Escultores de cerebros

Por Colaborador Invitado, el 11 junio, 2019. Categoría(s): Biología • Divulgación • Neurociencia

Seguro que has oído alguna vez a alguien decir eso de “yo es que soy así y no hay nada que pueda hacer” o “la gente no cambia”. Pero la realidad es que estamos en constante cambio. Aunque tengamos la convicción de que somos la misma persona a lo largo de nuestra vida, todos hemos sentido cómo, con cada nueva experiencia, con cada nueva persona que conocemos, algo cambia en nosotros, aunque sea sólo un poco. Y es que nuestro cerebro no es un órgano inmutable. Más bien todo lo contrario.

Antes, los científicos pensaban que nuestro cerebro adulto no cambiaba en su estructura, salvo por los cambios debidos al envejecimiento o a enfermedades neurológicas. Es decir, si había algún tipo de cambio, era para mal. No había ninguna muestra de que las neuronas pudieran replicarse y se creía que estas células estaban tan especializadas que habían perdido su capacidad de proliferar.

Sin embargo, a finales de los 90, una serie de estudios confirmó la formación de nuevas neuronas en el cerebro adulto de ratones y demostró que había más neuronas nuevas en los ratones que vivían en ambiente más estimulantes, con más espacio, juguetes e interacciones sociales.

Unos años después, en 2004, se observó por primera vez en humanos un aumento de sustancia gris después de aprender una nueva habilidad, en concreto, hacer malabares. Este descubrimiento fue una primera prueba de que las experiencias que vivimos moldean nuestro cerebro. Múltiples artículos científicos demostraron después que nuestras vivencias pueden influir en la estructura de nuestro cerebro. Desde aprender un nuevo idioma a tocar un instrumento. Es lo que en neurociencia conocemos como plasticidad cerebral.

Este término se acuñó para referirse a la capacidad del cerebro de cambiar en respuesta al ambiente. Un material plástico es aquel que se deforma de manera irreversible cuando se le aplica una fuerza externa. Cuando hablamos de la plasticidad del cerebro, no nos referimos literalmente a una deformación física del cerebro por una fuerza, sino que es una metáfora que empleamos para ilustrar la naturaleza cambiante de este órgano en respuesta a su entorno. Pero no sólo generando neuronas nuevas se moldea el cerebro.

Cuando aprendemos algo nuevo, se crean nuevas conexiones entre neuronas. Estas conexiones se refuerzan cuanto más repitamos la acción. Es así, con mucha práctica, como conseguimos dominar un nuevo idioma, aprender a patinar o memorizamos la tabla de multiplicar, gracias al fortalecimiento de los circuitos cerebrales implicados. Pero si dejamos de practicar, perdemos fluidez hablando inglés, soltura sobre ruedas e incluso podemos tener algún que otro lapsus y necesitar la calculadora para multiplicar según qué números.

Esto ocurre porque si dejamos de utilizar un circuito neuronal concreto, la conexión entre las neuronas se debilita y el circuito no es tan eficiente. Los circuitos de nuestro cerebro son, en cierta forma, parecidos a los caminos que nos podemos encontrar en el campo. Si un camino se transita frecuentemente, normalmente está bien delimitado y es fácil de caminar por él. Pero si deja de usarse, la hierba empieza a crecer y se va difuminando poco a poco. Si queda olvidado el suficiente tiempo, la maleza puede llegar a hacer que sea completamente intransitable.

De manera similar, los circuitos neuronales que más utilizamos son los más accesibles, pero siempre podemos crear uno nuevo aprendiendo una nueva habilidad o repitiendo una acción el suficiente número de veces hasta que se convierta en un hábito. Como dijo Machado, “caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. Está en nuestras manos decidir qué caminos queremos explorar y cuáles preferimos dejar atrás. Así, poco a poco, si tenemos suficiente constancia, podemos convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos. Al fin y al cabo, todos somos escultores de nuestro propio cerebro.

 

Este artículo nos lo envía Clara García, licenciada en Bioquímica, máster en Neuroimagen y doctora en Neurociencia por la Universidad de Barcelona. Actualmente está finalizando un posgrado en Comunicación Científica en la Universidad de Cambridge (Reino Unido). En su canal de YouTube “Cerebrotes” habla sobre el cerebro y cómo nuestro estilo de vida impacta nuestra salud física y mental. Podéis seguirla también en Twitter: @Cerebrotes.

Referencias científicas y más información:

  1. van Praag, H., Christie, B. R., Sejnowski, T. J. & Gage, F. H. Running enhances neurogenesis, learning, and long-term potentiation in mice. Proc. Natl. Acad. Sci. U. S. A. 96, 13427–31 (1999).
  2. Li, P., Legault, J. & Litcofsky, K. A. Neuroplasticity as a function of second language learning: Anatomical changes in the human brain. Cortex 58, 301–324 (2014).
  3. Citri, A. & Malenka, R. C. Synaptic Plasticity: Multiple Forms, Functions, and Mechanisms. Neuropsychopharmacology 33, 18–41 (2008).
  4. Agranoff, B. W., Cotman, C. W. & Uhler, M. D. Synaptic Plasticity as a Model for Learning and Memory Research. (1999).
  5. Barrett, K. C., Ashley, R., Strait, D. L. & Kraus, N. Art and science: how musical training shapes the brain. Front. Psychol. 4, 713 (2013).
  6. Draganski, B. et al. Changes in grey matter induced by training. Nature 427, 311–312 (2004).
  7. Kempermann, G., Kuhn, H. G. & Gage, F. H. More hippocampal neurons in adult mice living in an enriched environment. Nature 386, 493–495 (1997).
  8. Kuhn, H. G., Dickinson-Anson, H. & Gage, F. H. Neurogenesis in the dentate gyrus of the adult rat: age-related decrease of neuronal progenitor proliferation. J. Neurosci. 16, 2027–33 (1996).

 

 

 

 

 



Por Colaborador Invitado, publicado el 11 junio, 2019
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