Andrés Manuel del Río: el polifacético madrileño que descubrió un elemento químico en México

Por Colaborador Invitado, el 22 junio, 2020. Categoría(s): Personajes • Química

Andrés Manuel del Río (1764–1849) fue un profesor, mineralogista e ingeniero madrileño, que destacó por el descubrimiento del vanadio. Diputado durante el trienio liberal (1820–1823), del que se cumple ahora el bicentenario, es poco conocido en España porque desarrolló su labor principal en México

Con motivo del Año Internacional de la Tabla Periódica en 2019, la comunidad científica hispana reivindicó la labor de Antonio de Ulloa, los hermanos Juan José y Fausto Elhuyar, y Andrés del Río, en los hallazgos del platino, wolframio y vanadio, respectivamente. A veces, desde España, se presentan nuestras aportaciones a la ciencia como hechos singulares, fruto del trabajo heroico y aislado de ciertos personajes. En el caso de los descubrimientos citados no sería exacto considerarlo así; fueron el resultado de iniciativas decididas por la modernización, durante el siglo XVIII y hasta la invasión francesa, como la creación de instituciones científicas y educativas, la confianza de los primeros Borbones en personas ilustradas, la contratación de profesores extranjeros, la financiación de expediciones científicas, la formación de jóvenes en centros educativos europeos, y la introducción de mejoras técnicas en la minería y la metalurgia de América.

Iniciativas de 2019 para resaltar los “elementos químicos españoles”: Sello de correos (Sociedad Estatal Correos y Telégrafos) y escultura de Iria Groba y Miguel Pozas en la Universidad Complutense de Madrid (fotografía del autor).

Del Río nació en el barrio de Lavapiés de Madrid, el 10 de noviembre de 1764. Sus padres fueron José del Río, de Linás de Broto (Huesca) y María Antonia Fernández, de Biduedo (Lugo). Con 9 años ingresó en los Reales Estudios de San Isidro, donde destacaría como “cursante más aprovechado” [1]. Compaginó esta formación con el estudio de leyes en dominicales (clases impartidas los domingos) de la Universidad de Alcalá, donde se graduó en 1781. Este mismo año, se incorporó como alumno de la recién fundada Real Academia de Minas de Almadén.

Amplió estudios en París, entre 1784 y 1788, siendo discípulo de Jean d’Arcet, profesor de química y director de la Manufacture de Sèvres, con quien se introdujo en la fabricación de porcelana, tema de interés en España para la Real Fábrica de Porcelanas del Buen Retiro. Entre 1788 y 1790 estudió en la Escuela de Minas de Freiberg (Sajonia), donde fue alumno de Abraham Gottlob Werner, destacado experimentalista y neptunista [2], y uno de los fundadores de la mineralogía, entonces conocida como orictognosia –del griego “ορυκτος”, oryktos, desenterrado y “γνοσις”, gnosis, conocimiento–. Durante ese período también estudió en la Academia de Minas de Schemnitz (actual Banská Štiavnica, Eslovaquia). Coincidió con Fausto Elhuyar, ya reconocido por el descubrimiento del wolframio, y fue condiscípulo de Alexander von Humboldt, quien destacaría como naturalista y viajero.

Entre 1790 y 1791 realizó viajes desde Viena, por zonas industriales y mineras centroeuropeas. De vuelta a París coincidió en el laboratorio de El Arsenal, dirigido por Lavoisier, con el Abate Haüy, fundador de la cristalografía. Se dice que del Río huyó de los excesos de la Revolución disfrazado de aguador, pasando a Inglaterra, donde visitó emplazamientos mineros y fundiciones de hierro. En 1793, estando en Viena, recibió el encargo de ir a Nueva España como profesor del Real Seminario de Minería de México, de reciente creación, dirigido por Fausto Elhuyar.

