Muertos perfectamente sanos

Por Susana Escudero, el 20 abril, 2020. Categoría(s): Antropología • Divulgación • Historia • Medicina
«Bodegón con esqueletos», Thomas Richard Williams. Londres 1865.

En un congreso de antropología de cuyo nombre no quiero acordarme, un antropólogo estaba exponiendo los resultados tras estudiar una necrópolis de un pequeño grupo de una antigua población. Frente a otros estudios similares en donde los antropólogos físicos han podido encontrar los rastros de distintas patologías, el poblado que investigó este especialista no halló en los restos óseos la huella de ninguna enfermedad. Por lo tanto, concluyó triunfante, «como quedaba demostrado en los huesos, libres de cualquier marca de patología, estas personas murieron perfectamente sanas»… Muertos perfectamente sanos…

Cementerio 1918

Antes de volver a esta afirmación, quiero lanzar una pregunta: si tuviéramos acceso a las necrópolis de las poblaciones que fallecieron en torno al año 1918, ¿qué creéis que encontraríamos?

Plantas refrigeradas tanatorio Collserola ante COVID-19

Es más, sigo preguntando: si los antropólogos del futuro tuviesen acceso a los cementerios de las poblaciones de los fallecidos ahora, en torno al año 2020, ¿qué creéis que encontrarían?

Juguemos un poco. Vamos a quedarnos con el ejemplo de 1918 y vamos a ponernos en el supuesto imaginario (la vaca esférica) de que los especialistas en antropología tuvieran acceso al conjunto de todos los muertos en torno a ese año. Y vamos a ver qué se encontrarían.

ESQUELETOS Y MOMIAS

Fosa Común. Foto: Dr. Botella

Empecemos por el principio. Lo más probable es que se encontraran con los restos esqueletizados. Podría ocurrir, de forma extraordinaria, que condiciones ambientales de extrema sequedad combinada con temperaturas o muy altas o muy bajas produjeran procesos naturales de momificación, o de saponificación en condiciones de humedad elevada con bajas temperaturas, como ha ocurrido en el caso de fosas comunes en el Este de Europa.

Niño momificado muerto en 1917. Foto Dr. Botella

Este proceso natural de momificación ocurre, sin ir más lejos, con relativa frecuencia en muchos cementerios del sur de España especialmente en los nichos más altos, expuestos a altas temperaturas y con mayor grado de sequedad. Cuando un antropólogo se encuentra con una momia, la cantidad de información que ésta ofrece se dispara. Os invito a que reviséis la cantidad ingente de datos que el Hombre de Ötzi aportó sobre la Edad del Cobre o la Momia de Galera que dio mucha más información sobre la Cultura Argárica (la presente en el Sudeste de la Península Ibérica durante la Edad del Bronce) que el resto de enterramientos juntos estudiados hasta entonces.

Momia de Galera (Granada)

Pero, como os digo, la momificación es mucho más infrecuente, así que vamos a quedarnos con lo habitual: el hallazgo de los restos óseos. Y no es poco. Los huesos, como vais a ver, son como una especie de caja negra, llena de información sobre la vida y la muerte de las personas.

Vamos por tanto a descubrir, a partir del estudio de los huesos, las posibles causas de la muerte de los fallecidos en torno a 1918.

VEJEZ

«Las edades y la muerte». H. Baldung Grien

Vamos a comenzar por lo más común (o por lo que a todos más nos gustaría poder elegir como modo de muerte): el fallecimiento por causas naturales, es decir, de viejos. ¿Y cómo sabrían, de todo el conjunto de fallecidos, quiénes son las personas ancianas? Los antropólogos físicos llegarían a esta conclusión después de determinar la edad a partir de los huesos. Esto lo hacen estos especialistas a diario, con un altísimo porcentaje de acierto, a través de diferentes huesos , como el pubis (métodos como el de Todd en la sínfisis púbica o el de Lovejoy en la superficie auricular del coxal), las costillas (método McKern y Stewart), la clavícula, las vértebras, el húmero, los dientes (sobre todo patrones de desgaste dental), las suturas del cráneo o la osificación del cartílago tiroides, siempre que estos huesos se encuentren en buenas condiciones de conservación, claro está.

LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL Y LAS PURGAS STALINISTAS

Pero la dulce muerte de la vejez no fue la que «disfrutaron» muchos en este periodo histórico en el que ocurrieron acontecimientos que supusieron una auténtica barrida de la población. Por un lado la Primera Guerra Mundial, que entre 1914 y 1918 se llevó la vida de entre 10 a 31 millones de personas, entre civiles y militares. Y por otro las purgas tras la revolución rusa de 1917, igualmente con millones de muertes.

