La coleccionista de sueños (un relato de especulación científica)

Por Colaborador Invitado, el 1 enero, 2020. Categoría(s): Divulgación

El sonido de la alarma me despertó súbitamente. Había elegido ese molesto tono agudo para poder pasar del sueño a la vigilia lo antes posible. Inmediatamente grité la palabra “bicho” y dicté en voz alta lo que recordaba del sueño que acababa de tener para que fuese registrado por el móvil que había dejado sobre la mesilla. Así lo venía haciendo casi todas las noches desde hacía más de tres años.

El sonido de la alarma era virtual, realmente era la sensación que me hacía sentir el microchip que tenía instalado en el cerebro. Me había resistido a implantarme el bicho – ¡así le llamaba yo al microchip cuyo nombre comercial era ALEXI! – pero no pude evitarlo pues se había convertido en un interfaz universal, creado por la empresa GOOGOL, que permitía conectarse con cualquier artilugio electrónico. Te lo insertaban bajo la piel en la parte de atrás de cabeza, conectado con el neocórtex a la altura de los lóbulos occipitales. Habitualmente los ponían en los centros de tatuaje, no sé el motivo.

ALEXI mostraba en el cerebro las imágenes y sonidos que recibía del móvil y otros dispositivos. Al implantármelo, durante algún tiempo necesité interactuar directamente con el móvil que lo llevaba como un reloj de pulsera en la muñeca. Poco a poco aprendí a comunicarme con él simplemente pensando. Por ejemplo: Si buscaba un restaurante me concentraba en el mensaje “buscar restaurantes” cerraba los ojos e inmediatamente “veía” la información solicitada. Si querías saber algo podías buscar con el pensamiento dentro de la Wikipedia. Incluso te permitía entenderte en infinidad de idiomas. Si te cruzabas con un desconocido y querías saber algo sobre él bastaba fijarte en su imagen e inmediatamente tenías una avalancha de información de esta persona, normalmente procedente del rastro que todo el mundo iba dejando en las redes sociales. Solo los muy cauteloso conseguían tener cierta privacidad restringiendo mucho su exposición a las redes sociales, pero la mayoría de la gente actuaba de manera bastante insensata, al menos a mí me lo parecía. Afortunadamente ALEXI no podía grabar los pensamientos, pero estaba convencida que eso era cuestión de tiempo. Yo procuraba mantenerlo desconectado la mayor parte del tiempo, era sencillo hacerlo, bastaba con pensar o decir “apágate”. Para ponerlo en funcionamiento se pensaba o decía una palabra convenida, que en mi caso era: bicho.

Estas facilidades me habían venido muy bien desde que adquirí la manía de escribir mis sueños. Todos los días a media noche cuando el “bicho” detectaba que estaba soñando, pero estaba a punto de pasar al estado de vigilia, me hacía sentir el sonido de una alarma que me despertaba súbitamente. No sé cómo lo hacía. Creo que medía la actividad cerebral y detectaba cuándo estaba al final de la fase REM que al parecer es la fase en que se sueña. El hecho es que al despertarme recordaba bastante bien lo que acababa de soñar y lo dictaba. Así mantenía mi diario de sueños.

Cada noche en el sueño me despertaba en algún momento de mi vida pasado. A partir de ese momento, ocurría algún hecho , normalmente insignificante , que modificaba el resto de mi vida. Así fui coleccionando vidas. Los sueños compensaban mi solitaria y anodina vida real, como si tuviese la experiencia de miles de vidas. Normalmente no me ocurrían cosas fantásticas o poco creíbles, ni me convertía en una persona con cualidades muy distintas a las que tengo. Pero fui consciente de que pequeños cambios podían a la larga llevarte por vidas muy diferentes a las que había vivido. De vez en cuando me levantaba eufórica, con la sensación de haber vivido una experiencia maravillosa.