El viaje le llevó casi todo el año 1794: partió de Madrid en enero, pasó por Almadén para recoger materiales, embarcó en Cádiz, desembarcó en Veracruz y llegó a la Ciudad de México en diciembre. Recibió la oferta de impartir Química, pero prefirió la “cáthedra quarta del Colegio Metálico” (equivalente a las actuales Mineralogía y Laboreo de Minas). En 1795 publicó la primera parte de Elementos de Orictognosia, sobre los fósiles [3]. Algunas acciones destacadas en su primera etapa mexicana fueron: la publicación del Discurso sobre volcanes (1799), acerca del origen de las rocas; el diseño de desagües para una mina en Pachuca (1799–1780); el descubrimiento del eritronio (1801), que posteriormente se conocerá como vanadio, como se explica más adelante; la traducción de las Tablas mineralógicas de Karsten (1804); la publicación de la segunda parte de Elementos de Orictognosia (1805); la construcción y dirección de una ferrería en Coalcomán (1806–1809) [4]; y el reconocimiento de minas de hierro y mercurio en Guatemala (1810–1812) [5]. Entre 1803 y 1804 convivió estrechamente con Humboldt, que se involucró activamente en el Seminario de Minería [6]. Durante un tiempo del Río también fue regidor honorario de la Ciudad de México y, para completar sus ingresos, ejerció además de profesor de Gramática Castellana y Francés. En esa época, México era parte del Virreinato de Nueva España, fundado en el siglo XVI, que incluía un vasto territorio de América (como gran parte de los actuales EE. UU.) y Filipinas.

Mapa del Virreinato de Nueva España en 1794, año de la llegada de del Río a México (Milenioscuro / CC BY-SA).

En 1813 se inauguró el Palacio de Minería en la Ciudad de México, para albergar el Seminario y el Tribunal de Minería [7]. Aunque hubo conflictos previos, se toma el inicio de la Guerra de la Independencia mexicana el 16 de septiembre de 1810, fecha del “Grito de Dolores” por el cura Miguel Hidalgo. La minería era estratégica para la producción de armamento; la ferrería de Coalcomán fue tomada por los independentistas y, tras su reconquista por los realistas, destruyeron la maquinaria al no garantizar su defensa. Ese período afectó mucho a del Río; algunos de sus discípulos fueron ejecutados, la mayoría por pertenecer al bando insurgente, como Casimiro Chowell, a quien dedicaría el mineral chovellia, y el filipino Ramón Fabié. La guerra terminó el 27 septiembre de 1821, con la entrada triunfal de Agustín de Iturbide al mando del Ejército Trigarante en la Ciudad de México. No obstante, continuó un periodo turbulento; el propio Iturbide, tras proclamarse emperador (Agustín I) y pasar un breve exilio en Europa, fue fusilado en 1824.

Después de 26 años en tierras mexicanas, del Río regresó a España como representante (1821–1822) de Nueva España en las Cortes del trienio liberal, defendiendo la independencia de México y colaborando en legislación sobre minas y salud pública. Se detalló de él que “en cuanto a votaciones, vota por sí y siempre como liberal”. Juana Raab, la mujer de Fausto Elhuyar, le preguntó por qué quería regresar a un México independiente. Del Río le contestó: “vuelvo a mi patria”.

Cuando retornó a México, en 1822, compaginó un breve tiempo su labor en el Seminario de Minería con el cargo de introductor de embajadores en la corte de Agustín I, por su conocimiento de idiomas. En los cinco años siguientes desarrolló algunos de sus trabajos más relevantes sobre minerales.

Retrato de Andrés del Río, hacia 1825, seguramente por Rafael Ximeno y Planes (Valencia, 1759 o 1760–México, 1825) (Palacio de Minería, Ciudad de México).

En 1829 se decretó la expulsión de españoles, como represalia por un intento fallido de reconquista. Entre las excepciones, estaba del Río pero, en solidaridad con los expulsados, se autoexilió, con 64 años, a EE. UU. Allí residió seis años, publicó trabajos (como la segunda edición de Elementos de Orictognosia) y fue bien acogido por la comunidad científica.

En 1835 se reincorporó a su cátedra, en un Palacio de Minería en decadencia y con pocos alumnos. Entre 1835 y 1836 México afrontó la guerra por la que se formalizó la República de Texas y, entre 1842 y 1844, la segunda campaña bélica tras la que Texas se uniría a los EE. UU. Otro episodio que asoló a México fue la Guerra de los Pasteles o primera intervención francesa, entre 1838 y 1839 [8], ante la que del Río ofreció sus escasos bienes para vencer al invasor.