«Soldado Herido», Otto Dix (1924)

Traumatismos

Los antropólogos se encontrarían entre los restos óseos de los fallecidos en combate y también de los que fueron purgados tras la Revolución Rusa de 1917,  sobre todo, lesiones por traumatismos. Lesiones que se pueden identificar perfectamente como las de la causa de la muerte, ya que dejan marcas en los huesos distintas a las de los traumatismos óseos que sí sanaron y no mataron al individuo.

«Esqueletos peleando por un arenque» J. Ensor

Hambrunas

Y más allá del horror de esta violencia física, también se encontraría entre soldados, purgados y población civil, el estrago causado por el hambre. Las hambrunas fueron bestiales en este momento histórico: Europa, Rusia, Persia…

Cuando un individuo ha padecido un periodo de hambre puntual y no muy largo, este evento no llega a dejar señales en los huesos. Pero si por el contrario, la persona ha sufrido marcados episodios de hambre a lo largo de su vida, esto se puede ver reflejado, por ejemplo en los dientes. Si la privación de alimentos se produce durante el período de crecimiento (durante la infancia, en el momento de formación del diente), el hambre provoca un enlentecimiento del desarrollo y se manifiesta en el esmalte dentario, que sufre paralizaciones en su crecimiento. Aparecen bandas de detención, son esas marcadas líneas horizontales en los dientes que podéis ver en la fotografía inferior. Cada una de ellas corresponde a un periodo de hambruna. Es lo que se llama hipoplasia del esmalte.

Hipoplasia del esmalte

ENFERMEDADES INFECCIOSAS

«El triunfo de la Muerte», P. Brueghel el Viejo

Por supuesto que en este período histórico habría también fallecidos por enfermedades, siendo las más frecuentes las infecciosas, que han sido a lo largo de la historia de la humanidad la primera causa de muerte (lo son todavía, pero no en los países desarrollados, por eso no se nos hacen tan evidentes a los ojos de los ciudadanos del Primer Mundo).  En identificarlas en los huesos también tienen los antropólogos una gran pericia. Pero no todas las patologías infecciosas dejan su marca en el esqueleto. Para que esto ocurra debe ser una enfermedad que se prolongue lo suficiente en el tiempo como para producir alteraciones en la estructura de los huesos, que son muy lentos en reaccionar. Y, en realidad, muchas de las grandes enfermedades infecciosas crónicas que han acompañado al hombre desde sus comienzos, producen esos cambios y, por tanto, somos capaces de observarlas a través de los restos óseos. ¿Qué enfermedades nos encontraríamos entre la población de 1918?  Vamos a pararnos sólo en las más destacadas, las más frecuentes.

«Muerte de Chopin». F. J. Barrias

Tuberculosis

Presente desde que el humano domesticó y vivió con animales en la Prehistoria, se hizo más frecuente cuando se produjo el hacinamiento de las ciudades. La tuberculosis crónica deja claras marcas en los huesos, sobre todo las vértebras que se hunden, como se puede ver en la imagen inferior; es el conocido como mal de Pott. Fijaos en la curvatura que ha adquirido esa columna vertebral; es la de una personas casi doblada sobre sí misma. No era esto lo único que la tuberculosis acababa desarrollando en el sistema esquelético; también producía periostitis en las costillas, hundimientos vertebrales, espinas ventosas (hinchazón del hueso) en las falanges… Todo ello doloroso y tremendamente invalidante.

 

Mal de Pott. Foto Dr. Botella
Mal de Pott. Foto Dr. Botella

Brucelosis

También desde que el hombre desarrolló la ganadería le ha acompañado esta enfermedad, que no es tan del pasado… Fue endémica en Andalucía hasta hace sólo unas décadas y todavía hay casos (aunque, por supuesto, ni tan graves ni tan cronificados). La brucelosis deja lesiones que se detectan en las vértebras y se caracterizan por la alteración del borde anterosuperior del cuerpo vertebral. En la imagen de más abajo, fijaos que los bordes están como si el hueso se hubiera vuelto fluido y hubiera rebosado por los bordes de arriba y abajo. Es lo que se denomina labiación.  Ésta es una de las lesiones más destacadas de la brucelosis y, como es de imaginar, provoca dolor y postración en la persona que la padece.

Brucelosis. Foto Dr. Botella

Lepra

Leproso. Perú Pre-hispánico

Se trata de una enfermedad infecciosa que está presente en la humanidad desde hace al menos 4 milenios, y siempre ha lastrado un alto estigma social. En sus fases más avanzadas, afecta a los huesos, en los que deja claras marcas.

Lepra. Foto Dr. Botella

Digamos que las más destacadas son la alteración e incluso pérdida de la espina nasal. Y no sólo eso, también la pérdida de los dientes y alvéolos, lo que crea esa especie de arco hacia arriba tan característico de los leprosos. Es lo que se denomina «cara de león» o «facies leonina». Fijaos que ambas lesiones se pueden ver perfectamente tanto en la imagen artística de la izquierda como en el cráneo de la derecha.

