puedes leer todos los artículos en Naukas de la serie «Soy…» de Daniel en este enlace.

Fuente de las imágenes:

http://vidaenlatierra.com/especies/plantas/trigo/campo-trigo-atardecer.jpg

https://es.wikipedia.org/wiki/Cereal

 



Por Colaborador Invitado, publicado el 27 septiembre, 2016
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