Permaneció siempre activo. En 1841 publicó un Manual de Geología y poco antes de su muerte, un suplemento a su Orictognosia. La última época de su vida estuvo rodeada de cierta amargura: tuvo roces con el director del Colegio de Minería, elegido principalmente por cuestiones políticas, y el edificio fue ocupado durante la intervención estadounidense de 1846 a 1848. Además, le decepcionó la falta de interés de los nuevos gobernantes por la ciencia y la tecnología: “es una desgracia, porque estas ciencias industriales y las artes son las que constituyen la felicidad temporal de las naciones”. El 23 de marzo de 1849, con 84 años, falleció repentinamente. De él se escribió “dejó a su familia un apellido ilustre, muchas deudas y algunos ejemplares de sus Elementos de Orictognosia, que no habían podido venderse”.

Portada de Elementos de Orictognosia (1795), donde se aprecia un cambio de denominación posterior del Real Seminario de Minería, y lámina del Manual de Geología (1841) (Biblioteca de la Universidad Politécnica de Madrid).

Sobre el descubrimiento del vanadio, en 1801 del Río analizó una muestra de una piedra de plomo pardo de Zimapán, que se creía que era fosfato de plomo. Hoy se conoce como vanadinita, Pb5Cl(VO4)3. Encontró en ella un 14,8% de óxido de un metal desconocido, que barajó denominar zimapanio, pero optó por pancromo (del griego muchos colores, por la multitud de colores que ofrecían sus compuestos) y, finalmente, eritronio (del griego rojo). Así lo explicó posteriormente: “Los mejores nombres son los que indican alguna propiedad característica (…) Así llamé yo eritronio a mi nuevo metal, por la bella propiedad característica de que sus sales blancas de amoniaco, barita, cal &c., se vuelven al fuego, y con una sola gota de ácido concentrado, del mas hermoso rojo escarlata [sic]”. En 1803 se lo comunicó a su amigo Humboldt en su estancia en México, quien creyó que se trataba de un compuesto de cromo (descubierto en 1797) o de uranio (descrito en 1789). Humboldt regresó a Europa con muestras para analizar y una copia en francés de los manuscritos de del Río al respecto. En 1805, Hippolyte Victor Collet-Descotils, director de la École des Mines de París, concluyó que la muestra que le dio Humboldt poseía un 16% de ácido crómico y, por tanto, no contenía un nuevo elemento.

Del Río aceptó su “error” en pensar que se trataba de un nuevo metal, pero reivindicó que, al menos, descubrió que el plomo pardo no era un fosfato y que fue el primero en pensar que pudiera contener cromo. Durante años manifestó su resquemor por la forma de actuar de Humboldt y Descotils: “por la razón sin duda de que los españoles no debemos hacer ningún descubrimiento, por pequeño que sea, de química ni de mineralogía, por ser monopolio extranjero. Y á la verdad que Mr. DesCotils no necesita tanto como yo de este pequeño descubrimiento, siendo mucho mas conocido en la republica literaria [sic]”.

Retrato de Alexander von Humboldt en 1800, por Friedrich Georg Weitsch (Antigua Galería Nacional, Berlín) y muestra de plomo pardo exhibida con la ficha original del naturalista, donde se indica: “El señor del Río creyó encontrar ahí un nuevo metal que llamó eritronio y luego pancromo. Al final reconoció haber encontrado cromo ordinario” (Museo de Historia Natural, Berlín)

En 1831, el sueco Nils Gabriel Sefström, avalado por su maestro Jöns Jacob Berzelius, encontró el compuesto de un “nuevo” metal al que denominó vanadio, por la diosa escandinava de la belleza Freya o Vanadis (“dama de los Vanir”, grupo de dioses de la mitología nórdica). Ese mismo año, el alemán Friedrich Wöhler analizó una de las muestras de plomo pardo de Humboldt y concluyó que el óxido de vanadio era idéntico al de eritronio de del Río. El mineralogista George W. Featherstonhaugh sugirió por ello que se denominara rionio en vez de vanadio. Hacia 1833, un sobrino de Humboldt le indicó a del Río, en Filadelfia, que su tío le había comentado que los cajones con las notas del análisis y algunas muestras se habían perdido en un naufragio. Con el tiempo, se atenuó el resentimiento de del Río, expresando en 1840: “Featherston y yo atacamos con demasiada vehemencia al barón de Humboldt, y acaso sin tener culpa alguna.