Y no sólo eso. La lepra también provoca la destrucción de las falanges (esto es lo más conocido) y la destrucción ósea. Quizá lo más espectacular de todo sea el agujero en el paladar en forma de moneda, como se puede ver perfectamente en la imagen de más abajo (ese agujero del centro no debía estar ahí; es el cielo del paladar totalmente destruido y, además, con los bordes afilados y nítidos). Os podéis imaginar el dolor y la invalidez que suponían todas estas lesiones en las personas que padecían la lepra.

Lepra. Foto Dr. Botella

 Sífilis

Cartel. Ramón Casas i Carbó

Esta enfermedad venérea, de origen controvertido, ha tenido multitud de nombres que nos hablan de forma muy elocuente de esa controversia. Se denominaba «mal francés» en Alemania, Italia, Reino Unido y España, donde también la llamamos además «mal portugués». En Portugal, Norte de África y Países Bajos era, sin embargo, «enfermedad española». Para los franceses era el «mal napolitano», para los rusos «enfermedad polaca», para los polacos «enfermedad alemana», para los japoneses «morbo chino» y para los turcos «enfermedad cristiana».

Mientras unos se echaban en cara a los otros el origen de esta enfermedad, ésta se convertía en una de las principales patologías crónicas. Si la sífilis alcanza su fase terciaria, deja lesiones en los huesos.

Uno de los efectos de la sífilis sobre el hueso es su engrosamiento, llegando a triplicarse.

Durante mucho tiempo, a la hora de hacer identificaciones, se confundieron sífilis y lepra, ya que las señales que dejan estas dos enfermedades son muy parecidas pero, podríamos decir que en el caso de la lepra esas lesiones son «floridas». Podéis seguir imaginando el dolor y grado de discapacidad.

Sífilis. Dr. Botella

LA GRIPE ESPAÑOLA

Hospital improvisado en Camp Funston, Kansas. 1918

Pero, no se vayan todavía… aún hay más. Por si la Guerra Mundial, la Revolución Rusa y sus posteriores purgas, o las hambrunas fueran poco, en 1918 se produjo otro destacado acontecimiento histórico: la considerada hasta el momento como la pandemia más devastadora de la historia de la humanidad, ya que en solo un año mató entre 40 y 50 millones de personas. La conocida mayoritariamente como gripe española no sólo acabó con la vida de la población de riesgo de la gripe común, ancianos y niños, sino también con jóvenes y adultos saludables.

Con una altísima tasa de contagio, el virus actuaba con gran rapidez entre quienes no podían superarlo, causando el fallecimiento entre tan sólo 24 a 48 horas.

¿Qué se encontrarían nuestros antropólogos en este caso?  Se encontrarían con los restos óseos de cerca de 50 millones de personas, entre ellos niños, jóvenes y adultos de mediana edad, en donde no aparecería ninguna de las lesiones por enfermedad. ¿Por qué? Porque como decíamos con anterioridad, las enfermedades infecciosas agudas no le dan tiempo al hueso a reaccionar y en estos casos el enfermo o se cura o se muere sin que dé tiempo a que se marque en el hueso.  La pandemia de la gripe del 18 fue tan rápida que se llevó por delante a todas estas personas sin que dejaran lesiones en los huesos.

Lo mismo que si este supuesto nos lo lleváramos a las necrópolis en torno a 2020 y todos los fallecidos por la pandemia del COVID 19.

Hospital improvisado Ifema. Madrid. 2020
Transporte fallecidos COVID19. España.

Es decir, y volviendo a nuestro antropólogo del comienzo, éste llegaría a la conclusión de que «murieron perfectamente sanos». Nada más alejado de la realidad. Nadie se muere sano.

Estudiar los restos de nuestros antepasados nos sirve, como habéis visto en estos pocos ejemplos, para conocer entre otras cosas cómo fueron nuestras enfermedades. Pero no sólo eso. Éstas también nos hablan de nosotros mismos como sociedad. Encontrar en enterramientos desde la Prehistoria personas que sufrieron enfermedades gravísimas, que produjeron un grado de discapacidad y dependencia total y que pese a todo sobrevivieron durante muchos años, nos revela cómo somos los humanos… tuvieron a un grupo, a sus iguales, que les cuidaron y sacaron adelante incluso cuando ya no eran productivos para esa sociedad a la que pertenecían. También las enfermedades nos hablan de nosotros mismos: una especie colaboradora que apoya al que fallecería de otro modo. Esa misma especie a la que ahora la enfermedad vuelve a enfrentarla a otro de los grandes retos de su historia.

 

Agradecimientos:

Dr. Miguel Botella. Laboratorio de Antropología Física y Forense de la Universidad de Granada.

Fernando Méndez. Historiador del Arte. Director Taller de Restauración de Arte del Obispado de Palencia.



Por Susana Escudero, publicado el 20 abril, 2020
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