Una de mis características era la obsesión por el orden. Empecé a puntuar los sueños de uno a cinco. El criterio que más ponderaba era el sentimiento de felicidad que tenía de cada sueño. De los 1218 sueños que llevaba recopilados, a la mayoría les había dado una clasificación entre 2 y 4, a 49 les di un uno, que normalmente correspondía a vidas con alguna desgracia familiar o matrimonios desdichados. Solo a 12 sueños les había dado la máxima puntuación. De ellos, en tres casos se daban dos coincidencias: mi profesión era la de escritora y compartía mi vida con el mismo hombre: Héctor. Quizás mi afición a soñar historias y escribirlas era una forma de suplir mi frustrado deseo de convertirme en una gran escritora. En la mayoría de mis sueños las personas que aparecían coincidían con personas que existen en mi vida real, no era el caso de Héctor. La primera vez que apareció en mis sueños ambos vivíamos matrimonios infelices, nos conocimos en un taller de escritura creativa. Abandonamos a nuestras parejas y unimos nuestras vidas. Casi todos mis recuerdos con él son alegres, no podía ser de otra forma, era una persona divertida y vitalista. Cada noche cuando me acostaba deseaba que en mi sueño de esa noche estuviese Héctor, pero hacía más de un año que no había vuelto a soñar con él. A mi vida real inicialmente le di un dos. Había tenido la mala suerte de casarme con un hombre pusilánime, que se agobiaba a la menor adversidad. Acabamos divorciados y mi única hija, que adoraba a su padre (que siempre adoptaba el papel de víctima y le daba resultado), llevaba su propia vida. De vez en cuando me enviaba algún mensaje, pero raramente me visitaba. El divorcio fue como un alivio. Lamenté haberlo retrasado demasiado tiempo, tenía la sensación de haber malgastado los mejores años de mi vida. El vivir tantas vidas soñadas le dio un aliciente a mi vida, hasta elevé la clasificación de mi vida de 2 a 3, y estaba pensando subirla al 4.

Cada día, cuando volvía del trabajo pasaba horas leyendo mis historias, con frecuencia las retocaba para darle un toque más literario. Me decidí a seleccionar los relatos de varias de mis vidas y autopublicarlos en Internet, con el título: “La coleccionista de sueños”, que podía descargarse al módico precio de 1 euro. Me sorprendió el éxito que tuvo. Recibía correos donde muchos lectores me contaban que tenían la misma experiencia que yo, soñaban con variantes de sus propias vidas. Me llamó la atención, pero pensé que quizás era lo normal.
Tuve una idea: crear un grupo en Internet que llamé “El club de los soñadores” para personas que compartíamos esa experiencia. El éxito fue enorme, el número de suscriptores crecía vertiginosamente. La publicidad insertada me permitía obtener unos ingresos con los que nunca había imaginado, tanto que dejé mi empleo para dedicarme íntegramente a “El club de los soñadores”.

Contactaron conmigo psicólogos, psiquiatras, neurocientíficos, astrólogos, videntes, y personajes de las más variadas profesiones dando todo tipo de explicaciones al fenómeno. Un día entre los comentarios de los suscriptores, había uno que decía que se había tenido que quitar temporalmente el implante del microchip en la cabeza y que durante ese tiempo sus sueños volvieron a ser convencionales. Preguntaba si otros miembros del grupo habíamos tenido una experiencia similar y recibió varias respuestas afirmativas. Para mí era inimaginable que ALEXI pudiese controlar mis sueños. Tenía la costumbre de desconectarlo todas las noches, o eso creía, y me parecía una fantasía que un minúsculo dispositivo pudiese inducir los sueños e inventar millones de historias relacionadas con la vida de cada uno. Decidí comprobarlo por mí misma. Fui al centro de tatuaje donde me lo habían implantado y les pedí que me lo quitasen temporalmente. Así lo hicieron, me advirtieron que tuviese mucho cuidado pues información rutinaria que recibía a través del chip dejaría de llegarme, ya no percibiría la realidad aumentada. Su efecto lo sentí inmediatamente. Cuando abandoné el centro de tatuaje me sentí desorientada. Me había acostumbrado a recibir indicaciones del camino que debía seguir, ahora tendría que volver a mi casa orientándome por mí misma. Cuando pregunté a algún transeúnte por una determinada dirección me miraba con cara de perplejidad hasta que le aclaraba que ALEXI lo tenía temporalmente inoperativo. Lo mismo me ocurría con las personas con las que me cruzaba, la mayoría eran completos desconocidos, ya no tenía la ayuda de ALEXI que me dijese quiénes eran.

Esperé la llegada de la noche, me mantuve despierta más de lo habitual. Puse la alarma a las 6 en un viejo reloj que encontré en uno de esos cajones que nunca se abren. Cuando sonó me desperté sobresaltada y como siempre automáticamente, grité “bicho” y empecé a describir mi último sueño, lo recordaba vagamente. No se trataba de ninguna variante de mi vida, era un sueño carente de la menor coherencia, como los que tenía antes de ALEXI. No podía creerlo ¡el bicho había estaba induciendo mis sueños! Si se podían manipular los sueños de millones de personas ¿qué no se podría hacer? Me sentí defraudada y estremecida.