Hasta 1867 no fue aislado el vanadio, por el inglés Henry E. Roscoe, por reducción de tricloruro de vanadio con hidrógeno. Años después, en 1905, se realizó su primer uso a gran escala, para la fabricación del acero del chasis del Ford T.

A mediados del siglo XX, la comunidad científica mexicana reivindicó ante la IUPAC que se cambiara el nombre de vanadio por eritronio. Destacó en ello Modesto Bargalló –otro gran profesor de química español que desarrolló su carrera en México–, con el apoyo de Linus Pauling. Del Río había escrito en la edición de 1846 de los Elementos de Orictognosia: “el uso que es el tirano de las lenguas, ha querido que se llame Vanadio, por no sé qué divinidad Escandinávica; más derecho seguramente tenia otra Mejicana, que en sus tierras se halló treinta años antes [sic]”. Incluyó además esta nota: “Yo no me sentí ni poco ni mucho, porque lo que interesa á las ciencias son los descubrimientos, y nada le importa que sea Pedro, Juan ó Diego el que los haga; ademas, ¿quién pretendería competir con semidioses? [sic]”.

Carta de Pauling a Bargalló apoyando el nombre de eritronio. Fuente

A lo largo de su vida, del Río publicó unos 50 trabajos científicos en español, francés, alemán e inglés. No tuvo apegos económicos: “me interesa más un pedacito como una nuez de un género o una especie nueva o curiosa, que una pepita de oro de algunos marcos”. Admiró la potencialidad de las tierras mexicanas: “Todo lo que parece nuevo aquí lo es, y la mitad de lo que no lo parece”. Rechazó “el apego servil a lo antiguo, que prueba un hastío total y destruye la curiosidad para todo conocimiento nuevo” y se sintió orgulloso de su labor: “En todas partes las ciencias naturales han sido denostadas por los idiotas que no tienen otro desquite para ocultar su ignorancia (…) no hay más que apelar al tiempo, que es el mejor amigo de la verdad”. Más reconocido en México que en España, su retrato está integrado, junto al de Humboldt, en el imponente Retablo de la Independencia, realizado por Juan O´Gorman en 1960 [9].

Sello emitido en 1964 por el bicentenario de del Río, con el fondo del Palacio de Minería (Correos de México) y anverso de la medalla del Premio Nacional de Química que, desde ese año, lleva su nombre (Sociedad Química de México).

En España, lleva su nombre el Instituto de Investigación Química Andrés M. del Río (IQAR) de la Universidad de Alcalá y una plaza en Alcalá de Henares. El Ayuntamiento de Madrid aprobó por unanimidad, en enero de 2020, una proposición para asignar su nombre a algún espacio público o edificio de carácter científico.

Paradigma de científico, ingeniero y profesor de trayectoria excelente, del Río vivió en primera persona los avances de la mineralogía y la química de finales del siglo XVIII y primera mitad del XIX. Se formó en los mejores centros educativos, compartió su quehacer con personajes de la talla de Werner, Haüy o von Humboldt, descubrió un elemento químico, y no escatimó el compromiso político para favorecer el desarrollo de la sociedad y de una nueva nación: México. Su ejemplo es un estímulo constante que merece ser más conocido.

 

Este artículo nos lo envía Gabriel Pinto Cañón. Doctor en Ciencias Químicas por la Universidad Complutense de Madrid, es Catedrático de Ingeniería Química en la Universidad Politécnica de Madrid. Aparte de investigaciones sobre materiales compuestos de matriz polimérica y en didáctica de las ciencias, ha dedicado un esfuerzo desde hace más de tres décadas a la divulgación de la ciencia y la tecnología.

Notas del autor:

[1] Estos Reales Estudios, con otras denominaciones anteriores y actualmente I.E.S. San Isidro, ubicados en la calle de Toledo de Madrid desde 1569, estaban a cargo de los jesuitas pero, tras su expulsión en 1767, se cerraron. Se reabrieron en 1771, una vez resueltas quince cátedras por oposición. La de física aplicada fue ocupada por Antonio Fernández Solano, especialista en instrumentación científica, que antes fue cirujano de la Armada y profesor en el Colegio de Cirugía de Cádiz

[2] A finales del siglo XVIII existía polémica entre dos teorías sobre el origen de las rocas, que recibían los nombres de los dioses romanos del mar y del inframundo: el neptunismo interpretaba que se formaron a partir de la sedimentación de un “caldo espeso” de agua, frente al plutonismo, que otorgaba más importancia a los procesos volcánicos. Esta segunda teoría ponía en entredicho la existencia del diluvio universal y databa el mundo en solo seis mil años.

[3] El término fósil –del latín fossĭlis, “que se obtiene cavando”–, incluía lo que hoy en día se conoce como mineral.

[4] En esta ferrería del Río desarrolló importantes obras de ingeniería e hidráulica, pasando penalidades por lluvias, carestía de materiales y problemas con los obreros; incluso, enfermó de gravedad.

[5] Con este motivo se conoce una de las pocas referencias a su familia: “Os encomiendo a mi mujer e hija para el caso de que fallezca en el viaje”.

[6] El profesor Miguel Ángel Alario ha comentado en varias conferencias la teoría de que los precisos mapas geomineros de Nueva España –informando sobre ubicaciones de mineral de hierro y, especialmente, petróleo, entre otros– realizados desde el Real Seminario de Minería y difundidos por Humboldt en EE. UU., fueron un estímulo para que este país se hiciera con la mitad de México. Al final de su expedición por Nueva España, en 1804, Humboldt se reunió con Thomas Jefferson, presidente de EE. UU. y naturalista, con quien intercambió correspondencia durante años.

[7] Una de las obras maestras de la arquitectura neoclásica en América, fue construida por el arquitecto y escultor Manuel Tolsá (Enguera, Valencia, 1757–Ciudad de México, 1816), otro insigne novohispano.

[8] Se desencadenó por las reclamaciones del dueño de un restaurante francés donde oficiales de Santa Anna cenaron y tras acabar con todos los postres, se fueron sin pagar y destrozaron el local. Francia se sentía molesta por el trato recibido también por otros negocios, dentro de su plan para obtener privilegios comerciales por toda Hispanoamérica. La derrota obligó a México a pagar los daños a ciudadanos franceses y una indemnización a la flota gala.

[9] Fue encargado inicialmente a Diego Rivera, pero falleció antes. Ubicado en el Museo Nacional de Historia de México, es un fresco sobre muro directo de forma curva, de 4,5 x 16 metros, donde se representa desde la noche colonial al amanecer de la independencia. Abarca temas históricos entre 1784 y 1814, reflejando aspectos como la vinculación de la religión católica con el pueblo mexicano, personajes emblemáticos y la población indígena: https://www.youtube.com/watch?v=P3iTgu1TalQ

Bibliografía, referencias y más información:

– P. Acebes Pastrana, “Andrés Manuel del Río y Fernández”, Real Academia de la Historia (2018). http://dbe.rah.es/biografias/4339/andres-manuel-del-rio-y-fernandez

– L. R. Caswell, “Andrés del Río, Alexander von Humboldt, and the twice-discovered element”, Bull. Hist. Chem., 28(1), 35-41 (2003).

– E. de Jesús Alcañiz, conferencia “Andrés Manuel del Río y el vanadio”, UNED (2019). bit.ly/3aTLHa3

– G. Pinto, “Iniciativas del Ayuntamiento de Madrid para resaltar la labor de Andrés
Manuel del Río, el madrileño que descubrió el vanadio”. Anales de Química, 116(1), 38-42 (2020).

– G. Pinto, conferencia “Andrés Manuel del Río, descubridor del vanadio”. E.T.S. de Ingenieros de Minas y Energía, Universidad Politécnica de Madrid (2020). https://www.youtube.com/watch?v=PYaPkqj7EUg

– O. Puche Riart, “Andrés Manuel del Río”, Fundación Ignacio Larramendi, Madrid (2017). http://dx.doi.org/10.18558/FIL142

– S. Ramírez, “Biografía del Sr. D. Andrés Manuel del Río, primer catedrático de Mineralogía del Colegio de Minería”, Imprenta del Sagrado Corazón de Jesús, México (1891).

– J. A. Uribe Salas, “Labor de Andrés Manuel del Río en México: profesor en el Real Seminario de Minería e innovador tecnológico en minas y ferrerías”, Asclepio. Revista de Historia de la Medicina y de la Ciencia, 58(2), 231-260 (2006).



Por Colaborador Invitado, publicado el 22 junio, 2020
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