Decidí utilizar El club de los soñadores (mejor sería llamarle El club de los manipulados) para lanzar una campaña con el fin de desenmascarar el magno fraude de GOOGOL. Cuando intenté acceder a mi cuenta del grupo de El Club de los soñadores, apareció el mensaje “Cuenta inexistente”. Por más argucias que utilicé para entrar no lo conseguí. Estaba convencida de que los algoritmos de GOOGOL, que todo lo controlaba, de alguna forma identificaban que era yo y limitaba el uso que podía hacer de Internet. Me permitió comprobar que el grupo seguía activo y aparentemente yo seguía participando en él. Alguien había suplantado mi identidad. Los comentarios sobre las consecuencias de desconectarse ALEXI habían sido totalmente tergiversados. Me sentí impotente y desesperada.

Interpuse una demanda contra GOOGOL. Recibí como respuesta un escrito donde se me decía que todo era legal y que yo había dado mi consentimiento en varias ocasiones. Enlazaba a varios anexos, con decenas de páginas. Los fui leyendo atentamente intentando comprender cada frase. Me llevó días. Tras leerlos me di cuenta de que prácticamente había puesto mi vida a disposición de GOOGOL. Algunos párrafos me resultaban críticos como el que decía: “Autorizo a GOOGOL a que a que a través del computador cuántico EXI controle los dispositivos ALEXI (el chip implantado en el cerebro)”. Se explicaba que EXI era un computador cuántico de cuarta generación. Utilizaba tecnología de IA (Inteligencia artificial) para procesar la información.

Me pregunté ¿qué es eso de un supercomputador de cuántico? Recordaba que la llegada de estos ordenadores fue noticia. Se dijo que eran trillones o cuatrillones, o no sé cuántas, veces más potentes que los computadores convencionales. Estaba convencida de que además de su enorme potencia debían tener algo más que los hacía diferentes del resto si eran capaz de manipular los sueños. Vi numerosos vídeos en YouTube intentando entender lo que era un computador cuántico. Encontré explicaciones del tipo: un proceso en un computador cuántico se comporta como varios gatos de Schrödinger vivos y muertos a la vez, solo pasa a su estado real cuando muestra el resultado del proceso. Definitivamente incomprensible para mí.

Hubo un vídeo que llamó particularmente mi atención. Se titulaba: “Interpretación de Everett de la mecánica cuántica aplicada a un computador cuántico”. Explicaba algo así como que si una operación tiene 100 resultados posibles, el programa obtendrá los 100 resultados pero cada uno en un mundo diferente. Incluía una aclaración aún más extraña: es como si en cada proceso del computador se crearan 100 copias exactas del usuario, cada una en un mundo diferente. En cada una de las copias el usuario percibiría el resultado que se ha dado en su mundo y no sería consciente de los otros 99 mundos con sus correspondientes resultados. Me parecía fantástico, dejé volar mi imaginación y pensé que EXI accedía a todas las copias de mis múltiples vidas que estaban ocurriendo simultáneamente en mundos paralelos y en los sueños cada noche me mostraba algunas de ellas.

Quizás los soñadores éramos los personajes de un gigantesco videojuego controlado por EXI. A falta de una explicación racional estaba sumida en especulaciones delirantes.

No pasó mucho tiempo cuando recibí un correo que identificaba como remitente a Héctor. Reflexioné unos segundos, pensé que era otra treta de GOOGOL. Estuve a punto de borrar el mensaje, pero fui incapaz de hacerlo y lo abrí. Era un mensaje de vídeo donde aparecía Héctor, unos años más envejecido que la última vez que lo vi . Se dirigía a mi durante unos segundos pidiéndome que nos reuniésemos. Para ello, me decía, tendría que volver a insertarme el microchip. Me quedé atónita. Hasta entonces estaba convencida de que Héctor era un sueño, producto de mi imaginación y  su imagen solo estaba en mi mente. La confusión y la duda se adueñaron de mí, pero como si de una sonámbula se tratase fui al salón de tatuajes para que de nuevo me implantasen el bicho. Volví a mi casa. Sabía que no podría conciliar el sueño. Me senté frente a la televisión esperando quedar exhausta para irme a acostar. Caí dormida.

Escuché el despertador, como todas las noches. Me desperté abrazada a Héctor. Le dije: “No puedes imaginar que sueño más extraño he tenido. ¡Pensé que yo era una coleccionista de sueños y tu solo existías en algunos de mis sueños, los mejores!”.

Este relato nos lo envía Guillermo Sánchez León, Profesor en la Universidad de Salamanca y autor de más de 100 artículos y ponencias, como ya ha hecho en otras ocasiones, coincidiendo con el inicio del nuevo año. Podéis encontrar otros cuentos suyos en: http://diarium.usal.es/guillermo/publicaciones/cuentos/  ]. Guillermo ha escrito además varios artículos en Naukas que podéis disfrutar en el siguiente enlace.

 



Por Colaborador Invitado, publicado el 1 enero, 2020
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